PRIMERA PARTE
LECCIÓN IV
El examen del punto de
vista de la ciencia exacta y experimental nos ha permitido aclarar
suficientemente, a nuestro juicio, sobre la extrema indigencia conceptual de un
sistema de verdades que se declara la única ciencia posible y se reverencia
como la Ciencia con mayúscula.
El concepto y la teoría se refieren necesariamente
a la esencia y al fin de lo que existe o puede existir. Más todavía, la esencia
es el único contenido posible del concepto y del principio de toda teoría
realmente explicativa de su objeto. Y ocurre, como ya se ha visto, que los
llamados impropiamente “conceptos” y “teorías” científicos no son más que
simulacros de ambas formas de pensamiento, los cuales, en ningún caso,
traspasan el plano exterior y sensible de los fenómenos en procura de su
esencia; no son otra cosa que ficciones simbólicas e hipótesis auxiliares que
sólo sirven para agrupar y ordenar prácticamente los efectos sensibles que
acompañan a la aplicación de las leyes exactas de los fenómenos. El “sistema”
solar tanto como la “teoría” de la gravitación, la “teoría” de las fuerzas eléctricas
tanto como la “teoría” de las hormonas; los “conceptos” de éter, de masa o de
energía tanto como los “conceptos” de pluricelulares, de vertebrados o de
mamíferos, no son más que sinopsis o compendios mentales, eminentemente
prácticos y económicos; indican un conjunto determinado de mediciones y
observaciones verificables, es decir, se refieren exclusivamente a tales o
cuales operaciones físicas que pueden efectuarse por medio de la observación y
del experimento. Es oportuno transcribir aquí un texto de la Lógica del
filósofo italiano B. Croce, que nos ilustra acerca de esas ficciones
conceptuales o seudo conceptos que empleamos corrientemente en la vida y que
excepto su menor precisión, son similares a los que elabora la ciencia de los
fenómenos: “El gato de la ficción conceptual no nos hace conocer ningún gato
singular como nos hace conocer un pintor o un biógrafo de gatos; pero en fuerza
de tal nombre muchas imágenes que estaban dispersas, agregadas o fundidas en el
cuadro complexivo en que fueron percibidas o imaginadas, se ordenan en series y
son recordadas en grupos. 34” La verdad es que tales seudo conceptos que
constituyen nuestro caudal de recursos mentales para la economía de la vida,
son como la oscuridad para los gatos respecto de la riqueza sustancial y de la
variedad de matices que ofrece lo real existente. Así como en la oscuridad
todos los gatos son pardos, estas representaciones externas y resumidas, de
mero valor práctico-útil, dejan en la sombra todo lo que distingue
esencialmente un ser de otro ser, todo lo que pone distancia y jerarquía, para
indicar tan sólo el bulto, la masa, las diferencias indiferentes de más o
menos. Repetimos que no estamos haciendo un cargo en contra de nuestra manera
cotidiana de tratar con las cosas; tampoco en contra de la ciencia exacta y
experimental que opera en el mismo plano y responde a la misma finalidad de uso
que la percepción externa y la imaginación ordinaria; y a las cuales supera por
la sistematización y exactitud de su conocimientos.
34 Cf. BENEDETTO CROCE, Logica come
scienza del concetto puro, 4ª Edizione, Bari, Gius. Laterza, 1920.
Pero es una mirada que
sólo atiende al partido que se puede sacar de las cosas y que se recorta sobre
su faz aprovechable. Tal como ha precisado Bergson en su fino análisis de
Materia y Memoria 35, la percepción externa se determina en función de nuestra acción
posible sobre el contorno físico y del contorno sobre nosotros. Lo mismo
acontece con la dirección de la inteligencia científica que tiene en vista las
posibilidades operativas de la mano sobre las cosas. La ciencia exacta y
experimental de los fenómenos se fundamenta en esa unidad de la inteligencia
discursiva y de los órganos motores, cuyo sentido explica tan ajustadamente J.
Marechal, S: J., en el Cuaderno V de su trascendental obra El punto de partida
de la Metafísica: “La inteligencia
participa, pues, en la función pragmática de las facultades inferiores, gracias
a esa porción de ella misma que se adapta inmediatamente al fantasma, y que se
puede llamar entendimiento. Bajo este aspecto limitado, la inteligencia no es
más que una facultad de generalización de la experiencia sensible. Aplicada a
los objetos cuantitativos, ella justifica los atributos que Bergson resumió en
la fórmula bien conocida: nuestra inteligencia es «geométrica». Nosotros
preferimos decir que el entendimiento función parcial de la inteligencia, es
geométrica [...] Es necesario agregar que el entendimiento mismo, por la
facultad de abstraer, ocupa un rango elevado en la jerarquía de los factores de
acción. Su pragmatismo no es el de una facultad concreta, invariablemente
predeterminada a una serie de usos exteriores (como el instinto); su
indeterminación superior le deja, en el comando de la acción, juego y
«souplesse 36». En tanto que una facultad orgánica es prisionera de los
órganos que la sirven, el entendimiento mueve los órganos como otros tantos
instrumentos, cuya esfera de aplicación toma, gracias a él, una amplitud
indefinida; y por medio de estos instrumentos orgánicos, crea a su imagen,
instrumentos exteriores, utensilios, que reflejan algo de su universalidad 37” Los recursos de una técnica prodigiosa, al
par que documentan los progresos de esa forma de ciencia que funda el poder
instrumental del hombre, es el testimonio irrecusable de esa inteligencia que
construye instrumentos generales de acción a que se refiere Marechal. El hombre
dispone naturalmente de la razón y de las manos que son órganos de órganos,
como enseña Santo Tomás, y por medio de los cuales puede elaborar innumerables
instrumentos para usos innumerables. Claro está que la inteligencia pragmática
que denominamos entendimiento, no se dirige a lo que es, a la esencia y al fin
de lo real existente; ni se consuma en la contemplación de la Verdad que el
hombre debe servir. Por el contrario, sólo se ocupa de aquellas verdades que
son para usar y de las cuales nos servimos para la economía de la vida.
35 HENRI BERGSON, Matière et
mémoire: essai sur la relation du corps à l’esprit, París, 1896. Sin datos
respecto de la versión utilizada por el autor. 36 El autor ha preferido
mantener el término del original francés, “souplesse” que puede traducirse como
“flexibilidad”, “agilidad”, etc. 37
JOSEPH MARÉCHAL, Le point de départ de la Métaphysique, Cahier V, deuxiéme
édition, Bruxelles, 1949. Livre II, Section II, Chapitre IV, § 2, p. 247.
El entendimiento,
función parcial de la inteligencia, no se eleva hasta el concepto de los seres;
tan sólo prepara ficciones conceptuales y simulacros de teorías. Su operación
propia consiste en enumerar, calcular, clasificar, compendiar, esquematizar;
todo lo cual no importa un progreso de la multiplicidad hacia la verdadera
unidad del ser, hacia la esencia pura; más bien, se trata de una regresión
hacia la materia difusa e indeterminada, hacia la exterioridad extrema y
absoluta. Se comprende que así sea puesto que la operación propia del
entendimiento, en sus diversas aplicaciones, se gobierna invariablemente por el
principio de la economía, cuya fórmula es obtener la mayor eficacia con el menor
esfuerzo posible. Y el progreso se establece siempre en la dirección que lleva
de una pala a una excavadora mecánica o de un pico a una perforadora eléctrica.
Pero el hombre verdadero, ¿es el animal económico?, ¿es el homo faber? El
progreso de la humanidad, ¿es el que va de la edad de piedra hasta esta edad
atómica, pasando por las edades de bronce, de hierro, del vapor y la
electricidad? Y la educación verdadera, ¿es la que prepara al hombre para
luchar con ventaja en la vida, la que forma al Robinsón de una economía
individualista o socializada? Por lo pronto, será conveniente que meditemos un
texto que transcribimos del Prefacio de la Primera Edición de la Lógica de
Hegel, escrito en el año 1812, pero que mantiene la más estricta
contemporaneidad en este año 1948 y que nos dará la clave para una respuesta
adecuada a las cuestiones planteadas. “Así como se nota cuando en un pueblo,
por ejemplo, se han hecho inservibles la ciencia de su constitución, sus
maneras de pensar y de sentir, sus hábitos éticos y sus virtudes; así también
se nota cuando un pueblo pierde su metafísica, cuando en su vida no tiene
ninguna real existencia el espíritu que se ocupa de su propia y pura esencia.
“La doctrina exotérica de la filosofía kantiana, esto es que el intelecto no
puede sobrepasar la experiencia, puesto que de hacerlo se convertiría en
aquella razón teórica que sólo produce sueños, ha justificado desde el punto de
vista científico, la renuncia al pensar especulativo. A esta doctrina le
salieron al encuentro los clamores de la moderna pedagogía; la urgente
necesidad de los tiempos que dirige la mirada a la necesidad inmediata,
proclamando que así como para el conocimiento la experiencia es lo primero,
también para las aptitudes y habilidad en la vida pública y privada, perjudica
considerar las cosas teóricamente; en el ejercicio y en la educación práctica
está lo esencial y lo único que aprovecha. Mientras la ciencia y el intelecto
ordinario se daban la mano para destruir a la metafísica, pareció producirse el
singular espectáculo de un pueblo civil sin metafísica, análogo a un templo
ricamente adornado pero privado de santuario 38.” 38 Citado según la versión italiana:
G. G. F. HEGEL, La scienza…, o. c., Volume Primo, p. 1, 2.
La inteligencia no es
todo; pero es casi todo en el hombre. El menosprecio de la vida contemplativa y
la sobreestimación de la praxis económica definen a nuestra época y al tipo de
hombre que la representa.
El entendimiento,
función parcial, unilateral y subordinada de la inteligencia discursiva,
orientada hacia lo exterior y sensible, ha pasado a ser el único y exclusivo
hábito intelectual que se reconoce con validez objetiva.
Y la ciencia exacta y
experimental, producto del entendimiento, se ha convertido en el arquetipo y
paradigma científico, en la única forma de saber que se estudia y se enseña en
las escuelas públicas y propagan la prensa, la radio y el cine. Volvamos a
preguntarnos si el sujeto de esta inteligencia mutilada y envilecida es el
hombre verdadero. Nos parece que no; más bien nos inclinamos a pensar que
asistimos a una gran depresión intelectual, a una lamentable disminución del
tipo hombre. Enseña Platón que lo igual busca lo igual; hay una semejanza
cierta entre aquello que somos y aquello que preferimos. Están a la vista las
más secretas intenciones de nuestra alma, sus más profundas aspiraciones, los
regustos que más nos complacen, reflejados en el espejo de la Idea del mundo y
de la vida que adherimos y confesamos verdadera. ¿Quién de nosotros, por
ejemplo, no suscribe esta tesis de Carlos Marx?: “El problema acerca de la
verdad objetiva del pensamiento humano, no es un problema teórico sino
práctico. Es en la práctica donde el hombre tiene que demostrar la verdad, es
decir, la realidad y la fuerza, la terrenalidad de su pensamiento 39” ¿Quién de nosotros, por ejemplo, no aprueba
estas conclusiones de Engels?: “La refutación más contundente de estas manías,
como de todas las demás manías filosóficas, es la práctica, o sea el
experimento y la industria 40” ¿Quién de nosotros no ha escuchado cien veces y
acaso repetido otras tantas, estas rotundas afirmaciones de Stalin?: “La
ciencia se llama ciencia, precisamente, porque no tiene fetiches, porque no
teme posar la mano sobre las cosas que han hecho su tiempo, que son viejas, porque
aguza el oído a la voz de la experiencia, de la práctica. Si fuera de otro
modo, no tendríamos ciencia en general 41” ¿Alguno de nosotros pone en duda
siquiera, la validez de esta “definición” del hombre que debemos a J. Dewey, el
pedagogo norteamericano más difundido de nuestros días? “El hombre es algo más
de un ser que conoce. Es primariamente un ser que obra y hace y que debe hacer
para vivir 42”
39 Cf. KARL MARX, Tesis sobre
Feuerbach, obra escrita en 1845 y publicada póstumamente en 1888. Sin datos
respecto de la versión utilizada por el autor. Puede consultarse, entre otras,
la versión española: KARL MARX y FRIEDRICH ENGELS, Tesis sobre Feuerbach y
otros escritos filosóficos, Grijalbo, 1970.
40 Cf. FRIEDRICH ENGELS, Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía
clásica alemana, obra publicada en 1888. Sin datos respecto de la versión
utilizada por el autor. Puede consultarse en español: FRIEDRICH ENGELS, Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Buenos Aires, 1975. 41 Cf. JOSIF STALIN, Discurso en la Primera
Conferencia de Stajanovistas, celebrada en el Kremlin, en noviembre de 1935.
Sin datos respecto de la versión consultada por el autor. Puede consultarse en
español: JOSIF STALIN, “Discurso en la Primera Conferencia de Stajanovistas”,
en JOSIF STALIN, Cuestiones de leninismo, Buenos Aires, 1947. 42 Cf. JOHN
DEWEY, The sources of a Science of Education, New York, 1929. Puede verse la
versión española de LORENZO LUZURIAGA: JOHN DEWEY, La ciencia de la educación,
Buenos Aires, 1941. Sin datos respecto de la versión utilizada por el
autor.
El buen éxito, la
eficacia práctica, la prueba de los hechos, el experimento logrado; he aquí el
criterio absoluto de verdad, la pauta infalible para establecer la validez de
un pensamiento sea cual fuere su objeto. Todos estamos convencidos y observamos
religiosamente sus efectos; todos aprobamos que así sea y que es cosa
definitivamente asumida por nuestra mentalidad de modernos, de hombres
positivos, de hombres prácticos. Con todo, acaso nos perdamos el tiempo si
reflexionamos sobre la probada eficacia del error y del mal, del engaño y de la
traición en el orden humano, en la vida de las personas y de los pueblos. Ante
las efectivas consecuencias que obran la negación y la contradicción en la realidad
moral –personal, social, política, histórica- nos veríamos obligados a celebrar
como legítimo, justificado y verdadero, el triunfo del error y de la iniquidad.
Se nos ocurre que ese criterio de verdad y esos métodos de prueba tan acertados
en la ciencia del mundo físico, resultan inadecuados y hasta monstruosos en la
ciencia del mundo moral. ¿Habéis reparado, alguna vez, en que la raíz de las
supremas victorias humanas está en ciertos fracasos totales, en ciertas
derrotas completas? ¿No os sugiere nada el destino trágico, definitivamente
irónico, de los héroes? ¿No habéis meditado nunca sobre las palabras finales de
la Apología de Sócrates?
SÓCRATES. - Pero ya es
tiempo que nos retiremos de aquí, yo para morir, vosotros para vivir. ¿Entre
vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo que nadie sabe, excepto
Dios 43. 43 Apología, 42 a. 44 Fedón, 107 c.
Si alguna
incertidumbre nos sobrecoge; si alguna duda nos inspira nuestra mentalidad
sólida y positiva de hombres prácticos, entonces ha llegado el momento de dejar
que las inquietantes razones del divino Platón nos lleven, como niños
asombrados y curiosos, hasta el Pritáneo donde Sócrates tiene su eterna morada,
para rogarle nos enseñe, otra vez, los caminos reales de la Filosofía, la ciencia
que prepara para saber morir. Acaso discurriendo los áureos caminos, lleguemos
a comprender que la ciencia que prepara para la vida es más necesaria para
atender a este animal de instintos fuertes y de necesidades apremiantes que
también somos; pero que la Filosofía es mejor, la ciencia más libre y soberana
porque tiene el cuidado del alma inmortal;
SÓCRATES. - [...] y
hay necesidad de cuidarla no sólo durante la vida, sino también para el tiempo
que viene después de la muerte, porque si bien lo reflexionáis, es muy grave el
abandonarla 44.