SEGUNDA PARTE
LECCIÓN V
El magisterio
socrático y el problema de Alcibíades
Sabía muchas cosas,
pero las sabía todas mal
HOMERO, Margites
(citado en Alcibíades 57, a)
“Sócrates es el fenómeno pedagógico más
formidable en la historia de Occidente 45”; lo prueba el hecho de que la educación
de la inteligencia conceptual, la conquista de un pensamiento libre, se inicia
históricamente con Sócrates.
45 WERNER JAEGER, Paideia. Los
ideales de la cultura griega; versión española de Joaquín Xirau y Wenceslao
Roces, México, 1944, Tomo II, p. 30.
La continuidad del
magisterio Socrático que no puede dejar de ser contemporáneo, que no puede
interrumpirse sin provocar una gran depresión intelectual y un empequeñecimiento
del hombre, exigía la más comprensiva identificación con su enseñanza y la
adecuada expresión: los Diálogos de Platón. La docencia científica de tipo
clásico, más alta que ha existido; la más pura y perfecta comunicación de la
Sabiduría humana, tenía necesariamente que revelar su fuerza arrebatadora y la
plenitud de su eficiencia en el discípulo egregio. Esta es la razón por la cual
Sócrates no escribió sus lecciones; el testimonio acabado y completo del
maestro no podía ser un libro, sino la personalidad incomparable del discípulo.
No alcanzamos a comprender los desvelos de tanto erudito por averiguar cosa tan
notoria. Ante la evidencia de Platón sobran los otros documentos. El diálogo es
la expresión viva y propia del pensamiento filosófico porque instituye la
comunidad racional de las personas. Es una real conversación, una comunicación
y una coincidencia verdaderas: cada una de las almas que dialogan, se contempla
a sí misma esencia, en un discurso cada vez más depurado y ceñido por la
identidad de lo que es; las preguntas y respuestas, las réplicas y
contrarréplicas acusan las recíprocas deficiencias en la argumentación;
resaltan las contradicciones, los equívocos y las ambigüedades que encierran
nuestras opiniones particulares, las que repetimos de la opinión pública y las
que recogemos a nuestro paso por las aulas en nombre del cientificismo a la
moda. La ironía Socrática es el supremo recurso purgativo de la inteligencia,
la más refinada astucia de la identidad para corregir la presunción infundada,
la credulidad ingenua y la retórica aduladora; para poner en evidencia ante los
propios ojos, el equívoco frecuente del discurso que se va por las ramas o toma
el rábano por las hojas, que hace pasar gato por liebre o enjuicia lo que
ignora. Y después de tropezar y de estrellarse una y otra vez consigo misma y
de caer en la cuenta de su vanidad intelectual, el alma asume la conciencia
reflexiva de la propia ignorancia. Este saber de lo que no se sabe es el
principio de la humana sabiduría y el comienzo de la libertad real y verdadera.
Una vez que la ironía ha preparado convenientemente al alma, se inicia el
proceso constructivo de ella misma en el saber de razón. La solicitud de la
palabra magistral obra el estímulo necesario para que desarrolle su propio
pensamiento en rigurosa identidad con el objeto y consigo misma, hasta elevarse
soberana al concepto.
Hemos llegado hasta el más sabio
y el más justo de los hombres. Sócrates se dispone a reanudar la conversación
que volverá a escucharse siempre de nuevo, con la misma insistencia del sol que
sale en cada nuevo amanecer. Pensar es como haber pensado ya; el mismo ser, la
misma verdad, la misma belleza y las misma justicia reaparecen eternamente en
el escenario fugaz y ensombrecido de los hombres para despertar en su alma la
nostalgia y el anhelo de su divino origen. Como era de esperarse, Sócrates se
dirige al mejor dotado y al más satisfecho y ya se prepara para intervenir
triunfalmente en la vida pública. Sócrates lo reconoce a pesar del tiempo
transcurrido desde sus días mortales y empieza por enfrentarlo, una vez más,
con su propia imagen.
SÓCRATES. - Tú crees
no necesitar de nadie, tan generosa y liberal ha sido la naturaleza contigo,
comenzando por el cuerpo y concluyendo con el alma. En primer lugar, te crees
el más hermoso y el más bien formado de los hombres [...] En segundo lugar, tú
te crees pertenecer a una de las más ilustres familias de Atenas [...] y tienes
el principal apoyo en tu tutor, Pericles, cuya autoridad es tan grande que hace
lo que quiere no sólo en esta ciudad, sino en toda la Grecia [...] Podría
hablar también de tus riquezas, pero en este punto no eres orgulloso [...] 46. 46 Alcibíades,
104 a-c. 47 Alcibíades, 110 e.
Y después de
descubrirle sus ambiciosos y apremiantes proyectos, con motivo de la inminente
presentación de Alcibíades ante la Asamblea de los atenienses. Sócrates le
inquiere acerca de lo que se propone discurrir públicamente y si es cosa que
sabe mejor que sus oyentes. Alcibíades le anuncia que se ocupará de la ciencia
de lo justo y de lo injusto. Sócrates, alarmado ante tanta audacia, le
pregunta:
SÓCRATES. -¿De quiénes
has aprendido esa ciencia?, habla Alcibíades. ALCIBÍADES. – Del pueblo.
SÓCRATES. – Mal maestro me citas 47.
Claro está que el pueblo
puede ser maestro, por ejemplo, del habla común, del lenguaje cotidiano que
empleamos en la vida de relación y en la economía de la vida. Los nombres
comunes más bien que significar el ser, indican las cosas por su uso posible;
son parte de un lenguaje pragmático que opera en el campo de la percepción
externa.
SÓCRATES. – ¡Qué!
¿Todo el pueblo no conviene en el significado de estas palabras: una piedra, un
bastón? Interroga a todos los griegos; ellos te responderán la misma cosa, y
cuando le pidan una piedra o un bastón, todos se dirigirán a los mismos
objetos, y así de todos los demás 48.
Lo importante es que
el pueblo puede ser un maestro recomendable de la lengua, porque está de
acuerdo consigo mismo y no disiente jamás acerca del significado común de los
nombres comunes. Y hasta puede ser un buen maestro del lenguaje poético, si es
un verdadero pueblo y no una plebe urbana y cosmopolita, una masa amorfa de
gentes mezcladas y advenedizas. Es que un verdadero pueblo, solidario de una
antigua y venerable tradición, conservador de usos y costumbres, posee en
materia de lenguaje, la condición indispensable del maestro: la identidad
consigo mismo. Con todo, no debemos exagerar la importancia del magisterio
popular, aún en asuntos que le conciernen, si nos atenemos al espectáculo
contemporáneo de pueblos anarquizados por los dogmas y las constituciones
liberales, divididos por el egoísmo de los individuos, de las clases y de los
partidos políticos; plebes más bien que pueblos donde “el hombre se ha convertido
en un sin patria que duda de todas las ideas y de todas las costumbres. 49” Tan
sólo la más repugnante demagogia bolchevique podía inspirar la indigna
sentencia que se declama en las plazas públicas: “El pueblo tiene razón hasta
cuando se equivoca.” Sócrates, enemigo implacable de toda forma de adulación de
la multitud, le pregunta decisivamente a nuestro Alcibíades:
SÓCRATES. - Pero si en
lugar de querer saber lo que significa la palabra hombre o caballo, quisiéramos
saber si un caballo es bueno o malo, ¿el pueblo sería capaz de enseñárnoslo? 50.
Alcibíades contesta
negativamente y enseguida debe convenir en que si el pueblo es incapaz de
juzgar sobre los caballos mejores y peores, mucho menos puede saber y enseñar
acerca de lo que es justo e injusto, es decir, de lo mejor y de lo peor para
los hombres. Y la prueba es que se trata de cosas sobre las que el pueblo no
consigue ponerse de acuerdo consigo mismo jamás, pese a la importancia que
revisten para su existencia; se divide en las más violentas disputas y oscila
ente las opiniones más contradictorias. Apremiado por certeras preguntas,
Alcibíades advierte que sus respuestas sucesivas se contradicen hasta el punto
de temer que ha perdido la razón ya que SÓCRATES. - [...] las cosas le parecen
tan pronto de una manera, tan pronto de otra 51. 48 Alcibíades, 111 c. 49 Cf.
FRIEDRICH NIETZSCHE, De la utilidad y los inconvenientes…, o. c. 50 Alcibíades, 111 d. 51 Alcibíades, 127 d.
Sus fluctuaciones en las respuestas sobre lo justo y lo injusto, sobre
lo honesto y lo deshonesto, sobre lo bueno y lo malo, sobre lo útil y lo
perjudicial, lo llevan a la certidumbre de su ignorancia. Y comprende algo más
importante todavía. Los errores y las faltas obran consecuencias que pueden
llegar a ser funestas en la vida de los pueblos y de los hombres; por cuya
eficacia negativa asumen la forma de la culpa. Y quienes incurren en falta
culpable no son los que saben las cosas, tampoco quienes las ignoran y dejan el
negocio a otros; son aquellos que no las saben pero creen saberlas y se ponen a
dirigirlas. No se puede leer sin experimentar cierta repugnancia las palabras
iniciales del “Discurso del Método” de Descartes: “El buen sentido es la cosa
mejor repartida del mundo 52.” He aquí un ejemplo típico de adulación a la
multitud, análoga a la sentencia vergonzosa que justifica sus mayores errores y
sus extravíos más insensatos. Sócrates condena inexorable la más mínima
concesión a esa ignorancia temeraria, sea de un individuo o de la multitud,
porque la considera la más vergonzosa y la causa de todos los males. Y concluye
que esta audacia del que cree saber lo que no sabe cuando se aplica a cosas de
grandísima trascendencia obra los efectos más terribles:
SÓCRATES. - Mi querido
Alcibíades, estás sumido en la peor ignorancia, como lo acreditan tus palabras
y como lo atestiguas contra ti mismo. He aquí por qué te has arrojado como un
cuerpo muerto, en la política, antes de recibir instrucción. Y tú no eres el
único a quien sucede esta desgracia, porque es común a la mayor parte de los
que se mezclan en los negocios de la República.53 52 RENATO DESCARTES, Discurso del método, I. Sin
datos respecto de la versión consultada por el autor. 53 Alcibíades, 118 b-c.
Alcibíades al igual
que todos los jóvenes ciudadanos que aspiran a una función de mando en la
República –educadores, militares, magistrados, gobernantes-, si no se entregan
a la adulación y se dejan corromper por el pueblo, deberán seguir el consejo de
Sócrates y obedecer al precepto que está escrito en el frontispicio del templo
de Delfos: Conócete a ti mismo. Conócete a ti mismo, quiere decir conocer la
esencia del hombre, lo que es en sí mismo; significa que el conocimiento de la
naturaleza humana es el principio mismo de la acción política; o mejor, de una
política conforme a la razón y a la justicia. De ahí que la Metafísica o
Filosofía primera sea el fundamente necesario de la Política. Hemos visto que
la acción útil o el uso de las cosas elevado a la perfección de una técnica
científica tiene su fundamente en la ciencia exacta y experimental de los
fenómenos que deja de lado su esencia y considera exclusivamente su
determinación espacial y sus efectos sensibles. Una matemática universal en
lugar de la Metafísica, es el principio de la técnica: se comprende que así sea
puesto que las cosas exteriores son
enfocadas y tratadas en función de fines humanos, en cierto modo extraños a
ellas mismas aunque deba tenerse en cuenta las condiciones de su uso y
aprovechamiento.
Desde el punto de
vista de la ciencia exacta y experimental no interesan por lo que son en sí
mismas, sino por el partido que se puede sacar de ellas. ¿Pero una acción
relativa al hombre mismo, una acción que interesa a su vida y a su destino en
el orden social o personal, puede fundarse en un saber externo y circunstancial
del hombre? ¿Puede aquella matemática universal constituirse en el fundamente
de la política y de la moral? Sócrates responde que no; rotundamente no. Es un
tremendo error y una extrema inmoralidad tratar al hombre como si fuera una
cosa externa, una cosa para usar. Intentarlo, como se ha hecho reiteradamente,
es un caso típico de la peor y más vergonzosa ignorancia; aquella que Sócrates
denuncia magistralmente: la ignorancia del que cree saber lo que no sabe. Es
preciso escuchar el consejo Socrático e interpretar adecuadamente el precepto
que se lee en el frontispicio del templo de Delfos: se trata del conocimiento
de la esencia misma del hombre, de su alma racional, el hombre interior, como
dice Santo Tomás. Volveremos todavía sobre Alcibíades.