SEGUNDA PARTE
LECCIÓN VI
Alcibíades ha
comprendido su lamentable y vergonzosa situación a pesar de la triunfal
apariencia. Nada de lo mucho magnífico y envidiable que posee – la belleza
física, la familia ilustre, la gran fortuna, el favor del poderoso- le sirve
fundamentalmente para asumir la responsabilidad del comando político y llegar a
merecer bien de la República.
Todos estos bienes
están en él, le pertenecen en propiedad y participan de su existencia real y
concreta, pero no son el ser mismo de Alcibíades, su esencia, aquello por lo
cual es lo que es: un hombre libre, el ciudadano de la primera Ciudad del
mundo. Y esa misma esencia del hombre es también el principio y el principal
sostén de la República. Por ello es que la unidad y la concordia de la
República reflejan fielmente la unidad y la concordia del ciudadano consigo
mismo; y cuando la división y la contradicción anarquizan la vida de la
República, es que el ciudadano se debate en la confusión de las ideas y en el
desorden de las pasiones inferiores. Alcibíades conoce ahora se extrema
indigencia espiritual; hasta qué punto se ha enajenado y se agita fuera de sí;
extraviado hasta en las cosas que son suyas, pero que no posee verdaderamente
porque no están referidas a sí mismo. Desde la conciencia de su ignorancia ha
comenzado a recuperar su propio ser; ha comenzado a conocerse y a vivir desde
sí mismo. Una belleza nueva, más pura y más perfecta, florece en su alma que
comprende; y la belleza corporal que estaba en él como una apariencia extraña y
vacía, se colma de significación y de un prestigio realmente divino por obra de
esa belleza nueva y propia de la Sabiduría que lo transfigura en expresión
suya. El mejor ser del hombre, el alma inteligente y libre, levanta hasta la
altura de su acto a las potencias inferiores y al mundo material y externo, les
imprime el sello de su inmaterialidad y los convierte en signos y en símbolos
del espíritu. Alcibíades se dirige al maestro de ciencia y de conducta; le
suplica su ayuda para la interpretación cabal y completa del precepto de
Delfos:
ALCIBÍADES. - Puedes
explicarme, Sócrates, ¿cuál es el cuidado que debo tomar de mí mismo? Porque me
hablas, lo confieso, con más sinceridad que ningún otro 54. 54 Alcibíades,
127 e.
He aquí la tarea más
ardua, el más difícil conocimiento para todos nosotros que hemos crecido en el
silencio de las voces áticas del tiempo clásico que no pasa, como pasó la edad
de bronce y como pasará la edad atómica. Todo está confundido con todo. Todo
está mezclado con todo en cada uno de nosotros y en la plaza pública. Hace
mucho tiempo que hemos apartado de la vida del alma y de la República el
espíritu que medita en su propia esencia.
Desde generaciones
venimos haciendo un uso casi exclusivamente pragmático del pensamiento y del
lenguaje. Se trata de distinguir; se trata de alcanzar la última distinción de
nuestro ser, “la más perfecta porque es la más determinada 55”,
como enseña Santo Tomás. Y desde esta última diferencia que es el principio del
ser específico, la real identidad y la verdadera razón de ser de nosotros
mismo, considerar las otras diferencias más comunes y genéricas que sólo
integradas en aquella participan de la esencia. Un equívoco frecuente en el día
de hoy como en la Atenas de los sofistas y de los demagogos, es estar
convencidos y creer firmemente que no dedicamos a nosotros mismos sin advertir
que en realidad estamos ocupados en otra cosa. Es el momento de preguntarse si
el hombre se dedica a sí mismo, al logro de su mejor ser, cuando atiende a
cosas que son suyas o le conciernen muy de cerca. La gimnasia y el deporte,
cuya importancia nadie desconoce, cuidan de nuestro cuerpo pero no de nosotros
mismo. El cultivo de las ciencias exactas y empíricas, así como la preparación
manual y técnica, se ocupan de cosas relativas a nuestro cuerpo pero no tienen
en cuenta lo que íntimamente somos ni el fin de la existencia. Por ello es que
Sócrates concluye necesariamente:
SÓCRATES. - Cuando
tienes cuidado de las cosas que son tuyas, no tienes cuidado de ti mismo 56.
De donde se sigue
todavía que podemos mejorar las cosas que nos pertenecen, incluso el propio
cuerpo que es parte sustancial pero inferior y subordinada, sin hacernos
mejores a nosotros mismos, sin perfeccionar a nuestro propio ser. Claro está
que el deporte o el vestido, tanto como la medicina o la mecánica, no sólo
pueden, sino que deben estar referidos, en última instancia, a lo que el hombre
es y al fin para que existe. Es lo que correspondería denominar la exigencia
teológica y metafísica de la vida humana; en rigor, se trata del acabado
cumplimiento del precepto que se lee en el frontispicio del templo de Delfos:
“Conócete a ti mismo.” La dificultad es grande pero tenemos que proseguir la
búsqueda sin descanso, guiados por la palabra señera e irresistible del
maestro:
SÓCRATES. - ¡Ánimo,
pues! ¿Por qué medio encontraremos la esencia de las cosas hablando en general?
Siguiendo este rumbo sabremos bien pronto lo que somos, ya que si ignoramos
nuestra esencia, nos ignoraremos siempre a nosotros mismos 57. 55 Cf. Summa Theologiae I, q 75, a 7, ad 2: “[…]
differentia specifica ultima est nobilísima, inquantum est maxime determinata”.
56 Alcibíades, 128 d. 57 Alcibíades, 129 b.
Es evidente que quien
se sirve de una cosa determinada se distingue de ella y a ella se sobrepone.
Así por ejemplo, no sólo me distingo de la estilográfica con la cual estoy
escribiendo, sino que lo que yo soy en mí mismo es cosa
muy distinta de esta mano mía que conduce a la estilográfica sobre el papel. El
hombre posee en virtud de lo que es “una razón y la mano que es el órgano de
los órganos”; pero la mano y el cuerpo que integra, constituyen la parte
instrumental del compuesto que el hombre es, subordinada y dirigida por la que
es principal y dirigente: el alma racional. Si bien “conviene a la esencia del
alma estar unida a un cuerpo 58”, apto para servir de órgano al sentido, a la
acción y a la expresión del alma; ésta es el principio y el fin de la vida del
cuerpo. El alma racional es lo que es por ella misma; el cuerpo es por el alma
que lo anima. El alma racional vale por sí misma; el cuerpo vale por el alma y
es perfeccionado por ella. La unión del alma con el cuerpo se realiza en vista
del alma, para su exclusivo beneficio y para su plenitud existencial; y por
ello es que “el ser del compuesto todo entero es igualmente el ser del alma 59” (S.
Tomás: Ibidem): un solo y único ser. Y por esta razón también el alma es más
ella misma, su pura esencia, en el acto de comprender; aquí opera como un
principio separado del cuerpo e impasible frente a las pasiones que sufre por
su unión con el cuerpo. De tal modo que si bien el hombre es realmente una
sustancia compuesta de alma y cuerpo, esta unión necesaria no anula ni
compromete siquiera el pleno valor espiritual del alma, a menos que ella no sea
lo que debe ser y se degrade hasta ser humillada y arrastrada por su inferior.
Estas consideraciones previas nos permitirán interpretar adecuadamente la parte
decisiva del diálogo entre Sócrates y Alcibíades que escucharemos a
continuación:
SÓCRATES. – ¿Pero
estamos conformes en que el alma manda al cuerpo? ALCIBÍADES. – Lo estamos.
SÓCRATES. – ¿El cuerpo se manda a sí mismo? ALCIBÍADES. – No, ciertamente.
SÓCRATES. – Porque hemos dicho que el cuerpo es el que obedece. ALCIBÍADES. –
Sí. SÓCRATES. – Luego no es lo que buscamos. ALCIBÍADES. – Así parece.
SÓCRATES. – ¿Es el compuesto el que manda al cuerpo? ¿Y este compuesto es el
hombre? ALCIBÍADES. –Podrá suceder. SÓCRATES. – Puesto que ni el cuerpo ni el
compuesto del alma y cuerpo son el hombre, es preciso de toda necesidad, o que
el hombre no sea absolutamente nada, o que el alma sola sea el hombre.
58 Cf. Summa Theologiae I, q 76, a 1, ad 6: “[…]
secundum se convenit animae corpori uniri”.
59 Cf. Summa Theologiae I, q 76, a 1, ad 5: “[…] illud esse quod est
totius compositi, est etiam ipsius animae”.
ALCIBÍADES. –
Seguramente 60.
El alma sola es el
hombre en el sentido con que Aristóteles dice que una cosa es, sobre todo, lo
principal en ella. El alma sola es el hombre si tenemos presente que es un
principio espiritual que es y vale por sí mismo; y que si tiene necesidad de un
cuerpo para sentir y obrar y expresarse, la sensación, el movimiento y la voz
tocados por la inmaterialidad de la inteligencia y de la voluntad se convierten
en síntomas del espíritu; anulan su opaca corporeidad para revestirse de la
luminosidad, la dignidad y la gracia de la presencia dominadora del
espíritu.
SÓCRATES. – Dijimos
antes que era preciso, en primer lugar, conocer la esencia de las cosas
generalmente hablando; y en lugar de esta genérica esencia, nos hemos detenido
a examinar la esencia de una cosa particular y quizá esto baste, porque no
podremos encontrar en nosotros nada que sea más que nuestra alma 61.
El que nos manda
conocernos a nosotros mismo, nos manda conocer el alma; y, en primer término,
aquella parte superior donde se mira a sí misma como en un cristal puro e
intacto: aquella actividad suya que la manifiesta como un alma que entiende y
que ama.
SÓCRATES. - Mi querido
Alcibíades [...] el alma para verse ¿no debe mirarse en el alma misma y en esa
parte donde reside toda su virtud que es la sabiduría, o en cualquier otra cosa
a la que esta parte del alma se parezca en cierta manera? [...] En esa parte
del alma, verdaderamente divina, es donde tiene que mirarse y contemplar allí
todo lo divino, es decir, Dios y la Sabiduría, para conocerse a sí mismo
perfectamente 62. 60 Alcibíades, 130, a -b-c. 61 Alcibíades, 130 d. 62 Alcibíades, 133 b – c
Conocer a Dios y a la
Sabiduría quiere decir conocer las esencias, las formas y los tipos fijos e
inmutables; y en ellos vislumbrar la Esencia de las esencias, la Forma de las
formas, el Modelos de los modelos. Sin este conocimiento de Dios por imperfecto
que sea y sin el conocimiento del alma, no se puede juzgar adecuadamente lo que
está en nosotros, ni tampoco las cosas relativas a lo que nos pertenece. Estos
conocimientos están ligados entre sí y en dependencia jerárquica; un solo y
mismo arte se ocupa esencialmente de ellos. El término de toda medida es, pues,
Dios y la Sabiduría del alma que se conoce a sí misma. De donde deriva el
sentido de la proporción; la verdad acerca de cualquier orden de cosas es
siempre asunto de proporción. “Tarde te amé, hermosura tan antigua y tan nueva,
tarde te amé. Tú estabas dentro de mí y yo fuera, y aquí te buscaba yo; y
deforme como era, me arrojaba sobre estas cosas hermosas que tú has creado. Tú
estabas conmigo, pero yo no estaba contigo. Teníanme lejos de Ti aquellas
cosas, que si no estuvieran en Ti, no serían. Finalmente quien no conoce las
cosas que están en Él o que se le relacionan desde fuera, porque no conoce lo
que Dios es y lo que es el alma, tampoco conocerá las que pertenecen a
otros.
SÓCRATES. – No
conociendo las cosas que pertenecen a los demás no pueden conocerse las del
Estado [...] Y si no sabe lo que hace ¿es posible que no cometa faltas? 64. 63 SAN AGUSTÍN,
Confesiones X, 27, 38. 64 Alcibíades, 133 e – 134 a.
Si ese hombre que
padece la peor y más vergonzosa de las ignorancias, interviene en los negocios
de la República, provocará los mayores males y comprometerá decisivamente la
suerte de su Patria. El primer deber de Alcibíades es alcanzar la virtud a
través del conocimiento de sí mismo. Sócrates espera que persevere en este
propósito pero teme con fundados temores, que los ejemplos que dominan en la
República, terminen por apartarle y perderlo definitivamente.