sábado, 25 de octubre de 2014

BERGOGLIO: ESE HEREJE QUE GOBIERNA EN ROMA

BERGOGLIO: ESE HEREJE QUE GOBIERNA EN ROMA
sinmoral
Bergoglio es un hereje que está gobernando en Roma sin la ley de Dios: «Un corazón que ame la ley, porque la ley es de Dios, pero que ame también las sorpresas de Dios, porque su ley santa no es un fin en sí misma» (Misa Santa Marta – Lunes, 13 de octubre del 2014 – L’Osservatore Romano, 17/10/2014, pág 19).
Si la ley santa no es un fin en sí misma, entonces todo está regido por el azar, por las sorpresas, por el fin que cada hombre se inventa con su mente humana.
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El fin de la vida humana es procurar lo que cada uno quiere: placer, felicidad, dinero, ambición de poder, etc… Nada se obra por un fin en sí mismo. No hay una causa para obrar, sino que todo es las sorpresas de Dios: el azar. Es el epicureísmo de Bergoglio.
«Yo soy Dios desde la Eternidad, y lo soy por siempre jamás. Nadie puede librar a otro de Mis Manos; lo que hago Yo ¿quién lo estorbará?» (Is 42, 13).
La Eternidad de Dios es el fundamento de todo lo temporal, de todos los días, de todos los años, de todos los siglos. Si Dios no es desde la eternidad, nada es, ni aun pudiera ser; si Dios no vive por una eternidad, nada puede durar siempre, sino que todo es temporal.  Dios tiene un fin eterno en su vida eterna. Dios obra por ese fin eterno. Y esa obra es el principio y el fin de todo hombre.
Nadie puede librarse de Dios, del orden que Dios pone al hombre, de la Ley que Dios da al hombre, de los fines que Dios pone a los hombres en sus vidas.
«Yo soy el primero y el último…y tengo las llaves de la muerte y del infierno» (Ap 1, 18). Es Dios quien decide en la vida de cada hombre, el que pone el fin a la vida de cada hombre. No es el hombre el encargado de poner fines, objetivos a su vida. Todo está en las manos de Dios. La vida de cada hombre, aunque sea un demonio, aun del mismo Lucifer, depende de Dios, del fin que Dios ha puesto a esa vida.
Nadie se puede librar de la Ley Eterna. Nadie. Nadie puede estorbar la Mente de Dios. Nadie.
La Ley divina es el dictamen de la Razón Divina, que ordena todo el universo a un fin divino: «toda la comunidad del universo está gobernada por la Razón Divina» (Sto. Tomas – I-II, q.91.a1). No es un azar, no es una sorpresa.
Si se dice que la ley de Dios no es un fin en sí misma, estamos diciendo que Dios no existe, que Dios no tiene Ley y que la ley Eterna no se puede dar.
Si la ley santa no es un fin en sí misma, Dios, cuando obra no tiene un fin en ese obrar. Dios obra sin fin, es decir, como un loco. Un Dios sin un fin en sus obras no existe.  Se está diciendo que Dios lo deja todo al azar, a las sorpresas.
La Ley Eterna es la Voluntad Divina, que quiere algo de manera necesaria y desde toda la eternidad. Y lo obra para que las criaturas funden sus vidas en guardar el orden de la Sabiduría divina, que ha sido puesto por Dios desde toda la Eternidad. Y cada cosa que existe esta ordenada a sus propios fines. Nada hay que inventarse. Nada es al azar. No hay una ausencia de casualidad. Hay una causa por la que se obra y unos efectos de esa obra.
«El fin del gobierno divino es el mismo Dios y Su Ley también se identifica con Él» (Sto. Tomas – I-II, q.91.a3). Dios y Su Ley Eterna son una misma cosa. Por consiguiente, la Ley Eterna no se ordena a otro fin que a sí misma: es un fin en sí misma.
Bergoglio, en esta clarísima herejía, se ha cargado a Dios totalmente. Vive al azar, buscando con la prudencia de la carne una vida para lo humano, una vida sin un fin sobrenatural: es todo una sorpresa. Es todo un azar. El fin del hombre ya no es Dios, ya no es la bienaventuranza divina, ya no es la santidad, sino una sorpresa en la vida.
¿Por qué obedecen a un hombre sin Dios, sin Ley, sin Verdad, sin camino en la Iglesia? ¿Por qué?
¿Por qué la Jerarquía de la Iglesia está tan ciega que no puede ver lo que un niño ve, lo que un alma sencilla puede contemplar?
¿Cómo es que hay tanto fiel en la Iglesia, tanto católico que ha hecho de Bergoglio un talismán en la Iglesia, un ídolo de carne y hueso, un santo lleno de herejías diarias?
Y ¿cómo resuelve este hombre lo que propone, la locura de su mente, el desvarío de su inteligencia? «es un camino, es una pedagogía que nos lleva a Jesucristo» (Misa Santa Marta –  Lunes, 13 de octubre del 2014 – L’Osservatore Romano, 17/10/2014, pág 19). Es decir, la ley divina es un camino: no es un gobierno de Dios. No es algo que Dios ha ordenado, que Dios ha promulgado. No es la revelación de la Mente de Dios. No viene de la Palabra de Dios, que es Eterna. No es necesaria la existencia de una ley divina, porque hay un camino, hay una pedagogía, hay una enseñanza que el hombre obra para llegar a Jesucristo.
Los doctores de la ley se «habían olvidado que eran un pueblo en camino» (Ib.): no era un pueblo gobernado por Dios. No; “Dios no existe” (9/10/2014). Existe mi concepto de Dios: tres personas. Pero no puede darse el Ser Absoluto de Dios. Por tanto, el pueblo iba en camino, y claro: «cuando uno está en camino, se encuentra siempre cosas nuevas, cosas que no conoce» (Ib.), cosas que el hombre, con su gran inteligencia va desarrollando, va descubriendo, va dividiendo y dividiendo la verdad.
Las cosas nuevas de Bergoglio: el dogma ya no existe, porque el dogma es ley Eterna. Y ésta no es un fin en sí mismo: no existe. ¡Cosas nuevas! Este «camino no es absoluto en sí mismo, es el camino hacia un punto: hacia la manifestación definitiva del Señor» (Ib). Nada hay absoluto en las sorpresas de Bergoglio, en sus cosas nuevas, en su enseñanza en la Iglesia.
Cristo como Camino no es absoluto en sí mismo: «Yo soy el Camino». Esta Palabra de Jesús no es absoluta. Es algo relativo, es algo que los hombres pueden interpretar como quieran en sus mentes.
No es un camino que tenga un sentido moral y que indique una regla para las acciones del hombre. No; es un camino hacia un punto: «la vida es un camino hacia la plenitud de Jesucristo» (Ib).
Ya la vida no es Jesucristo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
«Jesucristo es el Camino del Cielo, que está patente a nuestra vista por el ejemplo de Su Vida, y por sus Misterios. Jesús es la Verdad, que alumbra nuestro espíritu con Su Palabra. Jesús es la Vida, que alienta nuestra Voluntad para unirla con Dios por Su Gracia» (S. León Magno).
Para Bergoglio, la vida es un camino hacia Jesús. ¡Anatema sea Bergoglio!
Jesús es el Camino por sus méritos. Bergoglio dice: que los hombres vivan sus vidas y así caminen según sus propios méritos humanos. Que los hombres no se fijen en los méritos de Jesucristo, en la Gracia que Cristo ha conquistado a todo hombre para que pueda salvarse, para que pueda poner un fin divino a su vida. Que los hombres no caminen por el mismo Camino, sellado por los méritos de Jesucristo, que es Jesús. Que cada hombre haga su camino para llegar a un punto. Que ningún hombre se fije en la muerte ni en la sangre de Cristo. Que nadie vea la Cruz de Cristo, sino que todos contemplen al Resucitado, que viene en Gloria:
«”esta generación pide un signo, pero no se le dará más signo que el signo de Jonás”; es decir, el signo de la resurrección, de la gloria, de esa gloria escatológica hacia la que vamos de camino»(Ib.)
¿Cuál es el signo de Jonás? La Justicia Divina, el castigo: «Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre del pez» (Jon 2, 1b). Signo claro de cruz, de penitencia de castigo, pero no de resurrección. Sino clarísimo. Y cuando Jonás fue liberado de ese pez, se puso a predicar la conversión, la penitencia. Y, por esa predicación, la gente de Nínive se puso a hacer penitencia por sus grandes pecados y «vio Dios lo que hicieron, convirtiéndose de su mal camino, y arrepintiéndose del mal que les dijo que había de hacerles, no lo hizo» (Jon 3, 10).
Bergoglio ha anulado las Sagradas Escrituras y las interpreta según su novedad, según el concepto que tiene de Dios: «muchos de sus contemporáneos estaban cerrados en sí mismos, no abiertos al Dios de las sorpresas» (Ib). No habla de la penitencia, del camino moral, de la norma de moralidad, de la ley del pecado, de la ley de la gracia, sino que sólo habla del Dios de las sorpresas, de la vida de los hombres puesta al azar. En el camino de la vida «se encuentra muchas cosas nuevas».
La novedad de caer siempre en la misma piedra, por no obedecer la Verdad, por no hacer la Voluntad de Dios, por desobedecer la ley de Dios. El hombre siempre tropieza en la misma piedra: el culto a su mente humana. Es algo que no cansa. Es novedad siempre. Siempre el hombre se inventa un camino nuevo para tropezar en lo mismo, en lo viejo, en lo de siempre.
Bergoglio se ha puesto por encima del mismo Dios: es un pecado de orgullo, como el de Lucifer. No es nada nuevo. Es lo viejo. Pero lo nuevo es su forma de caer en este pecado de orgullo. La manera de estar en la Iglesia gobernándola sin que nadie diga nada, sin que tenga oposición real. Todos le dejan, cada día, decir sus grandes barbaridades…y aquí no pasa nada… Su pecado de orgullo conlleva una oscuridad en su mente, con la cual, gobierna a muchos en la Iglesia. Bergoglio es un ciego que guía a muchos ciegos hacia la oscuridad más total.
Muchos se dejan gobernar por este maldito. Y hay que decirlo con todas las palabras: ¡Bergoglio es un maldito! Esto, para muchos, no es un lenguaje correcto. No gusta al católico de hoy esta expresión.
¿Acaso no dice la Escritura: «Bendecid a los que os persiguen, bendecid y no maldigáis» (Rom 12, 14)? Entonces, ¿hay que decir que Bergoglio es un bendito porque no cree en Dios, porque ha anulado la ley eterna, porque gobierna la Iglesia sin ley, sin moral? ¡Bendito seas Bergoglio porque llenas estómagos de la gente en la Iglesia! Es claro, que no se puede decir esto. Una obra buena no justifica los medios pecaminosos que se han buscado para hacerla.
Aquí no se trata, aquí no se habla de defender nuestros derechos en la Iglesia: queremos una cabeza que diga la verdad. No; no se trata de esto. Si Dios ha permitido este gran desastre en toda la Iglesia, Justo es Él. Pero esa Voluntad de Dios, que es un fin en Sí Misma, no significa tratar a Bergoglio como un santo, como un justo, como un hombre bueno, como un bendito: no hablamos de devolver un mal por otro mal. No estamos insultando a Bergoglio cuando le decimos que es un maldito; sino que estamos definiendo la esencia del alma de Bergoglio.
¿Quién es Bergoglio? Un maldito en su alma. Un alma que no conoce a Dios, que no sigue su ley, que gobierna la Iglesia con claras herejías, no es un alma bendecida por la gracia, sino maldecida por el demonio, comprada por el mismo demonio en la Iglesia.
El alma de Judas era maldita, pero el pecado de Judas no es el pecado de Bergoglio.
Judas pecó contra el Hijo del hombre y, por tanto, podía ser perdonado: «Todo el que profiere una palabra contra el Hijo del Hombre, perdonado le será» (Lc 12, 10a). Judas nunca aceptó la Palabra de Verdad que salía de la boca del mismo Jesús. Judas se opuso a la Verdad de la doctrina de Cristo. Judas nunca aceptó la Verdad que Cristo enseñó a Sus Apóstoles. Judas nunca obedeció la Mente de Su Maestro, que es la Mente de Dios. Judas nunca se sometió a esa Verdad Divina, a esos dogmas que Cristo promulgó a Sus Apóstoles. Judas traicionó a Su Maestro con un beso, por unas monedas, por una gloria humana. La Iglesia, cuando Judas pecó, todavía no había nacido. Nació en el Calvario. La traición de Judas a Jesús fue antes: fue lo que llevó a Jesús a la muerte en Cruz.
Pero el pecado de Bergoglio no es contra la Verdad, sino en contra de la obra de la Verdad, que es la obra del Espíritu en Su Iglesia. El pecado de Bergoglio es una blasfemia contra el Espíritu Santo, de la cual no hay perdón: «aquel que blasfemare contra el Espíritu santo, no le será perdonado» (v. 10b).
Jesús ha puesto en Su Iglesia una Obra del Espíritu: Pedro, la Sucesión de Pedro. Se es Papa en la Iglesia Católica porque el Espíritu lo obra. No son los hombres los que obran esa verdad.
Y se es Papa en la Iglesia en una verticalidad, en un Vértice: el gobierno vertical es la obra del Espíritu en la Iglesia, es la obra de la verdad.
¿Qué ha hecho Bergoglio? Ponerse como Papa y poner un gobierno horizontal en la Iglesia. Esto es una blasfemia contra el Espíritu Santo. Y, por eso, el alma de Bergoglio está maldita: no puede ser perdonada de ese pecado.
Lo único que puede hacer Bergoglio es morir. Lo demás, es condenación. Ya viva haciendo el bien o el mal, eso ya no importa. Bergoglio vive con un alma negra, que ha elegido, por sí misma, el infierno. Bergoglio es la cabeza negra de la Iglesia. Y el mismo Jesús, que es la Cabeza Invisible de la Iglesia, tiene las llaves del infierno de Bergoglio.
«Porque la ira de Dios se manifiesta del Cielo contra toda impiedad e injusticia de aquellos hombres que detienen la verdad de Dios en injusticia» (Rom 1, 18).
Bergoglio detiene la Verdad de Dios: el Papado, el Papa en el Vértice, el gobierno vertical en la Iglesia; en injustica, en una obra injusta: su gobierno horizontal
Dios castiga a los malditos. Dios castiga la impiedad y la injusticia de Bergoglio en la Iglesia. Y la castiga, castigando a toda la Jerarquía, que está impedida para ver lo que es Bergoglio. Está oscurecida. Está embobada con el lenguaje blasfemo de este hombre.
Bergoglio está fuera de la verdad y, por tanto, lleva a toda la Iglesia fuera de la Verdad. Bergoglio no tiene ninguna fe: sólo manifiesta su fe masónica, su fe humana, su idea maquiavélica de lo que tiene que ser un gobierno en la Iglesia. Bergoglio detiene la Verdad Divina: la divide, la pisotea, la anula. Y, por tanto, hace surgir la mentira, el error, la oscuridad, el caos: la injusticia. Y un injusto no puede ser bendito.
Dios ha abandonado el corazón de Bergoglio para que siga sus deseos depravados, para que siga cometiendo obras de injustica y de impiedad en la Iglesia, en ese gobierno que tiene en Roma y que no es de Dios. Por tanto, ¡Bergoglio es un maldito! Su alma está maldita, condenada, sin posibilidad de salvarse, de ser perdonado.
¡Qué duras son estas palabras para los hombres de hoy! Para esos hombres que, después del Sínodo, han aplaudido a Bergoglio y le siguen obedeciendo en su herejía contumaz. ¡Qué duras! Todos quieren dar a Bergoglio palabras cariñosas, demostrarle su amistad como hombres, no faltarle el respeto como ser humano, a pesar de su gran herejía. Sí, es un traidor, pero es un buen traidor; sí, es un hereje, pero es una buena persona hereje. Es un buen hombre. Y eso es lo que importa: que sea un buen hombre.
Todos esos católicos no pueden comprender lo que se dice aquí. No pueden, porque están escuchando las palabras de un mentiroso, de un hombre que ha pecado contra la obra del Espíritu en la Iglesia, contra la obra de la Verdad. Ya no es el pecado contra Jesús, contra su doctrina. Es obrar en contra de la Obra del Espíritu en la Iglesia. Y eso es condenación segura. Un hombre que ha blasfemado contra el Espíritu para levantar una nueva iglesia sentado en el Trono de Dios: esto es una abominación.
Lutero se fue de la Iglesia para fundar su iglesia. Bergoglio se queda en la Iglesia para levantar una abominación, algo que no puede encontrar salvación en Dios.
Bergoglio se sienta en el Trono de Dios y dice: Dios no existe. ¿Entonces? ¿Es un buen hombre? ¿Hay que obedecerle? ¿Hay que decir: gracias, Dios mío, por este Sínodo en donde hemos visto el cisma en la Iglesia, la profunda división que hay en la Iglesia?
La obra de Lutero no es abominable, porque las personas pueden salvarse si dejan sus errores. Fue una obra en contra de Jesús, de su doctrina.
Pero en la obra de Bergoglio no hay salvación porque se va en contra de toda la Verdad. No sólo de una parte: de toda. Porque la Iglesia tiene toda la Verdad. Y, para estar en la Iglesia, para gobernarla, se necesita un gobierno vertical. Quien quiera gobernarla de manera horizontal obra una abominación: imposible salvarse para aquellas almas que den su mente, que obedezcan las obras de este gobierno horizontal. Imposible salvarse. Se obra en contra del Espíritu, de Su Obra en la Iglesia. ¿Pretendes salvarte si la Iglesia es la Obra del Espíritu, no es la obra de los hombres? ¿Todavía quieres salvarte obedeciendo a Bergoglio? No se puede. Sólo en la Iglesia Católica hay salvación. Fuera de Ella, en el gobierno de Bergoglio, no hay salvación. El gobierno horizontal no salva, sino que condena de manera absoluta. No hay misericordia para aquellos que estén en ese gobierno
¡Qué pocos católicos conocen su fe católica, su Iglesia, a Cristo en Su Iglesia! ¡Qué pocos!
Dios «dará a cada uno según sus obras…a los contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen a la injusticia, ira e indignación. Tribulación y angustia sobre toda alma de hombre que obra el mal…» (Rom 2, 8-9a).