domingo, 22 de septiembre de 2013

EL MISTERIO DE INIQUIDAD EN LA IGLESIA


SatanascontraJesus
Mateo 24, 15: “Por tanto, cuando viereis que la abominación de la desolación, que fue dicha por el Profeta Daniel, está en el lugar santo, -el que lee entienda-”.
Mateo 24, 24-25: “Porque se levantarán falsos Cristos y falsos Profetas, y harán grandes maravillas y prodigios; de manera que aún los escogidos, si fuera posible, caerían en error: ya veis que os lo he predicho”.
2 Tes. 2, 3-5: “No os dejéis seducir de nadie en ninguna manera; porque no vendrá este día sin que primero haya acontecido la apostasía, y aparecido el hombre del pecado, hijo de la perdición, el cual se opondrá, y se alzará contra todo lo que se llama Dios, o que es adorado, de manera que se sentará en el templo de Dios, dando a entender que es Dios. ¿No os acordáis, que cuando estaba todavía entre vosotros, os decía estas cosas?”.
El misterio de iniquidad es el que está obrando en la Iglesia.
Misterio que ha puesto en el Papado su poder. Un poder demoniáco. Quien rige al impostor, no es el Poder de Dios, sin el poder del demonio.
Y hay que saber qué puede hacer el demonio en los hombres para entender este poder.
El demonio posee a los hombres cuando los hombres viven en el pecado. Si los hombres no están en gracia, si los hombres tardan en confesar sus pecados, si los hombres se dedican a vivir su vida humana sin atender a nada espiritual, haciendo las cosas de Dios por rutina, entonces se da la posesión del demonio.
El demonio posee las mentes de los hombres y sus cuerpos. El demonio no posee la voluntad de los hombres, pero puede influir en ellas.
Para entender lo que pasa en la Iglesia, para comprender por qué el Concilio Vaticano II fue un desastre para la Iglesia, porque con él vino la remodelación de toda la Iglesia que la ha llevado a esta situación, hay que meterse en este misterio de iniquidad.
Lo que vivimos, ese impostor, nace del Concilio Vaticano II. Es la lenta obra del demonio en los hombres, en los sacerdotes, en los Obispos, en los religiosos, en los fieles de la Iglesia.
Lenta, pero eficaz, obra del demonio.
La Virgen, en La Salette, ya hablaba que el Anticristo iba a nacer de una virgen consagrada, dada al demonio, y de un Obispo.
El Anticristo necesita la consagración del sacerdocio para ser Anticristo. Necesita, vía sexo, lo que un Obispo, cuando se une a una mujer, que también es religiosa, -pero que ha hecho de su vocación un instrumento del demonio, una bruja, una experta en artes demoniácas-, le da en el espíritu.
El hijo que nace de esa unión, -que se hace con un rito satánico, utilizando lo propio del sacerdocio: una Hostia Consagrada, una Cruz, la Palabra de Dios- es un hijo que tiene lo que posee el Obispo en su consagración: el espíritu del sacerdocio. El espíritu del sacerdocio, no la consagración al sacerdocio, que pasa al hijo cuando se hace ese rito demoniáco.
Este poder del demonio es verdadero. El demonio se puede poseer del espíritu del sacerdocio de un sacerdote, de un Obispo, cuando se hace ese acto bajo unas condiciones que pone el demonio.
Por eso, lo que dice la Virgen es muy grave para la Iglesia. Si un Obispo se une a una mujer religiosa para dar al Anticristo, entonces se debe entender la condición de ese Obispo.
Ese Obispo, que se une a la mujer, debe estar poseído por el demonio. Sin esta posesión, no puede darse ese rito.
Esa posesión de ese Obispo supone una vida de pecado en ese Obispo. Es decir, que ese Obispo no quite su pecado, no se arrepienta de su pecado, viva en su pecado. Eso produce la posesión demoniáca.
No hay que entender la posesión demoniáca sólo cuando el cuerpo se retuerce y la persona hace cosas que no tienen sentido.
El demonio posee las inteligencias de los hombres. Por eso, hoy día, se da tanta locura entre los hombres. Y los hombres, por no tener fe, dicen que están locos, que tienen una enfermedad mental, y es sólo el demonio, la posesión del demonio, que se hace porque esa persona vive en su pecado y se ha acostumbrado a su pecado. El mundo está lleno de demonios, por esta posesión. Y ningún psiquiatra, ni ninguna medicina quita esta posesión.
El pecado no es cualquier cosa en la vida de los hombres. Es la obra del demonio. El demonio hace pecar para llevar al alma hacia lo que quiere, que es poseerla, y así hacer que esa alma obre lo que el demonio quiere en la vida. Una cosa es el pecado de la persona, otra cosa es la posesión de la persona por el demonio. Si la persona no quita su pecado, no se confiesa al momento, sino que lo va dejando, que es lo que hace la mayoría de la gente, eso va produciendo que la obra del demonio, que es el pecado, se desarrolle hasta llegar a poseer a la persona. Un pecado llama a otro pecado. Y así el demonio va tejiendo su posesión, su ciudadela en la persona. Esta obra de posesión siempre es en la inteligencia de la persona. No hace falta que se dé en el cuerpo de la persona. Por eso, aparecen en muchos hombres la locura. El demonio, al poseer la inteligencia del hombre, hace un daño a la mente, que se traduce en una locura. Los hombres ven la locura y creen que han perdido la cabeza, y no es así. Es la locura que nace del demonio para poseer a ese alma. Y mientras esté la posesión del entendimiento, está la locura. Y, por eso, no hay medicina que cure eso. Sólo lo cura el poder de un sacerdote que crea. Pero los sacerdotes ya han dejado de creer y también ellos ven eso como un estado mental, como una enfermedad, y no como lo que es. Y lo ven por su falta de fe, porque el sacerdote tiene inteligencia para entender todas las obras del demonio. Pero como no creen en el demonio, entonces no ayudan a las almas a liberarse de esa posesión real que incide en sus vidas realmente y que destroza vidas.
Hay muchos hombres poseídos por Satanás hoy día, por su pecado. Y, aunque, después lo intenten quitar, confesarse, queda la posesión.
Cuando los Obipos de la Iglesia, cuando los sacerdotes de la Iglesia han dejado su vida espiritual, su vida de oración, su vida de penitencia, y se conducen en la Iglesia como almas en el pecado: pecan y no confiesan ese pecado; y viven con ese pecado, y obran todas las cosas del sacerdocio con ese pecado, entonces viene la posesión del demonio en ese sacerdote.
Y, por eso, el Concilio Vaticano II da esos frutos a la Iglesia. ¡Cuántos sacerdotes poseídos por Satanás, infestados por la obra del demonio, que es el pecado! Y se ponen a practicar un Concilio en esas condiciones de sus almas. Entonces, el desastre es lo que hemos visto.
No se puede entender lo que pasó con Pablo VI sin recurrir al misterio de iniquidad. Y, por eso, con Pablo VI se dieron muchas cosas sin sentido. Se han querido explicar de muchas maneras: que lo drogaron, que lo maniataron, que le pusieron un doble, que falsificaron sus documentos, etc. No importa la manera humana de obrar un pecado, un mal. Lo que importa es quién está detrás del pecado y cómo puede obrar ese pecado.
Lo que hicieron con Pablo VI fue la obra de la posesión del demonio en sacerdotes, Obispos, fieles. La muerte de Juan Pablo I fue por una persona consagrada a Dios, pero poseída por el demonio. Lo que sufrió Juan Pablo II en todo su Pontificado es por los consagrados en la Iglesia que, viviendo en su pecado, llegan a la posesión de sus almas por el demonio y, por tanto, obstaculizan la misión de un Papa y le ponen toda clase de impedimentos para que el Papa no haga lo que Dios le pide.
Benedicto XVI subió al Poder en su pecado. Y su renuncia es por su pecado, es por no quitar su pecado. Y su alma queda en la profundidad del pecado, donde sólo el demonio reina y hace su obra.
El misterio de iniquidad no es cualquier cosa. Y hoy, como no se cree en el demonio, como no se cree en el pecado, entonces no se entienden tantas cosas como los hombres hacen en la Iglesia.
Francisco es un ejemplo de eso. Francisco no es ningún santo. Habla como el demonio, no habla como un ángel, como un serafín. Hace las obras del demonio. Y las almas les cuesta percibir estas obras, porque no tienen fe. La fe es a Cristo, a Su Palabra, que es la Verdad. No al pensamiento de ningún hombre en la Iglesia. Una cosa es el depósito de la fe, que está en la Iglesia. Otra cosa es la Fe, que sólo se puede dar a Cristo, a la Palabra de la Verdad, al Espíritu de la Verdad, al Pensamiento del Padre. La fe no se puede dar a ningún hombre, así sea Papa, Obispo, Cardenal, sacerdote, fiel de la Iglesia. Y, menos, cuando es un impostor
Y este es el error de muchos que todavía quieren defender a Francisco, porque han puesto la fe en un hombre y no saben ver lo que ese hombre está haciendo con el depósito de la fe en la Iglesia.