Mateo 24, 15: “Por
tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue
dicha por el Profeta Daniel, está en el lugar santo, -el que lee
entienda-”.
Mateo 24, 24-25: “Porque
se levantarán falsos Cristos y falsos Profetas, y harán grandes
maravillas y prodigios; de manera que aún los escogidos, si fuera
posible, caerían en error: ya veis que os lo he predicho”.
2 Tes. 2, 3-5: “No
os dejéis seducir de nadie en ninguna manera; porque no vendrá este día
sin que primero haya acontecido la apostasía, y aparecido el hombre del
pecado, hijo de la perdición, el cual se opondrá, y se alzará contra
todo lo que se llama Dios, o que es adorado, de manera que se sentará en
el templo de Dios, dando a entender que es Dios. ¿No os acordáis, que
cuando estaba todavía entre vosotros, os decía estas cosas?”.
El misterio de iniquidad es el que está obrando en la Iglesia.
Misterio
que ha puesto en el Papado su poder. Un poder demoniáco. Quien rige al
impostor, no es el Poder de Dios, sin el poder del demonio.
Y hay que saber qué puede hacer el demonio en los hombres para entender este poder.
El
demonio posee a los hombres cuando los hombres viven en el pecado. Si
los hombres no están en gracia, si los hombres tardan en confesar sus
pecados, si los hombres se dedican a vivir su vida humana sin atender a
nada espiritual, haciendo las cosas de Dios por rutina, entonces se da
la posesión del demonio.
El
demonio posee las mentes de los hombres y sus cuerpos. El demonio no
posee la voluntad de los hombres, pero puede influir en ellas.
Para
entender lo que pasa en la Iglesia, para comprender por qué el Concilio
Vaticano II fue un desastre para la Iglesia, porque con él vino la
remodelación de toda la Iglesia que la ha llevado a esta situación, hay
que meterse en este misterio de iniquidad.
Lo
que vivimos, ese impostor, nace del Concilio Vaticano II. Es la lenta
obra del demonio en los hombres, en los sacerdotes, en los Obispos, en
los religiosos, en los fieles de la Iglesia.
Lenta, pero eficaz, obra del demonio.
La Virgen, en La Salette, ya hablaba que el Anticristo iba a nacer de una virgen consagrada, dada al demonio, y de un Obispo.
El
Anticristo necesita la consagración del sacerdocio para ser Anticristo.
Necesita, vía sexo, lo que un Obispo, cuando se une a una mujer, que
también es religiosa, -pero que ha hecho de su vocación un instrumento
del demonio, una bruja, una experta en artes demoniácas-, le da en el
espíritu.
El
hijo que nace de esa unión, -que se hace con un rito satánico,
utilizando lo propio del sacerdocio: una Hostia Consagrada, una Cruz, la
Palabra de Dios- es un hijo que tiene lo que posee el Obispo en su
consagración: el espíritu del sacerdocio. El espíritu del sacerdocio, no
la consagración al sacerdocio, que pasa al hijo cuando se hace ese rito
demoniáco.
Este
poder del demonio es verdadero. El demonio se puede poseer del
espíritu del sacerdocio de un sacerdote, de un Obispo, cuando se hace
ese acto bajo unas condiciones que pone el demonio.
Por
eso, lo que dice la Virgen es muy grave para la Iglesia. Si un Obispo
se une a una mujer religiosa para dar al Anticristo, entonces se debe
entender la condición de ese Obispo.
Ese Obispo, que se une a la mujer, debe estar poseído por el demonio. Sin esta posesión, no puede darse ese rito.
Esa
posesión de ese Obispo supone una vida de pecado en ese Obispo. Es
decir, que ese Obispo no quite su pecado, no se arrepienta de su pecado,
viva en su pecado. Eso produce la posesión demoniáca.
No hay que entender la posesión demoniáca sólo cuando el cuerpo se retuerce y la persona hace cosas que no tienen sentido.
El
demonio posee las inteligencias de los hombres. Por eso, hoy día, se da
tanta locura entre los hombres. Y los hombres, por no tener fe, dicen
que están locos, que tienen una enfermedad mental, y es sólo el demonio,
la posesión del demonio, que se hace porque esa persona vive en su
pecado y se ha acostumbrado a su pecado. El mundo está lleno de
demonios, por esta posesión. Y ningún psiquiatra, ni ninguna medicina
quita esta posesión.
El
pecado no es cualquier cosa en la vida de los hombres. Es la obra del
demonio. El demonio hace pecar para llevar al alma hacia lo que quiere,
que es poseerla, y así hacer que esa alma obre lo que el demonio quiere
en la vida. Una cosa es el pecado de la persona, otra cosa es la
posesión de la persona por el demonio. Si la persona no quita su pecado,
no se confiesa al momento, sino que lo va dejando, que es lo que hace
la mayoría de la gente, eso va produciendo que la obra del demonio, que
es el pecado, se desarrolle hasta llegar a poseer a la persona. Un
pecado llama a otro pecado. Y así el demonio va tejiendo su posesión, su
ciudadela en la persona. Esta obra de posesión siempre es en la
inteligencia de la persona. No hace falta que se dé en el cuerpo de la
persona. Por eso, aparecen en muchos hombres la locura. El demonio, al
poseer la inteligencia del hombre, hace un daño a la mente, que se
traduce en una locura. Los hombres ven la locura y creen que han perdido
la cabeza, y no es así. Es la locura que nace del demonio para poseer a
ese alma. Y mientras esté la posesión del entendimiento, está la
locura. Y, por eso, no hay medicina que cure eso. Sólo lo cura el poder
de un sacerdote que crea. Pero los sacerdotes ya han dejado de creer y
también ellos ven eso como un estado mental, como una enfermedad, y no
como lo que es. Y lo ven por su falta de fe, porque el sacerdote tiene
inteligencia para entender todas las obras del demonio. Pero como no
creen en el demonio, entonces no ayudan a las almas a liberarse de esa
posesión real que incide en sus vidas realmente y que destroza vidas.
Hay
muchos hombres poseídos por Satanás hoy día, por su pecado. Y, aunque,
después lo intenten quitar, confesarse, queda la posesión.
Cuando
los Obipos de la Iglesia, cuando los sacerdotes de la Iglesia han
dejado su vida espiritual, su vida de oración, su vida de penitencia, y
se conducen en la Iglesia como almas en el pecado: pecan y no confiesan
ese pecado; y viven con ese pecado, y obran todas las cosas del
sacerdocio con ese pecado, entonces viene la posesión del demonio en ese
sacerdote.
Y,
por eso, el Concilio Vaticano II da esos frutos a la Iglesia. ¡Cuántos
sacerdotes poseídos por Satanás, infestados por la obra del demonio, que
es el pecado! Y se ponen a practicar un Concilio en esas condiciones de
sus almas. Entonces, el desastre es lo que hemos visto.
No
se puede entender lo que pasó con Pablo VI sin recurrir al misterio de
iniquidad. Y, por eso, con Pablo VI se dieron muchas cosas sin sentido.
Se han querido explicar de muchas maneras: que lo drogaron, que lo
maniataron, que le pusieron un doble, que falsificaron sus documentos,
etc. No importa la manera humana de obrar un pecado, un mal. Lo que
importa es quién está detrás del pecado y cómo puede obrar ese pecado.
Lo
que hicieron con Pablo VI fue la obra de la posesión del demonio en
sacerdotes, Obispos, fieles. La muerte de Juan Pablo I fue por una
persona consagrada a Dios, pero poseída por el demonio. Lo que sufrió
Juan Pablo II en todo su Pontificado es por los consagrados en la
Iglesia que, viviendo en su pecado, llegan a la posesión de sus almas
por el demonio y, por tanto, obstaculizan la misión de un Papa y le
ponen toda clase de impedimentos para que el Papa no haga lo que Dios le
pide.
Benedicto
XVI subió al Poder en su pecado. Y su renuncia es por su pecado, es por
no quitar su pecado. Y su alma queda en la profundidad del pecado,
donde sólo el demonio reina y hace su obra.
El
misterio de iniquidad no es cualquier cosa. Y hoy, como no se cree en
el demonio, como no se cree en el pecado, entonces no se entienden
tantas cosas como los hombres hacen en la Iglesia.
Francisco
es un ejemplo de eso. Francisco no es ningún santo. Habla como el
demonio, no habla como un ángel, como un serafín. Hace las obras del
demonio. Y las almas les cuesta percibir estas obras, porque no tienen
fe. La fe es a Cristo, a Su Palabra, que es la Verdad. No al pensamiento
de ningún hombre en la Iglesia. Una cosa es el depósito de la fe, que
está en la Iglesia. Otra cosa es la Fe, que sólo se puede dar a Cristo, a
la Palabra de la Verdad, al Espíritu de la Verdad, al Pensamiento del
Padre. La fe no se puede dar a ningún hombre, así sea Papa, Obispo,
Cardenal, sacerdote, fiel de la Iglesia. Y, menos, cuando es un impostor
Y
este es el error de muchos que todavía quieren defender a Francisco,
porque han puesto la fe en un hombre y no saben ver lo que ese hombre
está haciendo con el depósito de la fe en la Iglesia.