Hemos
resuelto colgar a nuestro modesto blog, artículos que publicara la
REVISTA CABILDO a
comienzos de su TERCERA EPOCA. Comenzando con el Nº
10 por cuanto carecemos de los anteriores. En principios editaremos las
secciónes de su "EDITORIAL" confeccionadas por su director Dr. ANTONIO
CAPPONNETO y "MIRANDO PASAR LOS HECHOS" de VICTOR EDUARDO ORDOÑEZ, ambas
reseñas pasadas de fines del siglo 20 y comienzos del presente. Además
de traer recuerdos tristes y dolorosos, ya sufridos por nuestros muy
olvidadizos compatriotas simplemente insistimos en tratar de evitar
"nuevos tropiezos" con nuevos "CAMBIOS" prometidos e inocentemente
creidos
por un gran porcentaje de todo
Argentino. Deseamos tambien recordar que "El LIBERALISMO ES PECADO" y
en ellos se nutre nuestra formación tanto de civiles como militares que
hayan sido nuestros gobernantes con posterioridad a 1852. Por demás
estar decir el orgullo noble y patriota que sentimos ante el desempeño
del gupo periodístico de la revista, (patriotas, que sin renta ninguna y esfuerzo providencial difunden la verdad), defendiendo de la tradición religiosa católica, pretendiendo mantener la patria en los fundamentos reales que originaron su principio, y la familia para cumplir con los fundamentos de toda auténtica y sana comunidad.
CABILDO Nº 12-3º
EPOCA-NOVIEMBRE DICIEMBRE AÑO 2000
EDITORIAL
Una clásica enseñanza de la filosofía realista nos permite distinguir
entre el bien honesto, el útil y el deleitable. Puede identificarse al primero
con la virtud, con lo que es digno de alabarse por sí mismo, desposeído de todo
cálculo, provecho o interés subalterno. A él se dirigen los esfuerzos de los
óptimos, aclarará Cicerón. Mientras que el bien útil tiene carácter de medio,
de instrumento o herramienta necesaria. Y si no quiere caerse en el vulgar
pragmatismo, ha de guardar subordinación al primero desechando las alternativas
ilícitas. La complacencia al final del viaje recto y virtuoso, es el bien
deleitable.
Lo que se nos impone hoy en nombre de la política —dándole al término su
acepción más abarcativa— es exactamente la negación de estos bienes. Ya no
pecados aislados manifiestan los hombres públicos en el ejercicio de sus
funciones, sino vicios sórdidos y estables, lacras infames exhibidas con
desvergüenza e insolentemente cultivadas, culpas propias del relapso, esto es,
de quien no quiere enmendarse y medra con la malicia. Analogada con las heces
—mas sin el eufemismo que el recato impone— la dirigencia vernácula ha sido al
fin nombrada con exactitud, por alguien que tiene ciencia empírica en la
materia. Y si todo la convierte en tan hedionda sustancia, no es lo menor su
pérdida absoluta del patriotismo, su congratulación ante la dependencia, su
servilismo inescrupuloso, su complicidad con el invasor, y ese afán indigno de
reclinarse ante las plantas de los usureros internacionales, como ha venido a confirmarlo
el reciente pacto fiscal, de un modo tan oprobioso cuanto evidente.
Estamos pues ante el mal de la deshonestidad, segador de todas las
categorías posibles de la decencia.
Mas podría suponer alguien —con equívoca filosofía— que careciendo de
honestidad, los tales políticos y gobernantes se han abocado al menos a la
consecución de utilidades, expresión ésta que podría constituirse en una
versión algo más atildada del consabido "roban pero hacen" con que
suele señalarse vulgarmente la conformidad con los corruptos eficientes. No hay
ni puede haber nada de eso. A no ser para engrosar sus coimas, o asegurar el
destino de sus sobornos, o calmar los requerimientos del amo financiero, o
sobrevivir en sus cargos opulentamente rentados, o competir en las aventuras
electorales, todos se han mostrado aquí y ahora escandalosamente ineptos,
inidóneos, inhábiles e inservibles. Una verdadera coalición de nulos, que
llaman gobernar a la dócil administración de la colonia que se les ha
encargado, y que procuran convencerse recíprocamente de su condición de
estadistas porque han sido nombrados suministradores de divisas a los titulares
del Imperialismo Internacional del Dinero.
La recesión y el desempleo, los recortes salariales, los impuestos
abusivos, la destrucción de nuestra moneda, el crecimiento desorbitado de la
deuda externa, el derrumbe de las economías domésticas y aun de las pequeñas y
medianas empresas, el malestar en todos los rubros de la actividad laboral,
profesional y productiva, los desórdenes sociales alimentados por el terrorismo
en avanzada, son nada más que síntomas de la enorme inservibilidad que los
caracteriza. El Fondo Monetario Internacional los contrata y a él le cumplen;
los presiona y ellos acatan; los apisona y se convierten en sus felpudos; los
apura y al unísono aceleran: los reta y ellos se sonrojan; los amenaza y les da
el soponcio.
Fuera de tan lacaya destreza, estamos ante el mal de la inutilidad, y
grave mal en este caso, puesto que lo inútil aquí reprobado no lo es por
honesto u ocioso, que sería su gloria, sino por traición al elemental deber de
asegurar de un modo práctico el bienestar de los ciudadanos. Profanan la
metafísica de la patria tanto como derrumban su más vital organización física.
Faltos de honestidad y de utilidad, no podían sino resultar
insoportables, desagradables e insufribles. Es el común de la gente el que ya
no puede verlos, el que siente rechazo a sus palabras, desdén ante sus
promesas, temor frente a sus iniciativas, hondo y creciente disgusto con sólo
constatar sus apariciones públicas. Un disgusto cuyos nombres más sonoros y
ciertos son asco y náusea, indisimulables ya, fuera de toda cortesía. Pero son
el deleite del Banco Mundial, el dulzor del FMI, el encanto y el placer de la
Casa Blanca, el sabroso y lisonjero fruto de ese árbol podrido de la
plutocracia, como diría Hugo Wast.
Deshonestos, inútiles e insoportables: he aquí los tres males y el
denominador común de quienes nos gobiernan. Los calificativos hechos a medida
para juzgar a los políticamente correctos. Los nombres propios de esta estirpe
execrable de demócratas, que se alternan en el poder para deshonor de la
patria.
La Argentina necesita la honestidad de una política arquitectónica
orientada al Bien Común Completo. Que supone el bienestar suficiente, pero
ordenado por la virtud, y todas las virtudes esenciales y sustantivas
encaminadas a la salvación. Porque los pueblos, como los hombres, no son sólo
manojos de carne sepultable y corrompible. sino almas vocadas a la eternidad.
Necesitan de la soberanía como del aire lozano que otorga frescor a la
alborada: del señorío sobre sus posesiones y hasta sobre sus orfandades, como
la cima del sol para relumbrar en el paisaje. Necesitan la preferencia del ser
mejor —aun en el combate sin tregua— por sobre la decisión burguesa de vivir
sin sobresaltos en la esclavitud consentida. Necesitan su historia y su misión,
y no su presente ni el destino fijado por las multinacionales. Necesitan la
Cruz para resucitar y no los clavos para morir.
Marechal ya nos dijo que esa cruz se entreteje de santos y de héroes.
Todo es cuestión de encolumnar los trazos del madero, con una acción
perseverante y sostenida. Para que nuestra horizontal no sea la molicie sino la
marcha marcial y vigorosa. Para que nuestra vertical no sea la del arribismo,
sino la de la ascención. Entonces, con el encolumnamiento firme y orgánico de
los patriotas, sobrevendrá el rescate. Será el tiempo de los bienes y el final
de los deshonestos, inútiles e insoportables.•
Antonio Caponnetto