viernes, 1 de agosto de 2014

Años después, sacerdotes jóvenes retoman la sotana

Años después, sacerdotes jóvenes retoman la sotana

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Hace poco más de 50 años el Cardenal Arzobispo de París, Mons. Maurice Feltin, aprobó que los sacerdotes de su diócesis dejasen de usar la sotana en condiciones normales.
 
Su decisión, tomada el 29 de junio de 1962, no se presentó como doctrinaria o moral, sino pastoral, como una adaptación de las costumbres eclesiásticas a las mutaciones de la sociedad. De hecho, significó un cambio histórico, y fue seguida el mismo año por la mayoría de las diócesis francesas.
El “clergyman” fue acogido hasta con euforia por sacerdotes nuevos y “beatas” frecuentadoras de sacristías, recuerda el columnista de la revista “La Vie”, Jean Mercier, en un artículo bajo el sugestivo título de “El vestido de luz
 
Mercier insiste en la “embriaguez de modernidad” de aquel momento (ese mismo año se abría el Concilio Vaticano II), para explicar que el cambio haya sido recibido como “verdadera liberación”.
Desde los tiempos del Concilio de Trento la sotana adquirió un simbolismo militante: su uso diferenciaba al sacerdote del resto de los hombres. Su forma actual data del siglo XIX. Escribe Mercier:
“Hace pensar en la muerte, en la Cruz. El sacerdote que la viste se compromete a imitar a Cristo casto y pobre. Ella señala su renuncia al placer y a la seducción y, en un sentido más amplio, su renuncia al mundo, es decir, al sistema que marca las relaciones humanas por el deseo de poder, dinero y apariencia. La sotana es una forma de tumba. Ella hace eco a la antigua práctica de revestirse de un ’velo mortuorio’ en la ceremonia de entrada de religiosos y religiosas en religión, para simbolizar la muerte a la voluntad propia y al mundo”.
En 1962 todo eso fue abandonado: la lógica del abandono de la sotana fue la misma de la apertura al mundo profano, laicizado, que repelía la sumisión y la obediencia.
Por eso, significó una ruptura enorme.
Pero el “clergyman” duró muy poco, y terminó siendo abandonado en la ola de la revolución libertaria de Mayo de 68, cuando obreros, estudiantes y hasta sacerdotes rebeldes contra toda restricción (incluso —por supuesto— la sexual), clamaban en las calles “¡prohibido prohibir!”.
 
No obstante, poco más de 50 años después, los papeles se invirtieron. Son los sacerdotes jóvenes los que quieren usar la sotana cuya abolición los viejos defienden.
Mercier constata, con estupor, que no se trata apenas de jóvenes sacerdotes tradicionalistas: “Hoy, el gran asunto entre los eclesiásticos es saber si ellos tienen el coraje de asumir la sotana”, decía un sacerdote al periodista.
En la perspectiva de los simples fieles de hoy, la sotana está primeramente asociada a la idea de tradicionalismo.
En segundo lugar, viendo a un padre joven vestido de sotana, el fiel piensa que se trata de alguien que celebra discretamente la Misa tridentina en latín, bajo la forma aprobada por la Santa Sede como “extraordinaria”.
En el fondo de la cabeza del hombre de la calle –constata Mercier– la imagen del sacerdote auténtico continúa asociada a la sotana, no obstante las transformaciones introducidas por el Vaticano II.
Un sacerdote amigo del columnista le contó que hace poco fue a Lourdes con un colega. Este último usaba sotana, y él sólo un clergyman negro.
Mercier presenta a este último padre de clergyman como un hombre de buena presencia y “carismático”, y al de sotana como tímido, con pocas dotes y sin brillo personal.
Sin embargo, cuando andaban por las calles de Lourdes, eran parados sin cesar por peregrinos que les pedían que les bendijeran objetos.
“En ningún momento ellos se dirigían a mí — contó el sacerdote de clergyman— aunque fuese evidente que yo soy sacerdote; siempre iban a mi amigo de sotana. Creo que era por causa de la sotana. Ella ejerce un efecto especial sobre las personas que están lejos de la Iglesia, un atractivo poderoso”.
Mercier dice que tendría muchos otros testimonios para narrar, en el mismo sentido.
Para los sacerdotes de más de 60 años –agrega– la sotana es un “retroceso”, es arrogancia, endurecimiento ideológico, una renuncia a la modernidad por la que ellos combatieron toda la vida.
 
Pero los jóvenes sacerdotes, que vuelven a usarla ahora, consideran que ella sirve mejor para evangelizar. ¡Y tienen razón!: pues si se trata de “dar testimonio”, ¿qué mejor testimonio puede haber que vestir la sotana en público?
Pero para Mercier, que no es amigo de la sotana, se pone un problema muy delicado.
La sotana está relacionada estrechamente con el celibato y los sacerdotes sienten mucho eso. Optar por no casarse para seguir a Jesucristo y trabajar por el Reino de Dios: eso es lo que la sotana “predica” como ningún otro símbolo.
“La vestimenta negra que cubre todo el cuerpo, escribe Mercier, es un escándalo para un mundo que exhibe la carne, donde prevalece un conformismo social tiránico en materia de sexualidad, donde se afirma que es anormal que alguien no sea ’sexualmente activo’. Pues bien, el sacerdote que practica la castidad y escoge el celibato encarna la resistencia contra ese modo de pensar dominante. El hecho de usar sotana participa de la radicalidad de Cristo y de su Evangelio”.
Mercier recomienda a sus amigos, sacerdotes y laicos que como él se adhirieron al obsoleto movimiento progresista y que hoy se sienten cada vez más frustrados, que no polemicen con los jóvenes sacerdotes de sotana.
¿Por qué? —Si eso sucede ellos se van a radicalizar más y la situación empeorará para aquellos que un día juzgaron que conquistarían el mundo mostrándose “jóvenes”, “en la ola”, “al día”, etc., y arrojando por la borda los “vejestorios” de la Iglesia. Como la sotana…
Luis Dufaur