Respecto de los dichos de monseñor Lozano
“Guardaos
de la levadura de los fariseos, que es la hipocresía. Nada hay
encubierto que no haya de ser descubierto ni oculto que no haya de
saberse. Porque cuanto dijisteis en la oscuridad, será oído a la luz, y
lo que hablasteis al oído en las habitaciones privadas, será proclamado
desde los terrados” Lucas 12, 1-3.
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Que estamos viviendo en una sociedad donde la hipocresía es moneda
corriente es una verdad de Perogrullo. Pero, peor aún, parece que la
hipocresía ya no es un pecado mortal -¿aún hay pecados mortales?- sino
que probablemente esté conceptuado como algo poco grave que en las
mentes de algunos hombres de Iglesia se asocia simplemente a aquello de:
“astutos como serpientes”
Porque, convengamos en algo, un pastor falla cuando se aflige solo
por una parte de las ovejas y olvida al resto. No busquemos razones a
esta aflicción, propuesta quizás por una visión parcial de lo que una
guerra nos dejó, o lo que es peor, por un simple cálculo de oportunidad
política.
Mons. Lozano- obispo políticamente correcto, si los hay- nos sorprende haciendo un llamado a los católicos para que “aporten datos e información sobre hijos sustraídos a madres desaparecidas durante la última dictadura militar”.
Para, afirmar luego que: “hay cerca de 400 familias que buscan a sus
nietos apropiados durante la época del terrorismo de Estado”. Bien,
monseñor, ¿podría decirnos de donde sacó ese dato? ¿Quién le dio esa
cifra? Si fue la aggiornata Carlotto -ésa que ya no grita más:
“Iglesia, basura, vos sos la dictadura” porque el Papa Francisco le
prometió recibir a ella y a todos sus nietos, ¿quién pagará el gasto de
mover a esa pandilla? -en una audiencia privada en Santa Marta- yo
tendría cuidado, quizás si se le pone en contra hasta Ud. podría ser
hijo de algún guerrillero. Hoy con un banco de datos se pueden hacer
maravillas. So le quedan dudas, pregúntele a Irene Barreiro ella le
podrá dar precisiones sobre eso, pero, perdón, me olvidaba, Irene es
hija de un “represor” y para ellos ni justicia, ¿no?…
Como supongo que Ud. era muy chiquito en esas épocas le voy a contar
algo para que se desasne. Normalmente, a esas “madres desaparecidas”
como Ud. las llama le sobraba inconsciencia o desamor como para llevar a
sus bebés a una vida clandestina donde el riesgo del enfrentamiento y
muerte era frecuente, ¿Quién las obligaba a exponer a sus hijos? ¿Por
qué no los dejaban con sus abuelos, tíos o algún otro pariente? Sé,
porque me lo contó alguien que participó en un operativo; operativo
donde murió un teniente de fragata por preservar la vida de dos
criaturas, que una vez rescatados estos dos menores y teniendo en su
poder los documentos de los padres que murieron en el enfrentamiento
recibieron orden de la Armada de entregar a los menores a los parientes
cercanos; nunca se encontró un abuelo o tío. Los documentos eran falsos,
monseñor, algo lógico en gente que se mueve en la clandestinidad pero
que necesita algún tipo de identificación aunque sea para cobrar un
giro.
Y ahora Ud. nos pide que aportemos datos e información sobre “nietos
desaparecidos”, nietos de los que Ud. ni siquiera puede precisar si son
dos o cuatrocientos, salvo que la Conferencia Episcopal a la que Ud.
pertenece tenga datos fidedignos sobre este tema y prefiera que seamos
nosotros los feligreses quienes asumamos el compromiso de decir algo que
ni siquiera sabemos si los que están en esta situación quieren que se
sepa.
Ud., monseñor, pone el acento en que hubo o hay en este doloroso
problema “una red de silencio y complicidad” de la que la Iglesia no fue
ajena, y aquí sí, monseñor, podemos llegar a estar de acuerdo. Podemos
llegar a estar de acuerdo si analizamos en un todo lo que pasó en
Argentina, ya que, el silencio culpable, es mucho más grave que pensar
que hay católicos que saben de nietos desaparecidos y lo callan. Porque,
en verdad, Uds., los obispos, han vivido callando; porque hay obispos-
de esta, su Conferencia Episcopal, no de la de cuarenta años atrás que
hoy parece que era una Iglesia diferente- que en los años de plomo eran
profesores de algún seminario y sabían bien que sucedía en una comisaría
que estaba enfrente.
Si Uds. han vivido callando, no nos endosen su responsabilidad a
cambio de nada. En algún momento deberán decir la verdad total, no en
cuotas módicas como lo vienen haciendo. No he oído de Ud. ni de ninguno
de sus compañeros de conferencia hacer un mea culpa por los
crímenes y desviaciones, más allá de las teológicas, que los curas
tercermundistas- prohijados por obispos tan obispos como Ud. lo es hoy-
cometieron al concientizar a quienes estaban en la guerrilla que matar
empresarios, militares, o a cualquiera que pensara diferente estaba
inscrito en el plan de Dios. Por supuesto que luego hicieron un
fragmentario y torcido mea culpa, y creyeron que abandonando al P. von Wernich como cordero sacrificial lavaban su responsabilidad de los desatinos cometidos.
Convengamos en algo, monseñor, si aún hay nietos por recuperar estos
no son niños o adolescentes, son hombres hechos y derechos que han hecho
su opción de vida y a los que quizás no les interesa saber quienes eran
sus familias biológicas. Trate de razonar un momento y pregúntese si es
correcto crearles un problema de conciencia porque, no sea ingenuo, la
banda a la que Ud. le presta su palabra no solo va por la identidad del
presunto desaparecido sino por la tranquilidad y la libertad de la
familia que lo cobijó y educó, más allá del hecho que detrás de cada
“nieto recuperado”- y no creo que Ud. lo ignore, hay un jugoso botín.
Para terminar, monseñor, hay nietos recuperados cuyos padres
cometieron crímenes terribles, la madre de un nieto recuperado mató con
una bomba, en esa época que Ud. contribuye a revivir, a Paula
Lambruschini. Monseñor, ¿alguna vez rezó una misa por ella?