Neomarxismo es el neologismo que he acuñado para describir el
aggiornamiento tanto político como teórico que siguió al derrumbe del
marxismo que se diera, tanto en el terreno de la teoría como de la
praxis, a fines del siglo pasado. Así, con neomarxismo debemos entender
el viraje que en la práctica política llevó de la defunción del
“socialismo del Siglo XX” (llamado en ese entonces “socialismo real”) al
nacimiento del “socialismo del Siglo XXI”, y que en la teoría llevó de
la ruina de las distintas variantes del marxismo tradicional, a la
hegemonía del llamado postmarxismo que en otras columnas y alocuciones
he descrito.
Estas líneas pretenden ser breves; busco que hagan las veces de
llamado de atención más que de extensa descripción. Y es que la teoría
feminista es tan variada y se ha ido modificando de tal manera con los
años, que no podría ser abarcada en una columna necesariamente sucinta.
El neomarxismo es como un pulpo. Sus tentáculos representan la
construcción de distintos conflictos sociales que son hegemonizados por
una prédica que, en última instancia, dirige y concentra su ataque en
las instituciones liberales y los valores occidentales y tradicionales.
Uno de esos tentáculos es hoy el feminismo que, por si hiciera falta
aclarar, nada tiene que ver con el feminismo clásico representativo de
legítimas demandas de derechos civiles y políticos para las mujeres. El
feminismo hoy es algo bien distinto de aquello; es guerra de sexos; es
ideología estructurada por el odio no simplemente hacia el hombre, sino
específicamente hacia una cultura y un sistema político y económico que
debe ser radicalmente arrasado en la visión de sus teóricas.
Chantal Mouffe, importante teórica del postmarxismo y el feminismo,
ha dejado en claro que el feminismo no es simplemente la reivindicación
de la mujer, sino que es el nombre de un movimiento inserto en un armado
ideológico muy superior a él mismo. En “El retorno de lo político”
aquélla escribía que “la política feminista debe ser entendida no como
una forma de política, diseñada para la persecución de los intereses de
las mujeres como mujeres, sino más bien como la persecución de las metas
y aspiraciones feministas dentro del contexto de una más amplia
articulación de demandas”. Es decir: el feminismo debe ser parte del
proyecto del socialismo del Siglo XXI, y debe usar estos banderines como
pantalla para ocultar esa “más amplia articulación” que no aparece
frente a los ojos de los bienintencionados que apoyan sus causas.
El feminismo está radicalizando cada vez más su discurso y sus
prácticas. La subversión ética y estética que encarna, no carente de
altos grados de violencia simbólica, podría en cualquier momento
convertirse en subversión de concreta violencia. El feminismo en
particular, y el neomarxismo en general, ven a la política como una
guerra entre amigos y enemigos.
En Buenos Aires, por ejemplo, un grupo feminista liderado por una
mujer que se hace llamar “Leo Silvestri” brinda cursos de formación que
se filman y luego se suben a YouTube, en los que se enseñan, entre otras
cosas: “Construir una cultura nuestra, transfeministas, no implica
simplemente acciones pacíficas (…) la construcción pacífica no es
obstruida por estos ejemplos: matar a un policía… prenderle fuego a la
oficina de una revista que conscientemente publicita un estándar de
belleza… secuestrar al presidente de una empresa que trafica con
mujeres: Pancho Doto por ejemplo. Atacar a los más incorregibles
ejemplos del patriarcado es una manera de educar a la gente en la
necesidad de una alternativa”.
Leo Silvestri dando sus talleres sobre feminismo, incitando a la lucha violenta.
De acá al terrorismo, hay un paso. Esto es el feminismo del Siglo
XXI, ese que se disfraza de lindos eslóganes para los despistados y que
se promociona como una causa noble. La lucha de clases marxista es ahora
lucha de posiciones de sujeto, frente a los ingenuos que se creyeron el
“fin de la historia” de Francis Fukuyama y el “fin de las ideologías”
de Daniel Bell.
Advierto con gran pesar que el economicismo típicamente predominante
en el liberalismo no puede entender estos peligros porque está preparado
para ver lo que ocurre al nivel de la estructura productiva de la
sociedad. Mientras ningunean la ideología y, aún más, niegan su propio
carácter ideológico, la izquierda ya asumió su propia condición
ideológica y ataca allí donde nosotros no tenemos defensas.
La pregunta que dejo planteada es: ¿qué anticuerpos teóricos (serios)
tenemos frente a esta revolución al nivel superestructural?
Director del Centro de Estudios LIBRE