Cuando san Pío X abandonó trece siglos de tradición
Es verdad que no
se debe confundir
la Tradición con las tradiciones (teológicas, litúrgicas, disciplinares,
espirituales, etcétera). La primera es inmutable, mientras que las
segundas
pueden modificarse por la autoridad competente si el bien común
realmente lo exige. Sin negar la potestad pontificia de alterar
tradiciones reformables, siempre queda abierta una legítima discusión
sobre el mayor o menor acierto de una reforma en estos ámbitos. Cabe
pensar que un abandono ligero, abrupto, inmotivado o no bien
fundamentado de tradiciones seculares en materia litúrgica, es al menos
un signo revelador de esa arrogancia hodiernista por la cual nos creemos mejores que nuestros antepasados por el mero hecho de haber nacido después en el tiempo.
Se supone a menudo que papas muy respetuosos de la Tradición, como san Pío X, también lo
fueron con las tradiciones recibidas. La Historia
de la liturgia, sin embargo, desmiente esta suposición. Y un caso paradigmático lo tenemos en algunas reformas del papa Sarto. En
cuanto a los libros litúrgicos, reformó el Misal de san Pío V y, lo que es de
nuestro interés ahora, el Breviario, que sufrió un cambio estructural.
«El día 1 de noviembre
de 1911 publicaba la bula Divino afflatu, decretando una nueva
forma de distribución del salterio en el Oficio Divino. El mismo había encomendado
a los benedictinos la revisión de la Vulgata (1907) y había fundado el Pontificio
Instituto Bíblico de Roma (1909).
La Divino afflatu enfocaba
dos objetivos: una distribución más ágil de la salmodia y la preeminencia
del domingo, así como el predominio de la salmodia semanal, sobre los
oficios del santoral y votivos que progresivamente habían invadido la casi
totalidad de días a lo largo del año.
La prevalencia del
oficio dominical y del tiempo, querida por san Pío V, quedaba ahora en
teoría, pero no se daba de hecho en la práctica. Uno de los factores que influían
en ello -digámoslo también- es que los oficios votivos resultaban más breves
que el ferial.
La distribución del
salterio según el oficio romano se había mantenido desde el s. VII hasta
entonces. La nueva distribución de Pío X usa el método de fraccionar los
salmos cuando resultan demasiado largos en comparación con la medida habitual. El
método lo había usado ya la Regla benedictina para el Oficio de los
monasterios. San Pío X mantenía el rezo del salterio completo en el curso
de una semana y suprimía los oficios adicionales. Señalaba una nueva tabla
de prevalencias e introducía el oficio mixto: en muchas celebraciones del
santoral, dejando intacta la distribución semanal del salterio, los
elementos referentes al santo ocuparían otras partes del Oficio. Algo
parecido a lo que hacemos actualmente en las memorias de los santos.
La distribución de los salmos se mantendría hasta la promulgada por
Pablo VI, el año 1971, fecha a partir de la cual ya no puede hablarse de
"Breviario", sino de "Liturgia de las Horas"»
(Aroztegui)
Para quienes no somos
especialistas en liturgia la descripción pormenorizada de los cambios en el breviario puede
resultar muy compleja. Pero hay un punto que salta a la vista: la distribución del salterio según el
oficio romano se había mantenido desde el s. VII hasta la reforma de san Pío X.
El papa Sarto decidió prescindir de una tradición litúrgica más que
milenaria al introducir una distribución radicalmente nueva de los salmos. Y esta innovación no se introdujo en una devoción particular, como el Rosario, sino en el Oficio Divino, que integra el culto público y oficial de la Iglesia.
Otro dato que a veces
se olvida es que san Pío X modificó el breviario contrariando lo
establecido “perpetuamente para lo sucesivo” en la bula de san Pío V Quod a nobis (9-VII-1568) sobre el breviario
tridentino. En efecto, dicha bula establecía que el “Breviario en ningún tiempo debe ser
modificado, sea en su totalidad, sea en parte, y que no debe agregársele ni
quitársele nada”.
La reforma no insumió muchos años. Se realizó según el método habitual del papa Sarto, con una
comisión especial que trabajó independientemente de la Congregación de Ritos.
La forma de operar de la comisión, muchos de cuyos miembros carecían de
la
competencia necesaria, fue muy criticada por los especialistas. Monseñor
Amann llegó a decir que el papa «creía fácilmente que todas las
cuestiones,
incluso las de arte o erudición, se solucionaban a través de la
autoridad» (DTC, XII, col. 1738).
Los cambios del breviario se impusieron sin mucho diálogo. En la Divino afflatu se contenía una severa advertencia
para rebeldes e infractores: indignationem
omnipotentis Dei, ac beatorum Petri et Pauli, Apostolorum eius, se noverit
incursurum.
Recapitulando, tenemos el abandono de una tradición de más de un milenio, contrariando una bula perpetua (secundum quid), a
impulsos de una comisión de dudosa competencia y mediante una imposición enérgica. ¿Fue
un desarrollo orgánico de la liturgia? ¿Una concesión al espíritu del
siglo impuesta bajo pretexto de «necesidades pastorales»? ¿Una
infiltración de la mentalidad positivista imperante? Con la mejor de las
intenciones, la reforma piana sirvió de precedente para lo que luego
haría Pablo VI bajo las influencias de A. Bugnini.