BERGOGLIO: ESE HEREJE QUE GOBIERNA EN ROMA
Bergoglio es un hereje que está gobernando en Roma sin la ley de Dios: «Un
corazón que ame la ley, porque la ley es de Dios, pero que ame también
las sorpresas de Dios, porque su ley santa no es un fin en sí misma» (Misa Santa Marta – Lunes, 13 de octubre del 2014 – L’Osservatore Romano, 17/10/2014, pág 19).
Si
la ley santa no es un fin en sí misma, entonces todo está regido por el
azar, por las sorpresas, por el fin que cada hombre se inventa con su
mente humana.
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El
fin de la vida humana es procurar lo que cada uno quiere: placer,
felicidad, dinero, ambición de poder, etc… Nada se obra por un fin en sí
mismo. No hay una causa para obrar, sino que todo es las sorpresas de
Dios: el azar. Es el epicureísmo de Bergoglio.
«Yo
soy Dios desde la Eternidad, y lo soy por siempre jamás. Nadie puede
librar a otro de Mis Manos; lo que hago Yo ¿quién lo estorbará?» (Is 42, 13).
La
Eternidad de Dios es el fundamento de todo lo temporal, de todos los
días, de todos los años, de todos los siglos. Si Dios no es desde la
eternidad, nada es, ni aun pudiera ser; si Dios no vive por una
eternidad, nada puede durar siempre, sino que todo es temporal. Dios
tiene un fin eterno en su vida eterna. Dios obra por ese fin eterno. Y
esa obra es el principio y el fin de todo hombre.
Nadie
puede librarse de Dios, del orden que Dios pone al hombre, de la Ley
que Dios da al hombre, de los fines que Dios pone a los hombres en sus
vidas.
«Yo soy el primero y el último…y tengo las llaves de la muerte y del infierno»
(Ap 1, 18). Es Dios quien decide en la vida de cada hombre, el que pone
el fin a la vida de cada hombre. No es el hombre el encargado de poner
fines, objetivos a su vida. Todo está en las manos de Dios. La vida de
cada hombre, aunque sea un demonio, aun del mismo Lucifer, depende de
Dios, del fin que Dios ha puesto a esa vida.
Nadie se puede librar de la Ley Eterna. Nadie. Nadie puede estorbar la Mente de Dios. Nadie.
La Ley divina es el dictamen de la Razón Divina, que ordena todo el universo a un fin divino: «toda la comunidad del universo está gobernada por la Razón Divina» (Sto. Tomas – I-II, q.91.a1). No es un azar, no es una sorpresa.
Si
se dice que la ley de Dios no es un fin en sí misma, estamos diciendo
que Dios no existe, que Dios no tiene Ley y que la ley Eterna no se
puede dar.
Si
la ley santa no es un fin en sí misma, Dios, cuando obra no tiene un
fin en ese obrar. Dios obra sin fin, es decir, como un loco. Un Dios sin
un fin en sus obras no existe. Se está diciendo que Dios lo deja todo
al azar, a las sorpresas.
La
Ley Eterna es la Voluntad Divina, que quiere algo de manera necesaria y
desde toda la eternidad. Y lo obra para que las criaturas funden sus
vidas en guardar el orden de la Sabiduría divina, que ha sido puesto por
Dios desde toda la Eternidad. Y cada cosa que existe esta ordenada a
sus propios fines. Nada hay que inventarse. Nada es al azar. No hay una
ausencia de casualidad. Hay una causa por la que se obra y unos efectos
de esa obra.
«El fin del gobierno divino es el mismo Dios y Su Ley también se identifica con Él» (Sto. Tomas – I-II, q.91.a3). Dios y Su Ley Eterna son una misma cosa. Por consiguiente, la Ley Eterna no se ordena a otro fin que a sí misma: es un fin en sí misma.
Bergoglio,
en esta clarísima herejía, se ha cargado a Dios totalmente. Vive al
azar, buscando con la prudencia de la carne una vida para lo humano, una
vida sin un fin sobrenatural: es todo una sorpresa. Es todo un azar. El
fin del hombre ya no es Dios, ya no es la bienaventuranza divina, ya no
es la santidad, sino una sorpresa en la vida.
¿Por qué obedecen a un hombre sin Dios, sin Ley, sin Verdad, sin camino en la Iglesia? ¿Por qué?
¿Por qué la Jerarquía de la Iglesia está tan ciega que no puede ver lo que un niño ve, lo que un alma sencilla puede contemplar?
¿Cómo
es que hay tanto fiel en la Iglesia, tanto católico que ha hecho de
Bergoglio un talismán en la Iglesia, un ídolo de carne y hueso, un santo
lleno de herejías diarias?
Y ¿cómo resuelve este hombre lo que propone, la locura de su mente, el desvarío de su inteligencia? «es un camino, es una pedagogía que nos lleva a Jesucristo» (Misa
Santa Marta – Lunes, 13 de octubre del 2014 – L’Osservatore Romano,
17/10/2014, pág 19). Es decir, la ley divina es un camino: no es un
gobierno de Dios. No es algo que Dios ha ordenado, que Dios ha
promulgado. No es la revelación de la Mente de Dios. No viene de la
Palabra de Dios, que es Eterna. No es necesaria la existencia de una ley
divina, porque hay un camino, hay una pedagogía, hay una enseñanza que
el hombre obra para llegar a Jesucristo.
Los doctores de la ley se «habían olvidado que eran un pueblo en camino» (Ib.): no era un pueblo gobernado por Dios. No; “Dios no existe” (9/10/2014).
Existe mi concepto de Dios: tres personas. Pero no puede darse el Ser
Absoluto de Dios. Por tanto, el pueblo iba en camino, y claro: «cuando uno está en camino, se encuentra siempre cosas nuevas, cosas que no conoce» (Ib.), cosas que el hombre, con su gran inteligencia va desarrollando, va descubriendo, va dividiendo y dividiendo la verdad.
Las
cosas nuevas de Bergoglio: el dogma ya no existe, porque el dogma es
ley Eterna. Y ésta no es un fin en sí mismo: no existe. ¡Cosas nuevas!
Este «camino no es absoluto en sí mismo, es el camino hacia un punto: hacia la manifestación definitiva del Señor» (Ib). Nada hay absoluto en las sorpresas de Bergoglio, en sus cosas nuevas, en su enseñanza en la Iglesia.
Cristo como Camino no es absoluto en sí mismo: «Yo soy el Camino». Esta Palabra de Jesús no es absoluta. Es algo relativo, es algo que los hombres pueden interpretar como quieran en sus mentes.
No
es un camino que tenga un sentido moral y que indique una regla para
las acciones del hombre. No; es un camino hacia un punto: «la vida es un camino hacia la plenitud de Jesucristo» (Ib).
Ya la vida no es Jesucristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
«Jesucristo
es el Camino del Cielo, que está patente a nuestra vista por el ejemplo
de Su Vida, y por sus Misterios. Jesús es la Verdad, que alumbra
nuestro espíritu con Su Palabra. Jesús es la Vida, que alienta nuestra
Voluntad para unirla con Dios por Su Gracia» (S. León Magno).
Para Bergoglio, la vida es un camino hacia Jesús. ¡Anatema sea Bergoglio!
Jesús
es el Camino por sus méritos. Bergoglio dice: que los hombres vivan sus
vidas y así caminen según sus propios méritos humanos. Que los hombres
no se fijen en los méritos de Jesucristo, en la Gracia que Cristo ha
conquistado a todo hombre para que pueda salvarse, para que pueda poner
un fin divino a su vida. Que los hombres no caminen por el mismo Camino,
sellado por los méritos de Jesucristo, que es Jesús. Que cada hombre
haga su camino para llegar a un punto. Que ningún hombre se fije en la
muerte ni en la sangre de Cristo. Que nadie vea la Cruz de Cristo, sino
que todos contemplen al Resucitado, que viene en Gloria:
«”esta
generación pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de
Jonás”; es decir, el signo de la resurrección, de la gloria, de esa
gloria escatológica hacia la que vamos de camino»(Ib.)
¿Cuál es el signo de Jonás? La Justicia Divina, el castigo: «Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez» (Jon
2, 1b). Signo claro de cruz, de penitencia de castigo, pero no de
resurrección. Sino clarísimo. Y cuando Jonás fue liberado de ese pez, se
puso a predicar la conversión, la penitencia. Y, por esa predicación,
la gente de Nínive se puso a hacer penitencia por sus grandes pecados y «vio
Dios lo que hicieron, convirtiéndose de su mal camino, y
arrepintiéndose del mal que les dijo que había de hacerles, no lo hizo» (Jon 3, 10).
Bergoglio ha anulado las Sagradas Escrituras y las interpreta según su novedad, según el concepto que tiene de Dios: «muchos de sus contemporáneos estaban cerrados en sí mismos, no abiertos al Dios de las sorpresas»
(Ib). No habla de la penitencia, del camino moral, de la norma de
moralidad, de la ley del pecado, de la ley de la gracia, sino que sólo
habla del Dios de las sorpresas, de la vida de los hombres puesta al
azar. En el camino de la vida «se encuentra muchas cosas nuevas».
La
novedad de caer siempre en la misma piedra, por no obedecer la Verdad,
por no hacer la Voluntad de Dios, por desobedecer la ley de Dios. El
hombre siempre tropieza en la misma piedra: el culto a su mente humana.
Es algo que no cansa. Es novedad siempre. Siempre el hombre se inventa
un camino nuevo para tropezar en lo mismo, en lo viejo, en lo de
siempre.
Bergoglio
se ha puesto por encima del mismo Dios: es un pecado de orgullo, como
el de Lucifer. No es nada nuevo. Es lo viejo. Pero lo nuevo es su forma
de caer en este pecado de orgullo. La manera de estar en la Iglesia
gobernándola sin que nadie diga nada, sin que tenga oposición real.
Todos le dejan, cada día, decir sus grandes barbaridades…y aquí no pasa
nada… Su pecado de orgullo conlleva una oscuridad en su mente, con la
cual, gobierna a muchos en la Iglesia. Bergoglio es un ciego que guía a
muchos ciegos hacia la oscuridad más total.
Muchos
se dejan gobernar por este maldito. Y hay que decirlo con todas las
palabras: ¡Bergoglio es un maldito! Esto, para muchos, no es un lenguaje
correcto. No gusta al católico de hoy esta expresión.
¿Acaso no dice la Escritura: «Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no maldigáis»
(Rom 12, 14)? Entonces, ¿hay que decir que Bergoglio es un bendito
porque no cree en Dios, porque ha anulado la ley eterna, porque gobierna
la Iglesia sin ley, sin moral? ¡Bendito seas Bergoglio porque llenas
estómagos de la gente en la Iglesia! Es claro, que no se puede decir
esto. Una obra buena no justifica los medios pecaminosos que se han
buscado para hacerla.
Aquí
no se trata, aquí no se habla de defender nuestros derechos en la
Iglesia: queremos una cabeza que diga la verdad. No; no se trata de
esto. Si Dios ha permitido este gran desastre en toda la Iglesia, Justo
es Él. Pero esa Voluntad de Dios, que es un fin en Sí Misma, no
significa tratar a Bergoglio como un santo, como un justo, como un
hombre bueno, como un bendito: no hablamos de devolver un mal por otro
mal. No estamos insultando a Bergoglio cuando le decimos que es un
maldito; sino que estamos definiendo la esencia del alma de Bergoglio.
¿Quién
es Bergoglio? Un maldito en su alma. Un alma que no conoce a Dios, que
no sigue su ley, que gobierna la Iglesia con claras herejías, no es un
alma bendecida por la gracia, sino maldecida por el demonio, comprada
por el mismo demonio en la Iglesia.
El alma de Judas era maldita, pero el pecado de Judas no es el pecado de Bergoglio.
Judas pecó contra el Hijo del hombre y, por tanto, podía ser perdonado: «Todo el que profiere una palabra contra el Hijo del Hombre, perdonado le será»
(Lc 12, 10a). Judas nunca aceptó la Palabra de Verdad que salía de la
boca del mismo Jesús. Judas se opuso a la Verdad de la doctrina de
Cristo. Judas nunca aceptó la Verdad que Cristo enseñó a Sus Apóstoles.
Judas nunca obedeció la Mente de Su Maestro, que es la Mente de Dios.
Judas nunca se sometió a esa Verdad Divina, a esos dogmas que Cristo
promulgó a Sus Apóstoles. Judas traicionó a Su Maestro con un beso, por
unas monedas, por una gloria humana. La Iglesia, cuando Judas pecó,
todavía no había nacido. Nació en el Calvario. La traición de Judas a
Jesús fue antes: fue lo que llevó a Jesús a la muerte en Cruz.
Pero
el pecado de Bergoglio no es contra la Verdad, sino en contra de la
obra de la Verdad, que es la obra del Espíritu en Su Iglesia. El pecado
de Bergoglio es una blasfemia contra el Espíritu Santo, de la cual no
hay perdón: «aquel que blasfemare contra el Espíritu santo, no le será perdonado» (v. 10b).
Jesús
ha puesto en Su Iglesia una Obra del Espíritu: Pedro, la Sucesión de
Pedro. Se es Papa en la Iglesia Católica porque el Espíritu lo obra. No
son los hombres los que obran esa verdad.
Y
se es Papa en la Iglesia en una verticalidad, en un Vértice: el
gobierno vertical es la obra del Espíritu en la Iglesia, es la obra de
la verdad.
¿Qué
ha hecho Bergoglio? Ponerse como Papa y poner un gobierno horizontal en
la Iglesia. Esto es una blasfemia contra el Espíritu Santo. Y, por eso,
el alma de Bergoglio está maldita: no puede ser perdonada de ese
pecado.
Lo
único que puede hacer Bergoglio es morir. Lo demás, es condenación. Ya
viva haciendo el bien o el mal, eso ya no importa. Bergoglio vive con un
alma negra, que ha elegido, por sí misma, el infierno. Bergoglio es la
cabeza negra de la Iglesia. Y el mismo Jesús, que es la Cabeza Invisible
de la Iglesia, tiene las llaves del infierno de Bergoglio.
«Porque
la ira de Dios se manifiesta del Cielo contra toda impiedad e
injusticia de aquellos hombres que detienen la verdad de Dios en
injusticia» (Rom 1, 18).
Bergoglio
detiene la Verdad de Dios: el Papado, el Papa en el Vértice, el
gobierno vertical en la Iglesia; en injustica, en una obra injusta: su
gobierno horizontal
Dios
castiga a los malditos. Dios castiga la impiedad y la injusticia de
Bergoglio en la Iglesia. Y la castiga, castigando a toda la Jerarquía,
que está impedida para ver lo que es Bergoglio. Está oscurecida. Está
embobada con el lenguaje blasfemo de este hombre.
Bergoglio
está fuera de la verdad y, por tanto, lleva a toda la Iglesia fuera de
la Verdad. Bergoglio no tiene ninguna fe: sólo manifiesta su fe
masónica, su fe humana, su idea maquiavélica de lo que tiene que ser un
gobierno en la Iglesia. Bergoglio detiene la Verdad Divina: la divide,
la pisotea, la anula. Y, por tanto, hace surgir la mentira, el error, la
oscuridad, el caos: la injusticia. Y un injusto no puede ser bendito.
Dios
ha abandonado el corazón de Bergoglio para que siga sus deseos
depravados, para que siga cometiendo obras de injustica y de impiedad en
la Iglesia, en ese gobierno que tiene en Roma y que no es de Dios. Por
tanto, ¡Bergoglio es un maldito! Su alma está maldita, condenada, sin
posibilidad de salvarse, de ser perdonado.
¡Qué
duras son estas palabras para los hombres de hoy! Para esos hombres
que, después del Sínodo, han aplaudido a Bergoglio y le siguen
obedeciendo en su herejía contumaz. ¡Qué duras! Todos quieren dar a
Bergoglio palabras cariñosas, demostrarle su amistad como hombres, no
faltarle el respeto como ser humano, a pesar de su gran herejía. Sí, es
un traidor, pero es un buen traidor; sí, es un hereje, pero es una buena
persona hereje. Es un buen hombre. Y eso es lo que importa: que sea un
buen hombre.
Todos
esos católicos no pueden comprender lo que se dice aquí. No pueden,
porque están escuchando las palabras de un mentiroso, de un hombre que
ha pecado contra la obra del Espíritu en la Iglesia, contra la obra de
la Verdad. Ya no es el pecado contra Jesús, contra su doctrina. Es obrar
en contra de la Obra del Espíritu en la Iglesia. Y eso es condenación
segura. Un hombre que ha blasfemado contra el Espíritu para levantar una
nueva iglesia sentado en el Trono de Dios: esto es una abominación.
Lutero
se fue de la Iglesia para fundar su iglesia. Bergoglio se queda en la
Iglesia para levantar una abominación, algo que no puede encontrar
salvación en Dios.
Bergoglio
se sienta en el Trono de Dios y dice: Dios no existe. ¿Entonces? ¿Es un
buen hombre? ¿Hay que obedecerle? ¿Hay que decir: gracias, Dios mío,
por este Sínodo en donde hemos visto el cisma en la Iglesia, la profunda
división que hay en la Iglesia?
La
obra de Lutero no es abominable, porque las personas pueden salvarse si
dejan sus errores. Fue una obra en contra de Jesús, de su doctrina.
Pero
en la obra de Bergoglio no hay salvación porque se va en contra de toda
la Verdad. No sólo de una parte: de toda. Porque la Iglesia tiene toda
la Verdad. Y, para estar en la Iglesia, para gobernarla, se necesita un
gobierno vertical. Quien quiera gobernarla de manera horizontal obra una
abominación: imposible salvarse para aquellas almas que den su mente,
que obedezcan las obras de este gobierno horizontal. Imposible salvarse.
Se obra en contra del Espíritu, de Su Obra en la Iglesia. ¿Pretendes
salvarte si la Iglesia es la Obra del Espíritu, no es la obra de los
hombres? ¿Todavía quieres salvarte obedeciendo a Bergoglio? No se puede.
Sólo en la Iglesia Católica hay salvación. Fuera de Ella, en el
gobierno de Bergoglio, no hay salvación. El gobierno horizontal no
salva, sino que condena de manera absoluta. No hay misericordia para
aquellos que estén en ese gobierno
¡Qué pocos católicos conocen su fe católica, su Iglesia, a Cristo en Su Iglesia! ¡Qué pocos!
Dios «dará
a cada uno según sus obras…a los contumaces, rebeldes a la verdad, que
obedecen a la injusticia, ira e indignación. Tribulación y angustia
sobre toda alma de hombre que obra el mal…» (Rom 2, 8-9a).