viernes, 2 de noviembre de 2018

Democracia y pecado

sábado, 27 de octubre de 2018

Democracia y pecado – 

Antonio Caponnetto






     Desqueyrat nos expone… algunas ideas… interesantes. Según él, “todo Estado que pretende no filosofar (sobre la filosofía del hombre) es un mentiroso y un mentiroso peligroso. «Un Estado sin moral se convierte siempre en un Estado sin moralidad» (Etienne Gilson)”(1). “El Estado […], sabiendo que el pecado existirá hasta el fin de los siglos, incluso entre los bautizados, debe elegir el mejor medio para hacerlo disminuir […]. Si el Estado no es cristiano o si los miembros del Estado no son todos cristianos, la práctica se alejará aún más del ideal […]. El Estado debe ayudar a las almas a alcanzar su salvación. Y el mejor medio de ayudarlos a alcanzar su salvación sobrenatural es socorriéndolas moralmente”(2). 

Y como quien prevé que puede ser tildado de utopista por lo que acaba de decir, agrega: “La tesis representa un ideal que se impone en toda la medida de lo posible, y no un ideal que se propone a la buena voluntad de los hombres, gobernantes o gobernados”(3). De una vez por todas, abandonemos el refugio en el facticismo y en el “hipotetismo” para abrazar el deber ético que nos impele a hacer todo lo posible para volver realidad la tesis.
     No podríamos decir que el Estado democrático y liberal carece de una filosofía del hombre. La tiene y la Iglesia se ha expedido en reiteradas ocasiones fustigando al naturalismo, al laicismo integral, al inmanentismo y al sinfín de errores que conforman esa filosofía. En tal sentido, la expresión de Desqueyrat es doblemente aplicable. Estamos ante un Estado mentiroso, por carecer de una recta filosofía del hombre y por proponer en su lugar una de pésima factura. La mentira y la inmoralidad –según oportuna referencia a Gilson- hacen a la naturaleza misma de ese Estado democrático y liberal. Ni es un Estado cristiano, ni es consciente de su obligación por evitar el pecado y fomentar la virtud. Es más; según esa misma Declaración Universal de los Derechos del Hombre y del Ciudadano…, sólo debe considerarse delictivo lo que está señalado previamente como tal en la ley positiva que la comunidad se dicta a sí misma. Ninguna referencia al Decálogo o al Derecho Natural regula, controla y normativiza las nociones de pecado o de virtud. Luego, y es aquí adónde queríamos llegar, la democracia y la mentira están connaturalmente emparentadas. La democracia y el pecado otro tanto. Del mismo modo la democracia y el Estado peligroso e inmoral.
     …ha explicado acertadamente el Padre Gustavo Thils que hay sociedades que rehúsan glorificar a Dios, impiden la expansión del cristianismo, incurren en pecados o los fomentan y pueden terminar rindiéndole pleitesía a Satanás(4). “Las sociedades llevan la marca permanente del pecado de quienes la han creado y transformado, en todo cuanto las constituye; en las ideas y las doctrinas que ellas representan, en los sentimientos y la mística que a su derredor propagan, en las leyes y constituciones que regulan su estatuto jurídico, en las tradiciones y las costumbres que esparcen entre sus miembros o entre las personas y los valores con quienes establecen contacto. Todos estos constituyentes llevan en sí la marca de la tara pecaminosa y conservan su veneno”(5)
     No podemos minimizar estas reflexiones. La política no es ajena a la moral ni a la Religión. Los regímenes políticos no están exentos de fomentar per se el vicio, y de constituirse inclusive en ocasiones próximas para que el demonio campee a sus anchas. Lo propio del ciudadano católico, o del simple patriota de una tierra concreta, es estar despabilado o en vigilia, evitando incurrir, por acción u omisión, en cualquier maridaje o contubernio que lo vuelva socio activo o pasivo, directo o indirecto del mal enorme que todo lo corroe. No podemos coadyuvar a la consolidación de un régimen político, del que se sigue a su vez la consolidación de una sociedad, de la que convenga antes huir que salir a su encuentro.

Antonio Caponnetto: “Democracia un debate pendiente (Vol. II)” – Ed. Katejón – Bs- As- 2016. Págs. 265-269.



[1] A. Desqueyrat, Doctrina de la Iglesia, Bilbao, Desclée de Brower, 1966, p. 172.
[2] Ibid, p.177-178.
[3] Ibid, p. 203
[4] Gustavo Thils, Teología y realidad social, San Sebastián, Dinor, 1955. Cfr. Especialmente II parte, capítulo IV.
[5] Ibid. P. 154.

Nacionalismo Católico San Juan Bautista