EL VIZCONDE DE ABRANTES Y EL DOCTOR FLORENCIO VARELA*
Batalla de Ituzaingo |
Por: Ricardo Font Ezcurra
“Francia y Gran
Bretaña consumían en balde en el estuario del Plata el combustible de
sus fragatas mientras intentaban engañarse mutuamente e intimidar al
hombre de Palermo, que se burlaba de ambas. El fracaso de la presión
internacional contra Buenos Aires aumentó el prestigio y adornó de
leyenda y popularidad al rostro sombrío de don Juan Manuel de Rosas. Por
el error extranjero se convirtió en el mayor criollo americano. Para él
toda la América del Sud volvería su mirada conmovida cuando se anunció
la inaudita y desesperada iniciativa española de ataque a las antiguas
colonias para instalar aquí príncipes de la casa de Borbón. Si
necesitaran una espada para combatir al intruso lo convocarían a él, el
caballero de la pampa. La estatura titánica del dictador proyectaba una
sombra extensa en el continente: tras los navíos de bloqueo tremolaba en
el aire su poncho punzó. Crecía en el peligro. Desafiaba a las
potestades del mundo.”
Así describe don
Alberto Calmon, en un interesante artículo, no exento de belleza
primitiva, la situación política sudamericana creada por la intervención
europea en el Rio de la Plata(1).
El Brasil temía y
respetaba a Rosas. “Su máximo propósito, en 1843 –dice Calmon- era
impedir que el gobernador de Buenos Aires con su triunfante política
federalista, absorbiera por una parte a Montevideo, con la victoria de
Oribe sobre Rivera, y por la otra cumpliera el remoto propósito de
Belgrano, incorporando el país guaraní que Francia le había sustraído al
antiguo virreinato”(2).
De ser exacto que
Rosas pretendía reincorporar a la Confederación Argentina las provincias
del Paraguay y Uruguay, no pueden atribuírsele los propósitos
imperialistas que dejan entrever los historiadores al usar impropiamente
en sus exposiciones y relatos el vocablo “anexar”. La anexión supone el
acrecentamiento del acervo patrio con un territorio ajeno. La
desmembración es la separación a perdida de una parte del territorio
propio. Este no es el caso del Paraguay y el Uruguay. Rosas no pudo
pretender “anexar” estas provincias a la Confederación Argentina puesto
que pertenecían a ella. Trató simplemente de impedir su desmembración
definitiva.
Es posible que fuera
mucho más cómodo y desde luego exento de complicaciones el
“desentenderse de ellas oficialmente”, como hiciera Rivadavia, cuyo
Sillón, “como los pozos, se agrandaba a medida que le quitaban tierra”.
“La revolución de
Mayo confirmó esa unidad múltiple o complexa de nuestro gobierno
argentino por el voto de mantener la integridad del Virreinato y por la
convocatoria dirigida a las demás provincias para crear un Gobierno de
todo el Virreinato.” (Juan B. Alberdi, Bases.)
Este pensamiento
contrariaba rotundamente los puntos de vista del Brasil, en cuyo interés
estaba el impedir la formación de un estado poderoso que pudiera
equilibrar el poder del Imperio y obstaculizarlo en la realización de
sus propósitos imperialistas. Portugal primero y luego el Brasil habían
perseguido tenaz e infructuosamente un propósito: poner sus fronteras en
el Rio de la Plata y sus afluentes (3). Dominando los ríos podía
comunicarse fácilmente con sus provincias situadas en la parte superior
de ellos y adquiría una preponderancia indiscutible sobre la Republica
Argentina. Tenía, pues, interés vital en la cuestión; por eso trató de
usurpar a España los territorios que esta poseía en el margen norte del
Rio de la Plata, y de anexar a su soberanía los ríos Parana y Uruguay.
Esta pretensión
explica fácilmente la injerencia del Brasil en la política del Rio de la
Plata y es la causa de numerosos conflictos provocados por él, cuyas
insospechadas derivaciones habrían de gravitar profundamente en nuestra
historia (4).
“Así lo vemos
aprovechar la revolución de la independencia e introducir en 1812 un
ejército de cuatro mil hombres en el territorio de Montevideo para
apoderarse de la provincia. Lo vemos retroceder cuando Buenos Aires
manda un ejército a sostener la causa de la independencia; lo vemos
mantener un ejército en la frontera como espiando la ocasión de volver a
asaltar su presa codiciada; y por fin aprovechar el conflicto del año
1816 y ocupar provisoriamente en 1817 a Montevideo”(5).
Viene después
Tacuarembó. La independencia del Brasil, quien anexa la Banda Oriental
con el apoyo militar prestado por Fructuoso Rivera. La expedición de los
Treinta y Tres Orientales al mando de Lavalleja, el triunfo de Sarandí y
su incorporación a la República Argentina votada el 25 de agosto de
1825 en el Congreso de la Florida. Esta incorporación, aceptada por el
Congreso de las Provincias Unidas por la ley del 24 de octubre de 1825,
fue contestada por el Brasil declarando la guerra a Buenos Aires. A las
victorias preliminares de Camacuá, Bacacay y Ombú, sucedió luego el
definitivo encuentro en Ituzaingó, mientras el almirante Brown con su
minúscula flota hacia el milagro de Juncal. A la humillante gestión de
Manuel J. Garcia(6), sucedieron las laboriosas tramitaciones de Guido y
Balcarce, que dieron por resultado la paz con el Brasil, firmada durante
el gobierno del coronel Manuel Dorrego, el 27 de agosto de 1826.
Este tratado se
reduce, en lo principal, al reconocimiento de la independencia de la
Banda Oriental, lo que impedía al Brasil, por el momento, la realización
de su proyecto fundamental, que era poner sus límites en el Rio de la
Plata.
Desde esa fecha
hasta el momento en que llegamos en nuestro relato, había sucedido una
larga tregua, durante la cual el Brasil, lejos de abandonar sus antiguos
proyectos(7), esperaba pacientemente, sin precipitar los
acontecimientos, el momento propicio para extenderse hacia el sud,
buscando la expansión territorial que era imprescindible para su
desenvolvimiento. La ocupación del Rio de la Plata por la escuadra
anglo-francesa, ocurrida durante ese interregno, fue el toque de
atención.
El gobierno imperial
consideró llegado, pues, el momento propicio para iniciar sus
actividades que tenían el objetivo ya señalado. “Aquello que Francia y
Gran Bretaña aisladas no habían conseguido, lo obtendrían con certeza,
si actuaban en una triple alianza con el Brasil”(8).
Y con el fin de
aprovechar esta magnífica oportunidad, envió en el año 1843, en misión
especial ante los gobiernos de Francia y Gran Bretaña a don Miguel
Calmon du Pin e Almeida, vizconde de Abrantes. Aunque la cancillería de
Rio de Janeiro tratara de ocultar su verdadero propósito, vinculándola a
pretendidos convenios comerciales, tenía en realidad tres objetivos
coincidentes con la política secular luso-brasileña, en el Rio de la
Plata: 1°, el reconocimiento de la independencia del Paraguay; 2°,
garantía colectiva de la independencia uruguaya; y 3°, pactar una
alianza ofensiva para derrocar a Rosas. El Brasil perseguía con esto la
formación de pequeños Estados a su alrededor, sobre los cuales dominaría
sin esfuerzo. El Imperio en el sud practicaba una política análoga a la
seguida por los Estados Unidos en el norte, quien después de desmembrar
a México y anexarse una gran parte de su territorio (las provincias de
Texas y California), estableció un amplio protectorado sobre las
pequeñas republicas del Mar Caribe, constituyéndose en el árbitro
absoluto de su política y de su comercio.
La tarea encomendada
al vizconde de Abrantes era, pues, la materialización de este su
antiguo pensamiento, que ahora el bloqueo del Rio de la Plata por las
escuadras europeas hacían realizable sin mayores riesgos.
Había antes que nada
que eliminar a don Juan Manuel de Rosas, el obstáculo insalvable contra
el cual se estrellaban inútilmente sus pretensiones imperialistas. Lo
demás vendría solo.
CONTINUARA…
NOTAS