El proceso jurídico de Cristo (2): sus protagonistas
1) El proceso de Cristo y sus protagonistas
Según los hermanos Lémann y a partir del profundo estudio de la Mishna
(código de procedimiento penal judío), en el juicio de Cristo se
habrían cometido, al menos, 27 irregularidades o nulidades que
invalidarían todo el proceso ante el Sanedrín. Para quien no esté
familiarizado con los textos judaicos, la Mishna resulta ser un de tradiciones y jurisprudencia codificadas en el año 200 d.C[1] por el rabíYehudah Hanasí
(más conocido como el maestro Judá). Dicho sabio rabino, movido a
compasión por el estado en que su nación había quedado luego de las
incursiones de las tropas romanas de Adriano, se determinó a fijar por
escrito toda la tradición de su pueblo, llegando a ser, en la dispersión
o “diáspora” el código por excelencia, en
contraposición a las directivas narradas en el Pentateuco (ley escrita
comunicada a Moisés por Dios). Es allí, entre los tratados de la Mishna,
donde se contempla la administración de justicia por manos de los
“sanedrines”, o concejos supremos de los judíos, los grandes
protagonistas en el proceso de Cristo.
Pero veamos quiénes son los que intervendrán en el juicio contra el Mesías.
El Sanedrín: según narran los hermanos Lemann, el “gran
concejo” (como también se lo llamaba), era la alta corte de justicia o
el tribunal supremo de los judíos. Etimológicamente el término proviene
del griego, sünedrion que significa “asamblea de gente
sentada”; el mismo fue establecido en Jerusalén después de la cautividad
del Babilonia bajo el modelo del famoso concejo de los setenta ancianos
creado por Moisés en el desierto (Deut. 17,8).
Su aparición más notable surge en la época macabea, siendo que
algunos hasta señalan su fundación bajo el gobierno de Judas Macabeo y
otros bajo el de Jonathan. Sea como fuere su existencia está situada
entre 170 y el 106 a.C. La composición en tiempos de Nuestro Señor,
según Flavio Josefo y la historia judía, era de 71 miembros distribuidos
en tres cámaras que representaban los tres órdenes principales del
Estado Judío, cada una de ellas compuestas ordinariamente de 23 miembros
más el presidente o Sumo Sacerdote y su vice, donde el primero llevaba
el título de “príncipe” (nasi) y el segundo el de “padre” del tribunal (ab bêthelin).
Luego venía la cámara de los sacerdotes: solamente
compuestas de personas pertenecientes a la casta sacerdotal y divididos
en dos: los “sumos sacerdotes” ex-presidentes y los simples sacerdotes
que no habían presidido nunca el Sanedrín. Existían también otras
categorías importantes como la de superintendente del Templo que tenía
el poder de policía, el encargado sacerdotal del Tesoro y 3 tesoreros.
En la época del proto-cristianismo se pueden identificar, a partir de la
lectura del Nuevo Testamento, los siguientes personajes históricos:
Caifás, Anás (presidente y vice, respectivamente) y sus 5 hijos (quienes
le sucedieron ininterrumpidamente: Eleazar, Jonatás, Teófilo, Matías y
Ananías, este último depuesto por Albino por haber hecho apedrear
arbitrariamente a San Pablo); otros ex-sumos sacerdotes eran Joazar,
Eleazar, Josué Ben Sie, Ismael ben Phabi, Simon ben Camite; simples
sacerdotes: Sceva, Simon Canthero, Juan, Alejandro, Ananías ben Nebedai y
Helkias el probable tesorero del que Judas recibió las 30 monedas.
Se encontraba también en el Sanedrín la Cámara de los escribas o doctores:
la misma contenía a los levitas y a los legos particularmente versados
en el conocimiento de la ley. Formaban el cuerpo letrado de la nación y
eran escogidos indistintamente entre los doctores de la ley, o más
conocidos como los “doctores de Israel” (o “sabios”) por la veneración y
aprecio que se les guardaba. Algunos de ellos eran Nicodemo, Gamaliel,
su hijo Simeón y sus discípulos Onkelos, Jonatás ben Uziel, Samuel
Hakkaton, Rabí Zadok, etc.
La Cámara de los ancianos, se hallaba compuesta por los
personajes más considerados de la nación, siendo propietarios de grandes
haciendas y tiendas, aunque se tratase del grupo menos influyente de
los tres. Pertenecían a ella en la época de Jesús: José de Arimatea, Ben
Calba, Scheboua, Simón y Doras, entre otros.
La
distribución de los 23 no se observaba rigurosamente y más de una vez,
especialmente en el momento del juicio a Cristo, la cámara de los
sacerdotes formó por sí sola una mayoría en el Sinedrio. La razón de
esta influencia la ha dado Abarbanel, uno de los más célebres rabinos de
la Sinagoga, “los sacerdotes y escribas, dominaban naturalmente en el
Sanedrín, porque no habiendo recibido como los otros Israelitas, bienes
raíces que cultivar y aumentar contaban con más tiempo para consagrarse
al estudio de la ley y de la justicia; por esto se encontraban más aptos
para pronunciar sentencias”. Esta observación está confirmada por el
Evangelio, que, en varios lugares, deja suponer que la cámara de los
sacerdotes, superaba a la de los escribas y ancianos por el número y por
su influencia.
Como es de suponer, también existían internas entre ellos.
1) Fariseos: formaban parte de un partido político-religioso
que se mantenía en la más estricta observancia de la ley. Con gran
influencia sobre el pueblo de clase media, desempeñaban un importante
papel en el Sanedrín como grandes conocedores de la teología y del
derecho. La mayoría de los escribas (segunda cámara) integraban el
partido fariseo, siendo indispensables por su conocimiento legal. Eran
los abogados de la pequeña burguesía y defendían, como sucede a menudo,
al mejor postor.
San Juan nos dice que muchos hombres del Sanedrín creían en Jesús,
pero no se atrevían a manifestarlo por causa de los fariseos, para no
ser excomulgados, como el caso de Nicodemo, sanedrita muy prestigioso y
escriba al mismo tiempo que hasta se animó a enfrentar a sus cofrades: ¿Acaso nuestra ley condena a un hombre antes de oírle y sin averiguar lo que hizo?, pero ellos le respondieron: “¿También tú eres galileo? Investiga y verás que de Galilea no ha salido profeta alguno” (Jn. 7, 50).
2) Saduceos: Constituían la mayoría del Sanedrín. Era el partido de la nobleza sacerdotal y laical, conservador en religión y amigo de los romanos en política; también en sus filas contaban con escribas. El historiador judío Flavio Josefo resume así su doctrina: “enseñaban que el alma muere con el cuerpo”;
tampoco creían en la resurrección (basta con recordar las famosas
preguntas a Cristo sobre el matrimonio[2]). Eran, por decirlo así, los
“materialistas” o epicúreos de la época, para quienes el destino del
hombre no consistía más que en el goce de los bienes terrenales[3].
Entre ellos estaban Anás y Caifás.
La reunión del Sanedrín en su conjunto, más allá de las internas, se
utilizaba para diversos casos estrictamente reglamentados por la ley
judía y, por lo general, para cuestiones realmente graves. Así
dirá la Mishna: “La sentencia de los 71 es invocada cuando el negocio
concierne a toda una tribu, a un falso profeta o al gran sacerdote;
cuando se trata de saber si debe hacer guerra; si importa agrandar
Jerusalén… o hacer cambios sustanciales…”. Sus atribuciones eran muy
extensas y constituía una asamblea verdaderamente soberana y, a pesar de
las grandes divisiones existentes, el Sanedrín se unirá en el proceso
de Cristo para una causa común.
Fue la gran popularidad del Mesías de Galilea lo que llevó, en apenas
el primer año de la predicación, a alimentar un gran resentimiento
contra Jesús; era, para decirlo de una vez, una envidia que llegó
incluso a cegar a la Sinagoga por el influjo de Cristo sobre las masas
(Mc 11,18; Jn 4,1; 7,32 y ss.). El Sanedrín temía, al mismo tiempo, que
los romanos tomasen el movimiento mesiánico como una excusa para acabar
con el último resto de independencia judía representado por ellos mismos
(Jn 11,48); especialmente el rencor contra Jesús era por su lucha
contra los abusos en el Templo y su condena a las ricas ganancias que de
allí se extraían (no olvidar los negocios instalados para las
festividades en el mismo templo que el mismo Cristo se ocupa de
desbaratar al menos dos veces (Mt, 21,12-17; Mc 11, 15-18; Lc 19,45; Jn
2,13-25. En aquella época, era el ex – sumo sacerdote, Anás, quien
manejaba el negocio de las ofrendas para el sacrificio prostituyendo así
la religión, como tanto lo denunció Jesucristo.
Así explicaba el Padre Castellani, ese “sistema” farisaico que se había impuesto entonces y contra el cual Cristo luchó:
“La lucha contra el fariseísmo, ese ‘pecado contra el Espíritu Santo’
que le impedía su manifestación mesiánica y hería terriblemente su amor
a los hombres y a los pobres y a los débiles… sin contar su amor al
Padre – y a la Verdad. Ésa es la clave de su carácter, quizá la
principal, la que engloba todos los rasgos de su espléndida personalidad
humana (…). En efecto, ésa es la esencia del fariseísmo (…): Crueldad,
soberbia religiosa y resistencia a la Fe. Pero Cristo desde la cruz
pudiera responderles: “Creed en Mí y bajare de la cruz”. En efecto,
cuando los judíos crean en Él, y los gentiles hayan caído en el pecado
de muerte, bajará Cristo de su larga Cruz, que es toda la historia de la
Iglesia. El fariseísmo viene a ser como… los fariseos son “religiosos
profesionales”…como el profesionalismo de la religión (…) es solamente
el primer grado del fariseísmo en todo caso (…). El segundo: la
religión se vuelve instrumento profesión (…). El tercero: la religión se
vuelve instrumento de ganancia, de honores, poder o dinero”[4].
Será las denuncias sistemáticas de Nuestro Señor que, lo que lo convertirán en un personaje políticamente incorrecto.
2) Las reuniones contra Cristo
La actitud de Cristo contra el Sanedrín, sumado a su popularidad y,
principalmente, a su proclamación como el Mesías de Israel e Hijo de
Dios, son lo que definirán su arresto en la noche del 13 y 14 de marzo
del año 782 de la época romana (jueves y viernes santos); todo había
sido cuidadosamente premeditado en secreto pues al menos tres veces
–según narran los evangelistas– se había decretado su encierro:
a. La primera reunión: entre el 28 y 30 de
septiembre (Tirsi) del año de Roma 781, o 33 de la era cristiana. Jesús
había sido denunciado como “falso profeta” preparándose así los ánimos
para su condenación. En efecto, en el Evangelio de San Juan, se lee: “El
último día de la fiesta de los Tabernáculos (28 de septiembre), que es
el más solemne, Jesucristo enseñaba a la multitud. Entre esta, unos
decían: ‘Este es verdaderamente profeta’; otros decían: ‘Ese es el
Cristo’… Los fariseos, habiendo oído a la multitud hablar así acerca de él, enviaron ministros para prenderle.
Pero ninguno puso la mano sobre él. Los ministros volvieron a los
pontífices y los fariseos, quienes les dijeron: ‘¿por qué no le habéis
traído?’ Los ministros respondieron:‘Jamás habló hombre como este hombre’. Pero los fariseos les replicaron: ‘¿Habéis sido seducidos vosotros también? ¿Hay alguno de los jefes del pueblo o de los fariseos que haya creído en él?’ Pero estas gentes que no conocen la Ley son malditas. Entonces Nicodemo (aquel que vino a Jesús en la noche y que era uno de ellos), les dijo:‘¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin que antes se le haya oído, y sabido qué ha hecho de ellos?’Ellos
le respondieron: ¿Eres tú también Galileo?”[5]. A consecuencia de la
emoción de la multitud, del testimonio de los ministros (o policía
secreta) y de la interpelación de Nicodemo, los fariseos, espantados de
los progresos que hacía la predicación de Jesús, provocaron una primera
reunión del Sanedrín. El apóstol San Juan (Jn 9,22) quien refiere el
envío de los ministros para apoderarse de Él, añade a propósito del
ciego de nacimiento curado milagrosamente dos días después del a fiesta
de los Tabernáculos: “Sus padres temían a los judíos; porque los judíos habían decretado ya que si alguno confesaba que Jesús era el Cristo, fuese arrojado de la Sinagoga”. Luego, había sido lanzado un decreto de excomunión.
Este “decreto de excomunión” (lanzado del 28 al 30 de ese mes), sólo
podía hacerse en reunión solemne del Sanedrín como vimos más arriba[6].
b. La segunda reunión: Febrero del 782 (año 34 de
Jesús), cerca de cuatro meses y medio después de la primera. Dicha
asamblea fue ocasionada, ni más ni menos, que por la asombrosa resurrección de Lázaro.
Fue Caifás quien propuso directamente la pena de muerte, ratificada por
unanimidad: “Algunos de los judíos fueron a los fariseos y les contaron
lo que había hecho Jesús. En tal virtud, los pontífices y los fariseos reunieron el concejo y decían: ‘¿Qué hacer? Este hombre hace muchos milagros. Si le dejamos continuar, todos creerán en él, y vendrán los romanos y se apoderarán de nuestro país y de sus habitantes’. Pero uno de ellos, nombrado Caifás, que era el príncipe de los sacerdotes aquel año, les dijo:‘Vosotros
no sabéis nada, y no consideráis que vale más que uno solo hombre muera
por todo el pueblo, y no que toda la nación perezca’. Así es que desde aquel día resolvieron hacerle morir.Por
esto Jesús ya no se presentaba en público entre los judíos; mas se fue
de allí, a un país vecino del desierto, en una villa nombrada Ephrem, y
allí estaba con sus discípulos… Los pontífices y los fariseos habían ordenado que, si alguno sabía donde estaba, lo declarase, a fin de aprehenderle” (Jn 11, 43-56). Así pues, este segundo concejo se decidió a dar muerte a Jesús, por resolución del gran sacerdote: “Vale más que uno solo hombre muera”.
Dicha sentencia, retengámoslo, fue pronunciada sin citar al condenado,
sin oírle, sin acusadores ni testigos, etc, por la sola razón de
detener el curso de sus milagros e impedir que el pueblo creyese en él. Y
todo el concejo ratificó servilmente este fallo; nadie lo impugnó, al
contrario: “desde aquel día resolvieron hacerle morir”.
c. La tercera reunión: 12 de marzo del 782, a 20 o
25 días después de la anterior, es el miércoles de la última semana de
Jesús, o sea, dos días antes de la Pasión. El arresto y suplicio serán
fijados aquí para efectuarlos en el primer momento favorable. “Se
aproximaba la fiesta de los ázimos, llamada Pascua. Y los príncipes de
los sacerdotes y los escribas buscaban cómo podrían hacer morir a Jesús.
Entonces los príncipes y los ancianos del pueblo se reunieron en la
sala del gran sacerdote, que se llamaba Caifás, y tuvieron concejo para saber cómo se apoderarían con cautela de Jesús, y le harían morir. Y decían: ‘Es necesario que no sea durante la fiesta, no sea que le levante algún tumulto en el pueblo’”
(Lc 22, 1,3; Mt 26, 3). Se trata entonces, no de la deliberación acerca
de si se lo apresa o asesina, sino del momento prudente para hacerle
morir.
[1] La Mishna comprende 63 tratados
contenidos en los 6 títulos siguientes: Orden de las shaietes, de las
fiestas, de las mujeres, de los daños, de las cosas santas, de las
purificaciones. El Tratado de los Sanedrines (es el cuarto de los
daños). Sin duda no son auténticas todas las tradiciones judiciales allí
consignadas por los rabinos, deseosos de hacer valer la equidad del
Sanedrín, pero un número considerable de ellas son verdaderas y datan de
la antigua Sinagoga. Para distinguir las verdaderas reglas judiciales
de las falsas, los hermanos Lemann dan la siguiente regla: siempre
que se encuentra en la Mishna una ley judicial que ha sido violada en el
proceso de Jesús, se puede afirmar que es de la antigua Sinagoga,
es decir, que no ha sido alterada por los rabinos. Según los mismos
hermanos, los rabinos se esforzaron para modificar en la legislación
hebrea todo lo que, a los ojos de la posteridad, podía acriminar la
conducta del Sanedrín, respecto a Jesucristo.
[2] Mt 22,23.
[3] Cuando a San Pablo le tocó comparecer al Sanedrín conocía las
divisiones doctrinales internas entre saduceos y fariseos y les dijo: “Hermanos,
yo soy fariseo e hijo de fariseo; se me quiere condenar a causa de la
esperanza de una vida futura y de la resurrección de los muertos”
(Hechos 23, 6-10). Apenas el apóstol dijo estas palabras comenzó una
discusión tal que San Pablo aprovechó para retirarse en silencio.
[4] Leonardo Castellani, Psicología Humana, Jauja, Mendoza, 1977, 296.
[5] Jn 7, 37-54.
[6] La sinagoga distinguía tres grados de excomunión o de anatema: la separación (niddui); la execración (cherem); la muerte (schammata).
El primer grado o separación condenaba, al que se le imponía, a vivir
aislado durante treinta días: podía frecuentar el templo, pero en un
sitio aparte. Tampoco estaba reservado exclusivamente al Sanedrín, podía
ser formulado en toda ciudad por los sacerdotes encargados de residir
allí como jueces. El segundo grado o execración, traía consigo una
separación completa de la sociedad judaica; aquel al que se le imponía
era excluido del templo y entregado al demonio y solo el sanedrín,
residente en Jerusalén, podía pronunciar este anatema. Lo pronunció en
efecto, en esta primera reunión, contra todo el que osara confesar que
Jesucristo era el Mesías. El tercer grado o la muerte, era el más
formidable de los tres; se reservaba ordinariamente para los falsos
profetas. Este anatema entregaba, a aquel sobre quien caía, a la muerte
del alma, y era lo más frecuente, a la del cuerpo. El sanedrín entero
pronunciaba solemnemente y en medio de las más horribles maldiciones la
sentencia; si por alguna razón atenuante no se entregaba al excomulgado
el último suplicio (la lapidación), siempre, después de su muerte, se
chocaba una piedra sobre su sepulcro, para significar que había merecido
ser apedreado, y nadie podía acompañar el cuerpo del difunto, o llevar
luto por él.