Insistimos nuevamente: Recordar el
pregón del gran Genta sobre el deber, olvido, y la culpa, ante otro atentado dispuesto
e impuesto a nuestra Patria por algunos invasores. Recordemos como se ha
procedido e impedido una actividad que nuestra fe nos pide y obliga. Ellos con
poderío y desde nuestro suelo el aporte de una pasividad y supuesta “tolerancia” de
algunos pastores han impedido se imponga el deseo del pueblo y admitir
tropelías impías. Sucedió en Catamarca hacen 15 años. Nada impedirá que las cargas de “conspiradores” continúen sobre
Cabildo, continuaremos en su defensa porque es la de nuestra fe y origen,
CATOLICO, APOSTOLICO Y ROMANO.
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Publicado por Revista Cabildo Nº16
Mes de Junio 2001-3era.Época
Editorial
REVISTA CABILDO
Nº16-JUNIO 2001
A DIOS QUEREMOS EN LA
ENSEÑANZA
VARIAS actitudes
merecen ser calificadas en los recientes sucesos catamarqueños ligados a la
enseñanza de la religión católica en las escuelas públicas. Ante todo la de la
DAIA que, para abreviar, llamaremos descomedida e inaudita. Una vez más -y ya
son muchas- sus integrantes han vuelto a poner de manifiesto el escaso respeto
que les merece la tradición católica de la Patria que los cobija, así como las
leyes que pudieran aún preservarla y sostenerla. Paralelamente, habrá que
destacar la actitud del obispo, signada por una valentía y una clarividencia,
dolorosamente desusada hoy entre los pastores. Con diafanidad, mano firme y
talante sereno, Monseñor Miani defendió la Fe de su rebaño, injustísimamente
agredida por la colectividad hebrea y quienes a ella en la ocasión se sumaron.
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Apenas un adjetivo de tres letras -que más gastar sería impropio- para calificar la actitud del gobernador Castillo, cediendo presuroso a los reclamos descristianizantes, que eran además legales, por si la teología le fallaba. El tal calificativo es vil, secamente hablando. Califiquemos también a la fiel comunidad de Catamarca -docentes, padres, alumnos, feligresía toda- que en sencillo y heroico desafío a tamaña impiedad, optaron por seguir públicamente con sus católicos testimonios escolares, empezando las jornadas con una oración, y abrazándose a Nuestra Señora del Valle. "La Gloriosa me guíe que lo pueda cumplir", hubiera cantado Gonzalo de Berceo. Y queda al fin pendiente de calificación -y por decoro lo haremos con el adjetivo desconcertante- la actitud de Monseñor Karlic, antes atento a "la preocupación de la comunidad judía" que a la suerte de los miembros de la catolicidad catamarqueña; pronto a manifestarles a los agresores su "compromiso de respeto y disposición de servicio", mas no a ponerse virilmente a la cabeza de su grey, izando el estandarte de Jesucristo. Tan desconcertante como sus coincidencias explícitas con la masonería y sus buenas relaciones con el progresismo de todo jaez. Resten sin epítetos, por respeto al idioma, las actitudes de los medios masivos de comunicación.
El reclamo y la
exigencia de la catolicidad en las escuelas argentinas, no puede sostenerse en
nombre del sincretismo igualitarista, según el cual, el mismo derecho asiste a
"todas las confesiones cristianas, de igual manera que las otras
religiones", como ha declarado la Comisión Ejecutiva de la Conferencia
Episcopal (cfr. Sobre la dimensión religiosa de la educación, 6), sino en
nombre del olvidado principio de que la Verdad tiene todos los derechos y el
error ninguno tiene, y del no menos postergado "extra Ecclesia nulla
salus",que todavía nos enseña el Catecismo. Tampoco invocando el
"sano pluralismo"(cfr. ibídem, 7), pues deja de serlo aquel que de
hecho homologa a la Iglesia Católica con todas las creencias, supersticiones e
incredulidades. Ni en honor de "la libertad de conciencia" (cfr.
ibídem. 6), que es libertad de perdición -como la llamara Gregorio XVI en
enseñanza inabolible- sino está sostenida en la sindéresis o hábito de los
primeros principios morales. No es asimismo "el pueblo al que se ha de consultar"
(cfr. ibídem. 9) para tamañas decisiones, sino al Decálogo y al Magisterio,
pues la existencia de Dios y los deberes para con El no están sujetos a la
mitolatría sufraguista. Pero tamañas afirmaciones, por cierto, suponen creer
firmemente en la doctrina de la Ciudad Católica y en la de la Realeza Social de
Jesucristo. En lugar de ello, se nos propone creer y vivir "la vida plural
de la sociedad" en "una democracia real" (cfr. ibídem, 8,9), sin
querer advertir que ésta es justamente la real pluralidad democrática: aquella
en la que Cristo es destronado, y mandan los deicidas, y el laicismo campea y
la desacralización avasalla, y la fe verdadera es una opción más en el mercado
electoralista.
Dígase lo que se
quiera desde el lenguaje conciliador y postmoderno, huero de hombría y de
definiciones tajantes. Dense por derrotados quienes -en esta tierra que forjó
la Cruz Misionera- mendiguen un rinconcito de catequésis en compañía de Israel,
del Islam o de Buda. El clamor de "abrir de par en par las puertas a
Cristo", de llevar la catolicidad a las escuelas públicas, de preservar
las identidades espirituales de las naciones, se lo hemos escuchado a Juan
Pablo II en consonancia con la Tradición.
No hay solución
educativa de espaldas a la pedagogía de la gracia divina. Ni verdadera ley
educacional si viola el débito de justicia para con el Redentor; ni gestión
cultural juiciosa cuando se omite el fin sobrenatural de la creatura. ni
organicidad y decencia toda vez que el Estado se seculariza y ejerce su despotismo
materialista y soez.
Un nuevo bautismo de
Clodoveo, pedía Gilson hacia 1936, en su obra Por un Orden Católico; un nuevo
Carlomagno, que nos infunda el sentido del valor y del combate, para no
parecemos "a la casa de enfrente", esto es, a la civilización
prevaricadora y apóstata. Vayan pues, desde aquí, nuestros admirados elogios a
aquellos compatriotas catamarqueños, que han sabido cuidar su auténtica casa.
Esa que está edificada sobre piedra, y que no tumban los vientos ni las aguas
salidas de cauce. •
Antonio
CAPONNETTO