Para comprender lo que hace el demonio en la Iglesia, vayamos al Padre Nuestro, en su versión original, como Mateo enseña:
“Padre
nuestro, que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre, venga Tu
Reino, hágase tu Voluntad,así en la tierra como en el cielo.
El pan nuestro de cada día dánosle hoy, y perdónanos nuestras deudas, así como nosotros también perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes entrar en la tentación, más líbranos del Maligno“.
La oración del Padre Nuestro es un exorcismo que da Jesús para liberar las almas del demonio.
Si
la oración no se reza como Jesús la enseñó, en Su Palabra, y se añaden o
quitan palabras a su enseñanza, entonces la oración pierde su poder.
Deudas se quitó por ofensas; deudores por nos ofenden; entrar por caer; maligno se sustituyó por mal.
El
pecado, no sólo trae una ofensa a Dios, sino una deuda, un deber de
satisfacer el pecado. Y se pide a Dios que perdone no sólo la ofensa,
sino la deuda, es decir, se pide que libere la carga que trae todo
pecado, toda ofensa a Dios. El alma queda sujeta al pecado y a las
consecuencias del pecado. Y no sólo hay que pedir perdón por el pecado,
sino por la deuda que trae el pecado, que pertenece a la esencia del
pecado.
Y
nosotros tenemos que perdonar las deudas que nos hacen cuando otros
pecan contra nosotros. Porque no sólo el que comete pecado contra
alguien, comete una ofensa hacia esa persona, sino que la ata a su
pecado. Y la persona que peca contra otra, tiene que pedir perdón por su
pecado, pero también pedir que se quite esa atadura que se hace en el
pecado. Y quien recibe el pecado del otro, recibe también la deuda que
trae ese pecado. Y tiene que pedir al Señor que quite esa deuda, esa
atadura que trae todo pecado.
Por
eso, el Padre Nuestro sirve para liberar las cargas que los antepasados
dan en las diferentes generaciones. Y, cuando se reza por los muertos,
se debe rezar el Padre Nuestro, para que el Señor rompa esas ataduras
que vienen por generación, y que sólo Él conoce y que influye en cada
alma.
Se pide al Señor, no no caer en la tentación, sino no entrar
en ella, tener luz para no seguir a la tentación, tener fuerza para
enfrentarse a la tentación. Porque, si sigue la tentación, entonces
siempre se cae. Es inútil pedir no caer. Hay que pedir: no hablar con el
tentador, no hacer caso al tentador, es decir, no entrar en la
tentación. Sólo así el alma está libre de pecado.
Y
hay que pedir que nos libre del Maligno, del Demonio, no de los males,
porque todo Mal viene del Maligno. Y no hay que ver el mal, sino al
Maligno. Y si ya no se cree en el Maligno, entonces tampoco se cree en
el mal.
Los cambios que se produjeron en el Padre Nuestro se deben sólo al gusto de los hombres, no a la verdad.
Se cambiaron para unificar los textos según leyes nuevas en la liturgia que procedían del Concilio Vaticano II.
Esas leyes nuevas van en contra de la Verdad de la Iglesia, porque anulan la enseñanza de Jesús en Su Palabra.
Y,
cuando no se sigue la Palabra de Dios, sino que el hombre se inventa la
traducción de la Palabra de Dios, entonces viene la apostasía de la fe.
Se
reza el Padre Nuestro y no se reza la verdad del Padre Nuestro. Y, por
tanto, no se obra la Verdad del Padre Nuestro. El Señor no libera a las
almas con la nueva traducción del Padre Nuestro. Sólo libera con el
Padre Nuestro que Él enseñó en la Iglesia, y que se recoge en Su
Palabra.
La
Iglesia tiene que seguir lo que está en la Palabra de Dios. No puede
seguir lo que los hombres se inventan sobre la Palabra de Dios.
El
problema está en que los hombres de la Iglesia firman un documento en
que se legisla algo en contra del Evangelio y de la Tradición de la
Iglesia. Y se enseña lo que dice ese documento. Ya no se enseña lo que
dice el Evangelio.
Y
así se va construyendo, poco a poco, un nuevo Evangelio que el Señor no
dio. Y se construye por la maldad de los hombres. No por otra cosa.
¿Qué cuesta traducir el Padre Nuestro como está en el original? No
cuesta nada y, sin embargo, como hoy día existen en la Iglesia tantos
teólogos modernos, que escudriñan las Santas Escrituras y la despojan de
la sencillez de la verdad, entonces llaman a esa nueva escritura,
Palabra de Dios.
Aquí
está la adoración a Satanás en la Iglesia. Porque el obrador de todo lo
nuevo, de las innovaciones que la Iglesia presenta en estos últimos
años, tras el Concilio Vaticano II, es el demonio, que actúa en la mente
de muchos hombres, para que obren la mentira.
El
nuevo Padre Nuestro, que ya hace mucho que se reza en toda la Iglesia,
es sólo una mentira que la Iglesia la llama como verdad, como el
auténtico Padre Nuestro. Y no permite que se rece en público el antiguo
Padre Nuestro, el de siempre, el de toda la vida.
Estos
son los nuevos escribas en la Iglesia: los que, con su ciencia,
destruyen la Verdad de la Palabra y presentan sus palabras humanas a
toda la Iglesia, para que toda la Iglesia siga esas palabras humanas
como enviadas por Dios.
Esta
maldad no sólo se da en el Padre Nuestro, sino en tantas oraciones
litúrgicas que han perdido el sentido original para la que fueron
escritas.
Y
cuando se pierde ese sentido original, el hombre se aparta de la Verdad
de la Iglesia y no vive esa Verdad dentro de la Iglesia. Y vive la
mentira y a la mentira llama verdad.
La
obra del demonio en la Iglesia es ponerse como Dios dentro de la
Iglesia. Y, para eso, debe comenzar transformando la Palabra y la
Tradición de la Iglesia. Tiene que quitar los Dogmas de la Iglesia.
Tiene que hacer desaparecer todo vestigio de la Verdad que exista en la
Iglesia. Y tiene que ponerse en la Silla de Pedro para ser adorado,
seguido por todos. Lo último será la aparición del Anticristo, con todo
su poder demoniáco. Pero no puede aparecer si antes no ha lavado la cara
de la Iglesia presentando su mentira como verdad en todo el campo de la
Iglesia.
Por
eso, se ha esforzado y se sigue esforzando por desmantelar el
Evangelio, por ridiculizar la santa Misa -y que las almas la vean sólo
como una comida, como un festín, como una alegría-, y por batallar y
perseguir a tantos profetas de Dios que dan a la Iglesia el camino de la
Iglesia.
La
Iglesia no sabe hacia dónde va porque no escucha a Dios en sus
profetas. Los sacerdotes, los Obispos se autoproclaman Profetas sin
saber lo que significa eso, sin servir al Espíritu de la Profecía, que
es dar la verdad que está en la Mente de Dios al hombre para enseñarle
el camino de su vida.
Dios
enseña en muchas apariciones lo que los sacerdote y Obispos se niegan a
enseñar en la Iglesia. La Iglesia la hace Dios, no los pensamientos de
los hombres.
Cuando los hombres sólo siguen sus pensamientos en la Iglesia entonces están haciendo la obra del demonio en la Iglesia.