CISMA ABIERTO EN TODA LA IGLESIA
Muchos dicen: ¿por qué se le critica tanto a Francisco? ¿No ha dicho el Señor que no juzguen para no ser juzgados?
Las almas no han comprendido lo que es la vida espiritual, que es algo diferente a la vida moral.
Todos pueden juzgar el espíritu de otra persona: «el espiritual juzga de todo, pero a él nadie puede juzgarle» (1 Cor 2, 15).
Todos
pueden juzgar a un homosexual, un ateo, a un masón, a un budista, a un
protestante, a un comunista, etc., cuando el juicio es sobre su vida
espiritual.
Jesús
ya ha marcado el camino de la verdad en el Espíritu: las leyes divinas,
las leyes naturales, los dogmas, el Magisterio de la Iglesia, la
Tradición, la Palabra de Dios.
Todos aquellos que siguen la doctrina de Cristo juzgan a los demás: a los que la siguen y a los que no la siguen.
Los
que no siguen la doctrina de Cristo no saben juzgar a los demás de
manera espiritual, porque no tienen la Verdad, que viene del Espíritu de
Cristo.
Todo
aquel que permanece en la Verdad, que es Cristo, lo juzga todo, porque
se apoya en esa Verdad, en Cristo mismo, en Su Mente; no se apoya en la
verdad que tiene en su mente humana. Es la verdad que Dios ha dado al
hombre y que nunca cambia, que es siempre la misma, aunque el hombre y
el mundo cambien.
La
ley divina dada a Moisés es para siempre, para todos los tiempos. La
doctrina que enseñó Jesús a Sus Apóstoles, y que ha sido transmitida por
la Tradición, enseñada por el Magisterio auténtico de la Iglesia, y
contenida en los Evangelios, es para siempre. No se puede cambiar una
tilde, una palabra, a esa doctrina. Esa doctrina es la única verdad. La
Verdad Absoluta. La verdad que todo hombre debe tener en su corazón,
para que su mente piense la vida como Dios la ve.
Todo
aquel que está en la Verdad, que se agarra a los dogmas, que no
transige con la mente de los hombres ni con sus leyes, entonces lo puede
juzgar todo, cualquier cosa y a cualquier persona, sea sacerdote,
Obispo o Papa, en el aspecto espiritual.
Puede decir: ese sacerdote se equivoca porque no sigue el dogma, no sigue la verdad.
«Pero
como todos sabemos, es el jardín de Dios una gran variedad de colores.
No todos los que han nacido como un hombre se sentirán como un hombre, y
también en el lado femenino. Ellos se merecen, como seres humanos, el
respeto a la que todos tenemos derecho. Me alegro mucho por Thomas
Neuwirth, quien con su aparición como Conchita Wurst, tiene tanto éxito.
(…) oren por él, por la bendición de Dios para su vida. ¿Una victoria
de la tolerancia? (…) Sí, nuestro mundo necesita una verdadera
tolerancia, es decir, el respeto a los demás, incluso si usted no
comparte su punto de vista» (Cardenal Christoph Schönborn – 15/05/2014).
Todos aquellos que siguen la Verdad pueden juzgar al Cardenal Schönborn porque se ha puesto en la mentira.
1.
en el jardín de Dios, que es la Creación material sólo se da: hombre
y mujer, varón y hembra, masculino y femenino. Es decir, no se dan ni
los homosexuales, ni las lesbianas ni otra cosa que se invente el
hombre;
2.
en el jardín de Dios, se produjo el pecado de Adán y, por lo tanto,
el demonio es el que crea a los homosexuales, las lesbianas, etc.
3. Dios juzga el pecado de los homosexuales y las lesbianas como abominación y lo castiga con una pena social: pena de muerte.
4.
Si Dios juzga a la persona homosexual como abominación, todo hijo de
Dios tiene la obligación de juzgar al homosexual como abominación.
Porque el hijo de Dios sigue la mente de Dios; no sigue la mente de
ningún hombre.
5.
Todo sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, está obligado, en la
Iglesia, a seguir la Mente de Dios y enseñarla a todas las almas. Quien
no haga esto, automáticamente se pone fuera de la Iglesia.
6.
Todo sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, está obligado a hacer
oración y penitencia por los pecadores, para que reciban la gracia del
arrepentimiento. Y están obligados a decir a un pecador público que
quite su pecado si no quiere condenarse por él.
7.
Todo sacerdote, Obispo, Cardenal, Papa, que no enseñe la ley divina,
sino que se invente su ley divina en la Iglesia, y procure contentar a
los hombres con sus bellas palabras humanas (=tolerancia) no pertenece a
la Jerarquía verdadera, sino a la infiltrada, a la que no es de Cristo.
8.
Todo fiel en la Iglesia está obligado a obedecer la Mente de Dios,
no la mente de los hombres, aunque sean sacerdotes, Obispos, Cardenales,
Papa, cuando dicen, predican, obran lo contrario a la ley divina.
Esto
es hacer un juicio espiritual: el Cardenal Schönborn pertenece a la
Jerarquía infiltrada porque no enseña la Verdad sobre la homosexualidad
ni sobre el acto creador divino sobre la naturaleza humana. Por tanto,
no se le puede dar obediencia ni respetarlo como sacerdote ni como
Obispo. Se le respeta como hombre, porque es libre de condenarse por sus
pecados.
Hasta aquí el juicio espiritual, que todo el mundo puede hacer si está en la Verdad, que es Cristo.
Lo que Cristo prohíbe es el juicio moral sobre las personas.
Cada
persona, independientemente de su vida espiritual, tiene una vida
moral. Esa vida moral nace de su voluntad humana, que está regida por
una razón.
Todo
acto moral es una obra de la voluntad del hombre. Todo hombre, en su
vida, elige una obra guiado por una razón: divina, humana, demoníaca. Y,
según sea esa razón, así será su acto moral. Este acto moral sólo Dios
puede juzgarlo, no el hombre.
Dios
mandó al profeta Oseas buscar una prostituta. Y Oseas realizó un acto
moral que, para los hombres es pecaminoso, pero no para Dios. Dios le
mandó obrar una justicia en esa prostituta. Es un mandato divino.
Dios mandó a Abraham sacrificar a su hijo. Eso es ir en contra del mandamiento divino: «no matarás».
Pero, como Dios lo manda en Su Justicia, para obrar una justicia por el
pecado del hombre, entonces no es pecado y ese acto moral es bueno para
Dios, para Abraham y para el hijo que se sacrifica. Igualmente, lo que
hizo Oseas es un acto moral bueno, para él y para la prostituta.
Cuando
Dios manda estas cosas, no se las dice a cualquiera, sino a personas de
mucha vida espiritual, como Abraham y Oseas. Personas de gran fe en la
Palabra de Dios. Y esto que manda Dios no es saltarse la ley divina, los
mandamientos; no es una excepción en la regla; no es un capricho
divino. Es una obra divina, santa, que sólo Dios sabe medir; no los
hombres. Y sólo el que la obra, sabe por qué Dios se lo manda. Esta obra
no es conocida por nadie. Por eso, Abraham la obró sin el conocimiento
de nadie. Y lo mismo Oseas.
Pero
si el hombre, en su acto moral, no sigue los mandamientos de Dios, la
ley divina, entonces siempre comete un pecado. Se puede juzgar el pecado de esa persona, porque entra en la vida espiritual; pero no se puede juzgar a la persona,
porque no se conoce la intención con que realizó ese pecado. No se
puede juzgar su vida moral: su acto moral. Pero sí su pecado. Y,
entonces, sólo queda un camino ante el acto moral de la persona: rezar
por ella, hacer penitencia por su pecado.
Adán,
siguiendo la mente del demonio engendró un hijo: Caín. Este acto moral
es un pecado. Se juzga espiritualmente el pecado, pero no se juzga a
Adán, su acto moral, que sólo Dios sabe medirlo y ponerle el camino de
Su Justicia. Lo que hizo Adán es una obra de su voluntad humana según el
orden de una razón demoníaca. Es un acto moral, no sólo del hombre,
sino también del demonio en el hombre. Por eso, el demonio tiene derecho
a la vida moral de los hombres; por el pecado de Adán.
Ante
las declaraciones de este cardenal, se juzga su visión espiritual del
homosexualismo, pero no su acto moral. Ha pecado con esas declaraciones.
Y su pecado es muy grave, porque ha dicho una herejía y ha puesto el
camino para el cisma. Pero no se puede decir que este Cardenal está
condenado al fuego del infierno, porque no se le puede juzgar en su vida
moral. Ésta la juzga Dios.
Lo
que tiene que hacer toda alma, fiel a Jesucristo, es apartarse de este
Cardenal, no seguir sus predicaciones, sus enseñanzas, porque son
heréticas; y rezar para que deje lo que está haciendo en la Iglesia y
busque ayuda espiritual para su alma. Porque si no ve su pecado,
entonces es cuando se condena.
Estas
cosas hay que tenerlas claras en la Iglesia. La Iglesia es para salvar
el alma y santificarla. Y se salva luchando contra el pecado y contra
los hombres que ayudan a pecar, que son tentación para el pecado. Y, por
tanto, en la Iglesia sobra la tolerancia humana, que es un pecado
grave.
Una
cosa es respetar a ese homosexual como hombre, porque es libre para
obrar su pecado, donde quiera y ante quien quiera. Y otra cosa es
defender la verdad ante el pecado de ese hombre.
Si
no se defiende la Verdad, sino que se tolera la mentira, el pecado, el
error, el engaño, entonces el pecado se anula, el pecado se apoya, se
justifica, se ensalza, y se hace un mal mucho mayor. Porque quien alaba
el pecado de un homosexual, quien no lo corrige, entonces no es capaz de
hacer penitencia por su pecado para que su alma se salve. Sino que se
le invita a seguir pecando, a seguir en el camino del pecado, y se le
enseña una utopía: que Dios lo bendice en su pecado.
Es lo que este cardenal ha dicho: «oren por él, por la bendición de Dios para su vida». Lo que este Cardenal no sabe es el cisma que ha abierto con estas palabras. Este cardenal alaba el pecado del homosexual: «Me alegro mucho por Thomas Neuwirth, quien con su aparición como Conchita Wurst, tiene tanto éxito». Esto es una grave herejía viniendo de un consagrado.
Hay
que orar para que este homosexual diga un no a su pecado. No hay que
orar para que Dios bendiga su vida. Dios no bendice si el alma no se
aleja del pecado. Dios no derrama sus dones si el alma justifica su
pecado. Dios no da nada al hombre que quiere pecar y que vive su pecado,
sin poner ninguna traba a él.
Es
muy grave lo que este Cardenal ha expresado. Gravísimo. Pero así es
todo ahora. El culpable de estas declaraciones es Francisco. El comenzó
con el juego del lenguaje: «No podemos seguir insistiendo solo
en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de
anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y
he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que
hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la
Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando
de estas cosas sin cesar» (Entrevista del P. Antonio Spadaro, S.J.- Director de La Civiltà Cattolica).
Yo
soy hijo de la Iglesia, pero tenéis que pensar como yo pienso: no
juzgues a los homosexuales. Hay que cambiar la ley divina en cuanto a
los homosexuales.
¡Faltaría
más!: yo soy hijo de la Iglesia, pero es mejor ser hijo del demonio en
cuestión de los homosexuales. Es la propaganda que Francisco se hace a
su orgullo, a su pecado. El que es de la Verdad dice la Verdad como es,
no se anda con juegos semánticos, con licencias linguísticas, con
eufemismos pegajosos.
Es
que es necesario seguir insistiendo que el homosexual es una
abominación. No hay que lanzar la doctrina de la tolerancia. No podemos
ser tolerantes con la mentira, con la idea del demonio, con las ideas de
los hombres. Porque el hijo de Dios sólo tiene la Mente de Dios. No
posee ni siquiera su propia mente humana. El hijo de Dios no es de él
mismo, sino de Su Padre Dios. Y, por eso, todo hijo de Dios lucha contra
su mente humana y contra la mente de todo hombre, si es tentación para
su vida espiritual, si es un peligro para la salvación de su alma y la
de los demás.
La
vida moral de las personas es para su vida espiritual. Y no es al
revés. No es primero la vida espiritual: no es primero ser masón,
budista, protestante, marxista, pecador, etc., para tener una vida
moral. Esto es una aberración, y es lo que, hoy día, observamos en la
Iglesia –y no digamos en el mundo.
Todo
hombre debe cultivar su vida moral y, entonces, crece en la vida
espiritual; y es capaz de juzgarlo todo; porque ya no es un niño en las
cosas de Dios, sino un adulto, que sabe mirar a todos los hombres a su
cara y decirles las verdades sin pestañear.
Porque
los hombres se ponen por encima de la ley de Dios y de la ley natural,
entonces caen en un absurdo: quieren vivir como ellos obran, según el
capricho de sus voluntades. Y no se dan cuenta que para obrar, necesitan
una razón. Y, como no saben discernir sus pensamientos, obran siempre
una abominación, un absurdo, una ilusión, una utopía en sus vidas.
Hoy se da esa especie de culto a ser uno mismo, sin relación al ser, a la verdad, al bien y a la ley divina y a la natural.
El
homosexual se da culto a sí mismo: quiere ser homosexual sin relación a
su masculinidad; sin la verdad de que Dios lo ha creado para una mujer;
sin el bien de un matrimonio con una mujer; sin hacer caso a la ley
divina que le impone alejarse del pecado del homosexualismo, por ser una
abominación; y queriendo ser ley natural para sí mismo: un gran
absurdo.
Y
este modo de ser uno mismo, se dice, que es signo de autenticidad y de
madurez. Hasta aquí llega la oscuridad del hombre. Y que es lo que dice
ese Cardenal: «Sí, nuestro mundo necesita una verdadera
tolerancia, es decir, el respeto a los demás, incluso si usted no
comparte su punto de vista». Se es auténtico porque se vive en contra de la ley de Dios. Se vive poniéndose por encima de la autoridad de Dios.
Hay
que tolerar a ese hombre, hay que respetarlo porque así él lo ha
decidido su vida; hay que respetar su decisión personal de ser
homosexual y hay que ayudarlo en ese camino.
Éste
es el pensamiento de muchos con la doctrina de la tolerancia. Es un
gran pecado pensar así. Y es pecado contra la fe cuando viene de un
Cardenal.
En
este pensamiento, que es el de muchos, se pone el bien y el mal, sólo
en la persona humana. Y, entonces se cae en la herejía: como yo, en mi
vida, decido ser homosexual, y no decido ser varón, entonces la verdad
es lo que yo obro.
El
decidir en sí mismo es aquello que funda la bondad o la maldad del ser
humano. El hombre es él mismo la medida, la verdad, la bondad de todos
sus actos libres. Ya no es algo fuera del hombre, ya no es la ley
divina, la ley natural, la mente de Dios. Es el mismo hombre ley para sí
mismo. Por eso, se clama por la tolerancia. Hay que respetar lo que
otro decide sobre sí mismo. Una abominación en la vida.
Ésta es la abominación que se vive hoy día, y que predica Francisco y los suyos, con la doctrina de la tolerancia.
Y
esta abominación tiene su origen en esto: en poner la vida como sola
elección de la voluntad del hombre. La voluntad humana es la que ordena
vivir, ordena elegir: haz lo que te dé la gana. Vive como quieras: sin
ley, sin razón, sin conciencia. Sé tú mismo dios para tu vida. Ésta es
la falsedad que se enseña.
Y
no se cae en la cuenta de que la voluntad del hombre no puede ordenar
nada sin un orden de la razón. Se tiende a algo según una razón, según
una idea. En este caso, se pone la idea de que el hombre es dios en sí
mismo y, por lo tanto, puede hacer lo que le dé la gana en su vida.
Puede decidir lo que le parezca. Es el culto a la mente del hombre, a la
vida del hombre, a las obras del hombre. Es el orgullo de ser uno
mismo, independientemente de los demás.
Estamos
en la Iglesia con el cisma abierto. Y, ahora, se escuchan barbaridades
de sacerdotes, de Obispos, y de fieles que se creen con derecho de hacer
su propia voluntad en la Iglesia, y que todos estén de acuerdo con esa
voluntad. Es una gran abominación lo que vemos en toda la Iglesia.