¿Quién no ha oído hablar del famoso experimento de Pavlov?
Se pone azúcar ante un perro inmovilizado. Este salivará. Enseguida,
se asocia la presentación del azúcar con el sonido de una bocina, y se
repite la operación varias veces. El perro continuará salivando
normalmente.
En una tercera fase, se toca la bocina, pero no se muestra el azúcar.
El perro salivará porque se estableció una asociación entre el sonido
de la bocina y la presentación del azúcar.
Esto es lo que el científico ruso, y los medios científicos y culturales, llaman reflejo condicionado.
Si se continúa tocando la bocina, de vez en cuando, pero sin
presentar el azúcar, ¿qué ocurrirá? La salivación irá disminuyendo y se
comenzará a manifestar una inhibición de las funciones reflejas, que se
extenderá a todo el organismo y engendrará un estado de somnolencia.
La misma inhibición de las funciones reflejas que se obtuvo así por
la repetición, se puede conseguir cuando el excitante es particularmente
intenso. Por ejemplo, la aparición súbita de una serpiente puede
inhibir las reacciones de fuga de un pájaro.
¿Algo semejante ocurre con el hombre post moderno? En cuclillas
dentro de su “bunker” (1) de indiferencia, ya no capta con claridad la
realidad externa. Por culpa suya, frente a una situación en que él
normalmente reaccionaría, puede ocurrir que se limite a bostezar o a
emitir un vago lamento.
¿Ve Usted, estimado lector, alguna semejanza con la realidad que lo rodea?
El hombre de hoy, por la televisión, por Internet y otros medios de
comunicación, está siendo sometido a una especie de experiencia de
Pavlov. Una verdadera algarabía. En varias ocasiones, Plinio Corrêa de
Oliveira, mostró los efectos nocivos de ciertos medios de comunicación y
del propio acontecer moderno y posmoderno sobre los nervios de los
individuos:
“¿Qué produce esta zarabanda informativa? ¿Interesa? ¿Atrae?
¿Orienta? A mi modo de ver, la mayor parte de las veces causa
desaliento, sobreexcitación, y, finalmente, tedio. Sí, el tedio dentro
de la sobreexcitación: éste es el estado de espíritu que crea en muchos
el exceso informativo, en muchísimos de nuestros contemporáneos (…) En
resumen, todo el mundo sabe todo, no entiende nada, algunos están con
los nervios crispados, y casi todos, a falta de algo mejor, bostezan”.
(2)
“Acontecimientos que en otras épocas habrían herido profundamente la
sensibilidad del público, despertado reacciones clamorosas, hoy no
inquietan a casi nadie y no producen ningún conflicto serio. Aun cuando
transgriden principios y convicciones, y hasta cuando contrarían
‒supremo mal en nuestros días‒ considerables intereses individuales o de
grupo”. (3)
El ilustre autor constata:
“La opinión pública está desorientada y tambaleante con todo el
estruendo del caos contemporáneo. Esto conduce a alternancias de
sobreexcitación y de letargo”. (4)
Se habla ‒y con motivos muy justos‒ de los efectos nocivos de la
televisión sobre la psiquis de los niños. Poco o nada se escribió sobre
las deformaciones que la propia vida moderna puede provocar sobre un
adulto que viva en un gran centro y se entregue al frenesí propio de
nuestra época. Muchos de los elementos que perjudican la vida mental y
emotiva de los niños teledependientes pueden ser encontrados en ese
frenesí, al cual se suman las ansiedades, las preocupaciones y las
agitaciones, muchas veces presentes en la vida diaria de quien necesita
ganarse la vida.
Todo esto puede conducir a la indiferencia. ¡Y cómo el indiferente se
defiende para no dejar su indiferencia! En esto él no tiene ningún
relajamiento, y defiende su estado del letargo con valentía. ¡Como si
estuviese dentro de un búnker! Su principal arma de defensa es la frase:
“¿Qué tengo que ver yo con esto?
Plinio Corrêa de Oliveira observa: “Durante el día, a cada minuto,
piensa en sí mismo y en sus problemas; alguna vez lee un diario y
comenta un acontecimiento, pensando que a él no le ocurre esto, gracias a
Dios. Dobla el periódico y listo. Esta indiferencia asocia a la persona
a la categoría de los indiferentes”.
Si yo tuviera que enseñar a alguien como escaparse de ese búnker,
diría de modo breve: adopte como lema tres palabras: Ver ‒ juzgar ‒
actuar. Ver con entera objetividad, sin optimismo ni pesimismo. Juzgar
sin pasión y con justicia. Actuar sin omisión, pero también sin un ardor
descalibrado e impaciente: estos son los tres tiempos de la Sabiduría, y
de la anti‒indeferencia.
Notas:
1. Término utilizado en sentido figurado. En sentido propio, bunker
es una instalación fortificada cerrada, con techo arredondeado, a prueba
de proyectiles enemigos.
2. “Folha de S. Paulo”, 23 de mayo de 1971.
3. TFP-Covadonga, España Anestesiada sin Percibirlo, Amordazada sin
Quererlo, Extraviada sin Saberlo ‒ La Obra del PSOE. Ed. Fernando III El
Santo, 1988, p. 21.
4. “Folha de S. Paulo”, 25 de abril de 1971.