La Iglesia no olvida a sus hijos que sufren en el Purgatorio
En el mes de los difuntos
Las verdades básicas del cristianismo van entrando en un tal olvido,
que alguien podrá preguntarse por qué la Iglesia se preocupa de ofrecer
sufragios por los difuntos en el mes de Noviembre.
La razón es que, incluso entre las personas que han vivido
virtuosamente, son pocos los que están libres de toda mancha de pecado.
Por ello, tienen que expiar sus culpas en el Purgatorio.
Se dice de la gran Santa Teresa de Avila que, antes de subir al
Cielo, tuvo que bajar al Purgatorio para allí hacer una genuflexión como
penitencia.
Queremos ofrecer a nuestros lectores algunas reflexiones para mejor
animarles a atender el llamado que la Iglesia nos hace para que ayudemos
a nuestros hermanos que sufren en el Purgatorio. Nos serviremos para
ello de unos bonitos trechos de una conferencia del Abbé Arminjon (1).
El nos dice que el purgatorio es la obra de arte del Corazón de Dios, la
invención más maravillosa de su amor y de su justicia. De tal modo que “no sabríamos decir si los consuelos que allí se experimentan nos son más excesivos que los mismos tormentos que se padecen“.
“Dichosas y desgraciadas simultáneamente las almas se estremecen
de felicidad viendo sus manchas desaparecer por el efecto maravilloso de
este castigo reparador” que las embellece purifica y restaura. Santo Tomás afirma que el fuego “pierde su intensidad a medida que consume y destruye las imperfecciones y los defectos que alimentan sus ardores.”
Importantísimo papel tiene la Santísima Virgen, llamada a tan justo título “Consoladora de las Almas del Purgatorio“,
pues baja allí en los días de sus grandes fiestas y libera a un gran
número de ellas. Las almas que se encuentran sufriendo en aquel lugar
entonan maravillosos cánticos en su alabanza. Y para las que no pueden
ser aún liberadas, Ella deja caer un refrescante rocío que las consuela
en medio de sus tormentos.
Son realmente terribles los sufrimientos, y por eso la Iglesia les
prodiga día y noche sus sufragios, a la vez que hace un apelo a sus
hijos para que las socorran, pues “el ejercicio de esta caridad les dispensa a cada momento las gotas celestiales que el Buen Jesús hace caer de su Corazón”
. Consoladas maravillosamente porque saben que están salvadas, sufren
sin embargo vehementemente la demora de ver a Dios cara a cara.
El Abbé Arminjon continúa: “Aquí abajo en la Tierra la separación
de Dios ¡no causa sino un mediocre desagrado! Estamos seducidos por la
apetencia de los bienes de este mundo y absorbidos por el espectáculo de
los objetos sensibles. Cuando llega la muerte, no hay más diversiones,
entretenimientos o distracciones. Nuestras inclinaciones, nuestras
aspiraciones, todas nuestras tendencias se dirigirán entonces hacia este
Divino Esposo, nuestro único e incomprensible tesoro“.
“Esta privación de Dios provoca un grandísimo sufrimiento, pero…
además está el fuego, fuego terrible que no deja subsistir ninguna
mancha, fuego inmortal que discierne hasta las debilidades más
imperceptibles al ojo de las criaturas” de cuyo ardor no pueden distraerse un minuto, ni un segundo.
“Podría dulcificar el infortunio de estas almas, saber que su
recuerdo no se extinguió y que los amigos que ellas han dejado en la
Tierra están trabajando para socorrerlas y liberarlas… sin embargo son
muchos los que lanzados en el torbellino de las frivolidades del Mundo,
dan la espalda a un recuerdo demasiado austero y penoso. A la
distracción le sigue el olvido. Y los dolores de los muertos son
olvidados“.
“¡Pobres muertos! Después de un pequeño número de días pasados en
el lamento y el duelo, después de algunos homenajes…los difuntos son
sepultados en una tumba más cruel, la del olvido, duro, inhumano,
implacable“.
“¡Ah! hermano, amigo, padre, esposo, os imploramos suplicantes
desde el fondo de este lago en llamas ¡merced! Una gota de agua, una
oración, un ayuno, una limosna, una mano que socorre y nosotros estamos
salvados…considerad que si nosotros sufrimos es en parte por vuestra
causa“.
Esforcémonos de modo especial en este mes por ayudarles con nuestras
oraciones. He aquí lo que nos piden los muertos. Si nosotros les
escuchamos, nuestra caridad será bendecida. Ellos no serán ingratos, y
liberados de sus tormentos por nuestros cuidados nos ayudarán a su vez
con su poderosa intercesión.
(1) Fin du Monde présent et mystéres de la vie future (1881) Cinquiéme Conférence, Du Purgatoire