Sigue creciendo. Por Vicente Massot
Si Cristina Kirchner tuviera la
seguridad plena de que en caso de dar rienda suelta a sus observancias
populistas y del escalamiento de su discurso, resultase ganadora en los
comicios presidenciales, no duraría un segundo en dar ese paso. Pero,
como nadie está en condiciones de ofrecerle semejante certeza, hace lo
que cualquier otra persona obraría en su lugar: evitar las posiciones
maximalistas y abrazar la estrategia del silencio que, hasta el momento,
tan buenos resultados le ha brindado.
Si la encuesta de Isonomía que circuló a
partir del pasado día martes en las redes refleja la realidad, la viuda
de Kirchner —cierto es que todavía con 17 % de indecisos— aventaja en
una eventual segunda vuelta al actual presidente por nueve puntos.
—Pequeño detalle, esa empresa trabaja con el Pro desde que el partido
identificado con el color amarillo hacía sus primeros palotes en la
política criolla. No cabe, pues, en cabeza alguna que pudiera su
director adulterar a propósito los números de la muestra para satisfacer
a su cliente. Hay, además, un segundo detalle, no menor, que explica el
título de estas líneas. Un mes atrás, la diferencia a favor de la
Señora apenas si alcanzaba 1 %. Estaba —después de todo— dentro de
cuanto se denomina margen de error estadístico. Hace dos semanas la
ventaja de aquélla había trepado a cuatro puntos. O sea que, en escasos
quince días, el crecimiento de CFK sobre Mauricio Macri se convirtió en
una constante.
Parece difícil que —en consonancia con
los datos apuntados— Cristina Fernández modifique siquiera en un punto o
en una coma la partitura táctica que ha elegido. Lo que funciona no se
cambia es un mandamiento que vale tanto para el marketing empresario
como para una campaña política. Por eso carece de sentido pedirle a la
jefa de Unión Ciudadana definiciones no sólo acerca de su candidatura
sino tampoco respecto de lo que haría en el supuesto de que a fin de año
retornase triunfante a la Casa Rosada. De momento, deja que sus
subordinados hablen sin que pueda decirse que actúan en su nombre. No
desautoriza a ninguno, a condición de entender que a ninguno lo bendice.
Sabe
de memoria qué tanto temor y hasta odio genera su nombre en un vasto
sector de la sociedad, de modo tal que echar más leña al fuego sería una
muestra de insensatez en la que difícilmente incurra. Cargar con
vehemencia en contra del Fondo Monetario Internacional o quebrar una
lanza en favor de Nicolás Maduro, es algo que no se le ocurre. Aun
cuando deba morderse la lengua, no le dará el gusto a quienes la acusan
por anticipado de querer llevarnos por el mismo camino que el chavismo
recorrió en Venezuela.
Existe en este duelo un dato curioso.
Así como en las dos elecciones críticas previas la ex–presidente le
prestó —con base en su soberbia y omnipotencia— un apoyo inconmensurable
a su principal enemigo, así también hoy es Macri el que le devuelve
—sin desearlo, por supuesto, y de manera diferente— aquellos apoyos.
Gracias al crucial e impensable espaldarazo que le dio en 2015 a Aníbal
Fernández en la provincia de Buenos Aires en contra de Julián Domínguez;
y luego, en 2017, por el capricho de negarse a participar en una
interna en la que su contrincante hubiese sido Florencio Randazzo,
Cristina Fernández logró que Scioli perdiese el sillón de Rivadavia en
el primero de los años mencionados y que el oficialismo ganase el
distrito bonaerense a expensas suyas, en la segunda ocasión. Se
equivocan, pues, quienes piensan que Jaime Durán Barba ha sido el
artífice de los triunfos más resonantes del macrismo. En eso, aunque no
le guste escucharlo a los ocupantes de Balcarce 50, Cristina le saca
ventajas considerables al ecuatoriano.
¿Qué es lo que ha sucedido en los
últimos dieciocho meses, poco más o menos? Una devolución de favores,
fruto del descalabro económico que ha gestado la impericia y soberbia
del gobierno. Sólo el fracaso de la administración de Cambiemos explica
la envergadura electoral del kirchnerismo. De no haber sido por los
errores de diagnóstico y de ejecución en los que incurrió, Cristina
Fernández jamás estaría a esta altura primera en las encuestas de
opinión. La consecuencia no querida de la elección de Aníbal Fernández
fue la victoria de María Eugenia Vidal. La crisis económica y social que
padecemos es la que puede catapultar a la viuda de Kirchner al poder
nuevamente.
Como
quiera que sea, mientras la Casa Rosada deba anunciar que la inflación
de marzo fue 4,7 % y que la de abril resultará similar, ¿qué sentido
tendría que la ex–presidente hiciese declaraciones? El alza del costo de
vida y la desocupación, combinados con la caída del consumo y de la
actividad económica en general, por ahora le bastan y sobran a la
Fernández. En un pasado no tan lejano, ella fue la mejor jefa de campaña
de Macri. En el presente, los roles parecen haberse invertido.
El crecimiento de sus posibilidades no
lo ha percibido solamente el gobierno. Tanto en la jJusticia como en el
peronismo ortodoxo han tomado debida nota del fenómeno. Dos ejemplos lo
prueban, si bien no resultan definitivos. Cuando todo hacia prever que
el juicio vinculado a los contratos de Vialidad, Hotesur y Los Sauces
habría comenzado a esta altura del año y tendría en calidad de principal
acusada, por una serie de delitos de corrupción, a la jefa de Unidad
Ciudadana, los jueces se excusaron en forma poco elegante y se pasaron
la pelota unos a otros, sacándose de encima la responsabilidad. Hasta
que el lunes la Sala I de la Cámara de Casación decidió que el Tribunal
Oral Federal Nº 5 atienda la causa “Vialidad”. El juicio comenzará el 21
de mayo.
En atención a lo que sabemos de la
Justicia argentina, creer que la dilación fue fruto de la casualidad, o
de una cuestión rigurosa de competencias, sería algo más que una
ingenuidad. Por su parte, las palabras del reciente ganador en Entre
Ríos, Gustavo Bordet, luego de conocidos los resultados electorales en
su provincia, no dejan lugar a dudas. Un político que hasta el día
anterior se contaba entre los federales y había hecho conocer su
adhesión a Roberto Lavagna, voceó a los cuatro vientos, sin que le
temblara la voz: “Si el fruto del consenso es Cristina, estaremos con
Cristina”. Más claro…
La pregunta de si Cristina Kirchner va o
no a ser candidata a presidente será válida hasta el 22 de junio. Pero
en este contexto la respuesta es imaginable para cualquiera.