Entrevista de “Que no te la cuenten” al Prof. Roberto de Mattei
Presentamos aquí la entrevista que, hace apenas unas semanas, pudimos realizar en Roma con profesor Roberto de Mattei, catedrático de historia contemporánea y reconocido escritor católico[1].
La entrevista completa en italiano puede verse AQUÍ
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi
Fondazione Lepanto, Roma, 5 de Febrero de 2016
ENTREVISTA A PROF. ROBERTO DE MATTEI
Padre Javier Olivera Ravasi
1ª PREGUNTA:
Estimado Profesor, gracias por recibirnos. En Argentina a ud. se lo
conoce y se lo sigue en cuanto historiador y polemista católico, de allí
que lo consultemos acerca de estos puntos.
Creemos que, como ha planteado el
Papa León XIII, en los últimos dos o tres siglos la Iglesia ha
infravalorado la ciencia histórica, ¿cree usted que esta posición ha
influenciado en los ambientes católicos e incluso en los de la jerarquía
eclesiástica?
RESPUESTA: Me da
placer que entre los presentes haya alguno que está interesado en las
materias históricas, porque pienso que la historia es una materia muy
importante, y creo que en el siglo XX, en el 1900, en la Iglesia ha
habido grandes teólogos, grandes filósofos, grandes moralistas (como por
ejemplo el Padre Garrigou Lagrange o el Padre Cornelio Fabro). Es
decir, podríamos dar varios nombres de moralistas, filósofos, teólogos, pero no ha habido grandes historiadores.
Quizás haya habido alguno, pero no me vienen a la mente, al menos
respecto de lo que implica a Italia. Quizás en Argentina haya habido
alguno.
Digamos que la historia, la historia ha
sido muy desvalorizada y esto, a mi entender, ayuda a comprender la
crisis actual. ¿Por qué? ¿Por qué digo esto? Porque si se tiene una
preparación meramente filosófica, aunque si bien esto es muy bueno -es
decir, hay que tener una buena, sólida y óptima preparación tomista- sin
embargo, si no hay una preparación histórica, el riesgo que se corre es el de permanecer en un nivel abstracto y no comprender, digamos, lo que sucede. Es decir, yo creo que una de las causas de la crisis actual, es que se ha perdido una visión de teología de la historia;
es decir, la capacidad de interpretar los eventos históricos a la luz
de una filosofía, de una teología aplicada a la historia. Esto explica
así, entonces, algunos errores que se han difundido en el 1.900. Por
ejemplo –en mi opinión–, el error de Jacques Maritain.
Que Maritain, seguramente, haya tenido
quizás una buena base filosófica, no le impidió dar un juicio erróneo
acerca del mundo moderno y de su tiempo; un juicio que era falso; es
decir: no hubo de parte suya una aplicación a su tiempo. Y cayó en la
perspectiva de un “humanismo integral” que se funda o se basa sobre la idea, por ejemplo, de la irreversibilidad del proceso histórico.
Entonces existen quienes tengan una buena preparación filosófica y
teológica, pero que piensan que el curso del proceso histórico y el
flujo de los eventos, es irreversible. Ésta es una posición que nace
también, incluso, de una falta de teología de la historia.
A mi entender, hoy sería muy importante, muy útil, desarrollar y fomentar el estudio de la historia, porque la historia del pasado nos ayuda a comprender la crisis del presente.
Por ejemplo: hoy ciertamente la Iglesia vive una fase de grandes
dificultades, de grandes problemas; pero, cuando uno conoce la historia
de la Iglesia sabe que ya ha existido la crisis del Arrianismo, la gran
crisis del Cisma de Occidente, la crisis de la Revolución Francesa; que
ha habido Papas que han sido incluso deportados, etc. Es decir, que la
historia de la Iglesia es una historia siempre convulsionada. Es más,
hay un libro del Padre Sáenz, Alfredo Sáenz, donde habla de esta historia tempestuosa, llamado “La Nave y las Tempestades”.
Por lo tanto, y respecto de esta pregunta, la historia es muy
importante; quizás tan como la filosófica y teológica, por eso creo que
deben equilibrarse esas disciplinas en la preparación para comprender
mejor la realidad del cristianismo y de la Iglesia actual. Además,
considero que el estudio de la historia debe estar acompañado por una
teología y una filosofía de la historia, a cuyo propósito me permito
recomendar un libro fundamental titulado “Revolución y
Contra-revolución”, de Plinio Correa de Oliveira.
2ª PREGUNTA:
Esta crisis, esta tempestad y como este “evolución progresiva de la
historia” de la que hablaba Maritain, al parecer, ha entrado también en
el ámbito eclesial e incluso litúrgico. ¿En qué medida cree usted que
esta evolución litúrgica –si la hay– ha influido en la crisis de la
Iglesia?
RESPUESTA: Yo
creo que ha contribuido mucho, y por el siguiente motivo: cuando nació
el modernismo, a inicios del año 1900, una de sus tesis -sobre todo la
de aquel teólogo modernista inglés, George Tyrrell- se basaba en la afirmación del primado de la praxis sobre la teoría. Tyrrell ponía patas para arriba la fórmula tradicional que dice: Lex orandi, lex credendi,
es decir, que se reza como entonces se cree. Es decir, primero está la
formulación dogmática y después está la expresión litúrgica.
El modernismo, en cambio, lo ha dado vuelta en el sentido en que se ha dado primacía a la lex orandi sobre la lex credendi, es decir, se transforma el modo de rezar para transformar también el modo de creer, o sea, aquello en lo que se cree.
Y por lo tanto, ya en la época del modernismo, se han dado revoluciones
litúrgicas, como en los inicios del siglo XX, sobre esta base puntual,
influenciadas por estas tendencias filosófico-teológicas. El modernismo
fue condenado por San Pío X, luego de lo cual, aparentemente debería
haber desaparecido; pero no: re-emergió.
Yo creo que la reforma litúrgica o mejor,
dicho, “las reformas litúrgicas” (digámoslo en plural, pues no me
refiero solamente a la reforma del Novus ordo de 1969, sino a las reformas litúrgicas, digamos, “post-conciliares”) han sido como una especie de intento de afirmar a través del primado de la praxis litúrgica una revolución, incluso en el campo teológico.
Es muy fácil dar un ejemplo respecto de este punto: si yo afirmo, por
ejemplo, que en el momento de la Consagración de la Misa, existe la
transubstanciación, es decir, la presencia real de Jesucristo en la
Eucaristía, entonces estoy afirmandouna verdad de Fe. Y si digo lo
contrario, afirmo una herejía. Pero, si yo no digo exactamente esto,
sino que lo afirmo de modo más sutil, como por ejemplo, haciendo o
viendo que, en la misa se pierde el momento de la Consagración, su
dignidad, su importancia principal, sin que nadie se arrodille, sin
atención, sin relevancia, etc., se va abajando poco a poco el misterio
de la presencia real de la Eucaristía. Así, de hecho, de facto, se olvida o se deja de lado lo que sucede en ese momento.
No hay que olvidar que las primeras
reformas de la reforma litúrgica, perdón, las primeras reformas que se
realizaron habían sido hechas por personas que tenían una cierta base
cultural o de catecismo; es decir, más o menos sabían que existía la
Presencia Real y sabían aún qué estaba sucediendo en el Altar). Sin
embargo, veamos ahora a las nuevas generaciones: las jóvenes
generaciones, que no han tenido un buen catecismo o han tenido un
catecismo muy superficial donde ninguno ha insistido en explicarles qué
cosa es la Santa Misa o la Eucaristía, cuya única relación con la
Iglesia es la de ir cada tanto o los domingos a Misa, todos ellos han perdido de facto, de hecho, la noción del santo Sacrificio de la Misa al abajarse el Misterio. Es decir, aparentemente no hay una formulación directamente herética pero viven en una atmósfera impregnada de herejía,
aunque no sea una herejía explícita. Si alguno, por ejemplo, le
preguntase a estos jóvenes: “¿Según tú –al menos yo hablo de Italia-
¿qué cosa es la Misa?”. Ellos responderán: es una fiesta, una asamblea,
un encuentro.
Es muy raro encontrar que hoy un joven
diga: “la Misa es la renovación incruenta del sacrificio de Cristo en la
Cruz”, etc. Es decir, estas nociones catequéticas se han perdido,
porque ya no están expresadas en el catecismo. Y tampoco de manera
implícita en la ceremonia de la Santa Misa. Y entonces, por lo tanto, la
reforma litúrgica o estas “reformas litúrgicas” (en plural), poseen un
gran carácter revolucionario. ¿Y por qué digo de vuelta en plural “las
reformas litúrgicas”? Porque mientras, por ejemplo, nosotros
consideramos la Misa tradicional, la Misa dicha “de San Pío V”, pero no
solo de San Pío V, sino de casi dos mil años, digámoslo en general: del
rito romano antiguo, etc., sabemos de qué estamos hablando, pero cuando
nos referimos a la “Misa nueva”, no podríamos hacer lo mismo pues nos encontramos frente a una pluralidad de Misas: tantas Misas como sacerdotes pueden llegar a haber hoy por hoy.
Es decir: si uno participase en el mundo de mil ceremonias litúrgicas celebradas con el Novus Ordo, se encontrará, quizás con una cantidad inmensa de Misas distintas, de distintos modos de celebrar la Misa, aunque sea una misma Liturgia.
Estarán aquellos sacerdotes “creativos” con una Misa propia, otros que
tendrán otra, otros de otro modo, etc.; es decir, habrá tantas Misas
como sacerdotes existan. Tantas liturgias distintas, que expresarán no la unidad de la fe, sino una fragmentación de la Fe. Es la situación de la Iglesia del día de hoy pues lamentablemente se ha perdido la unidad de la Fe.
Y por lo tanto cada uno vive una religión propia. Es difícil encontrar
dos personas que vivan la misma religión, salvo aquéllos que, fieles a
la tradición, intentan vivir la religión de siempre, porque es la
religión de la tradición
3ª PREGUNTA:
Profesor, déjeme hacerle una pregunta a modo de juego y es la
siguiente: si usted se encontrase en el año 2100 o 2200, digamos… -si es
que el mundo todavía existe para esa época- y fuese historiador de la
Iglesia ¿qué cosa diría que fue el Concilio Vaticano II?
RESPUESTA: (risas). Yo creo que no
estamos a la vigilia del fin del mundo sino que estamos a la vigilia de
una edad de renacimiento de la Iglesia, de restauración de la Iglesia.
Yo creo que los próximos cien o doscientos años serán años de
restauración dogmática, litúrgica, histórica. Ése es mi pensamiento. Y
hablo acá como historiador simplemente.
Respecto del Concilio Vaticano II
enseñaría que, a mi juicio, ha sido realmente una catástrofe para la
Iglesia. Y ha sido una catástrofe (y lo digo en juicio histórico y no
teológico, pues no entro en el mérito del documento teológico, sino
desde el punto de vista histórico) considerando solamente un elemento.
El elemento es el siguiente: el Concilio Vaticano II fue convocado en el
preciso momento de la postguerra, donde el comunismo era realmente un
monstruo que estaba invadiendo gran parte de Europa y estaba en el
momento más alto de su poder. El período en el que Rusia se metía en
Cuba; donde en el ’61 se erigía el muro de Berlín en Alemania, etc.,
etc. Es decir, en aquel momento el problema comunista era el problema de
los problemas. Y, especialmente en el Concilio mismo muchos Padres
conciliares, Padres del este incluso, se habían rebelado contra el
comunismo. Ahora, un Concilio que se presenta como un Concilio pastoral,
que más que de problemas teológicos debe preocuparse por los problemas
del tiempo presente. Un Concilio de este tipo, que no diga una palabra
sobre el comunismo, es un Concilio fracasado, fallado. Es decir, un
Concilio que no tuvo la función pastoral, importante y política, de
haber hablado.
Pese a que más adelante, en 1989, el
comunismo cayó, habría sido realmente profético que el Concilio hubiese
dicho públicamente que el comunismo era un gran error, o un gran engaño y
que estaba condenado a caer. Si hubiese hecho esta previsión el
Concilio, que era la elemental previsión que habían hecho ya algunos
cardenales muy lúcidos como por ejemplo el Cardenal Mindszenty, o el
Cardenal Stepinac quien decía desde la prisión de Croacia en la década
del ’50: “tengan fe que el comunismo va a caer. ¿Por qué? Porque lo que
es contra la naturaleza no puede permanecer”. Es decir, había una visión
profética.
Sin embargo, el Cardenal Cassaroli, por
ejemplo, decía: “tenemos que hacer un encuentro o buscar un encuentro
con el comunismo porque el comunismo durará como trescientos años” y por
lo tanto debíamos hacer un compromiso con el comunismo. Es decir, era
una falta de visión histórica, una falta de espíritu profético. Y es
sólo un ejemplo. Es decir, el Concilio Vaticano II, para mí ha sido
catastrófico para la Iglesia. Pero la mayor catástrofe, para mí la mayor
catástrofe del Concilio Vaticano II es la de haber eliminado el espíritu militante de la Iglesia porque
dio la ilusión, porque dijo que, en vez de dar la ilusión al mundo
moderno, al católico moderno de combatir al mundo moderno, le ha puesto
la ilusión de que uno puede comprometerse con él o aggiornarse con él, o de colaborar con él. Es decir, ha sofocado la combatividad de los católicos, la militancia católica.
4ª PREGUNTA:
El Sínodo de las Familias ha tenido una cierta similitud con el
Concilio Vaticano II en cuanto a la confusión causada, algo
“revolucionario” incluso, para el mundo de hoy. El Sínodo fue convocado
por el Papa Francisco, en principio, para ayudar a los matrimonios y a
aquellas personas que se encuentran en dificultad. Sin embargo, el Papa
Francisco ha elegido a algunos cardenales que luego trajeron bastante
confusión al católico de a pie (ej: cardenal Kasper, cardenal Daniels,
etc.). ¿Qué cree ud. que debe hacer un fiel católico ante estas posturas
confusas, erróneas, de la jerarquía de la Iglesia, sea de los
cardenales, sea del mismo pontífice, cuando no las comprende bien? ¿Qué
debe hacerse en el terreno de lo prudencial, sin caer en una postura
contraria al verdadero Magisterio de la Iglesia?
RESPUESTA: Creo
que el católico sencillo, el católico de a pie, debe pensar que bajo el
pontificado de Pío IX hemos tenido una gran gracia que es aquélla de la
constitución Pastor aeternus que ha establecido dos dogmas. El
primer dogma es el del Primado de jurisdicción del Papa sobre todos los
obispos del mundo. El segundo, es el de la infalibilidad pontificia. El
primero afirma la existencia de un Primado universal, pleno e ilimitado
del Papa sobre todos los obispos del mundo, pero no dice que el Papa
sea infalible en el ejercicio de este gobierno. El segundo dogma, el de
la infalibilidad, precisa sus condiciones y es bien preciso respecto del Magisterio de la Iglesia;
el Magisterio es una parte específica de gobierno y está en el interior
de este dogma sobre el Papa. Y que dice que si hay determinadas
condiciones, si el Papa, en materia de fe o de moral, quiere definir una
verdad y tiene la intención de que esta verdad sea obligatoria para
todos los fieles y lo expresa de manera solemne, es infalible. Este
dogma es importantísimo porque, según mi opinión, en primer lugar, en
cierto sentido, pone ciertos límites. Es decir, si no hay ciertas
condiciones, el Papa no es infalible. Es decir, el mismo dogma da ciertos confines.
Y esto nos hace muy bien porque nos hace entender, por ejemplo, que en
el último siglo de manera extraordinaria solamente dos veces ha sido
utilizado el dogma: de la Inmaculada Concepción y de la Asunción. Es
cierto que también es verdad que hay una cierta infalibilidad en el Magisterio ordinario, pero solamente cuando se declaran verdades que son de siempre. Por ejemplo, la encíclica Humanae Vitae es
una encíclica que en sí misma no es infalible. No se dice en la
encíclica que lo sea en sí misma, ni ha sido proclamada de modo ex–catedra,
directamente y con toda la solemnidad; sin embargo, al condenar la
contracepción es infalible, no porque lo haya declarado de modo
extraordinario, sino porque repite toda la tradición de la Iglesia, que
siempre ha condenado la contracepción artificial; y por lo tanto, esta
encíclica, este punto, muestra como un culmen del Magisterio ordinario y
expresa una verdad infalible, creída por siempre en la Iglesia. Es
decir, también hay una infalibilidad del Magisterio ordinario cuando
renueva o dice nuevamente una verdad tradicional.
Pero, por ejemplo, los últimos Papas, el
Papa Francisco, para decir el último, no ha querido jamás declarar algo
donde se jugase la infalibilidad. Podría hacerlo porque es el Papa, y es
libre de hacerlo pero no lo ha hecho. Y aquí paso al segundo punto, que
para mí es muy importante: ¿Cómo imagino yo que podríamos salir
nosotros de la crisis de la Iglesia? Yo me imagino que podría salirse utilizando justamente esta prerrogativa de la infalibilidad del Papa.
Es decir, si yo fuera un consejero, un amigo de algún Papa, de un Papa
bueno, de buena orientación y que me pidiese consejo, yo le diría: “Mire
Santidad, usted es el Papa, usted -si quiere- tiene la posibilidad en
el campo de fe y de la moral de definir la infalibilidad sobre el tema
que usted desee; usted tiene un carisma personal infalible”. Por ejemplo, si un Papa dijese: “hagamos un syllabus bioético
sobre la contracepción, la homosexualidad, la eutanasia, etc.; todos
estos puntos son infaliblemente condenados por la Iglesia, etc.”. Es
decir, es un modo de salida, pues no habría posibilidad de ir contra
esto, salvo con una herejía y quedando fuera de la Iglesia. Quiero decir
que el Papa tiene un arma extraordinaria; sin embargo
la Providencia, es decir, el Espíritu Santo, no permite que un Papa, aún
un Papa que sea de los peores del mundo, como pueda existir alguna vez,
nunca va a permitir que declare infaliblemente un error. Porque si por
ejemplo existiera un Papa que públicamente dijese o proclamase
públicamente una herejía, sería considerado ipso facto un Papa herético
(se discutiría si es el Papa, si no es el Papa, hay una discusión sobre
este punto). Pero yo tengo una gran fe en las fuerzas del Papado, en la cátedra de Pedro pues
tiene la gran posibilidad de ser el centro de la autoridad y de la
restauración de la Iglesia, como Nuestro Señor dice: “Tú eres Pedro y
sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”; y solamente sobre Pedro podrá
haber un movimiento de renacimiento, de restauración. Por lo tanto,
debemos rezar para que la Providencia nos dé un Papa que sea santo, un
Papa grande, más santo incluso que San Pío V que como San Pío X y que
tenga el coraje de desafiar la popularidad, de desafiar al mundo
moderno, de desafiar incluso las dificultades en el interior de la
Iglesia y aceptar incluso el martirio, y de llevar la Nave de la Iglesia
más allá de la tempestad en la que, en este momento, la Iglesia se
encuentra.
5ª PREGUNTA:
A veces uno se pregunta cuántos católicos van a Misa, pero uno podría
hacerse la pregunta al revés, es decir, “¿cuántos de los que van a Misa
son católicos”? Y, al parecer, dentro de la jerarquía de la Iglesia, a
veces uno queda como estupefacto cuando escucha hablar al cardenal
Burke, o al cardenal Shara, o a Monseñor Schneider, es decir, un laico
se siente como hasta “aliviado” cuando escucha una verdad que es,
finalmente, una verdad “de catecismo”. ¿Cree usted que nos encontramos
frente a un cisma, quizás no declarado, pero sí real donde incluso
países enteros (con sacerdotes, obispos o laicos) que por no poseer la
misma fe de la Iglesia, están –quizás sin saberlo- fuera de la comunión
eclesial?
RESPUESTA: Yo
creo que nos encontramos en una situación en la cual muchos países,
muchas diócesis, muchas conferencias episcopales se encuentran en una
situación de cisma o de herejía, aunque sea solamente material; material
en el sentido en que no es un cisma o una herejía oficial, declarada,
pero, y por lo tanto, no es notoria o públicamente manifiesta pero sin
embargo es lamentablemente real. ¿Por qué? Porque el modo de ver la
Iglesia, de muchas personas, está completamente alejado, completamente
fuera de lo que es la institución de la Iglesia, la Iglesia misma. Hoy,
dentro de la Iglesia, incluso en su gobierno, hay algunas personas que
no tienen la verdadera fe y, por lo tanto, se convive con diversos
credos, diversas religiones. Es decir, la Iglesia hoy sufre un problema de identidad,
así como lo sufre la misma Europa con el islam. Pero es diversa: Europa
está recibiendo la agresión desde afuera hacia adentro, sin embargo, la
Iglesia la está recibiendo desde adentro hacia adentro. Pablo VI mismo habló acerca del humo de Satanás en el interior de la Iglesia.
Y es interesante esta frase de Pablo VI que fue dicha, al menos, dos
veces durante el Sínodo de los obispos del año pasado. Uno ha sido el
obispo principal de la diócesis de Astana, Monseñor Schneider. Es decir,
son expresiones muy fuertes y muy graves que al menos fotografían,
digamos, la situación real de la Iglesia.
6° PREGUNTA:
¿Qué debe pensar un laico normal, un laico sencillo o un sacerdote, sin
juzgar las intenciones, claro, respecto de los gestos de los obispos o
del mismo Papa sobre ciertos puntos que aunque no toquen puntualmente
una cuestión doctrinal, sí pueden llevar a una confusión o un “malestar”
respecto de la fe? A su entender: ¿el laico debe callar, debe pedir
explicaciones, debe resistir? Pregunto porque algunos, tomando esta
última posición, son tildados de desobedientes, fariseos o –incluso-
ultramontanos.
RESPUESTA:Yo
creo que más allá de los últimos dos dogmas que ya hemos hablado, es
decir, del primado del Papado y de la infalibilidad, también creo en la
indefectibilidad de la Iglesia. La Iglesia es indefectible y eso quiere
decir que no sólo permanecerá hasta el fin de los tiempos solamente,
sino que no cambiará jamás, es decir, no perderá su constitución.
Nosotros debemos ser testigos de esta indefectibilidad de la Iglesia. Es
decir, la Iglesia, en los laicos, en los religiosos, en los obispos,
debe ser este rebaño que permanece fiel, para testimoniar con las
propias palabras, con la propia fe, esta indefectibilidad de la Iglesia,
que es aquélla que nos hace decir que en la época del arrianismo la luz
no se había apagado totalmente, pues existía un San Atanasio, San
Hilario de Poitiers, San Eusebio de Vercelli. Es decir, existían como
antorchas encendidas; y, por lo tanto, el historiador del día de mañana
quizás pueda decir acerca de nuestro presente: “existieron Mons.
Schneider, el cardenal Burke, el cardenal Shara, etc.”. Es decir, hay
voces que permiten que, el día de mañana, nadie pueda decir: “¿dónde
estaba la Iglesia en aquél momento de confusión?”. Evidentemente, si
hablamos de los laicos, como soy yo, como también de sacerdotes, o de
cardenales o de obispos, hablamos de responsabilidades diversas.
No es la misma la responsabilidad de un cardenal, de un obispo, de un
sacerdote, de un laico, de un profesor, etc. Los que deberían hablar
primero son los obispos. Son ellos los que tienen la voz o el cargo de
la Iglesia docente. No tenemos la autoridad de poder enseñar en nombre
de la Iglesia. Justamente nosotros los laicos tenemos el deber de
defender la fe y de mantenerla, de transmitirla, pero no tenemos la
autoridad de enseñarla. Mientras que un obispo tiene la responsabilidad,
un rol mayor. Por lo tanto, un obispo tiene la posibilidad de dirigirse
al Papa, incluso, con un lenguaje diverso de un laico, de un simple
sacerdote. Y creo que en esa situación, nosotros deberíamos encontrar un equilibrio; y el equilibrio es una virtud muy católica. Los
santos han sido siempre muy equilibrados. El equilibrio de los santos
nace del hecho de que el equilibrio es el punto de encuentro entre
virtudes extremadamente diversas, como, por ejemplo, la justicia y la
misericordia, la bondad y la fortaleza. Es decir, hoy el equilibrio
pienso que debe darse en esto: por una parte, una defensa fuerte de la
fe y al mismo tiempo un gran respeto en la confrontación con las
autoridades eclesiásticas.
Yo pienso que en los ambientes
tradicionalistas, por ejemplo, quizás existe un ambiente demasiado
agresivo. Por ejemplo: al cardenal Kasper yo puedo criticarlo muy
fuertemente, puedo pensar que incluso quizás se encuentre en pecado
grave, pero él sigue siendo un cardenal de la Iglesia católica a quien
yo debo cierto respeto; no por lo que dice o por su persona sino por su
cargo, por su investidura cardenalicia. Y esto vale también para con el
Papa, a mi juicio, aunque uno no esté totalmente de acuerdo sobre muchas
cosas. Yo no coincido con aquellos tradicionalistas que lo llaman en
vez de Francisco, simplemente “Bergoglio”, con desprecio. Si yo lo
encontrase debería incluso besarle la mano por el respeto debido al
Papa, al reconocerlo como tal. Pero si alguien creyera que no es el
Papa, entonces el discurso cambiaría, obviamente. Pero yo pienso que
Francisco, salvo prueba en contrario, es el Sumo Pontífice. También
incluso aquellos cardenales que son pésimos cardenales los acepto como
cardenales de la Iglesia. Yo los podré combatir, pero debo mantener un
tono respetuoso en la confrontación. Esto entiendo que es un equilibrio difícil y que hay una cierta tentación, sobre todo en los pueblos latinos, de ser por momentos hasta agresivos, pero creo que hay que hacer un esfuerzo para encontrar este equilibrio.
7ª y última PREGUNTA:
En la Argentina, mi país, ha existido un gran teólogo de la historia
que fue el P. Julio Meinvielle, que coincidiría con ud. en cuanto a que
vendría una restauración de la Iglesia. Nos encontramos a un año del
centenario de las apariciones de la Virgen de Fátima. La consagración a
Rusia, como la había pedido la Virgen María a sor Lucía, no ha sido
hecha. ¿Cree usted que por medio de Rusia y por este resurgir, quizás,
del orden natural, de un cristianismo (con todas sus fallas que pueda
tener incluso la dirigencia de Rusia en este momento) pueda venir una
cierta restauración de la Iglesia, la conversión de Rusia, etc.?
RESPUESTA:Yo
sé que el Padre Alfredo Sáenz ha hecho un artículo bastante a favor de
Putin, pero sobre este tema yo soy más bien reservado en el sentido en
que la restauración, cuando venga, o será integral o no será; es decir,
no será una restauración falsa. Ahora bien: es evidente que Putin, pero
no solamente Putin, también Obama o quien sea, puede convertirse como
Pablo en el camino de Damasco, esto es posible. Por ejemplo, nosotros
conocemos desde el punto de vista de la teología de la historia, que
cuando ocurrieron las apariciones a Santa Margarita María de Alacoque,
el Sagrado Corazón de Jesús se había dirigido al rey de Francia, a Luis
XIV, para que Luis XIV cambiara el gobierno, y eso que él no era un gran
rey católico. Pero también sabemos que Luis XIV no correspondió a esa
gracia por lo que no obtuvo la restauración del catolicismo en Francia,
rechazando la ayuda del Cielo. Por lo tanto puede existir también esto
en Putin, Obama o quien sea; como hipótesis –entonces- se puede pensar.
Pero junto a esta hipótesis se puede hacer otra más, incluso; después de
la primera guerra mundial, ante el fenómeno del comunismo existía
entonces una cierta alternativa para algunos, como podía ser el nazismo,
e incluso esta alternativa -con la mejor buena voluntad- para algunos
católicos inicialmente pudo haber sido el nazismo frente al comunismo.
Entre los dos, pudo decir alguno, es mejor el nazismo que el comunismo
(se puede discutir sobre este punto). Pero tanto el nazismo como el
comunismo eran ambos intrínsecamente anticristianos al punto que,
contemporáneamente, Pío XI condenó tanto a uno como al otro. Por lo
tanto, la posición católica tenía que ser: ni comunismo ni nazismo, sino la realeza social de Jesucristo.
Yo no querría que hoy, algunos teólogos
en Europa, corriesen el mismo riesgo: que como nos está invadiendo el
Islam, por ejemplo, entonces nos volquemos directamente al mundo ruso de
Putin en cuanto salvador de Europa. Algunos van a decir: sí, claro, es
mejor Putin que el islam, como decían antes: “es mejor el nazismo que el
comunismo”, pero no hay que olvidarse que también en Rusia está el
sueño de una tercera Roma que quiere imponerse sobre las ruinas de la
Roma de los Papas; no hay que olvidar que, en la mentalidad ortodoxa, a
partir de la caída de Constantinopla, todos han echado la culpa siempre a
los Papas, por no haber ido a ayudar a los bizantinos… Y por lo tanto,
en Rusia se piensa que, en el futuro, ella sería quien va a triunfar
sobre la Iglesia de Roma. Hay incluso una persecución muy fuerte incluso
en los países orientales contra la Iglesia católica. No hay que
olvidarse de esto.
Por lo tanto, la conversión de Rusia no
es una conversión aún. O sea, si no se da la conversión de Rusia al
catolicismo romano, no. Si hubiere signos de conversión se podría
entender mejor; pero si no…, hay que ser al menos muy prudentes, muy
cautos con este punto. Es decir, el hecho de que Putin esté contra los
homosexuales no es suficiente para mí; también los nazis estaban contra
los homosexuales, pero eran nazis. Es decir, no hay elementos
suficientes como para fundar las esperanzas en este punto. Es decir, mi
impresión es ésta: que está el riesgo de querer buscar las soluciones a
los problemas no sobre un plano sobrenatural sino sobre un plano
meramente político o natural. ¿Por qué tengo que elegir entre Obama,
Putin o el islam? A mí, en cuanto católico, no me convence ninguno. Creo
que nosotros tenemos que defender una Europa y una sociedad
íntegramente católica ciento por ciento, por medio de la realeza social
de Jesucristo, que yo no reconozco ni en Putin, ni en Obama, ni en el
Islam ni en ninguno de éstos. Al menos hasta el momento en que no me
encuentre frente a una conversión verdadera.
Fin de la entrevista
P. Javier Olivera Ravasi