PRECURSORES DE TUCHO Y DE FRANCISCO
- ¿Qué les diría a quienes critican a Francisco porque con este sínodo se abrió una "caja de Pandora"?
- Que si no se abre la "caja de Pandora" lo que se hace es esconder
la mugre debajo de la alfombra, meter la cabeza en un hueco como las
avestruces, alejarnos cada vez más de la sensibilidad de nuestra
gente...
(de la entrevista de La Nación a monseñor "Tucho" Fernández, disponible aquí)
Aparte otras expresiones vertidas en la clamorosa entrevista en cuestión
-reveladoras de infidencias múltiples y de aquello que en criollo
académico diríase mala entraña-, la frase aquí apuntada vale como
síntesis de un programa, quizás la mejor que Francisco o cualquiera de
los suyos podían haber intentado de este pontificado de pesadilla y de
sus infames propósitos. Esto que pasa por una inocua entrevista, impresa
en papel prensa para ser depuesta en la mesa de familia junto al café
con leche y las medialunas, es el alegato de un demonio suelto o de uno
de sus más convencidos servidores. Y casi nadie se percata a causa del doping en el que las preocupaciones y los entretenimientos sumergen a las masas, cada vez más irreflexivas y sordas.
[Entre paréntesis señalemos que ese "esconder la mugre debajo de la
alfombra" a que el insigne medioletrado alude como alternativa
(execrada) a la «solución Pandora» no es otra cosa que el adulterio y la
homosexualidad, es decir, aquellos vicios incorporados al nuevo orbe de
la virtud según una estrafalaria concepción gradualista, fundada esta
vez no en la gracia sino en "la sensibilidad de nuestra gente", y que
supone entre el pecado y la gracia una mera diferencia de escalones. Volens nolens, Tucho el avestruz reconoció como mugre
a la impureza, y sólo pidió no esconderla. Y es que de eso se trata: no
de esconderla sino de señalarla como a tal, y de instar a todos a una
conversión real para dejar atrás las penosas sujeciones que el pecado
acarrea. Pero no era éste el programa del Sínodo. «No esconder el
pecado», para éstos, equivale a exhibirlo en triunfo].
«Abrir la caja de Pandora» es, sin más ni más, liberar todos los males sin esperanza, según lo refiere Hesíodo en su poema didáctico de los Trabajos y días.
Que en tren de hacerlo concordar con el relato bíblico de la caída de
nuestros primeros padres, como ya fue intentado por diversos autores,
merece le sea señalada esta fundamental distinción: a Adán y Eva les fue
prometido un Redentor, lo que en el relato del Génesis instala
fuertemente la esperanza, ausente (o bien escondida en el fondo de la
caja, negada al mundo) en el mito de Pandora. Lo que a su vez nos induce
a entender el mito más que como una explicación de los orígenes, como
una vaga profecía de las ultimidades. Porque aquellos que habiendo
recibido la redención de Cristo, habiendo sido beneficiados por esa ley
de la Gracia que los antiguos añoraban entre gemidos, recaen en la
pretensión de legislar acerca del bien y del mal según su propio
arbitrio, ¡ay de ellos, porque ya no tienen salvador posible, se han
exterminado la esperanza! «Abrir la caja de Pandora» es volver a
aceptar la sugestión de la serpiente, pero esta vez muy a sabiendas de
la consecuencia que esto acarreó en los orígenes, y despreciando el
sacrificio de nuestro Redentor por la liberación de los cautivos.
Conocidas las veleidades judaizantes de Bergoglio y sus amigos, no será
inoportuno ni fantasioso recordar tres antecedentes
hebraico-cabalísticos de esta perversa concepción que aquéllos
actualizan. Uno fue Sabbetai Zeví, falso mesías judío del siglo XVII,
de quien es la aberrante fórmula: «Tú eres bendito, Señor Dios nuestro,
rey del universo, Tú que permites lo que está prohibido». La
trayectoria de este lunático tiene como escenario las ciudades de
Esrmirna, Constantinopla, El Cairo y Jerusalem, entre otras, donde su
prédica experimentó una suerte voluble entre el rechazo más categórico
de unos y la adhesión fanática de otros tantos. La modificación y aun la
supresión a su antojo de la legislación judía se cuentan entre sus
mayores logros, al menos durante los días de su embriagante apogeo, en
que llegó a proclamar, para confutación de sus adversarios, que "el
mundo sigue al mesías, a excepción de diez u once hombres" (nótese,
apenas como detalle secundario, el paralelo con el "grupo de seis o
siete muy fanáticos y algo agresivos, que no representaban ni el 5% del
total", referencia de Tucho a los obispos refractarios a las novedades
morales alentadas durante el Sínodo). Luego vino la fingida conversión
al Islam, por la que Sabbetai vino a ser judío entre los judíos y
musulmán entre muslimes, cultivando una mezcolanza sincrética de los
ritos de ambas religiones, siempre sin abandonar la herejía antinomista
que informó todas sus acciones. Detectada la duplicidad del impostor por
las autoridades musulmanas, que un martes 13 lo reconocieron vistiendo
la kippah, fue arrestado y se le perdonó la pena capital a que se
había hecho acreedor por el delito de apostasía, a trueque de un
destierro que atrajo sobre él la desgracia y posterior muerte. La secta
por él fundada logró sobrevivir a su mentor.
De ésta justamente sale un segundo sujeto digno de sucinta evocación, el
sabbetiano Osman Baba, judío ruso que actuó en las primeras décadas del
siglo XVIII, por nombre de
nacimiento Baruchia Russo. En apariencia convertido él también al Islam,
no hizo sino extremar hasta la náusea las premisas de su antecesor: de
la inversión teórica de los valores pasó a su explícita aplicación
práctica, reconociendo como única legislación la que regulaba los
rituales orgiásticos que celebraban los de su entorno, que lo tenían
como a una especie de encarnación divina. El tercer retoño de la
estirpe, Jacob Frank, judío polaco que vivió entre 1726 y 1791, supo
vincularse bien pronto en sus correrías turcas a la secta aún bogante de
los sabbetianos. Yendo sin pausa de Polonia a Turquía, pronto se hizo
de un considerable círculo de adeptos, todos igualmente dados a las
aberrantes prácticas sexuales y profanatorias del líder. Convertido
estratégicamente al Islam en una de sus estadías en Turquía, y fingiendo
luego su cristiana conversión en Polonia, donde los jefes de la
Sinagoga ya empezaban a acorralarlo, logró arrastrar a un considerable
número de infelices que lo creían un mesías. Tiempo después de su
resonante bautismo y de haberse ganado incluso la confianza del rey, su
impostura fue descubierta, lo que le reportó duradera prisión en la
fortaleza de Czestochowa. Desde allí, a medida que el régimen carcelario
se le fue suavizando, logró entablar contactos a través de sus
emisarios con la monarquía rusa, lo que fue preparando el terreno a
fuerza de intrigas para el avance ruso sobre Polonia y la liberación del
criminal cautivo en agosto de 1772. Desde entonces funda una especie de
corte mesiánica en Brno, con un ejército altamente dotado y con notable
capacidad de infiltración en las principales cortes europeas. Gentes de
Frank anduvieron en los tumultos franceses de 1789 y en los ejércitos
napoleónicos, y el futuro emperador de Rusia Pablo I habrá salido de su
gusanera. Luego de instalarse en 1786 en Alemania, en el castillo de
Offenbach donde morirá años después, no hizo sino continuar atizando
desde allí sus planes clandestinos, en conformidad con el expreso
propósito de su predecesor Osman Baba de abatir a la Iglesia y llevar
adelante una revolución mundial. Varios de sus seguidores se afiliaron a
la masonería, en cuya jerarquía alcanzaron altos grados.
Cuanto al sectarismo y a la impostura sincrética bajo capa de bonhomía
ecuménica, no cuesta mucho vincular a Bergoglio y sus colaboradores con
estos lejanos antecedentes. En lo de las prácticas sexuales aberrantes
la presunción se impone, al comprobarse cuánto se ha mostrado capaz el
Sumo Pontífice de colocar en puestos clave del gobierno de la Iglesia, y
en la dirección intelectual del Sínodo, a figuras que parecen más bien
impuestas por el lobby gay que por una cruzada auténticamente reformista. Si hasta su propio secretario privado, monsiñorino Pedacchio, no ha podido evitar la filtración pública de sus bufarrones ocios.
A Francisco, para completar la similitud con los abominables
sabbetianos, sólo le falta proclamarse mesías. Cosa de la que no está
muy lejos o que, de hecho, ya está indirectamente haciendo, al promover
nada menos que la abolición de la ley dimanada de los mismos labios de
Jesús.
Superior a Cristo, en virtud de la ley incontrovertible de la evolución:
la alianza nueva y eterna tenía fecha de vencimiento. Lo había dicho el
benemérito Fernándulez: el tiempo es superior al... ¿despacio? Ya no
hace falta ser un judío cabalista para encarnar el Ánomos: basta con
estar en la cima de la Iglesia adulterada. Así y todo, lo que Tucho y
Pancho y Chicho desconocen es que el contenido de la caja de Pandora,
volcado sobre el mundo a instancias de la Gran Apostasía, conserva para
la Iglesia remanente el don negado a ellos. Y ese don es la garantía de
otro aún mayor que, pese a todos los contrarios desvelos, no le será quitado.