miércoles, 13 de abril de 2016

¿CUAL ES MI NACIÓN? (PARTE I)

¿CUAL ES MI NACIÓN? (PARTE I)


Por Dardo Juan Calderón

PATRIA, NACIÓN E IMPERIO.

 Más abajo expresamos desde un punto de vista personal ¿cuál es mi Patria? La primer pregunta para hacerse es (y muchos lo echaron en cara) si es válida una respuesta personal y emotiva sobre la patria.  Siguiendo a Vázquez de Mella – dentro del comentario de Calderón Bouchet – entendemos que es válida la respuesta, ya que estos autores entienden que los conceptos de Patria y Nación, son – y citaremos a Calderón Bouchet -  “las dimensiones externa e interna de una misma realidad. La nación es objetiva, se expresa en los hechos de una gran empresa común; la patria es sentimiento y manifiesta la adhesión del ánimo a la vida solidaria con la nación”.
 
 “El sentimiento patriótico se arraiga y se encarna en lo más cercano. Mal se puede amar al municipio si no se tiene amor a la familia, porque la ley del amor, es la ley de la concreción: no se ama lo que no se conoce y se ama menos lo que se conoce menos”. Dice Vázquez de Mella: “Por eso, la jerarquía impera en el amor patrio, y sus círculos concéntricos se van dilatando, desde la familia al pueblo o municipio nativo, de allí a la comarca, de esta a la región hasta llegar a la nación”.
 Ahora bien, todo bien nacido experimenta estos amores sin necesidad de planteos de alto vuelo. Es una experiencia natural, todo el mundo siente este amor a lo cercano, a lo que forma el entorno de su existencia, y este amor depende en su extensión, de la extensión de la persona misma. Hay quienes no ven mucho más allá de la familia y hay quienes perciben, por mayor amplitud o dilatación de su personalidad, un marco más extenso de ese sentimiento que se traslada a la “parroquia” o a la región, que abarca el amor al país (en sentido geográfico) y a la historia de ese país.
¿Qué atenta contra el sentimiento patriótico? En primer lugar recordemos que recorre una serie de círculos concéntricos, desde la intimidad de la familia hasta las más complejas formas de lo social, y este primer sentimiento es fundamental o mejor dicho, fundacional. Una mala experiencia familiar complota en contra del sentimiento patriótico. Lo aniquila en su raíz. Y así de más en más.
Este sentimiento se aniquila con el resentimiento o la indiferencia. Es decir, que el tener una mala experiencia familiar, o una mala experiencia con respecto a la parroquia, o a la región, a la geografía o a la historia de mi entorno, pues impide la existencia del amor que necesariamente debe existir para que exista una cohesión de grupo. O puede existir una indiferencia, muy propia de las modalidades del hombre moderno descastado y cosmopolita, desprendido rápida y fácilmente de lo familiar y de todo el entorno. Entonces, ya sea por el rencor o la indiferencia, este sentimiento se hace imposible y muere en nuestra alma, haciendo imposible la integración de lo social por otra vía que no sea la del mero interés basado en el frio cálculo o el de la policía con un palo.
Está bien que la patria “duela”, como duele la familia a veces, pero esto no aleja del necesario amor a lo concreto y cercano, que es la experiencia humana imprescindible para conformar una sociedad. Vamos a lo concreto, hablar de un “amor” a una inmensidad lejana, despreciando todo lo concreto que nos rodea, es un artificio insostenible. Amo a mi familia, mi jardín, mi casa, mi paisaje cotidiano, la gente que me rodea y hace mi día, la pequeña historia que lo explica. Los amo a veces con orgullo y a veces con un amor dolido. Pero si no los amo, si realmente toda esta realidad me resulta horrible e insoportable y me quiero ir muy lejos; pues todo lo social ha terminado aquí mismo. Y este amor, en términos sobrenaturales, no es una opción, es un imperativo “amarás a tu próximo” es el mandamiento nuevo. Y entonces debo amar a esos “negritos” acorralados por la miseria, y a esos “tanos” desarraigados de sus patrias, y a esa pequeña historia – mala o buena-  que nos juntó en este paisaje y en este tiempo. Y desde este amor comienzo.
  Si una elucubración histórica rompe en mí esta posibilidad, todo está perdido. La primera acción de un buen político, es lograr en sus pobladores el arraigo de este sentimiento; como la primera acción de un cura es lograr entre sus fieles este amor de prójimos. La base de todo esto es la familia, y por eso la modernidad la ataca en primer lugar. Amo a mi familia –orgulloso o dolido- y a ella me dedico en el amor cotidiano, en medio de su historia mejor o peor, en un camino de redención. Y esto se pasa a cada uno de los círculos de extensión en la medida de mis fuerzas y posibilidades. Es primario, vital, casi animal; pero es primero e imprescindible. Si este primer círculo de amor está roto, será mi primera tarea reconstruirlo y debo para ello no mirar mucho más lejos. Es el círculo de la piedad, y sólo puede obtener resultados si estos se buscan desde el sentido religioso, desde comprender que la Divina providencia me ha puesto en ese lugar, en este momento, con esta gente, porque espera de mí una respuesta dentro de esas condiciones. Y así como estoy dentro de la familia que para mejor o peor me tocó, somos hoy por hoy Argentinos – dentro del círculo que se nos ha fijado por la providencia- y al que debemos dilatar en vista a Dios. Y somos americanos, y somos hispanos, y somos católicos.
Pero si el ser Perez o Mangiafico, si el ser mendocino o cordobés, si el ser argentino y americano, nos da asco, estamos fritos. Cumplamos los ciclos de amor, y veremos si llegamos a ser Españoles como algunos lo quieren, pero lo quieren dando un salto en el desprecio, y esto es imposible.
¿Todos pueden trascender este círculo de amores concretos? Muy pocos. Pero este círculo de amores concretos es la materia necesaria para dar el paso. El paso de que un conjunto de personas – de familias-  unidas en un amor común, lleguen a ser una nación. Para este salto, dice Calderón Bouchet “La nación como empresa socio-política y como misión religiosa, no puede ser sino el resultado de una voluntad esclarecida por el conocimiento de los fines que tal empresa nacional está empeñada en alcanzar. En este sentido el patriotismo nacional es eminentemente aristocrático, privilegio de una nobleza en el sentido original de la palabra”. Lo imprescindible es que todos amen a su pequeña patria, que de ese sentimiento se pueda forjar una adhesión. Luego el comprender un interés más dilatado, exige una mayor perfección de la inteligencia de las cosas y sólo puede ser alcanzado por algunos. Sobre todo exige plantearse un FIN, conocer el fin, y dedicarse a buscarlo.
Veamos que el asunto, como todo asunto, apunta a una “finalidad”. Y esta finalidad, si no es religiosa, pues no requiere de ninguna de estas premisas. Estados Unidos es una Nación (se discute si lo sigue siendo) que no tiene una finalidad religiosa, sino un bienestar burgués de vida. Lo que cohesiona – o cohesionó - a esa nación es el lograr cada uno ese bienestar, y ese bienestar está por sobre todo, es un sentimiento bastante arraigado. Ni el más tradicionalista religioso que vive en EEUU lo pone en duda. Pero en esa búsqueda lo familiar se deshace, lo regional se deshace, y priman los intereses económicos por sobre todo. Esto lo pone en marcha un grupo que será una “oligarquía” (no una aristocracia) y el resultado final, que anunciaba ya Cristopher Lasch en su libro “La rebelión de las élites”, es que se rompió la nación como conjunto de interés que engloba a todos sus habitantes y hoy se segmenta en grupos empresarios multinacionales (algo de esto se plantea en la película El Gran Torino). Todo es economía. Es decir, que como corolario, debemos entender que si el fin no es religioso, pues el resultado será siempre la desintegración y no la nación. Se podrá objetar que ahora la nación es el mundo, pero es un mundo sin unidad, sino en feroz competencia que es la dinámica propia de la economía capitalista.
 Sigamos. Esa aristocracia, en primer lugar y como dijimos, debe tener clara conciencia de un FIN. Y debe ponderar el punto de partida y la situación actual. Es lo que se llaman las “dos dimensiones del esfuerzo político”. La coetánea y la histórica. Lo que tengo hoy y lo que viene de ayer. Estas son “condicionamientos” insoslayables. Tengo lo que tengo y hay lo que hay. “Hay cosas cuyo ser depende de la materia y sin ella no se lo puede definir” dice Santo Tomás. La actividad política, por sus dos dimensiones, el hoy y el ayer, está condicionada. Dice Calderón Bouchet “Pero esta doble actividad espiritual del hombre está condicionada por una situación material muy compleja, por esa razón, cuando se trata de conocer una sociedad histórica determinada, no puede prescindirse de una referencia a todos los ingredientes que integran su materialidad”.
Si el peso de la materialidad se nos hace insoportable y entendemos que esta traba el libre ejercicio del espíritu, caemos en el platonismo; espíritu que nuestro autor entiende que se da en “todos aquellos que, por espíritu abstractista, se rebelan contra las condiciones concretas de la realidad humana”. 
Entonces, si lo que queremos es una Nación(a la que entendemos imprescindible – o por lo menos buena -  para la realización humana) , pues en primer lugar debemos contar con un amor patriótico, en el nivel que se pueda, desde el familiar,  para partir en una cohesión de lo social. En segundo lugar debemos  tener una finalidad, que la historia nos dice que es religiosa, o no es nada (pues lo que “religa” es esto, y lo demás, disgrega. “El que conmigo no junta, desparrama”). Y por fin debemos tener en cuenta las condiciones materiales de esta empresa, condiciones materiales que se abre en dos dimensiones, coetánea e histórica. Para todo esto debemos formar una aristocracia que lo ponga en marcha.
 No otra cosa era el nacionalismo argentino. Y sus diferencias eran en cuanto a estrategias, medios y análisis de lo coetáneo y de lo histórico. Pero no en cuanto al fin, que para todos era religioso y concretamente católico, ni tampoco en cuanto al sentido aristocrático de la faena.
Pero parece que frente a esto surge una idea de que intentar una Nación, ya constituye una traición, pues esa Nación está viva en otro lado, y lo que hay que hacer es reunirse en ella. Y que el esfuerzo es volver a ser “España”. Se entiende. Pero no se comprende.
Esta discusión comienza por soslayar un problema de “tamaño” en el concepto y en el sentimiento de Patria que conspira contra la necesaria concretidad del amor, que ya establecimos. Es una de las fallas del absolutismo. Cuando no se otorga a la región, a la comarca, a la familia y a sus leyes, costumbres e historia, en el amor y cuidado a sus instituciones intermedias, laborales y educativas, el respeto que se debe, se rompe el amor patriótico que pasa a ser una pasión ideológica normalmente inspirada en el interés a medrar o en el miedo a ser aplastado. Pero ya no en el amor. Esto está bien enseñado por los españoles (traigo a Ayuso en socorro, para que vean que no todo es malo). Y desde esta destrucción, nada puedo hacer. América no era España. Eran regiones donde se cultivaba en cada una de ellas un amor al terruño y a las costumbres, que son el natural sentir de las comunidades en su piedad patriótica. Ahora bien, la nación es la sociedad perfecta – en sentido análogo – por completa; donde se puede obtener todo lo necesario para una vida humana íntegra. Y aquí viene la pregunta. ¿Eran o debían ser estas regiones americanas una nación? ¿O la nación era España?
  Una inmensidad geográfica, en la que conviven varios pueblos, mal puede contener en su totalidad el sentimiento concreto de lo patriótico; y tampoco la nación puede ser lógicamente comprendida en tan dilatada extensión, pues las distancias (no sólo en cuanto lejanía física, sino en lejanías de conocimiento y percepción, de atención) conspiran así mismo contra la nación. Hay una necesaria proximidad en la nación misma; ya no la intimidad de la patria, pero si la proximidad que hace a la utilidad de unos a otros.
 Y entonces, en un nuevo salto de los círculos, siempre manteniendo el fin religioso que cada vez se hace más patente, más notable y necesario (un Sacro Imperio); y a cargo de una aristocracia cada vez más egregia: surge la necesidad del Imperio. Y España era un Imperio. Pero pretender que todo un Imperio funcione como una patria y como una nación, es un despropósito que se llama absolutismo, es ideológico y antinatural. Se destrozará y destrozará a los suyos. Justamente en el caso español, esta característica es lo propiamente español según nos enseñan los verdaderos hispanistas. España era un Imperio que cultivaba las regiones y las particularidades bajo un mismo fin espiritual, y si dejaba de cultivar estas especificaciones, pues abandonaba lo de más español que tenía. Ya no era España.
 Saltemos al mundo entero, a un gobierno del mundo entero y de toda la humanidad, que englobe todas las enormes diferencias de lo humano sin desmedro de sus circunstancias. Y entonces tendremos la necesidad de un Imperio “puramente espiritual”, guiado por una aristocracia espiritual – el sacerdocio – y este Imperio solamente puede ser la Iglesia Católica.
  Volviendo a lo anteriormente escrito y para un análisis histórico, cuando España se comenzó a hacer absolutista, todo lo destruyó y ya no fue España, y sobre todo dejó de serlo en la medida que no era su voluntad el ser parte integrante de la Iglesia, pero entendamos, no de una iglesia como ente en el aire como es lo protestante, sino de una Iglesia concreta con una jerarquía concreta y a cargo del Pontífice. 
América fue constituyendo naciones, porque eso lo exige la naturaleza, que mientras eran guiadas por sabios políticos como Don Pedro de Cevallos, se limitaban en sus extensiones, respetaban las regiones y defendían los altos intereses del Imperio y de la Iglesia. Y en eso el Virreinato del Rio de la Plata era un acierto total. (Noto entre los más grandes errores, explicables dentro de un contexto pacífico, de que esas naciones no fueron dotadas de un ejército regular, nota que exige la nación en forma obligada. Normalmente para las grandes campañas se traía un ejército de la península. ¿Fue economía de recursos? ¿desconfianza? Lo importante es que ya existiendo la posibilidad humana de conformar un ejército, se debió hacerlo, y así las costumbres marciales habrían plasmado un carácter en las tropas y en la oficialidad, habrían supuesto un juramento de lealtad expreso. Eso no se hizo y los ejércitos que se formaron al tambor, estuvieron exentos de ese espíritu).
  La gran maravilla española era que no sólo ese Imperio tenía una finalidad religiosa, así en abstracto, sino que había sido forjado por la historia en una finalidad concreta de CONTRARREFORMA y por lo tanto de misión CONTRAREVOLUCIONARIA; espíritu específico que lo hacía diferente a los otros y por lo tanto más adecuado. El absolutismo no sólo fue una traición a la forma constitutiva de España, sino especialmente a esta MISIÓN contrarrevolucionaria, para terminar siendo una religión que evitaba su misión providencial.  Este es el espíritu que pretende recuperar en el siglo XIX el Carlismo dentro de España y no es poco. Reconozco que en América y por efecto de la prédica jesuítica y de la Devotio Moderna, la cosa perdió empuje (sin embargo hubieron mártires y no pocos durante el gobierno rivadaviano. Página que nos deben los historiadores argentinos).
  Entiendo que Rosas pretendió un fortalecimiento de las regiones en pos de una Nación, y que no resultaba ajeno, aunque si postrero, un espíritu hispanista. Religión o Muerte y la Santa Federación, La Restauración y otros lemas, hablaban de ello a las claras. ¿O de qué restauración se hablaba?