jueves, 30 de octubre de 2014

El Arzobispo de Madrid habla a la prensa – P. Alfonso Gálvez Morillas

El Arzobispo de Madrid habla a la prensa – P. Alfonso Gálvez Morillas


 Nota Previa. Las siguientes reflexiones sobre unas declaraciones que el Arzobispo de Madrid hizo a la Prensa, dos días después de su toma de posesión, están tomadas del resumen hecho por un periodista sobre la base de una grabación hecha por él mismo y aparecido en la web de Infovaticana el 25 del corriente mes. No puedo garantizar, por lo tanto, otra exactitud que la derivada de la profesionalidad del periodista al transcribir las palabras del Arzobispo.]
  Ante todo, hay que admitir que las Declaraciones contienen las suficientes ambigüedades y referencias subliminares al Sínodo de la Familia (sin nombrarlo, por supuesto), así como a muchas de las doctrinas revolucionarias del Papa Francisco, como para pensar que vale la pena comentarlas siquiera brevemente.
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  Salvo en muy contados casos, no suelo leer las declaraciones de los Obispos españoles. Mi tiempo es muy escaso, y de todos es conocido el bajo nivel teológico, pastoral e intelectual que suele acompañarlas, a lo que habría que añadir el poco crédito que merecen en cuanto a su contenido. Aunque en este caso, sin embargo, hubo algo que llamaba poderosamente la atención y encendía, por eso mismo, las alarmas. Pues las principales páginas web neocatólicas, tan dadas por lo general a ensalzar los laudes y alabanzas de la Jerarquía, en esta ocasión guardaban el silencio de los sepulcros, de manera que, una vez más, volvían a incidir en lo mismo: ocultar, o tratar de disimular al menos, todo aquello que pudiera conducir a descrédito de la Jerarquía. Y volviendo a olvidar, también una vez más, que ocultar la verdad equivale a colaborar en la difusión de la mentira. Pero los neocatólicos no tienen remedio, y aunque en muy contados casos ---cuando el escándalo es demasiado grueso--- hacen tímidos propósitos de enmienda, siempre vuelven a lo mismo. En este caso concreto, tan extraño silencio hacía pensar en que aquí había gato encerrado.
  Volviendo a las susodichas declaraciones, lo primero que llama la atención es el hecho de que, entre todo el rico y extenso Magisterio de la Iglesia, el Arzobispo no encuentre otras referencias que al mismo Papa Francisco, del que cita por dos veces su Evangelii Gaudium (de la que el Cardenal Burke afirmó que no era Magisterio). Fiel en esto a la costumbre postconciliar, el Arzobispo olvida cualesquiera otras aportaciones Magisteriales que puedan referirse a Papas, Concilios, Encíclicas, Discursos, Documentos, etc. Es de tener en cuenta, sin embargo, que se trata de unas meras Declaraciones hechas en rueda de Prensa, y no de un tratado teológico. Aunque de todas formas, y dado caso que se trata de una enfermedad tan generalizada, es de lamentar la pobreza documental a la que ha dejado reducido el postconcilio (prácticamente a la nada) el Magisterio de la Iglesia.
  En una serie de repudios hacia cosas que el Arzobispo considera rechazables, enumera entre ellos un no a un prescindir de la búsqueda de la verdad; la verdad hay que buscarla siempre, siempre... Como puede verse, aparte del ligero sabor modernista de las palabras, el Arzobispo no deja de sorprendernos. Porque cuando todos creíamos que ya poseíamos enteramente la Verdad, y toda la Verdad en la Persona de Cristo, según aquellas palabras de
Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14:6).
o aquellas otras de
Yo vine al mundo para dar testimonio de la verdad (Jn 18:37).
ahora nos encontramos con la sorpresa. Parece como si hubiera quedado archivada la doctrina de San Juan de la Cruz según la cual el Padre, al pronunciar su Verbo, lo había dicho todo; y que al entregarlo Encarnado a los hombres en la Persona de Jesucristo, les había revelado todo cuanto les tenía que revelar.
  A este respecto, bueno sería que el Arzobispo de Madrid recordara las palabras que dirigía San Pablo a su discípulo Timoteo acerca de los que
siempre andan curioseando y nunca son capaces de llegar a conocer la verdad
(2 Tim 3:7).
  Siempre ha admitido la Iglesia la posibilidad una mayor profundización en el conocimiento del dogma. Pero profundizar en el conocimiento del dogma no significa en modo alguno cambiar ni un ápice de su contenido. La posibilidad de hallar verdades nuevas, partiendo de la evolución de la verdad revelada a través de la Historia, es uno de los errores fundamentales del Modernismo y, en realidad, una verdadera herejía.
  Todo parece indicar que sus palabras son una alusión indirecta, aunque sibilina y velada, a la Nueva Moral propugnada en el Sínodo de la Familia; lo mismo que cuando dice que hay que dejarse sorprender por Dios. Ahora bien, con respecto a esto último, ¿qué pueda significar el hecho de que Dios nos sorprenda? ¿Que nos salga inopinadamente con algo nuevo? ¿O que nos proporcione un susto como el que se produce de pronto a alguno de los participantes en el juego del escondite?
  Algo parecido puede decirse cuando, en otro de sus repudios, habla de un no a un fundamentalismo que nos encierra en nosotros mismos, en nuestras cosas, y no nos abre a la verdad que tienen otros. Donde hay una referencia de fiel discípulo a la doctrina del Papa en la que muestra cierta inquina hacia los maniqueos que se empeñan en defender la verdad de la Fe contra las nuevas doctrinas. En cuanto a lo de abrirse a la verdad que tienen otros, es una posible alusión al falso ecumenismo: o el mismo que defiende que la Iglesia no posee la plenitud de la verdad y de la doctrina de salvación; la cual, por eso mismo, debe ser buscada también en otros sitios. Una doctrina que ya fue condenada por Pío IX y que aquí no tenemos tiempo de discutir.
  Interesante es la insistencia del Arzobispo acerca de la necesidad de descubrir lo que es el ser humano. O como dice también, descubrir lo que es el ser humano y el diseño que Jesucristo ha hecho en esta historia concreta de lo que es el ser humano. Y de ahí su sorprendente afirmación de que el ser humano necesita que se le diga quién es.
  Es posible que el Arzobispo no sea consciente en este punto de que aquí se lanza a navegar por las más puras aguas del modernismo. Jesucristo no vino a decirle al hombre lo que es o quién es, sino a revelarle el Amor del Padre y a sellar tal Amor definitivamente con la prueba de su Muerte en la Cruz. Lo que ha sido y lo que es el hombre ya lo ha dicho exhaustivamente la Historia de la Salvación: una naturaleza elevada por la gracia, caída después por el pecado, y restaurada por fin de nuevo gracias a Jesucristo. La idea de que el hombre va descubriendo lo que es y se va haciendo a lo largo de la Historia es una doctrina hegeliana, recogida y proclamada definitivamente por el Modernismo. Lo que sucede ---y esto es lo que no se dice e ignoro si será conocido por el Arzobispo--- es que se trata de una doctrina básica para sentar los fundamentos de las nuevas doctrinas: las que tratan de negar la naturaleza humana, la existencia de la Ley Natural, y la posibilidad, por lo tanto de proclamar una Nueva Moral para el hombre (véase Kasper y seguidores, Sínodo de la Familia, etc.).
  También son de notar sus palabras acerca de la cultura del encuentro, donde nadie sobra ---¿a qué se refiere con esto de que nadie sobra?--- Y esto se puede hacer ---continúa--- si damos a conocer el dibujo del ser humano, si no lo imponemos. Con lo que ya los madrileños pueden felicitarse de las revolucionarias teorías de su Arzobispo con respecto a la Evangelización y la obra de las Misiones: ya no se trata de anunciar a Jesucristo, sino de dar a conocer el dibujo del ser humano.
  Por supuesto que, como es de suponer, estas palabras u otras semejantes fueron dichas más al calor de la entrevista que como fruto de la reflexión. Aunque no sería malo que los Pastores fueran más conscientes de su responsabilidad pastoral.
  Y por fin, para no alargarnos demasiado, en un resumen que intencionadamente hemos procurado hacer lo más breve posible, el Arzobispo de Madrid alude con calor a su labor con jóvenes. Para demostrar la verdad de la cual aduce un número de Encuentros, que él enumera de manera prolija pero que, una vez contados conforme a lo que dice en la rueda de prensa, no pasan de media docena (seguramente serán más). Pero el número es lo de menos, puesto que los Encuentros no son difíciles de organizar (siempre hay jóvenes dispuestos para pasarlo bien, y más si están cerca las Comunidades Neocatecumenales), sino que es el trabajo constante de evangelización con ellos lo que no es nada fácil, desde luego. El que esto escribe posee alguna experiencia sobre el tema: más de sesenta años trabajando casi exclusivamente con jóvenes en España, en diversos países de Hispanoamérica y en los Estados Unidos (el número de Encuentros organizados necesitarían en este caso de toda una contabilidad para anotarlos). Y puedo asegurar que, si en algún lugar se cumplen las palabras de Jesucristo acerca de que el grano de trigo ha de morir, etc., es aquí. Puedo decir, con toda verdad, que es necesario dejarse la piel para conseguir unos resultados cuyo balance final es mejor dejar en las manos de Dios, a través de la fe y de la confianza, a fin de no sentirse desanimados.
  El Arzobispo gusta de hablar sobre el uso constante que hace de su móvil, e incluso se regocija, con sobrada razón, de una reciente llamada que el Papa le ha dirigido a través de él. Es para alegrarse la extraordinaria movilidad de las comunicaciones realizadas por la Jerarquía y dirigidas al Pueblo de Dios. Uno recuerda aquellos tiempos antiguos, ya pasados, en que los Papas emanaban sus claras enseñanzas y seguro Magisterio por medio de solemnes y pomposos Documentos, escritos en correcto y nada equívoco latín, y que eran siempre recibidos con tanta devoción como acatamiento por parte de todos los fieles.
  En los tiempos actuales, sin embargo, no deja de ser apasionante la posibilidad de que el carnicero de la esquina pueda recibir, en el más inesperado momento, una comunicación arzobispal, o incluso papal, a través de su móvil. Pero, ¿cómo estaría Jorge Manrique para escribir que cualquiera tiempo pasado fue mejor? Ciertamente que a veces es difícil entender a los Antiguos, por más que hayan sido preclaros poetas.
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