El proceso jurídico de Cristo 10: Cristo y Herodes
Ante Herodes Antipas, según Lucas
Es sabido que durante la Pascua Judía en la que murió Jesús, se
encontraban en Jerusalén tanto Poncio Pilato, como Herodes Antipas,
tetrarca de Galilea y completamente independiente de la jurisdicción de
Pilato. Lucas (Lc 23,12) nos da la interesante noticia de que en ese
momento no había buenas relaciones entre ambos. Una de las razones de dicha enemistad, o que agravó la mala relación, fue sin duda aquella en la que Pilato hizo matar en el templo de Jerusalén durante la celebración de los sacrificios a algunos galileos (Lc 13,1). Pero la principal razón debió de ser otra, la de que Herodes Antipas espiaba para Tiberio a los magistrados romanos destinados en Oriente.
Antipas se había educado en Roma, sólo de un modo formal;
supersticioso, aceptaba las prescripciones religiosas judías de modo
puramente formal. Admiraba a Roma, al punto que, cuando mandó construir
su capital junto al lago de Genesaret, le dio una fisonomía claramente
grecorromana y le impuso un nombre en homenaje al emperador: Tiberíades.
Y no sólo eso, sino que edificó la ciudad sobre un cementerio por lo
que, al ser impura, los judíos practicantes nunca ponían los pies en
ella. Y notemos, gracias a los evangelistas, que pese a que buena parte
de la actividad pública de Jesús se desarrolló en el lago de Genesaret, nunca nos dicen los evangelios que entrara en Tiberíades,
que debía ser la ciudad más importante, hasta el punto de haber dado
también su nombre al lago. Y es que Jesús también era judío practicante…
Herodes Antipas había visitado Roma en el año 28 d.C, donde había
conocido a Herodías, esposa de su hermano Filipo. Su servilismo y su
rastrerismo (Cristo lo calificó de “zorro”) interesaba
doblemente a Pilato: por un lado, lo informaba de lo que se decía en
Roma sobre él y, por otro, podía informarlo de lo que sucedía en Judea.
Además de su servilismo romano, Antipas debido a su amor con Herodías, era considerado un adúltero para la Torah. Los judíos no solamente odiaban al tetrarca y pensaban que estaba al margen de sus leyes, sino que tampoco lo consideraban como alguien de su raza, ya que en él había mezcla de sangre árabe, samaritana e idumea, aparte de que su educación había sido pagana.
Pero sigamos con el proceso de Pilato y sus tres intentos de salvar al acusado.
El primero: ante la acusación de los judíos de que
Cristo sublevaba con su magisterio al pueblo empezando por Galilea hasta
Jerusalén, Pilato preguntó si era natural de Galilea (no por el
nacimiento, sino por el domicilio), y lo mandó al tetrarca Herodes
Antipas que, como decíamos, justo estaba en Jerusalén para la fiesta de
la Pascua. La ley romana, y también la judía, permitían la competencia
de acuerdo al domicilio habitual de la persona, y no al lugar de origen o
nacimiento.
No estaba obligado a enviarlo, pero lo hizo por propia voluntad y de manera espontánea, esperando quitarse de encima el problema. Podía mandarlo porque Herodes tenía competencia, era un príncipe vasallo de Roma, investido con el derecho de dictar justicia. Tenía una competencia personal y también en parte como forum delictii comissi.
No es probable que Herodes tuviese el derecho de ejercer la justicia en
una ciudad que no pertenecía a su territorio. Si por principio estaba
prohibido a los gobernadores romanos ejercer cualquier función de tipo
oficial fuera de los límites de su provincia, hay que pensar que tampoco
al tetrarca de Galilea le estaba permitido ejercer la justicia en el
ámbito de la provincia de Judea
Así pues, Herodes no habría tenido la potestad de ejecutar una eventual sentencia, pero no debemos excluir por completo que tuviese la potestad –sobre todo a requerimiento del juez local, en este caso Pilato- de intervenir en el caso e instruir el proceso, bien en su palacio de Jerusalén probablemente acogido al principio de extraterritorialidad, o bien, en Tiberíades, su capital.
Quizá, Pilato buscaba más bien una opinión de Herodes más que un proceso con su consiguiente sentencia. En efecto, Herodes podía conocer el caso mucho mejor, habida cuenta que las actividades de Jesús se desarrollaron en gran parte en su territorio y que, tal y como nos informan los mismos evangelios, Herodes había utilizado a su política para espiar a Jesús, manifestando también la intención de desembarazarse de él del mismo modo que había hecho con el Bautista.
Por otra parte, y aunque el Sanedrín había centrado todas las
acusaciones contra Jesús en el plano en el que el representante de Roma
era más sensible y tenía el consiguiente deber de intervenir –el plano
político-, el de “lesa majestad” del César, Pilato se dio
cuenta enseguida de que, al estar estas acusaciones desprovistas de todo
fundamento, el problema de fondo era esencialmente religioso. Toda una
complicación (la de la Torah y sus posibles interpretaciones) que Pilato
era incapaz de entender.
A esta oportunidad “técnica” de pedir opinión a Herodes se unía una oportunidad “diplomática” para entablar relaciones de amistad, pues sabemos que eran tirantes también por fuentes extra-evangélicas.
Dice J. Blinzler: “De los dos, era Pilato, el más interesado en una reconciliación. Parece ser que la enemistad tuvo su origen en que Herodes
se había puesto de parte de los judíos en su enfrentamiento con el
gobernador por causa de la exposición de los escudos votivos del César
en su palacio de Jerusalén. Pese a que Pilato pudiera guardar
rencor a Herodes por aquellas acción, debería hacer todo lo posible por
eliminar por completo aquella discordia”. Es rigurosamente histórico, según Flavio Josefo, que Herodes era gratísima persona para Tiberio.
Sabemos que algunos años después del proceso de Jesús, en el año 36,
Tiberio recibió del tetrarca informes reservados sobre las negociaciones
de Vitelio, gobernador de Siria, con los partos. Se supone también que
informes similares de Herodes sobre la actuación de Pilato habían
originado la enemistad entre los dos hombres, aunque no tentemos
constancia. Asimismo la matanza de algunos galileos por los soldados de
Pilato perpetrada en el Templo (Lc 13,1), que había sucedido un año
antes, podría haber indispuesto al tetrarca de Galilea con Pilato.
Es completamente verosímil que el procurador tomara al vuelo la palabra “galilea” y la utilizara como pretexto para reconciliarse con el insidioso reyezuelo
que, por medio de sus espías, podía poner en peligro su carrera
política. En la Pascua del año anterior Herodes se había contrariado por
la matanza de algunos de sus súbditos (no olvidemos que finalmente
Pilato perdería su cargo por un asunto similar: el de la matanza de unos
samaritanos) y precisamente un año después, Pilato disponía de una
ocasión providencial para demostrar que no condenaba a muerte a ningún
galileo sin pedir antes el parecer del tetrarca.
Pero no se trataba de que Pilato renunciara a sus prerrogativas
como representante de Roma. Por el contrario, se trataba de obedecer a
las propias instrucciones del emperador que recomendaba a los funcionarios destinados en Israel la máxima flexibilidad y la mayor diplomacia.
Un acto de deferencia hacia un soberano local resultaba por tanto de
interés público para un Estado que no quería crear inútiles tensiones,
pero también había un interés privado por parte del procurador a causa
de las múltiples irregularidades que había cometido y que no quería
verse comprometido con quien lo espiaba por cuenta del emperador. Por
otra parte, y siempre de acuerdo con el arte de gobernar, una opinión de
quien tenía autoridad sobre Galilea resultaba especialmente oportuna,
puesto que de aquella región procedían los nacionalistas más fanáticos,
los zelotes; y en esa misma región surgían casi siempre los gérmenes del
descontento o de revueltas.
Además, aquel acto de deferencia hacia Herodes podía
responder a otra exigencia: la de poner en su lugar al Sanedrín que,
pese a estar compuesto en su mayor parte por colaboracionistas, se veían
tentado con frecuencia a alzar la voz hasta el extremo de enojar al
procurador, como pudo demostrarse en su insistencia para
condenar a Jesús. Enviar a Jesús a Herodes (un personaje particularmente
mal visto y despreciado por los judíos) era, si no absolutamente necesario desde el punto de vista legal, una auténtica bofetada al Sanedrín, que de este modo veía limitado su poder en beneficio de un reyezuelo que a duras penas podía ser calificado de “judío”.
Y en lo que se refiere a las relaciones de Pilato con las autoridades
judías, la estratagema por él intentada podía ser también un modo de ganar tiempo, de enredar la madeja para librarse de una situación que se estaba tornando demasiado peligrosa.
En efecto, Pilato no quería condenar a Jesús; pero si lo
hubiese absuelto lisa y llanamente quizá habría tenido que acusar (así
lo sostienen los especialistas en derecho rabínico) a los sanedritas por
delito de calumnia, que comportaba para los falsos acusadores
la misma condena prevista para el inocente difamado. Toda una
complicación: enviar a la cruz a los 71 miembros…
De este modo, Pilato lograría, con este acto de atención diplomática,
un resultado favorable para sus relaciones con Antipas pues, según el
Evangelio, “se hicieron amigos desde aquel día”.
En cuanto al tetrarca de Galilea podía administrar justicia sobre la gente de su territorio, (y desde el Palacio de Jerusalén, donde estaba) si el procurador de Judea le concedía ese permiso expreso.
Quizás el mismo Antipas podría ocuparse del asunto. Pero no sucedió
así; sabemos que Cristo ni quiso abrir la boca frente a Herodes, quien
lo devolvió sin haber encontrado culpa al procurador.
A quien le asombre la libertad del sistema jurídico judío bajo la dominación romana, habría que aclararle que, como ya vimos, los romanos habían puesto allí en funcionamiento un sistema jurídico irregular. En la práctica toleraban irregularidades pro bono pacis mucho mayores que las que hubieran consentido en otra provincias menos complejas y menos tentadas de sublevación. A la singularidad de la “cuestión judía” se añadía el hecho de que aquellos territorios formaban parte de la fronteras
más expuestas a toda clase de asechanzas, más incluso que las
provenientes de los bárbaros del otro lado de los Alpes y del Rhin, pues
estaban sometidas a continuas presiones de las tribus árabes y sobre
todo de los temibles partos que habían vencido en grandes batallas.
Esta situación exigía la existencia de cierta autonomía con algunas concesiones especiales
(ej. El “privilegio pascual”). En este caso concreto, y siguiendo
algunos historiadores, el tetrarca, en su palacio llamado de los
Asmoneos (al oeste del Templo, en el valle del Tyropeón), habría podido
gozar de un derecho de extraterritorialidad. Aquel edificio habría sido considerado por las leyes romanas como “territorio galileo”,
por lo que Herodes tendría la posibilidad de juzgar allí a uno de sus
súbditos. Si revisamos el Derecho penal “normal” que entonces estaba
vigente entre los romanos, expertos como Theodor Mommsen, no parecen
creer en absoluto que fuera ilegal o irregular la decisión de Pilato de
enviar a un procesado ante su soberano de origen.
¿Cómo fueron los hechos? Un cuerpo de guardia, al que se juntaron miembros del Sanedrín, condujo al Jesús desde el Palacio de Herodes al Palacio de Asmoneos,
cercano al valle de Tiropeón, al oeste del Templo. Allí acostumbraba a
residir Herodes cuya mala fama había crecido luego del martirio de san
Juan Bautista). Ahora ya estaba la filo de la vejez, era religiosamente
indiferente, amigo de grandes construcciones y mesas opulentas, astuto
en materia diplomática, pero su talento desaparecía cuando se apoderaba
de él la pasión carnal.
El encuentro con Jesús merece una atención especial. Le hizo muchas preguntas y lo invitó a que hiciera algún milagro delante suyo, pero Jesús enmudecía, sereno, imperturbable y sin hablar; su silencio es aquí un silencio noble, lleno de grandeza, del siervo de Dios que todo lo soporta con tranquilidad.
Los sacerdotes y escribas presentaron sus acusaciones, pero no hubo caso y sólo en un punto se detuvo Herodes: la pretensión de Jesús a la dignidad real. De ello se burló e insultó, haciendo incluso hizo que los demás lo siguieran.
– “¿Tú eres rey?”. Debe haber pensado, “¡pues entonces has conseguido más que yo!”. Y se burlaba… haciéndole poner un vestido brillante mostrando que ese hombre era más digno de risa que de peligro; y lo devolvió.
En lo que se refiere a las “espléndidas”, “llamativas” o “resplandecientes” vestiduras (así puede traducirse en griego lamprán), dice Ricciotti que “debían
de ser una de aquellas vistosas indumentarias utilizadas en Oriente por
personas de importancia en ocasiones solemnes. Puede que fuera alguna
prenda de vestir, desgastada y que ya no estaba en uso, la que el
tetrarca hizo traer para burlarse del procesado; un hombre en semejante
guisa era motivo de risa y no ofrecía ningún peligro. La propia burla
rechazaba ya de manera implícita las tesis de los acusadores, que hacían
del procesado un revolucionario y un sacrílego”.
Lucas no precisa el color de la vestimenta, pero una tradición remota supone que era blanca (por eso la Vulgata latina empela el término “alba”).
Si realmente fue así, habría que entenderla casi como un signo de
complicidad “latina” que Herodes Antipas, educado en Roma, envió al
gobernador. Ambos sabían que un candidatus era aquel aspirante a un cargo público que llevaba una toga cándida (blanca). Era como si Herodes quisiera decir: “Aquí está, con sus vestiduras correspondientes, el candidato a rey de los judíos”.
El investigador judío, Shalom ben Chorin, señala certeramente la
atención dedicada por los evangelistas a las vestimenta utilizada en la
Pasión. A las vestiduras blancas de Herodes, se contraponen el rojo
púrpura del manto colocado sobre los hombros del Condenado, por parte de
los soldados de Pilato (Mc 15,17), para terminar con el despojo de
todos sus vestidos antes de la crucifixión. Basándose en un estudio
detallado de las fuentes judías, Chorin observa “indicios” relacionados
con la comunidad esenia de Qumrán. Aquellos judíos que se retiraron a
orillas de Mar Muerto, en espera del Mesías de Israel. Al parecer, los
esenios esperaban dos Mesías: uno sacerdotal y otro real. En el ritual judío, el blanco y el rojo eran respectivamente los colores del rey y del sumo sacerdote. Por tanto, -habrían querido decir los evangelistas a los de Qumrán- en el único Mesías, Jesús de Nazaret, se había visto realizada la doble expectativa: la de Rey y la de Sumo Sacerdote. Y, por último, el despojo y la desnudez de Jesús indicaría otro indicio: un Mesías a la vez victorioso y sufriente.
Pero sigamos un poco más.