domingo, 19 de julio de 2015

Los milagros de Jesús según el Cardenal Walter Kasper


 Los milagros de Jesús según el Cardenal Walter Kasper
P. José María Iraburu
–¿Y cómo entiende los milagros?
–Como hechos no históricos, es decir, hechos que no sucedieron como los cuenta el Evangelio; ni de ninguna otra manera, claro.

En este blog escribí en el año 2013 una serie de artículos que titulé Notas bíblicas. Poco después los publiqué en un cuaderno de la Fundación GRATIS DATE (Pamplona, VI-2014) con el título Los Evangelios son verdaderos e históricos, añadiendo un apéndice sobre el Cardenal Kasper y los milagros, que ahora me ha parecido oportuno publicarlo aquí.

–La veracidad y la historicidad de los Evangelios ha sido siempre afirmada por la Iglesia, también en el Concilio Vaticano II:

«La santa Madre Iglesia ha defendido siempre y en todas partes, con firmeza y máxima constancia, que los cuatro Evangelios, cuya historicidad afirma sin dudar, narran fielmente lo que Jesús, el Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la eterna salvación de los mismos hasta el día de la Ascensión [cf. Hch 1,1-2]… Los autores sagrados… nos transmitieron datos auténticos y genuinosacerca de Jesús» (constitución dogmática Dei Verbum 19).
Sin embargo, en los últimos 50 o 70 años, la exégesis católica se ha visto afectada en mayor o menor medida por la crítica histórica y hermenéutica del protestantismo liberal y del modernismo. Podemos dar un ejemplo de ello considerando la obra Jesús, el Cristo, de Walter Kasper (Jesus der Christus, 1974, 332 pgs.), obra traducida a muchas lenguas. La citaré aquí en su edición española, Jesús, el Cristo (Ed. Sígueme, Salamanca 2002, 11ª ed., 446 pgs.) De esta obra, quizá la más difundida de Kasper, me fijaré solamente en el capítulo 6º, Los milagros de Jesús. Pero, obviamente, la exégesis que él practica en ese capítulo es la misma que aplica a toda la obra. Los subrayados que siguen son míos.
1.– La mayor parte de los milagros referidos en los Evangelios no son históricos. Son relatos compuestos literariamente por las primeras generaciones cristianas para expresar su fe en Cristo.
«La investigación histórico-crítica de la tradición sobre los milagros conduce, en primer lugar a una triple conclusión:

1. «Desde el punto de vista de la crítica literaria se constata la tendencia a acentuar, engrandecer y multiplicar los milagros… Con ello se reduce muy esencialmente el material [fidedigno] de los relatos de milagros (150-151).
2. «Los relatos neotestamentarios sobre milagros se redactan de forma parecida y con ayuda de motivos, que conocemos también en la restante literatura de la antigüedad. [Alude a «numerosos paralelismos» con narraciones rabínicas y helenísticas]. O sea, que se tiene la impresión de que el Nuevo Testamento aplica a Jesús motivos extracristianos para resaltar su grandeza y su poder… (151).
3. «Por la historia de las formas se ve que algunos relatos milagrosos son proyecciones de experiencias pascuales introducidas en la vida terrena de Jesús o presentaciones adelantadas del Cristo exaltado… Se advierte que los milagros naturales son un añadido secundario a la tradición primitiva. [Se refiere a los portentos sobre la naturaleza: como calmar la tempestad, multiplicar los panes, andar sobre el mar, etc.]
«De todo esto se deduce que tenemos que considerar como legendarios muchos relatos milagrosos de los evangelios… Tales relatos milagrosos no-históricos son expresiones de la fe sobre el significado salvador de la persona y mensaje de Jesús» (150-152).  «No es necesario considerar históricos, con cierta probabilidad, a los llamados portentos de la naturaleza» (153)…
«Con todo, sería falso deducir de esta tesis que no hay absolutamente acción alguna milagrosa de Jesús con garantía histórica. Lo acertado es lo contrario» (152).
2.– Los milagros no son acciones que superan el orden natural.

«¿Qué es en realidad tal milagro, qué ocurre en él? Tradicionalmente se entiende el milagro como un acontecimiento perceptible que transciende las posibilidades naturales, que es causado por la omnipotencia de Dios quebrantando o, al menos, eludiendo las causalidades naturales, y que confirma, por tanto, la palabra reveladora… Si se examina más a fondo, se ve que esta idea de milagro es una fórmula vacía» (154).
3.– Dios jamás actúa en su omnipotencia alterando el orden de la creación.

«A Dios no se le puede colocar jamás en lugar de una causalidad intramundana. Si se encontrara en el mismo nivel de las causas in-tramundanas, ya no sería Dios sino un ídolo. Si Dios ha de seguir siendo Dios, sus milagros hay que considerarlos también como obra de causas segundas creadas… Un milagro así [así entendido, como una intervención del Omnipotente dentro del orden creado, superando sus leyes naturales] forzaría a la fe y suprimiría la libre decisión» (154-155).
4.– El hombre no tiene una posibilidad real de conocer algo como «milagroso».

«Esos milagros sólo se constatarían claramente si se conocieran plenamente y de verdad todas las leyes naturales y se contemplaran totalmente en cada caso particular. Sólo así podríamos probar exactamente que un suceso determinado ha de considerarse causado inmediatamente por Dios» (154). [Pero eso, obviamente, es imposible.]
5.– Los milagros no tienen propiamente un valor apologético, es decir, no son motivos razonables de credibilidad, sino que presuponen la fe.

«Éstas y otras dificultades han llevado a los teólogos a prescindir más o menos del concepto de milagro de tipo apologético, volviendo a su sentido originariamente bíblico» (155). «Si al decir “milagro” no se quiere decir “algo” vinculado a la realidad con la que el hombre se las tiene que ver, entonces cabe preguntarse si la fe en los milagros no es, en definitiva, mera ideología» (156). «Las ciencias naturales parten metodológicamente de la seguridad absoluta de que todo acontecimiento se debe a unas leyes… De modo que, desde el punto de vista de las ciencias naturales, no queda hueco alguno para milagros en el sentido de acontecimientos no causados intramundanamente y, por tanto, no de-terminables en principio. Si con todo, se intenta unir el milagro con la carencia fáctica de explicación de ciertos acontecimientos, como a veces ocurre, esto supone batirse siempre en retirada ante el conocimiento de las ciencias naturales que progresa sin cesar y perder toda credibilidad en la predicación y la teología» (157). «Sólo en la fe el milagro se experimenta como acción de Dios. Por tanto, no fuerza la fe. El milagro más bien la pide y la confirma» (160)… «Esto excluye la idea de que los milagros son portentos tan exorbitantes que sencillamente “derriban”, “atropellan” al hombre y lo hacen caer sobre sus rodillas. De eso modo los milagros, absurdamente, no llevarían precisamente a la fe, que por esencia no se puede probar, sino que la harían imposible»… «El conocimiento y reconocimiento de los milagros como milagros, es decir, como obras de Dios, presupone la fe» (164).
* * *
–La refutación de la exégesis de Kasper ya está hecha en las páginas precedentes de este breve estudio [en los siete capítulos que preceden esteApéndice], al considerar la exégesis del protestantismo liberal y del modernismo. Pero respondo brevemente a las cinco cuestiones referidas.
Ad primum.–Si la mayoría de los milagros carece de historicidad, eso significa que los Evangelios carecen en su mayor parte de historicidad, pues en ellos se narran milagros muy frecuentemente. En los 666 versículos del Evangelio de San Marcos, por ejemplo, 209 (un 31%) refieren milagros; y si nos fijamos en los diez primeros capítulos, son 209 de 425 (un 47%). Los Evangelios, pues, como es obvio, se componen principalmente de palabras y milagros de Jesús, y los milagros verifican la verdad de las palabras. «Aunque no me creéis a mí, creed a las obras» (Jn 10,38; cf. 14,11). Por ejemplo, «mi cuerpo es verdadera comida» son palabras increíbles de Jesús, dichas en la multiplicación de los panes y los peces, milagro que las hacen creíbles (Jn 6); lo mismo, «yo soy la luz del mundo» es afirmado en la curación de un ciego de nacimiento (Jn 9); «yo soy la resurrección y la vida», en la resurrección de Lázaro (Jn 11). Si se niega la historicidad de los milagros, alegando que son relatos de los creyentes en Jesús o que solamente han de entenderse como una enseñanza espiritual, se niegan también del mismo modo las palabras de Jesús, que por las mismas razones no serían históricas, sino expresivas sólo de la fe de los cristianos. Pero una exégesis tal es inconciliable con la fe de la Iglesia en las Escrituras, claramente confesada, según la Tradición unánime, por  el Concilio Vaticano II (cf. por ejemplo, Dei Verbum 19).
Ad secundum.Los milagros superan las leyes que gobiernan la creación. Si un muerto de cuatro días, como Lázaro, que ya huele mal, vuelve a la vida por la palabra de Jesús (Jn 11), eso –por mucho que progresen la ciencias naturales– implica ciertamente una alteración momentánea del orden natural permanente. Sólo es posible negar esa alteración, si se niega el milagro mismo. Ya vimos que a partir del siglo XVIII el racionalismo declara imposible el milagro. Ahora bien, negando los milagros, concretamente los milagros sobre la naturaleza, se sigue el axioma racionalista, pero se abandona la fe en los Evangelios.

Santo Tomás: «En los milagros pueden considerarse dos cosas. Primero, lo que sucede, que es ciertamente algo que excede la potencia o facultad de la naturaleza, y en este sentido los milagros se llaman obras de poder. Segundo, aquello para lo que se hacen los milagros, es decir, para manifestar algo sobrenatural, y en este sentido se llaman comunmente signos; y por su carácter excepcional, portentos y prodigios» (Summa Thlg II-II,178, a.1 ad 3m).
E. Dhanis: «El milagro es un prodigio que, aconteciendo en la naturaleza e insertado en un contexto religioso, está divinamente sustraído a las leyes de la naturaleza y es dirigido por Dios al hombre como un signo de un orden de gracia» (Qu’est-ce qu’un miracle? «Gregorianum» 40, 1959, 202).
René Latourelle: «El Dios del antiguo testamento es un Dios omnipotente que crea, domina el universo y a los pueblos, escoge, salva, establece alianza. ¿Cómo, entonces, podía Jesús hacerse identificar como Dios-entre-nosotros, es decir entre los judíos de su tiempo, a no ser por medio de signos de poder?… Nos olvidamos muchas veces de que los signos de credibilidad que atestiguan el origen divino del cristianismo, que constataba la encíclica “Qui pluribus” de 1846, no existían en tiempos de Jesús: la vida de Jesús y su resurrección, el cumplimiento de las Escrituras, el testimonio de los santos y de los mártires [cristianos], la actividad multisecular de la Iglesia. Para medir justamente la importancia [y la necesidad] de los milagros de Jesús hay que “situarlos” en el kairós Jesús y “situarse” en el corazón de la mentalidad judía de la época… Sus milagros, en este sentido, son obras de poder, pero al servicio del amor; son siempre obras del Omnipotente que exorciza, cura, resucita, pero por amor… Son manifestaciones del Amor omnipotente» (Milagros de Jesús y teología del milagro, Sígueme, Salamanca 1990, pg. 30).
Ad tertium et quartum.Es posible que Dios actúe milagros en el mundo, y que éstos sean conocidos por los hombres con certeza (Vaticano I: Dz 3034). De hecho, Cristo obró milagros, y los hizo en gran número. Ahora bien, de facto ad posse valet illatio. Dios actúa en las causas segundas, dándoles causar unos efectos que están fuera de su potencia. Y esta acción de Dios intramundana llega a su plenitud en el Verbo encarnado: «A través de sus gestos, sus milagros y sus palabras, se ha revelado que “en él reside toda la plenitud de la Divinidad corporalmente” (Col 2,9). Su humanidad aparece así como el “sacramento”, es decir, el signo y el instrumento de su divinidad y de la salvación que trae consigo: lo que había de visible en su vida terrena conduce al misterio invisible de su filiación divina y de su misión redentora» (Catecismo 515). Por expresarlo de algún modo: la misma voz que dice «hágase la luz», y la luz se hizo, es la que dice, «Lázaro, sal fuera», y el muerto vuelve a la vida.
Los Evangelios aseguran con frecuencia que Jesús hizo «muchos milagros», como  en páginas anteriores, refutando a los modernistas, ya lo comprobamos (cf.Catecismo 547). Por eso, limitarse a decir que «sería falso deducir de esta tesis que no hay absolutamente acción alguna milagrosa de Jesús con garantía histórica» (Kasper, 152) es una miseria, que contradice abiertamente la Sagrada Escritura, pues niega la veracidad e historicidad de los Evangelios. Si al cristiano se le dice que la mayoría de los milagros del Evangelio no son realmente milagros, se le hace imposible creer en la milagrosidad de ninguno.

Vaticano I: «Si alguno dijere que no puede darse ningún milagro y que, por tanto, todas las narraciones sobre ellos, aun las contenidas en la Sagrada Escritura, hay que relegarlas entre las fábulas o mitos, o que los milagros no pueden nunca ser conocidos con certeza… sea anatema» (Dz 3034).
Ad quintum.Los milagros dan a la razón humana «motivos de credibilidad», y suscitan en ella, con la ayuda de la gracia, la fe. Así lo creyeron los Apóstoles desde el principio y lo afirmaron como argumento apologético: «Varones israelitas… Jesús de Nazaret, ese hombre al que Dios ha acreditado entre vosotros con los milagros, prodigios y signos que Dios realizó por Él en medio de vosotros, como vosotros mismos sabéis» (Hch 2,2). Así lo ha enseñado siempre la Iglesia (Vaticano I,Dz 3009-3010; cf. Pío IX, 1846, enc. Qui pluribus, Dz 2779; Pío XII, 1950, enc. Humani generis, Dz 3876; Catecismo 156). Y ésa es la doctrina del Vaticano II: Cristo «apoyó y confirmó su predicación con milagros para suscitar y confirmar la fe de los oyentes (ut fidem auditorum excitaret atque comprobaret), pero no para ejercer coacción sobre ellos» (Dignitatis humanæ 11; cf. Dei Verbum 4).

No tiene, pues, sentido afirmar que los milagros, en cuanto motivos razonables de credibilidad, serían un «atropello» para el hombre, obligándolo a la fe. Si la realidad histórica de los milagros y su fuerza apologética fueran contra la libertad del hombre, 1) la fe no sería libre ni meritoria; 2) no sería necesario el auxilio de la gracia para llegar a la fe, y 3) todos los testigos del milagro vendrían necesariamente a ser creyentes. Es falso, por tanto, afirmar que un milagro que altera obviamente el orden natural «fuerza» al hombre a creer. De hecho, «muchos que vieron lo que había hecho [por ejemplo, Jesús al resucitar a Lázaro] creyeron en él» (Jn 11,45). Pero otros, por el contrario, fueron a contarlo a los fariseos, que se reunieron en consejo con los sacerdotes principales, y «desde aquel día tomaron la resolución de matarlo» (11,53).
–La negación del valor apologético de los milagros tiene dos raíces fundamentales, aparentemente contradictorias:

–El racionalismo. Desde comienzos del siglo XVIII algunos filósofos niegan los milagros, y por supuesto su valor apologético: los consideran ridículos, repugnantes para la razón (Pierre Bayle). El determinismo que impera en el mundo creado los hace simplemente imposibles (Spinoza, Voltaire, Hume). El exegeta protestante Rudolf Bultmann (1884-1976), heredero del racionalismo del XVIII y del XIX, considera que los milagros de Evangelio son mitos, relatos legendarios, sin realidad histórica alguna. Ésa fue también la línea del modernismo.
–El irracionalismo. El protestantismo luterano es fideista desde el principio, y aborreciendo la razón, niega necesariamente el valor apologético de los milagros. Si la razón es para Lutero «la ramera del diablo», tendrá que rechazar los «preambula fidei», que ayudan a la razón para que la fe sea un «obsequium rationabile» (Rm 12,1). En todo caso, entre los católicos actuales, la exégesis tan frecuentemente desviada, como la de Kasper, es más bien racionalista y bultmanniana.
* * *
Walter Kasper (Alemania, 1933- ), sacerdote (1957), doctor en teología por Tubinga, profesor en Münster y después en Tubinga, publica numerosas obras, entre ellasJesus der Christus (1974, 332 pgs.), que se traduce a muchas lenguas durante varios decenios (Jesús, el Cristo, Ed. Sígueme, Salamanca 2012, 13ª ed.). Obispo de Rottenburg-Stuttgar (1989), fue constituido Presidente del Consejo Pontificio de la Unidad de los Cristianos (2001-2010) y creado Cardenal (2001). Ha recibido una veintena de doctorados honoris causa.
Un curriculum vitæ tan brillante como el de este eminente eclesiástico explica, aunque sólo sea un ejemplo concreto,las muchas contradicciones inexplicables que hubo y hay entre las doctrinas del Concilio Vaticano II –por ejemplo, sobre la veracidad e historicidad de los Evangelios– y las enseñanzas que, siendo abiertamente contrarias, han logrado predominar en no pocas Iglesias locales del postConcilio, hasta ser en ellas las más comunes en la mayoría de teólogos, párrocos y catequistas.
José María Iraburu, sacerdote

Post post. –Lógicamente, este Apéndice solamente complementa, examinando un Autor concreto, lo ya expuesto en los siete capítulos precedentes. Por eso, si le ha interesado al lector el tema, lo mejor que puede hacer es pedir la obra a fundacion@gratisdate.org. Y si pide un buen número de ejemplares para difundir la doctrina católica en asunto en que tanto abunda el error, mejor que si pide un solo ejemplar