ANTES DE ESCRIBIR, REVISEN EL PLACARD
Por Mauricio
Ortín
Adolfo Pérez
Esquivel, premio Nobel de la Paz, con motivo de su próxima visita a la
Argentina, escribió una carta abierta al presidente de los EE.UU. y también
Nobel de la Paz, Barack Obama. La misiva no es, precisamente, un modelo de la
cortesía que se debe hacia un invitado que representa a un país sino, más bien,
un rosario de reproches y reclamos por cuentas pendientes.
Así también, so pena
de no ser bien recibido y asumiendo la representación de las mayorías
populares, le exige un mea culpa por, entre otras cosas, la participación del
gobierno de los EE.UU. en el golpe de Estado del 24 de marzo del 76, el
“bloqueo” económico a Cuba y la desestabilización del gobierno
chavista de Venezuela. Razones de espacio, seguramente, hicieron que no le
pidiera explicaciones por el triunfo de Macri.
No conozco
cuáles son los criterios que guiaron a los jurados para otorgarle el Nobel a
Pérez Esquivel. Echarle la culpa, sistemática e infantilmente, de todos los
males de la humanidad al capitalismo yanqui, soslayando los crímenes del
comunismo castrista o del chavismo bolivariano, es propio de todo izquierdista
del Jurásico que se precie de tal. Nunca, que yo recuerde, Pérez Esquivel,
Estela de Carlotto, entre otros muchos tuvieron una palabra o actitud solidaria
para con los asesinados por el ERP y Montoneros. Tampoco, nunca, escuché en un
juicio de lesa humanidad que tanto los jueces o el fiscal llamen asesinos a
muchos de los testigos que, habiendo pertenecido a las bandas terroristas, hoy
se presentan como mártires de la democracia perseguidos por pensar distinto.
Así, por lo menos, lo ilustra la elevación a juicio por la causa del Operativo
Independencia del juez Daniel Bejas; quien admite, en carácter de víctimas y
“testigos necesarios” a los miserables que alevosamente masacraron
al capitán Viola y a María Cristina, su hija de tres años.
El país del
presidente Obama, con todas sus miserias, es la democracia en la que se
refugian los que huyen del régimen criminal de los Castro. Ni Carlotto, ni
Pérez Esquivel ni, mucho menos, los terroristas adoradores de Fidel tienen
autoridad para dar lecciones de derechos humanos a Obama. Lo serán, tal vez, el
día que los comunistas rindan cuentas por los cien millones de cadáveres que
ocultan en el placard.