sábado, 27 de octubre de 2018
Democracia y pecado –
Antonio Caponnetto
Desqueyrat nos expone… algunas
ideas… interesantes. Según él, “todo Estado que pretende no filosofar (sobre la
filosofía del hombre) es un mentiroso y un mentiroso peligroso. «Un Estado sin
moral se convierte siempre en un Estado sin moralidad» (Etienne Gilson)”(1). “El
Estado […], sabiendo que el pecado existirá hasta el fin de los siglos, incluso
entre los bautizados, debe elegir el mejor medio para hacerlo disminuir […]. Si
el Estado no es cristiano o si los miembros del Estado no son todos cristianos,
la práctica se alejará aún más del ideal […]. El Estado debe ayudar a las almas
a alcanzar su salvación. Y el mejor medio de ayudarlos a alcanzar su salvación
sobrenatural es socorriéndolas moralmente”(2).
Y como quien prevé que puede ser
tildado de utopista por lo que acaba de decir, agrega: “La tesis representa un ideal que se impone en toda la medida de lo
posible, y no un ideal que se propone a la buena voluntad de los hombres,
gobernantes o gobernados”(3). De una vez por todas, abandonemos el refugio en el
facticismo y en el “hipotetismo” para abrazar el deber ético que nos impele a
hacer todo lo posible para volver realidad la tesis.
No podríamos decir que el
Estado democrático y liberal carece de una filosofía del hombre. La tiene y la
Iglesia se ha expedido en reiteradas ocasiones fustigando al naturalismo, al
laicismo integral, al inmanentismo y al sinfín de errores que conforman esa
filosofía. En tal sentido, la expresión de Desqueyrat es doblemente aplicable.
Estamos ante un Estado mentiroso, por
carecer de una recta filosofía del hombre y por proponer en su lugar una de
pésima factura. La mentira y la
inmoralidad –según oportuna referencia a Gilson- hacen a la naturaleza misma de ese Estado democrático y liberal. Ni
es un Estado cristiano, ni es consciente de su obligación por evitar el pecado
y fomentar la virtud. Es más; según esa misma Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano…,
sólo debe considerarse delictivo lo que está señalado previamente como tal en
la ley positiva que la comunidad se dicta a sí misma. Ninguna referencia al
Decálogo o al Derecho Natural regula, controla y normativiza las nociones de
pecado o de virtud. Luego, y es aquí adónde queríamos llegar, la democracia y la mentira están
connaturalmente emparentadas. La democracia y el pecado otro tanto. Del mismo
modo la democracia y el Estado peligroso e inmoral.
…ha explicado acertadamente el
Padre Gustavo Thils que hay sociedades que rehúsan glorificar a Dios, impiden
la expansión del cristianismo, incurren en pecados o los fomentan y pueden terminar rindiéndole pleitesía a
Satanás(4).
“Las sociedades llevan la marca permanente del pecado de quienes la han creado
y transformado, en todo cuanto las constituye; en las ideas y las doctrinas que
ellas representan, en los sentimientos y la mística que a su derredor propagan,
en las leyes y constituciones que regulan su estatuto jurídico, en las
tradiciones y las costumbres que esparcen entre sus miembros o entre las
personas y los valores con quienes establecen contacto. Todos estos
constituyentes llevan en sí la marca de
la tara pecaminosa y conservan su veneno”(5)…
No podemos minimizar estas
reflexiones. La política no es ajena a la moral ni a la Religión. Los regímenes
políticos no están exentos de fomentar per
se el vicio, y de constituirse inclusive en ocasiones próximas para que el
demonio campee a sus anchas. Lo propio del ciudadano católico, o del simple
patriota de una tierra concreta, es estar despabilado o en vigilia, evitando
incurrir, por acción u omisión, en cualquier maridaje o contubernio que lo
vuelva socio activo o pasivo, directo o indirecto del mal enorme que todo lo
corroe. No podemos coadyuvar a la consolidación de un régimen político, del que
se sigue a su vez la consolidación de una sociedad, de la que convenga antes
huir que salir a su encuentro.
Antonio Caponnetto: “Democracia
un debate pendiente (Vol. II)” – Ed. Katejón – Bs- As- 2016. Págs. 265-269.
[1] A.
Desqueyrat, Doctrina de la Iglesia, Bilbao, Desclée de Brower, 1966, p. 172.
[2] Ibid,
p.177-178.
[3] Ibid, p.
203
[4] Gustavo
Thils, Teología y realidad social, San Sebastián, Dinor, 1955. Cfr. Especialmente
II parte, capítulo IV.
[5] Ibid. P.
154.
Nacionalismo Católico San Juan Bautista