Publicado por Revista Cabildo Nº 10
Mes de Septiembre de 2000-3era,Época
Radicalismo y terrorismo
por Víctor Eduardo Ordóñez
No es que nos propongamos abordar la cuestión de qué es el radicalismo; es una tarea de casi imposible cumplimiento desde que este fenómeno político constituye un verdadero virus filtrable se transmuta constantemente, abandona su identidad cuando la alcanza, deforma su perfil una vez que lo impone, modifica su discurso tanto por descuido como por necesidad, engulle y deglute lo que le rodea, lo olvida e incorpora de un modo simultáneo, se adapta a lo que lo que le es próximo o lejano, cambia como modo de mantener su vigencia, se maneja sobre la base de síntesis nunca terminadas ni definitivas, es asombrosamente tosco en la medida en que se puede decir que tiene un pensamiento político determinado, se alimenta de tendencias que suelen sumársele sin caracterizarlo, invoca una mística que termina siendo una cruda estrategia de poder, añora un pasado que, sin embargo, le molesta, se adecúa a todo al tiempo que se presenta como intransigente, sufre pero vive de sus contradicciones y, confundido y mediocre, se pierde con mayor o menor conciencia en definiciones que no comprende pero que acepta.
Tiene un intenso sentido del momento presente pero carece, no obstante o por esto mismo de sentido histórico, y entonces se pliega casi sin advertirlo a cuanta corriente histórica lo
recorre o le pasa cerca, convirtiéndose de tal manera en un instrumento dócil de otras energías que no domina y que apenas conoce ni reconoce. No entiende en general lo que ocurre a pesar de lo cual se agrega a cualquier movimiento que le sea o no afín; sincrético hasta la indefinición y autodestrucción, siempre se las ingenia para sobrevivir —mediante una nueva adaptación— a las circunstancias. Y así atravesó crisis nacionales, golpes militares, gobiernos civiles, derrotas y confusiones y sus propias divisiones y subdivisiones. Descifrar la clave y el enigma de tanta capacidad de acomodamiento, reacomodamiento y sobrevivencia sin terminar de desaparecer del todo, es uno de los esfuerzos que la ciencia política argentina —ayudada por la sociología y, tal vez. por la psiquiatría— tiene pendiente. Es sorprendente que los radicales que se modifican a cada rato e, incluso, en didcurso de la misma generación, y careciendo como carecen de un fondo unitivo que les dé identidad, no se hayan preocupado nunca seriamente de definirse más allá de las vulgaridades que les son propias pero, en realidad, tiene que ser así porque esa vaciedad y discontinuidad los habilita para su prolongación en el tiempo, convertido el do en una maquinaria de hacer potoca al servicio ayer del estatismo y hoy del liberalismo, ayer del socialismo y hoy del capitalismo.
La etapa actual del radicalismo, puesto que no puede dejar de ser receptivo a todos los aires de novedad, es la de ser una fuerza de izquierda. Esta se dedicó largamente y con buenos resultados a infiltrar los dos movimientos políticos mayoritarios, apostando al momento del retorno de la democracia; tomó y dejó las armas en forma contemporánea a la de la defensa de los "derechos humanos", insoportable eufemismo detrás del cual se esconde el humanismo salvaje de esa misma izquierda que supo extenderse por todos los campos del arco nacional. Y, como lo marcan sus antecedentes, se balanceó sin dificultad, remordimientos ni solución de continuidad, entre el revolucionarismo y el constitucionalismo. Ahora bien, la izquierda de los radicales —después de su aventura militar (mejor dicho, para-militar) cuya última expresión consistió en el episodio de La Tablada de 1989— fue menos ostensible que la justicialista y se explica por no disponer del mito viviente y convocante que era Juan Domingo Perón, que todo lo permitía y legitimaba. Muerto el fundador, la izquierda violenta cobijada dentro del peronismo no tuvo más salida que la del discurso y la aparatosad de ideológica y, sin actividad, empezó a desaparecer para reaparecer en el disfrute de la burocracia menemista. En cambio, la que quedó en el interior del radicalismo contó con una perspectiva más amplia y abierta, la propiamente política y, por así decir- Lo funcional. Llegado Alfonsín, Ios jóvenes de la FUBA se internalizar sin pudores en los servicios de ínteligencia del Estado, hasta entonces sus enemigos, y varias decenas de ellos viajaron a formarse en las oficinas amigas de la Francia de Mitterran. Otros 120 universitarios partieron en el 'operativo café" a la Nicaragua sandinista y. probablemente, muchimos legaron a Cuba: universidades y medios de comunicación también recibieron a estos hijos lejanos pero legitimos de la Reforma. De suerte que en un período corto de gestión alfonsinista-radical, la izquierda ocupó el palacios de poder que nunca dejó del todo ya que los supo compartir con sus hermanos menemistas, todos ellos combatientes, unidos por el pasado mismo por el olvido.
Ahora el radicalismo lleva adelalante un programa de izquierda y para eso se alió con el Frepaso, desprendimiento a su vez del justicialismo que demostró tener menos aptitud de absorción que sus amigos-enemigos no radicales. Como sea, lo cierto es que el radicalismo, actuando esta vez con más coherencia que nunca, se suma hasta toma la iniciativa en cuanto proyecto cultural y político de izquierda aparezca en circulación. Todo claro está, sin perjuicio de acompañar ( instrumentar a la economía liberal y globalizada que nos aplasta. Ahora SÉ le puede detectar al viejo tronco de Alem una empatia casi natural con cuanta forma de progresismo transgresor advenga y podemos afirmar que fueron los "abusos" y no los "usos" los que lo llevaron a enfrenten al laicismo de Roca y de su Generación. Los cimbronazos posteriores y sus sucesivos reciclajes no son más que la historia de sus esfuerzos para ubicarse frente a un sistema del que, a pesar de esos encontronazos, formaban parte. Por todo esto es que las maniobras que el gobierno está llevando a cabo para liberar a los terroristas de La Tablada, pueden escandalizarnos pero no sorprendernos ni asombrarnos puesto que están en la lógica de la dinámica radical. Los amigos de Gomarán Merlo, de origen radical como toda su familia, que fueron si no sus inspiradores para el ataque al regimiento sí sus auspiciantes, los Cotí y los Gil entre otros, buscan restituirlo a él y a su banda terrorista a la vida política sin más y como si nada hubiese ocurrido. Para eso han montado un aparato mediático-judicial complejo en el que no faltan las presiones internacionales, las espectaculares huelgas de hambre ni los llorosos reclamos de las diversas organizaciones de derechos humanos, todo bien matizado y balanceado. El eje es el radicalismo oficialista, preso como se halla de su discurso exterior y de sus oscuras tendencias internas. No en vano el partido fue a recalar a la Internacional Socialista del puño del izquierdista Alfonsín y de la mano del católico De la Rúa.
Si consiguen lo que se proponen el pacto entre las izquierdas se habrá cumplido: la que está en el poder le proporcionará impunidad y libertad a la que está purgando sus delitos: la política le habrá abierto la puerta a la terrorista, la civilizada a la salvaje: la encubierta a la franca. Y, en especial, quedará de manifiesto que es una y la misma la que gobierna, con distintos nombres y apariencias pero con una sola naturaleza y un idéntico "patrios"; porque no son sino dos formas de avanzar, dos estrategias para instalarse, dos métodos para acercarse al poder y conservarlo. Ambas se pretenden democráticas y actúan en nombre de un pueblo que cuando pudo las rechazó pero siguen inalterables e inapelables, solas, soberbias y poderosas hasta culminar la revolución anticristiana que han ido incorporando a su ideario a medida que fueron avanzando.
En el 2000 como en 1973 la dirigencia partidocrática argentina parece, pues, dispuesta a cargar sobre sus espaldas la responsabilidad enorme de rearmar moral y materialmente al terrorismo que engendró desde sus mismas entrañas y del que no está dispuesta a desprenderse sino que, por el contrario, aspira a acompañar hasta sus últimas consecuencias. Esta actitud, esta mentalidad, la invalidan para siempre así como al sistema que se basa en ella.
recorre o le pasa cerca, convirtiéndose de tal manera en un instrumento dócil de otras energías que no domina y que apenas conoce ni reconoce. No entiende en general lo que ocurre a pesar de lo cual se agrega a cualquier movimiento que le sea o no afín; sincrético hasta la indefinición y autodestrucción, siempre se las ingenia para sobrevivir —mediante una nueva adaptación— a las circunstancias. Y así atravesó crisis nacionales, golpes militares, gobiernos civiles, derrotas y confusiones y sus propias divisiones y subdivisiones. Descifrar la clave y el enigma de tanta capacidad de acomodamiento, reacomodamiento y sobrevivencia sin terminar de desaparecer del todo, es uno de los esfuerzos que la ciencia política argentina —ayudada por la sociología y, tal vez. por la psiquiatría— tiene pendiente. Es sorprendente que los radicales que se modifican a cada rato e, incluso, en didcurso de la misma generación, y careciendo como carecen de un fondo unitivo que les dé identidad, no se hayan preocupado nunca seriamente de definirse más allá de las vulgaridades que les son propias pero, en realidad, tiene que ser así porque esa vaciedad y discontinuidad los habilita para su prolongación en el tiempo, convertido el do en una maquinaria de hacer potoca al servicio ayer del estatismo y hoy del liberalismo, ayer del socialismo y hoy del capitalismo.
La etapa actual del radicalismo, puesto que no puede dejar de ser receptivo a todos los aires de novedad, es la de ser una fuerza de izquierda. Esta se dedicó largamente y con buenos resultados a infiltrar los dos movimientos políticos mayoritarios, apostando al momento del retorno de la democracia; tomó y dejó las armas en forma contemporánea a la de la defensa de los "derechos humanos", insoportable eufemismo detrás del cual se esconde el humanismo salvaje de esa misma izquierda que supo extenderse por todos los campos del arco nacional. Y, como lo marcan sus antecedentes, se balanceó sin dificultad, remordimientos ni solución de continuidad, entre el revolucionarismo y el constitucionalismo. Ahora bien, la izquierda de los radicales —después de su aventura militar (mejor dicho, para-militar) cuya última expresión consistió en el episodio de La Tablada de 1989— fue menos ostensible que la justicialista y se explica por no disponer del mito viviente y convocante que era Juan Domingo Perón, que todo lo permitía y legitimaba. Muerto el fundador, la izquierda violenta cobijada dentro del peronismo no tuvo más salida que la del discurso y la aparatosad de ideológica y, sin actividad, empezó a desaparecer para reaparecer en el disfrute de la burocracia menemista. En cambio, la que quedó en el interior del radicalismo contó con una perspectiva más amplia y abierta, la propiamente política y, por así decir- Lo funcional. Llegado Alfonsín, Ios jóvenes de la FUBA se internalizar sin pudores en los servicios de ínteligencia del Estado, hasta entonces sus enemigos, y varias decenas de ellos viajaron a formarse en las oficinas amigas de la Francia de Mitterran. Otros 120 universitarios partieron en el 'operativo café" a la Nicaragua sandinista y. probablemente, muchimos legaron a Cuba: universidades y medios de comunicación también recibieron a estos hijos lejanos pero legitimos de la Reforma. De suerte que en un período corto de gestión alfonsinista-radical, la izquierda ocupó el palacios de poder que nunca dejó del todo ya que los supo compartir con sus hermanos menemistas, todos ellos combatientes, unidos por el pasado mismo por el olvido.
Ahora el radicalismo lleva adelalante un programa de izquierda y para eso se alió con el Frepaso, desprendimiento a su vez del justicialismo que demostró tener menos aptitud de absorción que sus amigos-enemigos no radicales. Como sea, lo cierto es que el radicalismo, actuando esta vez con más coherencia que nunca, se suma hasta toma la iniciativa en cuanto proyecto cultural y político de izquierda aparezca en circulación. Todo claro está, sin perjuicio de acompañar ( instrumentar a la economía liberal y globalizada que nos aplasta. Ahora SÉ le puede detectar al viejo tronco de Alem una empatia casi natural con cuanta forma de progresismo transgresor advenga y podemos afirmar que fueron los "abusos" y no los "usos" los que lo llevaron a enfrenten al laicismo de Roca y de su Generación. Los cimbronazos posteriores y sus sucesivos reciclajes no son más que la historia de sus esfuerzos para ubicarse frente a un sistema del que, a pesar de esos encontronazos, formaban parte. Por todo esto es que las maniobras que el gobierno está llevando a cabo para liberar a los terroristas de La Tablada, pueden escandalizarnos pero no sorprendernos ni asombrarnos puesto que están en la lógica de la dinámica radical. Los amigos de Gomarán Merlo, de origen radical como toda su familia, que fueron si no sus inspiradores para el ataque al regimiento sí sus auspiciantes, los Cotí y los Gil entre otros, buscan restituirlo a él y a su banda terrorista a la vida política sin más y como si nada hubiese ocurrido. Para eso han montado un aparato mediático-judicial complejo en el que no faltan las presiones internacionales, las espectaculares huelgas de hambre ni los llorosos reclamos de las diversas organizaciones de derechos humanos, todo bien matizado y balanceado. El eje es el radicalismo oficialista, preso como se halla de su discurso exterior y de sus oscuras tendencias internas. No en vano el partido fue a recalar a la Internacional Socialista del puño del izquierdista Alfonsín y de la mano del católico De la Rúa.
Si consiguen lo que se proponen el pacto entre las izquierdas se habrá cumplido: la que está en el poder le proporcionará impunidad y libertad a la que está purgando sus delitos: la política le habrá abierto la puerta a la terrorista, la civilizada a la salvaje: la encubierta a la franca. Y, en especial, quedará de manifiesto que es una y la misma la que gobierna, con distintos nombres y apariencias pero con una sola naturaleza y un idéntico "patrios"; porque no son sino dos formas de avanzar, dos estrategias para instalarse, dos métodos para acercarse al poder y conservarlo. Ambas se pretenden democráticas y actúan en nombre de un pueblo que cuando pudo las rechazó pero siguen inalterables e inapelables, solas, soberbias y poderosas hasta culminar la revolución anticristiana que han ido incorporando a su ideario a medida que fueron avanzando.
En el 2000 como en 1973 la dirigencia partidocrática argentina parece, pues, dispuesta a cargar sobre sus espaldas la responsabilidad enorme de rearmar moral y materialmente al terrorismo que engendró desde sus mismas entrañas y del que no está dispuesta a desprenderse sino que, por el contrario, aspira a acompañar hasta sus últimas consecuencias. Esta actitud, esta mentalidad, la invalidan para siempre así como al sistema que se basa en ella.