No se ama si no se obra la verdad.
Pero la Verdad no nace de la mente de un hombre, sino que nace del Pensamiento del Padre.
Muchos no saben amar porque no ven la Verdad y llaman a cualquier obra buena amor.
El Amor es la obra del Espíritu en el alma. Es lo que el Espíritu pone en el corazón para que el alma lo obre.
La enseñanza de Dios al alma es siempre una obra de amor.
Dios,
cuando ama al alma, la mueve hacia una obra de amor. Esta obra de amor
es realizar la misma Verdad que está en Dios. Si el hombre realiza otra
verdad, aunque sea buena a sus ojos humanos, ya no ama.
El amor no es lo que el hombre hace, sino lo que Dios hace en el alma.
El amor no es lo que el hombre se encuentra en la vida, es lo que Dios produce en el alma.
El amor no es la conquista de una vida, es la realización de lo que Dios pone en el alma.
No se sabe amar porque no se sabe mirar el corazón, donde Dios ama al alma.
Mirar el corazón es ver la acción de Dios en la vida. Los hombres pierden sus tiempos mirando sus mentes humanas.
En la mente sólo está el vacío de la vida, no el amor.
En
la mente, el hombre se inventa sus amores, que le llenan de placeres y
de felicidad en la vida. Pero hacen que su corazón sienta el vacío del
amor.
En
la mente se encuentra la obra buena, pero no la obra que Dios quiere
que se haga en la vida. Esa obra hay que verla en el corazón.
Francisco no ama la Iglesia. Ése es su pecado.
Un pecado que nace de su error, de su amor a la vida humana.
Porque
Francisco construye su amor al hombre en su entendimiento humano,
entonces hace en la Iglesia la obra de ese amor, que va en contra de la
obra del amor divino.
Si
el amor humano de Francisco naciera del amor divino, entonces sería un
hombre bueno que no atacara a la Iglesia, sino que dejara a la Iglesia
en la Verdad de lo que es.
Pero desde que inició su Pontificado, su amor al hombre está por encima del amor a la Iglesia.
No
quiso ser llamado Papa, rebajó el Papado con notas externas, hizo cosas
no propias de un Papa en los primeros días de su reinado, no quiso
amoldarse a los escritos preparados para la predicación en la Iglesia,
sino que enseguida dio sus sermones, confusos, errados, que no nacían
del corazón, sino de su error en la mente.
Pasó
por alto tantas advertencias que se le decía para mostrarse como tiene
que ser un Papa, porque él quiere ser un hombre, acercarse al hombre,
agradar a todo hombre, sentirse unido al hombre, volverse a la miseria
del hombre, darle un mano, porque ama al hombre de una manera
equivocada.
El
amor que obra Francisco es un amor que muchos en la Iglesia tienen.
Muchos ponen al hombre por encima de Dios. Y es antes el criterio de los
hombres que la Mente de Cristo. Es antes la palabra de los hombres que
la Palabra del Evangelio. Es antes las obras buenas humanas, que las
obras santas, sagradas, en la Iglesia.
En la Iglesia se vive un falso amor, fruto del enfriamiento de la caridad de muchos.
La
caridad es un fuego divino dado al corazón del hombre. Pero si ese
fuego se va apagando porque el corazón se cierra a la enseñanza del
amor, entonces el alma vive para la frialdad de su mente y obra con esta
frialdad en la Iglesia.
Por
eso, en la Iglesia se percibe odio, resentimientos, envidias, celos,
mentiras, engaños, falsedades, porque el corazón está cerrado al Amor, y
se vive de pensamientos, de ideas, de planes humanos en la Iglesia.
Y quien hace caminar así, buscando el camino de los hombres, es la misma Jerarquía de la Iglesia.
Francisco
es ejemplo de ello cuando con los jóvenes los invitó a seguir lo que
eran: independientes, ambiciosos, orgullosos, soberbios, lujuriosos.
Porque esa es la idea que tiene de la juventud. Y hay que amarla de esta
manera, porque para él lo primero es amar al hombre, después es ver qué
hay que darle al hombre. Y si hay que ofrecerle una amistad, se la da,
aunque para ello sea necesario que rebajarse con el pecado del otro.
Porque
así entiende Francisco el amor al otro: abajarse a su estilo de vida,
abrazar su pecado, quitarle importancia, dejárselo como un bien para su
vida de hombre, y ayudarle para que esa forma de vivir sea próspera en
lo humano, pero sin fijarse en el elemento espiritual, moral, de la
persona.
Hay
que amar a los jóvenes porque son hombres y hay que acercarse a sus
vidas y ser como ellos, imitarlos en su orgullo e independencia. Hay que
ser rebeldes, como ellos. Y se les ayuda para que tengan una vida de
rebeldía, de placeres, de felicidad, porque eso es lo que da Dios a los
hombres.
Esta
forma de pensar de Francisco es la de tantos sacerdotes en la Iglesia
que no saben conducir al rebaño a los pastos del amor, sino que dejan al
rebaño en sus propios pastos de impureza y de rebeldía hacia Dios.
El
pecado de Francisco está en sus obras. En cada cosas que hace en la
Iglesia. No está en sus palabras. En las palabras está la cabeza de su
error. Lo que él piensa de la vida, de la Iglesia, del sacerdocio.
En
sus obras está la obra de su amor al hombre. Él habla muchas cosas,
pero siempre obra este amor falsificado, errado en la raíz. No ha sido
capaz de obrar un amor verdadero. Ha sido capaz de hablar lo verdadero
cuando se sujeta al papel que le preparan para que no diga tonterías.
Pero cuando no se sujeta a ese papel, por esa boca sale su error
constantemente. No es que se equivoque en algo. Es que en todo lo que
dice, cuando se pone a improvisar, cuando quiere dar su opinión, hay un
error, una mentira, una falsedad. Por eso, no hay que fijarse en lo que
dice. Hay que ver sus obras concretas en la Iglesia.
Y
esas obras están ahí. Son muy claras. No hay que ver sus obras en lo
exterior que transmite: en su falsa humildad exterior, en su necio
despojo de las riquezas, en su falsa amistad por todos los hombres.
Sus
obras en la Iglesia las hace como Papa, sin serlo. Pero está ahí
presidiendo, no gobernando, la Iglesia. No quiere gobernarla porque no
quiere ser Papa. Sólo quiere ser un hombre bueno, el Obispo de siempre,
el que se va con sus camaradas y habla de las muchas cosas de la vida.
En esas obras en la Iglesia, que son humanas, no divinas, está su
pecado, porque hace obras en contra de la Verdad de la Iglesia, en
contra de la Verdad del Evangelio, desde que inició su Pontificado.
Sus
declaraciones últimas son una obra en la Iglesia, una obra de pecado.
No es un conjunto de palabras. Es lo que piensa Francisco de la Iglesia,
a la cual odia con su corazón, porque lo tiene cerrado al Amor Divino,
que sólo puede entenderse cuando el hombre se despoja de todo lo suyo
humano para revestirse de lo divino.
Francisco
no quiso despojarse de sus vestiduras humanas cuando subió al
Pontificado, sino que despojó al Pontificado de su realeza divina y
transmite un pontificado frío, que nace de la frialdad de su
entendimiento humano, porque no puede amar con el corazón a la Iglesia,
al tenerlo cerrado al Amor.
Francisco
no ama a la Iglesia porque ama al hombre y se queda en el hombre. Para
él el centro de la vida es el hombre y la mujer. Y no hay más. Para eso
vive: para el hombre, para conquistar lo humano, para ser feliz en lo
humano, para dar a lo humano el brillo de lo humano.
Francisco
no ama porque no sabe lo que es el Amor. Se ha inventado el amor, como
han hecho tantos sacerdotes y Obispos en la Iglesia. Hoy se ama a los
fieles con el pensamiento de cada uno, no con el corazón abierto a la
Verdad, que trae el Amor.
Hoy
se ama para quedar bien entre los hombres, para darles a los hombres lo
que ellos quieren escuchar. Y no se les da la Verdad, que está en Dios
-y que se refleja en el Evangelio- porque no se ama la Verdad, sino se
aman las verdades que cada uno encuentra en su mente humana. Y esas
verdades van en contra de la Verdad, que es la Iglesia.
La
Iglesia persigue las verdades humanas. Y, entonces, hace lo que
Francisco: obra el pecado, la mentira, el error que está en el
pensamiento de cada sacerdote, de cada Obispo, de cada fiel. Ese error
que no se quita sino despreciándolo, crucificando el pensamiento humano,
pisoteando la ciencia humana, la técnica humana, la filosofía humana,
que es lo que no hacen los sacerdotes ni los Obispos, ni nadie en la
Iglesia.
Y
ese error lleva al pecado de odio hacia la Iglesia, hacia lo divino,
hacia lo santo, hacia lo sagrado. Un odio que se descubre en las
palabras y en las obras, al mismo tiempo, que es lo que ha hecho
Francisco.
El
pecado de Francisco es el fruto de su error. Y cae en el error por su
amor al dinero, amor a la vida, amor al bienestar de la vida.