Publicado por Revista Cabildo Nº41
Mes de Noviembre de 2004-3ºera,Ëpoca
EDITORIAL REVISTA CABILDO Nº41-
NOVIEMBRE DE 2004-
EDITORIAL
CRISTO VENCE
Cuatro consignas leninistas lanzadas hacia 1917 parecen cobrar hoy una vigencia trágica. Dice la primera que la democracia del sufragio universal es la vía más próxima para llegar al comunismo. Si la categoría comunista resultara demasiado entitativa para aplicársela a la gentuza que nos gobierna, o demasiado anacrónica en este zarandeado umbral del siglo XXI, se aceptará al menos que quienes han arribado al poder, por artilugios perfectamente democráticos, exaltan de un modo sistemático sus vinculaciones con la pasada guerrilla marxista y con la presente venganza que las izquierdas de consuno han decidido ejecutar.
Patanerías al margen, que distancian a nuestro módico gacho y su grupo de serviles del temible Vladimir, lo cierto es que ese espíritu decadentista del bolchevismo, que protestara Spengler, se deja oler y lo envenena todo.
La segunda consigna dice que allí donde está la masa ha de estar el comunismo. Táctica fácil de constatar en cada estertor piquetero, en cada gimoteo sodomita, en cualquier avalancha estudiantil, aglomeración impía, multitud insurrecta o tumultuosa afrenta contra las instituciones policiales o castrenses. Allí, efectivamente, tanto para presionar como para acelerar las políticas estatales, se hacen siempre presentes las organizaciones de izquierda, fingiendo oposiciones que sólo sirven para azuzar la dialéctica de la lucha clasista.
A la tercera consigna la enunció Lenín diciendo que todo límite en la naturaleza y en la historia es convencional; y a la cuarta -directamente de la anterior desprendida-, que la putrefacción es el laboratorio de la vida. La embestida cada vez más atroz contra el Orden Natural que el poder político
lleva a cabo, sin ahorrar para ello las propuestas repugnantes y homicidas, y el proceso sistemático de falsificación de la memoria, comprueban que, en efecto, no hay límite natural o histórico que, por creérselo convencional, no pueda ser vejado y pervertido. Tanto se promueve hoy la violación de la ley natural, como las de aquellas leyes históricas de cuño ciceroniano, según las cuales, no hemos de atrevernos a mentir ni temer decir la verdad.
La segunda consigna dice que allí donde está la masa ha de estar el comunismo. Táctica fácil de constatar en cada estertor piquetero, en cada gimoteo sodomita, en cualquier avalancha estudiantil, aglomeración impía, multitud insurrecta o tumultuosa afrenta contra las instituciones policiales o castrenses. Allí, efectivamente, tanto para presionar como para acelerar las políticas estatales, se hacen siempre presentes las organizaciones de izquierda, fingiendo oposiciones que sólo sirven para azuzar la dialéctica de la lucha clasista.
A la tercera consigna la enunció Lenín diciendo que todo límite en la naturaleza y en la historia es convencional; y a la cuarta -directamente de la anterior desprendida-, que la putrefacción es el laboratorio de la vida. La embestida cada vez más atroz contra el Orden Natural que el poder político
lleva a cabo, sin ahorrar para ello las propuestas repugnantes y homicidas, y el proceso sistemático de falsificación de la memoria, comprueban que, en efecto, no hay límite natural o histórico que, por creérselo convencional, no pueda ser vejado y pervertido. Tanto se promueve hoy la violación de la ley natural, como las de aquellas leyes históricas de cuño ciceroniano, según las cuales, no hemos de atrevernos a mentir ni temer decir la verdad.
De la putrefacción aludida brotan señales en abundancia, como que el pudrimiento es el taller y la fragua de la partidocracia entera, ulcerada por sus propios vicios liberales y populistas. Pero hay un dato reciente de esta infección pavorosa, que la sociedad argentina aún no conocía ni estaba dispuesta a admitir: el fomento de pecados contra el primer par de Mandamientos, llámense blasfemia, sacrilegio, irreligiosidad o profanación. La insensata moda cubre por igual al cómico sucio y manfloro o al Presidente que se niega a adorar la Sagrada Eucaristía. Al cineasta burdelesco o a la Suprema Corte de ateístas y aborteros militantes; al hermafrodita multimediático o al funcionario lenguaraz.
El anticatolicismo resulta ahora política de Estado, pero lo más preocupante es que la Jerarquía no se atreve a imperar las soluciones heroicas que el momento reclama. No son tanto diagnósticos certeros los que faltan, sino propuestas viriles. Se comprende. Fue Gustavo Corgao el que acertó al escribir que el conflicto es para el hombre moderno lo que la batalla era para el hombre tradicional. Víctimas y victimarios del modernismo -más como forma mentís que como herejía formal- el grueso de nuestros pastores ni quiere oír hablar de guerras justas por Dios y por la Patria, y casi tampoco de sus pequeños sucedáneos, los conflictos. La ninguna hipótesis de conflicto con que la diplomacia alfonsinista desmovilizó a las Fuerzas Armadas, les sirve hoy a los diplomáticos prelados para convertir a laicos y clérigos en sometidos sincretistas. Prefieren ser interlocutores de mesas de diálogo antes que cruzados vigorosos.
Nosotros tenemos consignas bien distintas a las de Lenín; con la ventaja probada de que figuran en el Evangelio y lo han reconocido a Jesucristo como maestro de las mismas. La de no tener miedo y confiar. La de no avergonzarse y vivir peleando el buen combate. La de testimoniar la Verdad, oportuna e inoportunamente. La de alegrarse porque, suceda lo que suceda, la recompensa será grande en los cielos. Como el Mac lan de La esfera y la Cruz de Chesterton, estamos dispuestos a cruzar espadas, a entablar duelos y a imprecar en público a los demonios, ocupen los cargos que ocupen. Y como aquellos compatriotas que medio siglo atrás supieron salir en procesión en la fiesta de Corpus Christi para que la impiedad del demagogo no continuara, seguiremos afirmando que Cristo Vence. Porque hay algo más grave que resultar herido, fustigado o muerto en este desigual embiste, y es resignarse a vivir en una tierra enseñoreada de malparidos. •
Antonio CAPONNETTO
El anticatolicismo resulta ahora política de Estado, pero lo más preocupante es que la Jerarquía no se atreve a imperar las soluciones heroicas que el momento reclama. No son tanto diagnósticos certeros los que faltan, sino propuestas viriles. Se comprende. Fue Gustavo Corgao el que acertó al escribir que el conflicto es para el hombre moderno lo que la batalla era para el hombre tradicional. Víctimas y victimarios del modernismo -más como forma mentís que como herejía formal- el grueso de nuestros pastores ni quiere oír hablar de guerras justas por Dios y por la Patria, y casi tampoco de sus pequeños sucedáneos, los conflictos. La ninguna hipótesis de conflicto con que la diplomacia alfonsinista desmovilizó a las Fuerzas Armadas, les sirve hoy a los diplomáticos prelados para convertir a laicos y clérigos en sometidos sincretistas. Prefieren ser interlocutores de mesas de diálogo antes que cruzados vigorosos.
Nosotros tenemos consignas bien distintas a las de Lenín; con la ventaja probada de que figuran en el Evangelio y lo han reconocido a Jesucristo como maestro de las mismas. La de no tener miedo y confiar. La de no avergonzarse y vivir peleando el buen combate. La de testimoniar la Verdad, oportuna e inoportunamente. La de alegrarse porque, suceda lo que suceda, la recompensa será grande en los cielos. Como el Mac lan de La esfera y la Cruz de Chesterton, estamos dispuestos a cruzar espadas, a entablar duelos y a imprecar en público a los demonios, ocupen los cargos que ocupen. Y como aquellos compatriotas que medio siglo atrás supieron salir en procesión en la fiesta de Corpus Christi para que la impiedad del demagogo no continuara, seguiremos afirmando que Cristo Vence. Porque hay algo más grave que resultar herido, fustigado o muerto en este desigual embiste, y es resignarse a vivir en una tierra enseñoreada de malparidos. •
Antonio CAPONNETTO