sábado, 28 de septiembre de 2013

AL "BUNKER" DE LA INDIFERENCIA

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¿Quién no ha oído hablar del famoso experimento de Pavlov?
Se pone azúcar ante un perro inmovilizado. Este salivará. Enseguida, se asocia la presentación del azúcar con el sonido de una bocina, y se repite la operación varias veces. El perro continuará salivando normalmente.
Esquema del experimento de Pavlov
En una tercera fase, se toca la bocina, pero no se muestra el azúcar. El perro salivará porque se estableció una asociación entre el sonido de la bocina y la presentación del azúcar.
Esto es lo que el científico ruso, y los medios científicos y culturales, llaman reflejo condicionado.
Si se continúa tocando la bocina, de vez en cuando, pero sin presentar el azúcar, ¿qué ocurrirá? La salivación irá disminuyendo y se comenzará a manifestar una inhibición de las funciones reflejas, que se extenderá a todo el organismo y engendrará un estado de somnolencia.
La misma inhibición de las funciones reflejas que se obtuvo así por la repetición, se puede conseguir cuando el excitante es particularmente intenso. Por ejemplo, la aparición súbita de una serpiente puede inhibir las reacciones de fuga de un pájaro.
¿Algo semejante ocurre con el hombre post moderno? En cuclillas dentro de su “bunker” (1) de indiferencia, ya no capta con claridad la realidad externa. Por culpa suya, frente a una situación en que él normalmente reaccionaría, puede ocurrir que se limite a bostezar o a emitir un vago lamento.
¿Ve Usted, estimado lector, alguna semejanza con la realidad que lo rodea?
El hombre de hoy, por la televisión, por Internet y otros medios de comunicación, está siendo sometido a una especie de experiencia de Pavlov. Una verdadera algarabía. En varias ocasiones, Plinio Corrêa de Oliveira, mostró los efectos nocivos de ciertos medios de comunicación y del propio acontecer moderno y posmoderno sobre los nervios de los individuos:
“¿Qué produce esta zarabanda informativa? ¿Interesa? ¿Atrae? ¿Orienta? A mi modo de ver, la mayor parte de las veces causa desaliento, sobreexcitación, y, finalmente, tedio. Sí, el tedio dentro de la sobreexcitación: éste es el estado de espíritu que crea en muchos el exceso informativo, en muchísimos de nuestros contemporáneos (…) En resumen, todo el mundo sabe todo, no entiende nada, algunos están con los nervios crispados, y casi todos, a falta de algo mejor, bostezan”. (2)
“Acontecimientos que en otras épocas habrían herido profundamente la sensibilidad del público, despertado reacciones clamorosas, hoy no inquietan a casi nadie y no producen ningún conflicto serio. Aun cuando transgriden principios y convicciones, y hasta cuando contrarían ‒supremo mal en nuestros días‒ considerables intereses individuales o de grupo”. (3)
El ilustre autor constata:
“La opinión pública está desorientada y tambaleante con todo el estruendo del caos contemporáneo. Esto conduce a alternancias de sobreexcitación y de letargo”. (4)
Se habla ‒y con motivos muy justos‒ de los efectos nocivos de la televisión sobre la psiquis de los niños. Poco o nada se escribió sobre las deformaciones que la propia vida moderna puede provocar sobre un adulto que viva en un gran centro y se entregue al frenesí propio de nuestra época. Muchos de los elementos que perjudican la vida mental y emotiva de los niños teledependientes pueden ser encontrados en ese frenesí, al cual se suman las ansiedades, las preocupaciones y las agitaciones, muchas veces presentes en la vida diaria de quien necesita ganarse la vida.
Todo esto puede conducir a la indiferencia. ¡Y cómo el indiferente se defiende para no dejar su indiferencia! En esto él no tiene ningún relajamiento, y defiende su estado del letargo con valentía. ¡Como si estuviese dentro de un búnker! Su principal arma de defensa es la frase: “¿Qué tengo que ver yo con esto?
Plinio Corrêa de Oliveira observa: “Durante el día, a cada minuto, piensa en sí mismo y en sus problemas; alguna vez lee un diario y comenta un acontecimiento, pensando que a él no le ocurre esto, gracias a Dios. Dobla el periódico y listo. Esta indiferencia asocia a la persona a la categoría de los indiferentes”.
Si yo tuviera que enseñar a alguien como escaparse de ese búnker, diría de modo breve: adopte como lema tres palabras: Ver ‒ juzgar ‒ actuar. Ver con entera objetividad, sin optimismo ni pesimismo. Juzgar sin pasión y con justicia. Actuar sin omisión, pero también sin un ardor descalibrado e impaciente: estos son los tres tiempos de la Sabiduría, y de la anti‒indeferencia.
Notas:
1. Término utilizado en sentido figurado. En sentido propio, bunker es una instalación fortificada cerrada, con techo arredondeado, a prueba de proyectiles enemigos.
2. “Folha de S. Paulo”, 23 de mayo de 1971.
3. TFP-Covadonga, España Anestesiada sin Percibirlo, Amordazada sin Quererlo, Extraviada sin Saberlo ‒ La Obra del PSOE. Ed. Fernando III El Santo, 1988, p. 21.
4. “Folha de S. Paulo”, 25 de abril de 1971.