martes, 16 de octubre de 2012

LOS ULTIMOS VALIENTES



Valiente muchachada de la Armada


Por Jorge Milia

© Diario Castellanos

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El Almirante Carlos Alberto Paz, renunció a la jefatura de la Armada, a raíz de la pérdida de la Fragata “Libertad”. ¿Cómo? ¿Se perdió la Fragata “Libertad”? Puede el lector pensar como quiera, pero aunque vuelva a puerto, si alguna vez lo hace, la nave lo hará con el baldón de haber sido entregada por su propio país y no haber sido defendida por aquellos a los que la Nación la confió; y también con la vergüenza de los argentinos que aún tenemos vergüenza, por ver el bastardeo de un símbolo que es de todos nosotros como abanderada en los mares del mundo.
Uno pensaría que la actitud del Almirante es la de un hombre de mar que, superado por las circunstancias, resigna su posición dando lugar a quienes puedan comandar mejor la fuerza que se le confió; o que descontento con la comandante en jefe – aunque posiblemente él la llame comandanta – se va, pero quemando, literalmente, las naves y enrostrando la ineptitud de los ministros de relaciones exteriores y defensa, que llevaron a la nave a concretar esa singladura miserable. No, nada de eso. El almirante se fue con cara de póker, en silencio, no vaya a ser que enojado, el gobierno, le toque su retiro miserable. Se ha ido en silencio como si en lugar de perder una embarcación señera a manos de una republiqueta tribal, se le hubiera hundido un patacho en el dock Sud.
Timerman, patotero de las relaciones internacionales, sabe que en ésta no es el rey del bailongo y más vale que sea el vicecanciller quien vuelva con la infausta nueva, a asumirla él. Puricelli, de la única forma que podría hacer algo por la defensa del país sería aliándose al enemigo. Baste decir para mostrar lo poco que sabe del área que le encomendaron, que pasó a disponibilidad al almirante Blanco, quien hacía meses que ya lo estaba en espera de su retiro.
Por suerte a ninguno se le ha ocurrido pedir la ayuda de nuestros aliados angoleños, pero tampoco se han escuchado demasiadas voces de apoyo a nuestros reclamos.
La orden de no zarpar cumpliendo con el mandato judicial puede ser dada por el comandante de la Armada, por el Ministro de Defensa, o por la Comandante en Jefe, pero ningún capitán está obligado a cumplirla.
Tampoco el capitán de la Fragata, Lucio Salonio. Sus deberes exceden el marco formal de la línea de mandos aunque quebrarlos le reporte sanciones que puedan terminar con su carrera. Es cierto que su condición de marino lo obliga a la subordinación, pero muy por encima de eso está el juramento hecho a la bandera que enarbola su nave de “defenderla hasta perder la vida”.
Es cierto que él no eligió la ruta, pero aunque todos tratamos de hacer nuestro futuro debemos enfrentar las trapacerías que nos presenta el destino. Hay muchos precedentes históricos, dos notorios son los de Edward John Smith con el Titanic y Hans Langsdorf  con el Graf Spee. Gente que creyó que la suerte personal de un capitán no puede separarse de la de su navío. La otra es pensar en el Costa Concordia y su capitán Schettino. En todo hay opciones.