Las dudas a la orden del día. Por Vicente Massot
No es cierto que las leyes 
trascendentales —como la de reforma previsional, votada en diciembre del
 pasado año, o la del presupuesto 2019, que acaba de recibir la 
aprobación correspondiente por parte de la Cámara de Diputados— se 
decidan en las calles antes que en el Congreso Nacional. Cuanto 
demuestra nuestra historia reciente es precisamente lo contrario. Los 
sectores de la izquierda maximalista y las falanges kirchneristas, que 
han agitado hasta el cansancio la idea predicha, deberían revisar el 
pasado y analizar con un mínimo de rigor la cuestión.
Es posible que algo de ello haya 
ocurrido en mayo de 1973, con posterioridad al juramento de Héctor 
Cámpora como presidente de la Nación. Entonces, las agrupaciones armadas
 revolucionarias y sus respectivos aparatos de superficie marcharon a la
 cárcel de Villa Devoto y condicionaron a los diputados y senadores, que
 a las apuradas votaron una mal llamada ley de amnistía. En realidad 
resultó una desincriminación masiva. Pero entre aquella militancia 
dispuesta a matar y morir y esta otra —de ordinario, rentada y cómoda— 
media un abismo.
En la década de los setenta del siglo 
pasado el espejismo que obró la revolución cubana y la fascinación que, 
sobre minorías muy significativas, ejerció la lucha armada, dieron lugar
 a pensar que las normas dependían de la boca de los fusiles y de la 
movilización masiva en los espacios públicos. Una parte importante de la
 sociedad lo creyó así y dio su apoyo en las urnas a los candidatos del 
Frente Justicialista de Liberación. Hoy, más que un crimen comportaría 
un error de bulto suponer que el espectáculo de violencia montado en 
torno del Congreso podría redundar en un beneficio electoral para sus 
responsables.
No se entiende, pues, qué puede ganar la
 viuda de Kirchner alentando tamaña esgrima subversiva. La violencia 
política fue hace cuatro décadas bien recibida por la mitad del país y 
se la consideró una conducta legítima. Sería comprensible que los K, si 
se diesen las mismas circunstancias, repitiesen el libreto. En cambio, 
en un contexto que nada tiene en común con aquél, la partitura luce 
descabellada. Macri —de más está decirlo—, muy agradecido…
Todos sabíamos que la ley de leyes iba a
 ser aprobada. Lo que ninguno estaba en condiciones de determinar era 
cuántas concesiones debería extenderle el oficialismo a los gobernadores
 peronistas para que estos —tan necesitados como el gobierno nacional en
 la materia— disciplinasen a su tropa en la cámara baja a fin de dar 
primero el quórum y —acto seguido— conseguir la media sanción. Era 
literalmente imposible que los caudillos justicialistas del interior 
fuesen a secundar a Cristina Fernández en su recusación absoluta del 
Presupuesto. Resultaba lógico, en cambio, que amagasen romper, que 
fuesen y viniesen con reclamos varios y que sus discursos hasta 
tuvieran, al menos por momentos, un tono crítico. Todo para terminar 
cerrando un acuerdo, que ellos ansiaban tanto como el macrismo.
Cambiemos
 llegará de esta manera, a fin de año, con los dos instrumentos que le 
eran imprescindibles a los efectos de adentrarse en el desierto que 
tiene por delante y que deberá transitar en los próximos meses. Cuán 
larga será la travesía es algo que, a esta altura, nadie está en 
condiciones de pronosticar. Entre los vaticinios apocalípticos del 
kirchnerismo y las esperanzas de la gente de Cambiemos hay una distancia
 inconmensurable. Con todo, unos y otros coinciden en las dificultades 
de los meses por venir. En el corto plazo no hay quien aliente 
expectativas de carácter optimista.
Hasta el staff report elaborado por el 
equipo de Alejandro Cardarelli para conocimiento del directorio del 
Fondo Monetario Internacional levanta dudas —de no poco peso— respecto 
del plan económico de la administración macrista. No son sus reservas 
—como se comprenderá— las de un organismo opositor a Cambiemos. Por el 
contrario, viene de darle a la Argentina un apoyo inédito, sin el cual 
Macri hubiese corrido el serio riesgo de terminar sus días en la Casa 
Rosada como Fernando De la Rúa. Y sin embargo, en el mismo momento en 
que el oficialismo obtenía en el Congreso un triunfo acorde con las 
expectativas del Fondo, hete aquí que se da a conocer este documento sin
 anestesia.
Si para muestra vale un botón, aquí va. 
Dice que “la deuda es sostenible, pero no con una probabilidad alta”, 
para puntualizar después, de manera detallada, cuáles son los riesgos 
que deberá sortear el gobierno en los próximos cinco años. El paper 
resalta que la situación financiera de la Argentina es de cuidado en 
virtud del stock de deuda en moneda extranjera que se ha tomado en los 
últimos meses.
No corresponde aquí analizar las 
observaciones y reparos del organismo monetario. Baste señalar que aun 
quienes desean en el concierto mundial el éxito del actual gobierno 
argentino no dejan de apuntar sus flancos débiles y de mostrar que su 
confianza en el mismo dista mucho de ser ilimitada.
No
 se crea que las dudas sólo anidan en los técnicos del FMI. Durante la 
pasada semana hubo un cambio de opiniones muy significativo entre dos de
 los más prestigiosos economistas del país, Carlos Rodríguez y Ricardo 
Arriazu. No se juntaron a discutir ni coincidieron en un simposio. El 
primero de los nombrados, en un programa de radio, expuso su visión 
acerca de las consecuencias que tendrán, en no mucho tiempo, las Leliq. 
Fue sobre el particular categórico, como es su costumbre, y calificó 
como “una locura” lo que está haciendo el equipo económico en punto a 
política monetaria. En una conferencia, días más tarde, Arriazu le salió
 al cruce diciendo, siempre con respeto, que Carlos Rodríguez estaba 
equivocado y que había leído mal los números. Lo interesante del caso es
 que las diferencias enormes no se dan entre Kicillof y uno de los dos 
liberales de fuste mencionados, sino entre ellos.
Tampoco sería correcto circunscribir la 
cuestión a los observadores o analistas que miran la situación desde 
fuera del gobierno. Con la crisis se han producido, de puertas para 
adentro de la coalición gobernante, algunas grietas cuya evolución es de
 difícil pronóstico. Contra lo que podría pensarse no se trata de las 
reservas que existen en la cabeza de los socios menores de Cambiemos ni 
de los destemplados arranques de cólera de Lilita Carrió. En medio del 
presente tembladeral, Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y Horacio 
Rodríguez Larreta no siempre coinciden y ya no actúan, como en el 
pasado, en tándem. La gobernadora bonaerense está molesta con el 
presidente mientras el lord mayor de la capital se encuentra 
desaparecido. Aquélla se considera postergada en el reparto 
presupuestario, en tanto éste ha decidido mantenerse al margen de los 
problemas que aquejan al Poder Ejecutivo nacional. Ninguno se ha pintado
 la cara ni tiene intenciones de hacer rancho aparte. Sería descabellado
 siquiera insinuarlo. Pero en su intento de preservarse del deterioro 
qué inevitablemente acarrea una crisis de estas dimensiones, ya no piden
 permiso para actuar.

 


 
