lunes, 4 de abril de 2016

EL NUEVO ORDEN MUNDIAL- La Falacia Bolchevique (Parte 2)

En pleno fragor de la revolución bolchevique, con Lenin y Trotzki al mando de la misma, la ciudad de Petrogrado fue escenario de graves convulsiones sociales, que comenzaron en los círculos proletarios de esa localidad, extendiéndose muy pronto a los marineros de la flota del Báltico, vanguardia durante 1917 del levantamiento soviético. El 28 de febrero de 1921, la tripulación del acorazado Petropavlosk emitió una resolución en la que se formulaban las reivindicaciones de la tropa naval, resolución que sería aprobada al día siguiente en el curso de una asamblea de toda la guarnición de Cronstadt.

 
Los principales puntos del programa aprobado eran la reelección de los soviets, la libertad de palabra y de prensa para los obreros, la libertad de reunión, el derecho a fundar sindicatos, y el derecho de los campesinos a trabajar la tierra del modo que lo deseasen. Reivindicaciones, todas ellas, fieles al más puro ideario soviético. Así pues, los marineros de Cronstadt no se sublevaban contra la causa revolucionaria, sino contra el régimen totalitario del Partido Comunista. De hecho, uno de los párrafos de la resolución, cuyo elocuente título era "Por qué luchamos", rezaba así: "Al efectuar la Revolución de Octubre la clase obrera esperaba obtener su libertad. Pero el resultado ha sido un avasallamiento mayor de la persona humana.....Cada vez ha ido resultando más claro, y ello es hoy una evidencia, que el Partido Comunista ruso no es el defensor de los trabajadores que dice ser, que los intereses de éstos le son ajenos y que, una vez llegados al poder, no piensan más que en conservarlo".

Como se podrá apreciar, volvían a reproducirse los mismos hechos que ya tuvieran lugar durante la Revolución Francesa, y de nuevo se levantaban los parias para reclamar la "soberanía del pueblo" y los restantes señuelos en cuyo nombre habían sido movilizados contra el régimen anterior. No será ocioso decir que también el desenlace se reprodujo otra vez. El 2 de marzo, Lenin y Trotzki denunciaban el movimiento de Cronstadt y lo calificaban de "conspiración blanca", ordenando acto seguido la provisión de una fuerza de 50.000 hombres que, al mando de Tukhatcchevski, salió para aplastar la revuelta. En la noche del 17 al 18 de marzo, tras encarnizados combates, la expedición punitiva penetró en la ciudadela rebelde defendida por 5.000 marinos y aplastó la insurrección. De entre los supervivientes, una parte fueron fusilados, y el resto trasladados a los campos de concentración de Arkangelsk y Kholmogory. La revuelta de Cronstadt, había declarado Lenin durante el X Congreso del PCUS celebrado en marzo de 1921, "es más peligrosa para nosotros que Denikin, Yudenitch y Koltchak (jefes de la contrarrevolución) juntos".

La represión y el gulag fueron instituciones consustanciales al Estado bolchevique desde sus inicios. Así, en una fecha tan temprana como 1925, la cifra oficial de fusilados por el régimen marxista se elevaba a 1.722.747, de los cuales un setenta y cinco por ciento eran obreros, campesinos y soldados. No obstante, y debido precisamente a su carácter oficial, esa cifra no recogía las ejecuciones sumarias ni las muertes ocurridas en las prisiones, y mucho menos aún las masacres colectivas. Según otro recuento igualmente oficial elaborado por el propio régimen leninista, en 1922 había 825.000 personas internadas en los campos de concentración de Kholmo, Kem, Naryn, Mourmane, Tobolsk, Portaminsk y Solovski. Al final de la época estalinista, el balance total de víctimas, incluidas las ocasionadas por las hambrunas provocadas artificialmente, arrojaba una cifra que oscila, dependiendo de las estimaciones, entre los treinta y cinco y los cincuenta y cinco millones de muertos.

Todos estos hechos, que incluso todavía hoy se pudren en el silencio, fueron denunciados desde muy pronto por revolucionarios disidentes, si bien sus acusaciones alcanzaron muy escaso eco en el ámbito occidental, ideológicamente colonizado por la nutrida ralea de los pseudointelectuales acomodados de izquierdas, cuya labor se vería propiciada, cuando no auspiciada claramente, por un Sistema capitalista que empezaba ya a explotar la utilidad que, en todos los órdenes, habrían de reportarle los estereotipos "progresistas". La ocultación y la manipulación sistemáticas de lo que realmente significó aquel evento ha sido de tal calibre que, pese a todo lo ocurrido, el mero hecho de proclamarse de izquierdas sigue valiendo todavía hoy como certificado de altruismo para un sinnúmero de fantoches, además de constituir el mejor procedimiento para convertir en éxito la más absoluta mediocridad. Por contra, los individuos íntegros que se atrevieron a denunciar la mascarada criminal fueron metódicamente silenciados y escarnecidos por una jauría de desalmados y medradores que, a cambio de su bajeza, han venido recibiendo la correspondiente recompensa en forma de reconocimiento y de estatus social. Vayan, pues, estas líneas en homenaje y desagravio de André Gide (calumniado y vejado tras sus denuncias de la infamia bolchevique por sus antiguos colegas de La Liga de los "Derechos" del Hombre), de Victor Serge, Boris Suvarin, Panaït Istrati, Artur Koestler y, en fin, de tantos otros militantes de una causa falaz que repudiaron tan pronto como los acontecimientos pusieron de manifiesto que no era la suya.

 
Hubo que esperar al desmoronamiento del bloque marxista para que una pléyade de farsantes se dieran cuenta de evidencias clamorosas que hasta poco antes prefirieron ignorar. Farsantes que ahora abominan de sus pasados planteamientos para abrazar con entusiasmo el nuevo credo progresista-liberal, esa fórmula definitiva en la que ya se amalgaman felizmente la libertad de beneficio y los "valores" de izquierdas. Aunque es lo cierto que, tanto los conversos recientes, como los devocionarios perennes del sistema capitalista que hoy denuncian con afectación los excesos del marxismo, deberían en realidad guardarle reconocimiento público, ya que la labor de disolución en todos los órdenes llevada a cabo por el materialismo marxista no ha hecho más que allanarle el terreno al capitalismo multinacional. Fue necesaria, por tanto, la dictadura jacobina, como lo sería después el totalitarismo soviético, para que el sistema capitalista alcanzara el poderío de que disfruta en la actualidad.

Todo lo dicho en el párrafo anterior enlaza directamente con la segunda gran mistificación apuntada al comienzo de este capítulo. Una falacia sostenida, como ya se señalara, por todas las facciones política del Sistema, y en virtud de la cual se presentó al régimen bolchevique como una amenaza mortífera para el capitalismo occidental. De la envergadura de semejante patraña dan buena cuenta, entre otros hechos, las cuantiosos aportaciones realizadas por la Alta Finanza en pro del asentamiento y posterior desarrollo de su "temible" adversario, algunas de las cuales se citan a continuación

El 2 de febrero de 1918, el rotativo Washington Post recogía una breve reseña en la que se consignaba la entrega de un millón de dólares a los dirigentes bolcheviques por parte de la banca Morgan.

Un año después, el Anuario Judío reproducía un informe fechado en Londres el 4 de abril de 1919, y firmado por su corresponsal E.R.Fields, en el que se aportaban nuevas y más completas informaciones al respecto. Dicho informe reseñaba las aportaciones a la causa bolchevique del financiero judío-norteamericano Jacob Schiff, patrón de la Banca Khun&Loeb, junto con las de sus asociados y correligionarios Felix Warburg, Otto Kahn, Jerónimo Hanauer, Max Breitung e Isaac Seligman.