domingo, 22 de septiembre de 2013

UN PAIS QUE DA VERGUENZA


La constante involución de la Argentina


Casi cualquier país del mundo tiene lineamientos generales medianamente previsibles, tanto para los de adentro cuanto para los de afuera. Casi cualquier país, excepto la Argentina de los últimos 60 años.
Vivimos en un sitio eternamente adolescente, que discute y rediscute una esencia nacional que, a estas alturas, nadie sabe bien si es que no se la encuentra, o es que ya no se la tiene. Parados en el mundo El mundo moderno no ha podido contar con la Argentina. Pronazi, cuando el nazismo se caía a pedazos, enarbolando una absurda tercera posición cuando el mundo estaba dividido en dos y resultaba imperativo alinearse, con dos reinicios democráticos adecuadamente derrocados, con unos imbéciles tratando de hacer una revolución marxista en el granero del mundo, (hay que estar muy mal de la cabeza para siquiera pensar en una estupidez como esa), y detonando al demonio inesperado que terminó cometiendo un genocidio de impensado horror con más de 8 mil personas desaparecidas. Con un presidente borracho que en el año 1981 era visto por USA como un general majestuoso, aliado en la lucha contra el comunismo, y apenas un año después entró en guerra contra la OTAN y esperó (en vano) la ayuda de Cuba y la URSS; con los militares sacándose de encima el gobierno por incapacidad, y con el primer presidente de la nueva democracia vapuleado por un sindicalista (Ubaldini) que le hizo 14 paros generales, sumado al liberalismo nacional (Cavallo) haciéndole un golpe de estado económico para tomar el poder. Con el Pj llegando al gobierno para gobernar mediante Alsogaray y Cavallo, que dejaron armada la bomba de tiempo que terminaría con un 40% de pobreza y una desocupación inédita; con el pueblo votando la solución en De la Rúa, lo que equivalía a poner a un árbitro de la D a dirigir una final de torneo entre Boca y River, con un 24% de los argentinos votando de nuevo a Menem, el mismo que había destrozado la nación 4 años antes, y con un proceso kirchnerista que se metió por la ventana para empezar enarbolando la bandera de los DDHH y terminar designando a Milani; que se cansó de declamar contra las corporaciones y terminó firmando un acuerdo secreto con la Chevrón, para entregar el mayor yacimiento de gas y petróleo del país de forma clandestina, sin que la población siquiera pueda conocer los términos del acuerdo. Y que en medio de su locura intentó llevarse puestas nada menos que la libertad de prensa y la justicia. Y con toda esta historia de 60 años convenientemente oculta, sesgada, reescrita, reformulada y maquillada según los intereses de turno. En este contexto, qué puede esperar el mundo y qué pueden esperar los propios argentinos, de la Argentina, cuando todo indica que este país ya ha vivido sus mejores momentos, e involuciona? Partidos eran los de antes... A la reiniciación democrática de 1983 se llegó con un bipartidismo bastante coherente, acorde a lo que se observa en gran parte de los países civilizados. El Pj desde la centroderecha, y la UCR, desde la centroizquierda. Necesitó menos de 20 años, esa nueva democracia argentina, para derrumbar al país y pulverizar el sistema bipartidista, lo que dio lugar a una atomización política que sigue hasta nuestros días. No se trata de pluralidad, se trata de intolerancia. Cualquiera junta 50 personas y funda un partido político, o una corriente escindida de algo previo. Cada dirigente tiene su propia corriente y, en realidad, nadie conduce ni dirige nada. La mayor parte del pueblo está alejada de la política y los dirigentes hacen reuniones de 20 personas en casas de familia, para transmitir sus ideas. A lo sumo, los que tienen carnet hacen buenos negocios y demagogia. Es demasiado poco para una nación. Los grandes temas, ausentes Nadie discute ni pone en debate los grandes temas de la Argentina. En pleno 2013 aún no se sabe si debemos posicionarnos junto a las grandes democracias occidentales, o si debemos coquetear con Rusia, Irán y la ridícula revolución bolivariana de Hugo Chávez. Hemos estado, hasta hace apenas unos meses, poniendo en tela de juicio la utilidad práctica de la división republicana de poderes, incluso. Unos dementes quisieron escriturar, a su nombre, al poder judicial, y otros dementes, los aplaudían. Esto se ha convertido en un país de gente loca, en un país de gente absurda. Nadie se sienta a debatir seriamente la lucha contra el crimen, y nos balanceamos en el péndulo de siempre, entre el garantismo a ultranza que privilegia los derechos del delincuente frente a los del decente, para luego pasar al otro extremo y salir a fusilar pibes de gorrita. Cuando las tres funciones primordiales del estado consisten en brindar seguridad, educación y salud, apenas la tercera se mantiene estoicamente, gracias a la vocación inquebrantable de médicos y trabajadores de la salud. Seguridad y educación continúan en constante default.
Cómo es posible que aún bajo gobiernos dictatoriales la Argentina supo tener bien cubiertas estas cuestiones básicas, y que tres décadas de democracia, lejos de optimizarlas, casi las destruyeron?
Con una década ganada que tomó el país con un 40% de pobreza y, 10 años después del mayor crecimiento económico del siglo, la tiene en 30%; nadie debate cómo hacer para que la gente pobre deje de ser pobre, y para que la gente viva como la gente. Con un sistema democrático que en 30 años de vigencia nunca se interesó en diagramar un proyecto de educación adecuado a los nuevos tiempos, para producir más ingenieros que abogados, y para proporcionarles al menos un oficio a los que ni siquiera estudian. Un país que creció gracias a la cultura del esfuerzo y el trabajo, se empequeñece en la cultura de la prebenda estatal y bajo el imperio de la ley del menor esfuerzo. Un país pletórico de riquezas minerales que son extraídas y llevadas al extranjero a simple declaración jurada. Un país con una riqueza pesquera comparable a su capacidad agropecuaria, pero que es robada y contrabandeada a cambio de dádivas para el funcionario de turno. Disculpemé, pero eso, en mi barrio, se llama país en extinción. Eso es no es un país, eso es una vergüenza. Y no es una vergüenza ajena; es propia. Futuro a la marchanta Aquí hace falta gente capacitada y decente, que se ponga a la altura de las circunstancias. Habrá que ver si la tenemos, y, más difícil aún, habrá que ver si, en caso de tenerla, también vamos y la votamos. 2013 muestra un panorama donde el debate pasa por un discurso apenas intendentista. Cámaras de seguridad, sapitos bajo nivel y metrobuses son exhibidos como auténticas políticas de estado. Es una payasada. Los grandes temas siguen estando lejos del debate político, y de la gente. Después de 10 años de relato falseado desde la supuesta izquierda, se inicia una nueva etapa y un nuevo relato falseado desde la supuesta derecha. La gente sigue en el medio, y no parece importarle mucho a nadie. Pareciera que nos encanta adscribir a los mentirosos, a los ladrones y a los especuladores. Pareciera que la memoria colectiva de la sociedad tiene apenas unos pocos megas y se resetea cada 10 años. Pareciera que los argentinos no tenemos manera de sentarnos a ponernos de acuerdo en 4 o 5 temas básicos y fundamentales para sostener en el tiempo, gobierne quien gobierne, y pase lo que pasare. Pareciera que estamos empecinados en fracasar, haciendo que nuestros hijos tengan que afrontar condiciones de vida y de realización inferiores a las nuestras.
Alguien debe decir que para mencionar a lo mejor de la Argentina ya es necesario remontarse varias décadas atrás. En todos los órdenes de la vida de este país, lo mejor permanece en el pasado.
Nos hemos vuelto una sociedad sin mérito ni destaque. Nos hemos vuelto demasiado vulgares. - Un pueblo al que le endilgan deudas privadas, en forma de deuda pública, y lo admite en silencio. Y , más aún; va y vota al que se hizo millonario con esa plata.
- Un pueblo que se creyó que se podía pasar de la hiperinflación a tener el peso 1 a 1 con el dolar, para siempre y por el mero hecho de dictar una ley.
- Un pueblo que vota masivamente a un partido político que dejó de existir en 1974.
- Un pueblo al que, 4 años después de su mayor debacle económica y social, le dijeron que habían pagado la deuda externa, y lo creyó.
- Un pueblo que nunca se explicó atinadamente su propia historia.
- Un pueblo que, en lugar de razonar, elige fanatizarse.
Más de 4 que lo miran desde afuera deben estar pensando que, verdaderamente, no nos merecemos el país que nos fue dado. No me atrevo a afirmar que estén demasiado equivocados.

Fabián Ferrante