Valiente
muchachada de la Armada
Por Jorge Milia
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El
Almirante Carlos Alberto Paz, renunció a la jefatura de la Armada, a
raíz de la pérdida de la Fragata “Libertad”.
¿Cómo? ¿Se perdió la Fragata
“Libertad”? Puede el lector pensar como quiera, pero aunque vuelva
a puerto, si alguna vez lo hace, la nave lo hará con el baldón de
haber sido entregada por su propio país y no haber sido defendida por
aquellos a los que la Nación la confió; y también con la
vergüenza de los argentinos que aún tenemos vergüenza, por ver
el bastardeo de un símbolo que es de todos nosotros como abanderada en
los mares del mundo.
Uno
pensaría que la actitud del Almirante es la de un hombre de mar que,
superado por las circunstancias, resigna su posición dando lugar a
quienes puedan comandar mejor la fuerza que se le confió; o que
descontento con la comandante en jefe – aunque posiblemente él la
llame comandanta – se va, pero quemando, literalmente, las naves y
enrostrando la ineptitud de los ministros de relaciones exteriores y defensa,
que llevaron a la nave a concretar esa singladura miserable. No, nada de eso. El
almirante se fue con cara de póker, en silencio, no vaya a ser que
enojado, el gobierno, le toque su retiro miserable. Se ha ido en silencio como
si en lugar de perder una embarcación señera a manos de una
republiqueta tribal, se le hubiera hundido un patacho en el dock Sud.
Timerman,
patotero de las relaciones internacionales, sabe que en ésta no es el
rey del bailongo y más vale que sea el vicecanciller quien vuelva con la
infausta nueva, a asumirla él. Puricelli, de la única forma que
podría hacer algo por la defensa del país sería
aliándose al enemigo. Baste decir para mostrar lo poco que sabe del
área que le encomendaron, que pasó a disponibilidad al almirante
Blanco, quien hacía meses que ya lo estaba en espera de su retiro.
Por
suerte a ninguno se le ha ocurrido pedir la ayuda de nuestros aliados
angoleños, pero tampoco se han escuchado demasiadas voces de apoyo a
nuestros reclamos.
La
orden de no zarpar cumpliendo con el mandato judicial puede ser dada por el
comandante de la Armada, por el Ministro de Defensa, o por la Comandante en
Jefe, pero ningún capitán está obligado a cumplirla.
Tampoco
el capitán de la Fragata, Lucio Salonio. Sus deberes
exceden el marco formal de la línea de mandos aunque quebrarlos le
reporte sanciones que puedan terminar con su carrera. Es cierto que su
condición de marino lo obliga a la subordinación, pero muy por
encima de eso está el juramento hecho a la bandera que enarbola su nave
de “defenderla hasta perder la vida”.
Es
cierto que él no eligió la ruta, pero aunque todos tratamos de
hacer nuestro futuro debemos enfrentar las trapacerías que nos presenta
el destino. Hay muchos precedentes históricos, dos notorios son los de
Edward John Smith con el Titanic y Hans Langsdorf con el Graf Spee. Gente
que creyó que la suerte personal de un capitán no puede separarse
de la de su navío. La otra es pensar en el Costa Concordia y su
capitán Schettino. En todo hay opciones.