El pensador de la perversión.
Por Nicolás Márquez.
Si bien fueron varios los
exponentes de la Escuela de Frankfurt y pensadores afines que en la
primera mitad del Siglo XX encendieron la antorcha de lo que hoy se
conoce como marxismo cultural (suerte de porno-comunismo pansexualista),
la realidad es que la posta ideológica de esta tendencia sería recogida
años después y con mucha mayor difusión internacional por el francés
Michel Foucault, intrincado personaje nacido en 1926 y cuyo predicamento
entró en auge a partir de los años 60´, en plena ebullición
juvenil/cultural que derivara en los conocidos sucesos de mayo del 68´
en la mismísima París.
Y sin el menor ánimo de trazar una
biografía sobre Foucault, lo cierto es que a este individuo no lo
podemos soslayar dado que fue directa o indirectamente el atormentado
patriarca doctrinal (o al menos al más influyente) de todo lo que hoy
forma parte de la new left y tanto su pluma como su persona, son
referencia obligada en todos los intelectuales, ideólogos y activistas
de izquierda que le precedieron en el tiempo.
Michel Foucault fue un personaje
multidisciplinario: incursionó en la sociología, la filosofía, la
psicología y también se quiso hacer el historiador, dedicando su corta e
intensa vida a cuestionar al mundo occidental y sus instituciones[1]. Y si bien él se autodefinía como “Nietzscheano”[2], no por ello dejó ser un consecuente comunista (se afilió al Partido Comunista Francés en 1950[3]),
coqueteó también con ciertas ideas estructuralistas y sus tesis
mantenían la insistencia de ver en todo el orden que lo rodeaba una
suerte de aviesa conspiración de dominación por parte del “sistema”[4]
de poder capitalista, cuyos tenebrosos dominadores eran no
necesariamente los detentadores de los medios de producción (tal como lo
afirmaba el marxismo clásico), sino fundamentalmente los detentadores
del “saber”, sapiencia que según Foucault era usada a través de los
facultativos por medio de una compleja maquinaria creada no para asistir
al hombre sino para vigilarlo y controlarlo. Incluso Foucault
trasladaba la relación de explotación económica marxista (la “relación
de dominación”) a los vínculos socioculturales interpersonales: el cura
respecto del feligrés, el médico respecto del paciente o el policía
respecto del ladrón por ejemplo. Y por ende, el grueso de sus libros
siempre apuntaron a cuestionar a las instituciones en donde actuaban
estos “agentes del saber”: la Iglesia, el hospital, el establecimiento
penitenciario, etc.
Y dentro de los sistemas disciplinarios
que él denunciaba, mantuvo siempre un especial ensañamiento para con los
hospitales y por añadidura con la medicina[5].
Pero he aquí un detalle que no podemos omitir: Foucault era bisnieto,
nieto, hijo y hermano de médicos que siempre insistieron y promovieron
en él la idea (nunca concretada) de que continuara vocacionalmente con
esa tradición familiar: ¿intentaba Foucault resolver catárticamente
conflictos personal/familiares en sus escritos a los que él luego
disfrazaba con un revolucionario barniz académico?. Interesa la pregunta
porque si bien él no solía escribir libros autorreferenciales, siempre
se explayaba sobre asuntos que claramente estaban relacionados con sus
traumas personales. Por ejemplo, es sabido que Foucault había estado al
borde de la locura y en probable búsqueda de su propia identidad,
escribió su obra “Locura y sinrazón. Historia de la locura en la época clásica” publicada en 1961: “Después
de haber estudiado filosofía, quería ver lo que era la locura: había
estado lo suficientemente loco como para estudiar la razón, y era lo
suficientemente razonable como para estudiar la locura”[6] reconoció. No exageraba Foucault cuando confesaba haber estado loco. En su juventud intentó matarse varias veces[7],
padeció depresión aguda y por ese motivo fue llevado por su padre al
hospital psiquiátrico de Santa Anna, lapso en el que él se familiarizó y
fascinó con la psicología.
En su mencionado libro sobre la locura,
Foucault sostenía que esta no era una enfermedad sino una clasificación
injusta y arbitraria de la modernidad capitalista: “en la Edad Media el
loco se movía con libertad e incluso, se lo veía con respeto, pero en
nuestra época se lo confina en asilos y se lo trata como a enfermo, un
triunfo de ´equivocada filantropía´”[8]
anotó: exactamente el mismo argumento usaron luego los sodomitas
foucaultianos a la hora de negar que la homosexualidad sea una
enfermedad.
Lo cierto es que Foucault se
caracterizaba por reivindicar con insistencia a los locos, a los
perversos y a los criminales, a quienes él consideraba “víctimas del
sistema” y más concretamente, alegaba que estos elementos formaban parte
de una arbitraria categorización estigmatizante del mundo moderno:
¿ignoraba Foucault que en la Edad Media estos parias habían recibido un
trato muchísimo más hostil que el que él denunciaba?.
Justamente, para Foucault el delincuente
era una víctima que el orden capitalista había inventado y clasificado
en el marco de un planificado mecanismo de control. Pero si su tesis
fuese ciertas: ¿entonces por qué en la Rusia soviética en donde el
capitalismo no existía no sólo también había delincuentes sino que estos
eran hacinados y torturados en los Gulag junto con mujeres, ancianos y
niños?. Ante este planteo Foucault se hacía el distraído y minimizaba la
crueldad del sistema penal comunista, el cual era por lejos muchísimo
más brutal y arbitrario que cualquier defectuoso sistema carcelario de
la órbita capitalista/occidental.
En efecto, el irracional odio hacia al
sistema de vida en el que él vivió (y disfrutó) lo llevó a Foucault a no
advertir que “los excluidos” (de los que parodiaba preocuparse) eran
muchísimo mejor tratados en la civilización que él denostaba no sólo
respecto de la precitada Rusia stalinista, sino también en relación con
los campos de castigo de la China comunista y ni que hablar respecto de
la barbarie obrante en las teocracias pre-modernas de Medio Oriente, las
cuales Foucault no sólo no condenó sino que encima apoyó con cruel
deslumbramiento, tal el cado del régimen iraní del Ayatolá Jomeini (de
quien fue su panegirista en 1979), el cual dilapidaba adúlteros,
masacraba prostitutas y ahorcaba homosexuales con habitualidad.
Pero por delirante que sonaran estas
posturas, es indudable que sus obras influyeron y mucho en distintas
disciplinas. Su libro “Vigilar y Castigar” por ejemplo, es una suerte de
catecismo de la corriente garanto/abolicionsita del derecho penal, en
donde Foucault exalta con encendida admiración la figura del delincuente
y sostenía que el crimen es “una protesta resonante de la
individualidad humana” agregando que “Puede, por lo tanto, ocurrir que
el delito constituya un instrumento político que será eventualmente tan
precioso para la liberación de nuestra sociedad como lo fue para la
emancipación de los negros”[9].
Lo insólito es que este tipo de disparates ha sido tomado en serio por
muchos abogados de izquierda y no por casualidad, en la Argentina el
principal divulgador foucaultiano haya sido el activista homosexual,
locador de prostíbulos y evasor fiscal Eugenio Zaffaroni, presentado en
sociedad no como un protervo (sus fallos siempre tendieron a exculpar o
justificar criminales y delincuentes sexuales) sino como una “eminencia
jurídica”, beneficio vernáculo del que siempre goza cualquier degenerado
que pertenezca al establishment progresista: el fallecido delincuente y
ex Presidente Néstor Kirchner premió a Zaffaroni al nombrarlo como Juez
de la Corte Suprema de Justicia, una de las tantísimas vergüenzas
institucionales que hemos padecido en este desdichado país.
En los criminales, licenciosos, locos y
en suma, en todos los andrajos sociales que consideraba “excluidos del
sistema”, Foucault siempre vio el caldo de cultivo para atentar contra
el orden establecido y promover así una revolución: “Hay una pluralidad
de resistencias, cada una de ellas es un caso especial”[10]
anotó en su inconclusa obra “Historia de la Sexualidad”, mientras
llamaba a los delincuentes no a la reflexión y al cese de sus felonías
sino a sembrar la violencia y el caos social por mano propia, a la vez
que despreciaba al poder judicial y las garantías jurídicas del Estado
de Derecho civilizado: “Cuando se enseña a desechar la violencia, a
estar a favor de la paz, a no querer la venganza, a preferir la justicia
a la lucha, ¿qué es lo qué se enseña? Se enseña a preferir la justicia
burguesa a la lucha social, se enseña a preferir un juez a una venganza”
añadiendo que el sistema judicial era un tenebroso mecanismo de
dominación: “el sistema de justicia que se le propone, que se le impone,
es en realidad un instrumento de poder”[11]:
¿prefería entonces Foucault para el delincuente no el Debido Proceso
con un abogado defensor sino la horca, el destierro o la tortura de los
tiempos pretéritos acaso?.
Todo
indica que paradojalmente, su odio contra el orden existente lo
convertía a Foucault involuntariamente en un ultraconservador
contrariado, porque de sus enfoques se deriva que él pensaba que en la
Edad Media sus protegidos “marginales” vivían mucho mejor que en la
modernidad, a la cual él culpaba por haberlos patologizado o
estigmatizado: ¿no sabía Foucault la obviedad de que en la Edad Media a
los locos, los pervertidos y a los delincuentes se les daba un trato
muchísimo más hostil que en el mundo que él cuestionaba a través de sus
textos y desde la libertad de cátedra bien remunerada?.
Nos resulta impensable suponer que el
izquierdista Foucault desconociera la historia de una manera tan grosera
como para reivindicar implícitamente un antiguo orden que por su
adhesión ideológica él debería tomar como injusto, es por ello que
tomamos nota de una buena interpretación que de Foucault hace el
sociólogo Juan José Sebreli, quien sostiene que este “Manipulaba los
datos históricos a su antojo y a veces los falseaba; los historiadores
lo perdonaban porque creían que era un gran filósofo, los filósofos
también lo excusaban porque creían que eran un gran historiador”[12].
En efecto, a Foucault nunca le interesó
arribar a la verdad sino introducirle a la verdad argumentos engañosos
con apariencia cientificista a los efectos de contaminarla y así, poder
librar su batalla existencial contra el mundo. Y quizás esta traumática y
egocéntrica necesidad no de buscar la verdad sino de ensuciarla y ganar
debates, fue la que lo llevó a sentir admiración por los sofistas
griegos: “Creo que son muy importantes porque en ellos hay una prédica y
una teoría del discurso que son esencialmente estratégicas;
establecemos discursos y discutimos no para llegar a la verdad sino para
vencerla (…) Para los sofistas hablar, discutir y procurar conseguir la
victoria a cualquier precio, valiéndose hasta de las astucias más
groseras, es importante porque para ellos la práctica del discurso no
está disociada del ejercicio del poder”[13].
O sea, Foucault bien podría haber sido entonces un mentiroso orgánico.
¿Orgánico al servicio de quién? Probablemente al servicio de sus locuras
y taras personalísimas, que no eran pocas: los problemas de identidad
en Foucault fueron tan agudos que en carta a una amiga suya suscripta a
la edad de 30 años confesó “haber vacilado entre hacerme monje o tomar
el desvío de los caminos de la noche”[14].
Eligió este último carril y mantuvo una insana vida signada por las
drogas, el sadomasoquismo y la homosexualidad (elección de vida que años
después pagaría muy cara), siendo su amante más conocido el sociólogo
comunista Daniel Defert.
Y así como elogió la locura y ponderó al
criminal, también Foucault encomió la sodomía y la consideró como una
suerte de vida rectora: “La homosexualidad surgió como una de las formas
de sexualidad cuando pasó de la simple práctica de la sodomía hacia un
tipo de androginia superior, un hermafroditismo de alma”[15]
agregando que “la homosexualidad no es un deseo, sino algo deseable.
Por lo tanto debemos insistir en llegar a ser homosexuales”[16].
Declaración suya bastante inofensiva si la comparamos con su aberrante
apología de la pedofilia: “Por cierto”, manifestó por radio en 1978 “es
muy difícil establecer barreras a la edad del consentimiento sexual”
porque “puede suceder que sea el menor, con su propia sexualidad, el que
desee al adulto” exhortando entonces a derogar todas las sanciones
penales que regulan los delitos sexuales: “en ninguna circunstancia
debería someterse la sexualidad a algún tipo de legislación…Cuando uno
castiga la violación debería castigar la violencia y nada más. Y decir
que sólo es un acto de agresión: que no hay diferencia, en principio,
entre introducir un dedo en la cara de alguien o el pene en sus
genitales”[17].
Pero Foucault no se quedó atrás en su
pretensión “liberadora”, sino que propuso adoptar varones para poderlos
llevarlos a vivir consigo y mantener así una “relación enriquecedora”:
“Vivimos en un mundo relacional que las instituciones han empobrecido
considerablemente. La sociedad y las instituciones que constituyen su
armazón han limitado la posibilidad de entablar relaciones, porque un
mundo relacional rico sería en extremo complicado de manejar. Debemos
pelear contra ese empobrecimiento del tejido relacional. Debemos lograr
que se reconozcan relaciones de coexistencia provisoria, de adopción” y
entonces, el entrevistador Gilles Barbedette, siguiendo la lógica del
razonamiento de Foucault preguntó:
“DB- (adopción) ¿De niños?
MF- O -¿por qué no?- la de un adulto por
otro. ¿Por qué no adoptaría a un amigo diez años menor que yo? ¿E
incluso diez años más grande? (…) deberíamos tratar de imaginar y crear
un nuevo derecho relacional que permitiera la existencia de todos los
tipos posibles de relaciones”[18].
Como buen “izquierdista infantil”
(arquetípicamente ridiculizado por Lenin), Foucault bramaba contra el
orden vigente sin proponer jamás una salida superadora a lo que él tanto
se quejaba, y cuando se le preguntaba qué futuro imaginaba o anhelaba
para la humanidad, él se entusiasmaba con un mundo signado por las
orgías y los alucinógenos: “Es posible que el perfil aproximado de una
sociedad futura sea proporcionado por las recientes experiencias con
drogas, sexo, comunas”[19].
Una vez más, le asiste la razón al precitado Plinio Correa de Oliveira
cuando sentenciaba: “Si el comunismo no es nada en cuanto fuerza de
construcción, es algo como fuerza de destrucción”[20], y Foucault encuadraba y cumplimentaba de manera perfecta esta función destructiva.
Y así como resulta asombroso advertir el
desconocimiento que de la historia padecía Foucault (aunque sospechamos
que alteraba variables ex profeso), sus acríticos seguidores aceptan a
libro cerrado los postulados de su conflictuado patriarca y entonces
creen que antes de la modernidad, la homosexualidad era admitida con
alegría y desprejuicio, pero que el advenimiento del capitalismo
conspiró para demonizar estas tendencias y se pergeñó así una “cruel
conjura heterosexista”. Sin dudas, estas endebles afirmaciones no son
otra cosa más que una repetición de lo que ya había “determinado”
Foucault en sus escritos más antiguos: en 1964 en su obra “Historia de
la Locura en la época clásica” anotó que “La homosexualidad, a la que el
Renacimiento había dado libertad de expresión, en adelante entrará en
el silencio, y pasará al lado de la prohibición, heredando viejas
condenaciones de una sodomía en adelante desacralizada”[21]
y casi una década después, en 1975 reforzó la idea en su trabajo “Los
Anormales”, donde expuso que la “homofobia” era un invento del
capitalismo represor: “Podemos imaginar (…) que la regla de silencio
sobre la sexualidad apenas comenzó a pesar en el siglo XVII (en la
época, digamos, de la formación de las sociedades
capitalistas), pero que anteriormente todo el mundo podía decir
cualquier cosa acerca de ella. ¡Tal vez! Quizás fuera así en la Edad
Media, quizás la libertad de enunciación de la sexualidad era mucho más
grande en ella que en los siglos XVIII o XIX. (…) Miren lo que pasa
ahora. Por un lado, tenemos en nuestros días toda una serie de
procedimientos institucionalizados de confesión de la sexualidad:
la psiquiatría, el psicoanálisis, la sexología”[22].
Pero siete años después, en 1982 cuando la salud de Foucault era
carcomida por el SIDA, fue él mismo quien sostuvo exactamente lo
contrario de lo que predicó siempre dejando en ridículo a sus fans: “lo
que llamamos moral sexual cristiana, e incluso judeocristiana, es un
mito. Basta con consultar los documentos: esa famosa moral que localiza
las relaciones sexuales en el matrimonio, que condena el adulterio y
cualquier conducta no procreadora y no matrimonial, se construyó mucho
antes del cristianismo. Todas estas formulaciones se encuentran en los
textos estoicos, pitagóricos, y son ya tan ´cristianas´ que los
cristianos las retoman tal cual llegan hasta ellos”[23].
O
sea que poco antes de morir, Foucault no sólo renegó de su historicismo
de bolsillo reconociendo que el ideal heterosexual no era “un invento
moderno” sino que con su ejemplo personal también contradijo también su
tesis respecto de sus demonizadas “instituciones disciplinarias”:
terminó sus días agonizando en una hospital y rodeado de médicos,
institución y agentes que él siempre despreció y trató con desdén en sus
obras más emblemáticas (tanto en su libro “El nacimiento de la clínica.
Una arqueología de la mirada médica” -1963- como en su posterior
trabajo “La Microfísica del Poder” -1977-). Y si bien él gustaba
discursear contra el “prejuicio y el estigma”, cuando se enteró que
padecía SIDA mantuvo un discretísimo silencio y le ordenó a sus amigos y
familiares ocultar tan infamante etiqueta.
A pesar de que la militancia
homosexualista siempre toma a Foucault como su referencia intelectual
por antonomasia, al parecer no es tanto lo que este hizo explícitamente
por ella, puesto que estando Foucault de visita en la ciudad
estadounidense de San Francisco (que él frecuentaba arropado en cuero en
busca de “machotes golpeadores” que lo penetraran sexualmente en baños
públicos mediante violentas sesiones sadomasoquistas), mantuvo una breve
conversación con un joven homosexual que se le acercó para agradecerle
por todo lo que él habría hecho por el “movimiento gay” y el traumado
francés contestó: “Mi obra, verdaderamente, no tiene la menor relación
con la liberación gay” y añadió “en realidad me gustaba la situación
antes de la liberación gay cuando todo era más disimulado. Era como una
comunidad subterránea, excitante y algo peligrosa. La amistad
significaba mucho, suponía mucha confianza, nos protegíamos unos a
otros, nos vinculábamos mediante códigos secretos”[24].
Homosexual promiscuo, sadomasoquista
enfermizo, comunista “bon vivant”, alcohólico perdido, suicida
frustrado, fumador empedernido y drogadicto irrefrenable (el consumo de
LSD fue su pasatiempo favorito), Michel Foucault fue el arquetipo humano
perfectísimo para terminar siendo la idolatrada referencia de viciosos,
delincuentes y depravados que la nueva estrategia izquierdista ha
cooptado para sí, bajo las supuestas pretensiones nobles que aquí
intentamos transparentar, siendo que para su envenenada herencia de
intelectuales que hoy lo emulan (en sus textos y en sus hábitos), Michel
Foucault es el punto de referencia obligatorio para promover la
revolución cultural, tan simpáticamente igualitaria en el mundo aparente
como perversa y autodestructiva en el mundo real.
……………………………………………………………………………………………………………………..
[1]
Fue docente en varias universidades francesas y estadounidenses y
catedrático de Historia de los sistemas de pensamiento en el Collège de
France (1970-1984).
[2] Entrevista dada a Gilles Barbedette, publicada en Les Lettres Nouvelles, 28 de junio de 1985.
[3] Aunque en 1953 renunció por disidencias internas.
[4]
Para diferenciarse de los estructuralistas, justamente el no hablaba de
“estructura” de poder sino de “sistema”, un eufemismo lingüístico que
en lo esencial no variaba demasiado su afinidad para con aquellos.
[5] Fundamentalmente Foucault mantuvo un obsesivo ensañamiento para con la psiquiatría
[6] Alix Fillingham, Lydia. Foucault Para Principiantes. Buenos Aires: Era Naciente SRL.
[7] Eribon, Didier (1991). Michel Foucault (en inglés). Cambridge MA: Harvard University Press.
[8] Citado en James Miller, La Pasión de Michell Foucault, Ed. Andrés Bello, Trad. Oscar Luis Molina, Chile, 1996. página 20.
[9]
Vigilar y Castigar. Nacimiento de la Prisión. Por Michel Foucault.
Ed. Siglo XXI, 2002, Buenos Aires, Traducción de: Aurelio Garzón del
Camino Pág 177
[10] Citado en Juan José Sebreli, “El Olvido de la Razón” Ed. Sudamericana, 2006, BsAs, Pág. 315.
[11]
Michel Foucault. Estrategias de Poder. Obras esenciales. Volumen 2.
Traducción Julia Varela y Fernando Alvarez. Ed. Paidós, Buenos Aires,
1999. Pág. 139, 140.
[12] Juan José Sebreli, “El Olvido de la Razón” Ed. Sudamericana, 2006, BsAs, Pág. 304.
[13]
Conferencia de Michel Foucault en Río de Janeiro (21 de mayo 1974).
Citada en Mauricio Jalón. El Laboratorio de Foucault: descifrar y
ordenar. Ed Antrophos. Madrid. 1994. Págs 155, 156.
[14] Citado en Juan José Sebreli, “El Olvido de la Razón” Ed. Sudamericana, 2006, BsAs, Pág. 292.
[15] Michel Foucault, The History os Sexuality: Volume 1 and Introduction. New York: Vintage 1980, p 43.
[16] Citado en James Miller, La Pasión de Michell Foucault, Ed. Andrés Bello, Trad. Oscar Luis Molina, Chile, 1996. Página 348
[17] Miller, James. (1996) La pasión de Michel Foucault. Santiago de Chile: Andrés Bello. Página 347.
[18]
Michel Foucault: El triunfo social del placer sexual. Una conversación
con M. Foucault. Entrevista con Gilles Barbedette, 1981. En Michel
Foucault: La inquietud por la verdad. Escritos sobre la sexualidad y el sujeto, Siglo XXI editores, abril de 2013. Ver nota completa en el siguiente enlace:
http://perrerac.org/francia/michel-foucault-el-triunfo-social-del-placer-sexual-una-conversacin-con-m-foucault/876/
[19] Citado en Juan José Sebreli, “El Olvido de la Razón” Ed. Sudamericana, 2006, BsAs, Pág. 315.
[20]
Plinio Correa de Oliveira. Trasbordo ideológico inadvertido y diálogo
Ed. Corporación Cultural Santa fe. Santiago de Chile. Ecición original
en portugués en 1965. Reeditada al español en 1985. Pág. 26
[21]
Michel Foucault. Historia de la locura en la época clásica I.
Traducción de Juan José Utrilla. Fondo de Cultura Económica Segunda
reimpresión (FCE, Colombia), 1998. Pág 67.
[22]
Los anormales. Michel Foucault, Curso del College de France 1974-1975.
Akal Ediciones. Traducción Horacio Pons, España, 2009. Pág 156.
[23]
Michel Foucault. La inquietud por la verdad. Escritos sobre la
sexualidad y el sujeto. Siglo XXI editores. Capítulo 2, Conversación con
Foucault: Entrevista con Jean-Pierre Joecker, M. Overd y Alain Sanzio,
1982. Traducción Horacio Pons. Pág. 101.
[24]
James E. Miller. La pasión de Michel Foucault. Ed. Andrés Bello.
Traducción Oscar Luis Molina, Santiago de Chile, 1996. Página 342