domingo, 3 de abril de 2016

REVISTA CABILDO Nº39- SEPTIEMBRE DE 2004- EDITORIAL- EL MONOPOLIO DEL DOLOR

 Publicado por Revista Cabildo Nº39
Mes de Septiembre de 2004-3era.Época
 REVISTA CABILDO Nº39-
SEPTIEMBRE DE 2004-
EDITORIAL-
EL MONOPOLIO DEL DOLOR
 
 UN dolor viejo como el mundo sacude y estremece hoy, con peculiar fuerza, a la sociedad argentina toda. Una aflicción antigua y sin fronteras, que se ha instalado entre muchos, sin hacer acepción de estamentos o personas. Es el suplicio de aquellos que ven arrebatados a sus seres queridos por bandas de captores, cuyos integrantes son lo suficientemente depravados como para mutilar o matar a sus víctimas, o cuanto menos degradarlas a la condición de mercancías. Regateados y rescatados a veces, tras humillantes jornadas de transacciones, los secuestrados y los suyos padecen una experiencia tan sórdida cuanto aborrecible. No es menor el tormento de los centenares de casos -prolijamente ocultados- de niños o jóvenes desaparecidos por la acción de ciertas redes entregadas a la industria de la ramería.



Dígase lo que se quiera sobre las causas de este flagelo, lo cierto es que el mismo no podría haber tomado la magnitud que ahora ostenta, si el Estado no hubiera abdicado de su misión protectora, si el Gobierno no fuera una caterva de ideólogos desentendidos del bien común, si la Justicia no resultara sino un hato de garantistas, más preocupados en velar por quien delinque que por la seguridad general; si la atmósfera social no irradiara la plenitud de los pecados capitales, promovidos, protagonizados y justificados públicamente por la clase política y la dirigencia en su conjunto. Y díganse asimismo las fruslerías y sandeces habituales desde los bastos campos de la sociología, lo cierto es que los afectados no se cuentan ya entre ricos y famosos, sino entre comunes mortales, cuya audacia consistió en labrarse un patrimonio honestamente, o en constituir una familia según las rectas costumbres.
Ya era muy grave que nos ocurrieran estas cosas, pero faltaba suceder lo peor y sobrevino. Sin asombro para quienes estamos en aviso, aunque con la indignación comprensible ante la catadura del mal. Sucedió que las izquierdas -oficialmente rentadas y subsidiadas para mantener vivo un dolor que más que sentir explotan políticamente- vieron desplazadas la vigencia de sus presuntas desventuras pasadas, por reales y tangibles angustias presentes. De repente, el país se fue po-blando de madres sin rondas mayas pero preñadas de angustia; de abuelas sin indemnizaciones, mas con heridas que no cicatrizan; de hijos sin prebendas de fundaciones extranjeras, aunque transidos de llanto; de lutos sin museos, muertes sin monumentos, víctimas sin derechos humanos. De hombres comunes e inocentes, que no padecieron por elegir la vía del terrorismo hace treinta años, sino por el elemental deseo de querer vivir tranquilos en nuestros días. Alimentadas por el odio que les es connatural, y queriendo conservar el provechoso y crematístico monopolio de la sangre, esas mismas izquierdas reaccionaron del modo más indigno posible: llevando la dialéctica clasista al ámbito mismo de los damnificados, para que pesara sobre ellos, primero, la tácita acusación del "se lo tienen merecido por burgueses", y lanzando injurias inverosímiles después, para desacreditarlos por la osadía de reclamar multitudinariamente un poco de justicia. O por expresar el dolor cuando les toca, según afrentoso giro de uno de esos alcahuetes amostachados que rodean a nuestro primer mocasín. En los hechos, izquierda y crimen, una vez más se dan la mano.
Lanzado en público (por alguien cuya confusión y heterodoxia lamentamos, tanto como respetamos su desconsuelo) lo que todos saben pero pocos osan decir: esto es. que los profesionales del derechohumanismo sólo custodian a los delincuentes, subversivos o comunes, el Presidente Kirchner se apresuró -casi como si tuviera en la antesala a los cultores de la cumbia villera- a recibir una vez más al Estado Mayor del Marxismo, ratificando con ellos el ominoso y criminal pacto que los une. Lo que no sabe decir Blumberg, ni ninguno de los predicadores plurireligiosos de sus marchas, lo diremos nosotros: los derechos humanos son la gran mentira de la modernidad, crecida al calor del liberalismo y del comunismo, nunca tan en cómodo connubio. Son la garantía de los guerrilleros, el salvoconducto de los facinerosos, la excusa para destruir a las Fuerzas Armadas y de Seguridad, la legitimidad de los ilegítimos, el reaseguro legal y político para arrasar las soberanías nacionales, el justificativo de todas las intromisiones del Imperialismo Internacional del Dinero.
Lo primero que necesita una sociedad para salvarse -aún concretamente de este azote que nos aflige- es inculcar el cumplimiento de los deberes y la primacía de los derechos de Dios. Cuéntase entre esos deberes el de resistir la tiranía, para que no sucumba la patria caída bajo su maldita tenaza. Cuéntase entre aquellos derechos divinos el de reclamar su principalía en todos los órdenes, para que entonces no nos gobiernen los delincuentes sino los virtuosos. •
Antonio CAPONNETTO