El resultado de una falsa paz: regreso de las FARC a las armas. Por Eugenio Trujillo Villegas
Los resultados de
seis años negociando la paz en Colombia son paupérrimos. Los cultivos
de coca se cuadruplicaron y las FARC dominan el negocio de la cocaína.
La Justicia Especial para la Paz perdona y excarcela guerrilleros. Las
FARC tienen diez congresistas sin haber recibido votos. La mayoría de
los 7000 guerrilleros asentados en zonas supervisadas por la ONU ha
desaparecido. La violencia sigue, bajo la etiqueta de “disidencias de
las FARC”. El gobierno debe dar marcha atrás en estos pactos que el
gobierno de Santos impuso pese a haber sido rechazados en plebiscito
Aunque resulte frustrante, el regreso a
las armas parece ser el más claro desenlace de los recientes
acontecimientos del proceso de paz adelantado en Colombia por el
Gobierno del expresidente Juan Manuel Santos.
En este conflicto han estado
involucrados los casi 50 millones de habitantes del País y la guerrilla
marxista de las FARC, integrada por menos de 10.000 subversivos. Y
claro, también una reducida élite intelectual y política, oculta a los
ojos del mundo, que ha presentado falsamente a la minoría marxista y
terrorista de las FARC como un verdadero ejército de benefactores del
progreso y la defensa de los derechos humanos.
Pasaron seis años desde que comenzaron
las negociaciones en el 2012, con el aplauso incondicional de las más
altas autoridades civiles y religiosas del mundo, al punto que se le
concedió al Presidente Santos el Premio Nobel de Paz. Sin embargo, los
resultados concretos de lo que se consiguió hasta el día de hoy son
paupérrimos.
Los principales protagonistas de esta
farsa, aplaudidos y adulados por el mundo como si hubiesen sido los
grandes gestores de la pacificación de Colombia, poco a poco se van
quitando la máscara de mentiras y falsedades. Como era inevitable, comienza a aflorar la realidad de uno de los más grandes engaños de nuestro tiempo.
Es de esperar que una vez el mundo conozca toda la verdad de los hechos
y sus gravísimas consecuencias, ese aplauso mediático se convierta en
censura, en descrédito y en humillación para sus fautores.
Las FARC dominan el negocio de la cocaína
Un primer resultado obtenido fue la
espantosa confirmación de que las FARC son el cartel de drogas más
grande de Occidente, y que las negociaciones de paz constituyeron una
gigantesca operación de lavado de dineros ilegales producidos por el
narcotráfico, la minería clandestina, el secuestro y la extorsión.
Además, durante todo este proceso el expresidente Santos ordenó a las
Fuerzas Armadas de Colombia cesar todas las operaciones militares y
policiales contra el narcotráfico, contra los cultivos ilegales de coca,
y contra los laboratorios de producción de la misma, casi todos ellos
monopolizados por las FARC y sus organizaciones satélites. Y, como
consecuencia lógica, también se suspendieron las operaciones militares
policiales contra los terroristas, que son los mismos productores de
cocaína.
Como
resultado de esta desastrosa política de Estado, Colombia pasó de
cultivar 50.000 hectáreas de coca en el 2012, a más de 200.000 en la
actualidad, según ha denunciado en forma reiterada e irrefutable el
Departamento de Estado de los Estados Unidos.
Otro de los resultados inauditos del
Proceso, fue la más absoluta impunidad para todos los crímenes de lesa
humanidad cometidos por la guerrilla de las FARC. La mayoría de los
terroristas de esta organización que estaban en las cárceles fueron
liberados incondicionalmente, y deberán presentarse ante una caricatura
de tribunal de “justicia alternativa”, que sin duda les perdonará sus
crímenes. Es la llamada Justicia Especial para la Paz (JEP)-, que se
convirtió en una rueda suelta en el engranaje de la justicia colombiana,
y que ya puso en práctica un escandaloso sistema de indultos, perdones y
excarcelaciones de guerrilleros.
Como complemento de esta aberración
jurídica, la Corte Constitucional acaba de legislar en una cuestionada y
absurda sentencia, que todos los crímenes de abuso sexual cometidos
durante el conflicto armado, incluidos la violación de niños y la
práctica obligatoria del aborto a niñas menores de edad embarazadas por
causa de la misma violación, ¡ya no son delitos en Colombia! Según esa sentencia de la Corte, son conductas conexas con el delito de rebelión y por lo tanto no se consideran crímenes.
Adicionalmente, desde el pasado 20 de
julio, cinco terroristas de las FARC ocupan curules que se les
concedieron gratuitamente en el Senado de la República, y otros cinco en
la Cámara de Representantes, para un total de 10 congresistas de su
recién creado partido político. Y esto sin haber tenido necesidad de
conseguir un solo voto en las elecciones.
Otro de los tantos aspectos fallidos del
proceso de paz, consistía en que los combatientes de la guerrilla
depondrían las armas y se concentrarían en unas zonas especiales,
previamente escogidas por el Gobierno, bajo la supervisión de la
Organización de las Naciones Unidas (ONU). Pues bien, según
declaraciones del Sr. Jean Arnault, jefe de esa misión en Colombia, la
mayoría de los siete mil guerrilleros que se habían asentado en esos
lugares ha ido desapareciendo, sin que se sepa nada de ellos. Además,
unos 20 de los comandantes han regresado a la clandestinidad, lo cual no
quiere decir otra cosa diferente a que han vuelto a sus actividades
terroristas. Evidentemente, todos ellos regresaron a la actividad ilegal
que financia la guerra, es decir, al cultivo, procesamiento y venta de
cocaína. Y también, a empuñar sus nuevas y relucientes armas contra el
Estado y contra la sociedad colombiana, creando organizaciones
disidentes, que se cuidan de no usar más el nombre de las FARC.
La verdadera paz está lejos de haber sido alcanzada
En medio de esta confusión, la pregunta inevitable es la siguiente: ¿al menos terminó la guerra? Y la respuesta es NO. Lejos de terminar, se multiplicó por todas partes.
Los que la promueven ya no dicen ser de las FARC, sino de supuestas
disidencias, que continúan dedicadas a la guerra, al terrorismo y al
crimen. En realidad hacen parte de la misma multinacional del marxismo,
que desde Cuba y Venezuela dirige esta revolución con notable éxito,
gracias a la indolencia de los millones de víctimas, que habitualmente
duermen despreocupadamente mientras los destruyen, los matan y les roban
lo que tienen.
¿Y dónde están las armas de las FARC?
Algunas, sin duda fueron entregadas a la ONU, que al parecer hará con
ellas un monumento. Pero muchas armas, que tanto pueden ser las mismas
que entregaron o las nuevas que consiguieron en su reemplazo, están en
manos de las mismas organizaciones criminales de las FARC que han
continuado la lucha armada. Los frentes de lucha se multiplican y las
amenazas contra el Estado cada día son mayores. Hay regiones enteras de
Colombia donde ahora son ellos los que mandan y son la autoridad
suprema, como acontece en casi toda la costa pacífica, o en la región
del Catatumbo, al norte de Colombia, junto a la extensa frontera con
Venezuela.
Es claro que los obsesionados con la
claudicación para obtener la paz, seguirán defendiendo las bondades de
este proceso. Pero, muy por el contrario, aquellos que todavía conservan
algo de sentido común, y que agredidos por la realidad analizan lo que
está pasando en Colombia, llegarán tarde o temprano a la
conclusión inevitable de que para salvar a Colombia será necesario
reversar el Acuerdo de paz, dando cumplimiento al resultado del
plebiscito del 2 de octubre de 2016.
La verdadera y auténtica Colombia, que
hasta ahora no ha sido escuchada, juzgará implacablemente a todos los
que promovieron y apoyaron incondicionalmente este desastre. Entre
ellos, al expresidente Santos, al comité que otorga el Premio Nobel de
Paz, al Papa Francisco (¡oh dolor!), a los obispos y a los líderes
empresariales de Colombia, a los presidentes de los países americanos y
europeos, y también a la ONU y a la OEA (Organización de Estados
Americanos). Y también, a la inepta cúpula militar actual, que no ha
sido cambiada por el nuevo Gobierno, y que en las aparatosas operaciones
recientes, en las cuales dijo haber movilizado 8.000 hombres para
neutralizar las disidencias de las FARC en la frontera con Ecuador, no
obtuvo absolutamente ningún resultado satisfactorio.
Eugenio Trujillo Villegas es director
de la Sociedad Colombiana Tradición y Acción. El presente artículo fue
escrito para Corrispondenza Romana – Roma, Italia
www.tradicionyaccion.org.pe