“La belleza en lo cotidiano nos conduce a Dios”
Roger Scrutton, influyente filósofo inglés, expone su tesis sobre
la belleza como camino fácil para llegar a Dios, en el Congreso Romano
de la Conferencia Episcopal Italiana. (CEI).
Esta idea viene siendo ilustrada con numerosos artículos en nuestra sección Ambientes, Costumbres, Civilizaciones, de este sitio web. Estos artículos, es claro, son muy anteriores a esta tesis.
El “New Yorker” lo definió como “el más influyente filósofo del mundo“.
Roger Scrutton, profesor del Instituto de Ciencias Psicológicas de
Virginia, no teme indicar a los participantes del evento cultural “Dios hoy” un camino seguro, simple y accesible para llegar a Dios.
Es sorprendente que él no se refiere a la belleza artística, al gran
arte, aún al arte religioso existente en todos los tiempos y lugares. Se
refiere a “la belleza en su forma más cotidiana: la belleza de las
calles bien trazadas y de las fisonomías alegres, de las formas
naturales y de los paisajes cordiales“.
Nada azucarado ni de un estilo tipo “tarjeta de Navidad”. Sino que,
en el clima cultural reseco y transformado en un desierto, de la
“desacralización”, Scrutton busca una experiencia de “belleza que
encontramos, en una u otra versión, todos los días: desde el reaparecer
de la luz del sol después de una tempestad, hasta el cuidado que todos
tenemos con nuestras casas“.
“Somos
criaturas carentes y las tentativas de poner orden en todo lo que nos
circunda -decorando, arreglando, creando- son tentativas de dar una
bienvenida a nosotros mismos y a aquellos a quienes amamos. La necesidad
que tenemos de lo bello no es simplemente un agregado redundante a la
lista de los apetitos humanos.
“¿Por qué tantos artistas contemporáneos se niegan a seguir ese camino?”. La respuesta de Scrutton es “porque tal vez sepan que éste conduce hasta Dios“.
El filósofo hace un análisis implacable de los cambios sufridos por el mundo del arte durante “medio siglo de negativismo“. Los artistas pasaron a “glorificar
la fealdad a través de imágenes de brutalidad y destrucción, elogiando
estilos de vida viciosos y repugnantes, músicas de un mal gusto
vejatorio o de una violencia alocada e impía. El culto de la frialdad y
de la desacralización se afirma en esta época de prosperidad sin
precedentes. No se puede servir a Dios y a Mamon: en presencia de las cosas sagradas -concluye- nuestras vidas son juzgadas y para escapar de ese juicio, destruimos la cosa que parece acusarnos“.
Fuente: Corriere de la Sera, 12/12/09, Maria Antonietta Calabrò.