En coche al muere
Macri desestima una opción capaz de sacarnos rápidamente del
pantano, y opta por los remiendos superficiales para llegar a las
elecciones
La inflación no cede: en marzo alcanzó un rutilante 4,7% y se
espera que la simple inercia la lleve en abril a una cifra similar. La
recesión no cede: sólo economistas con poderes extrasensoriales hablan
de una reactivación imperceptible para el común. El tipo de cambio no
cede: el gobierno se dispone a despilfarrar dólares propios y prestados
para asegurar la oferta, y pesos en tasas de interés astronómicas para
restringir la demanda. “Siete meses con dólar constante e inflación
rampante. A costa de endeudamiento y recesión. Y a eso lo llaman
política económica”, escribió el economista Carlos Rodríguez. Inflación
significa pérdida del poder adquisitivo del salario y recesión significa
pérdida de empleo, allí donde todavía hay empleo y salario porque
inflación y recesión juntas significan quebrantos empresarios y
comerciales. Miles de millones adicionales se irán en subsidios de
diverso tipo, en ofrenda a ese elusivo segundo semestre que desde hace
cuatro años promete cambiar el curso de las cosas.
“Creo que todos hablamos de la economía argentina como si fuera un
país normal. No somos un país normal”, describió el año pasado el
economista Juan Llach. “Primero, la trayectoria de larguísimo plazo de
la economía del país revela que es el caso de decadencia relativa más
importante de todo el mundo, entre los países de igual tamaño y
características; segundo, llevamos 73 años con inflación crónica con dos
dígitos altos, y hasta tres y cuatro, salvo muy pocos años; esto
tampoco lo ha tenido ningún país; y tercero, lo peor de todo, la nuestra
es la única economía plenamente bimonetaria del planeta. Y no hay
manuales para este caso tan atípico”, prosiguió Llach en un reportaje.
“Muchos de mis colegas dan por sentado que sí los hay; y veo que se
habla con una contundencia que la evidencia y las teorías disponibles no
justifican, porque la incertidumbre es muy grande en una economía
bimonetaria. El ahorro y la inversión están completamente dolarizados;
para la gente de los sectores de ingreso medio para arriba la unidad de
cuenta patrimonial es una moneda extranjera.”
Faltarán manuales pero no experiencia. En la década de 1990, el
entonces ministro de economía Domingo Cavallo condujo un singular y
exitoso experimento de ordenamiento económico que estabilizó la moneda,
aseguró un crecimiento promedio del 5,5 anual y aniquiló la inflación
reconociendo el carácter bimonetario de la economía. Cavallo fue
despedido a mitad de la década, y los políticos se dedicaron enseguida a
violar todas las reglas de disciplina fiscal que el plan imponía,
apludidos por los privados que lucran con el Estado y con el desorden.
Entre todos detonaron la crisis del 2001, le metieron la mano en el
bolsillo a los ahorristas, y montaron una campaña de prensa para echarle
la culpa al ex ministro. Al tiempo que les robaban sus depósitos,
hicieron creer a las personas que todo había sido un engaño, que los
únicos diez años de normalidad económica que conocerían en su vida
habían sido un espejismo. Que lo normal era la anormalidad: la
inflación, la falta de trabajo, y el dólar como refugio inalcanzable.
A falta de manuales, Cavallo se tomó el trabajo de narrar y
documentar su experiencia, y de examinarla y criticarla a la luz de lo
ocurrido después. De modo que cualquier interesado en eliminar la
inflación, reactivar la economía y estabilizar la paridad cambiaria,
como Macri y su gobierno, bien pudo haber acudido a los libros que el ex
ministro escribió después de su gestión. Pero nadie lo hizo. Una
lástima, porque además de examinar el pasado, Cavallo se ocupó también
de adelantar el futuro: en un libro de 2008 advirtió que el país se
encaminaba hacia un escenario de estancamiento con inflación, ese
pantano en el que chapoteamos en estos días, y sugirió las medidas que
podían evitarnos tan peligroso predicamento. Un año antes de la elección
presidencial del 2015, publicó Camino a la estabilidad, en el
que advirtió a los aspirantes que su mayor desafío sería derrotar la
inflación y estabilizar la economía. “Para ese entonces, millones de
argentinos estarán convencidos de que la inflación es la principal causa
del aumento de la pobreza y de la pérdida de empleos productivos,
además de tener crispados sus ánimos por la carrera infernal y desigual
que significan los aumentos continuos de precios y salarios.”
Por supuesto, el eje central de las propuestas del ex ministro es el
reconocimiento formal de ese dato de la realidad que señalaba Llach: nos
guste o no, la nuestra es una economía bimonetaria. Los argentinos
usamos el peso para nuestras transacciones cotidianas, pero recurrimos
al dólar para la valuación de nuestro patrimonio y como reserva de
valor. Ahorrar, en la Argentina, es comprar dólares. Y comprar dólares
es la manera accesible para el hombre común de proteger su patrimonio.
Como el Estado argentino ha demostrado reiteradamente ser incapaz de
cuidar de nuestra moneda, cedemos esa parte de nuestra soberanía a una
especie de protectorado con sede en la Reserva Federal. Al
reconocimiento formal de esa esquizofrenia se le llama bimonetarismo
(mejor que convertibilidad), y consiste en que una persona pueda
utilizar indistintamente una u otra moneda para ahorrar o para transar
según una paridad convenida de antemano y estable. También obliga a no
emitir pesos que no tengan respaldo en dólares, lo que automáticamente
prohíbe la indisciplina fiscal.
Según Cavallo, ahora es el momento ideal para estabilizar el tipo de
cambio y desindexar la economía. “Por primera vez en los últimos tres
años, el tipo de cambio de mercado está muy cerca del tipo de cambio de
paridad del poder adquisitivo y del tipo de cambio de convertibilidad”,
escribió en una nota reciente. “El tipo de cambio de paridad del poder adquisitivo
surge de dividir (y luego promediar) los precios en pesos en Argentina
por los precios en dólares en los Estados Unidos para una canasta de 300
bienes y servicios perfectamente comparables. En febrero era de 40
pesos por dólar. El tipo de cambio de convertibilidad surge de dividir la suma de todos los pasivos monetarios del Banco Central más el stock de letras del Banco Central en pesos (antes LEBACs, ahora LELIQs) por el stock de reservas en dólares. En febrero era 42 pesos por dólar.
“No sería una mala idea,” prosiguió, “ahora que el precio del dólar
está en alrededor de 44 pesos, estabilizarlo en ese valor a través de un
compromiso de comprar o vender todos los dólares necesarios a ese
precio y permitir que el dólar pueda cumplir con todas las funciones de
moneda de curso legal, junto con el peso. Una decisión como ésta
permitiría des indexar la economía, algo esencial para lograr
estabilidad inmediata si es que el gobierno persevera con su política de
déficit primario cero.” En una entrevista por televisión, fue más lejos
y recomendó pactar en dólares los salarios y las jubilaciones. “Los
primeros indicadores de precios de abril preanuncian que la inflación
continúa en el orden del 4% mensual, algo que no puede ser explicado
sino por una muy elevada inercia inflacionaria y una fuerte expectativa
de devaluación”.
Aquí Cavallo puso el dedo en la llaga, porque el principal problema
que afecta al gobierno no es tanto económico como político: no sólo no
consigue generar confianza ni credibilidad, ni siquiera con el apoyo sin
precedentes del gobierno estadounidense y del FMI, sino que además su
propia torpeza ha generado un escenario electoral para este año capaz de
multiplicar la incertidumbre hasta la exasperación. “Si el gobierno no
centra su campaña electoral presentando un plan económico de
estabilización y crecimiento realista y sincero, que inspire confianza a
los inversores argentinos y extranjeros y logre a la vez bajar las
tasas reales de interés y el riesgo país, es muy probable que pierda la
elección presidencial, por más campaña 4.0 que proponga Durán Barba”,
había advertido el ex ministro ya en diciembre del año pasado.
Por supuesto que la bimonetización de la economía tiene sus costos,
empezando por el sacrificio de la soberanía monetaria. Pero son costos
que podemos controlar, a diferencia de los sacrificios de soberanía que
implican ceder tierras patagónicas para una base militar china a cambio
de créditos, o firmar contratos secretos con Chevron para explotar Vaca
Muerta, o tomar deuda a lo pavote bajo la jurisdicción de tribunales
extranjeros. Otro costo previsible tiene que ver con la competitividad.
“Para evitar que la caída del tipo de cambio real desaliente las
exportaciones”, escribió Cavallo, “el gobierno debe anunciar que, tan
pronto la evidencia de avances hacia el equilibrio fiscal lo permita, se
irán reduciendo las retenciones hasta ser eliminadas totalmente” y que,
como política de aliento a las exportaciones, “el plan de mediano plazo
consiste en eliminar todos los impuestos distorsivos y las regulaciones
que restringen la productividad de la economía y no pretender mantener
alto el tipo de cambio real mediante continuas devaluaciones del tipo de
cambio nominal.”
La soberanía monetaria y la competitividad cambiaria son los argumentos políticamente correctos que utiliza el establishment
local para justificar su oposición al bimonetarismo. Pero sus razones
son otras: los políticos corruptos, los empresarios prebendarios, los
especuladores financieros prosperan en el desorden y mueren asfixiados
en los rigores de la disciplina monetaria. La inflación es una
gigantesca lavandería que limpia los pecados de la corrupción, la
incompetencia y la negligencia tanto en el ámbito estatal como en el
privado. Pero los residuos de esa mugre caen sobre las espaldas de la
gente común. La inflación es el instrumento por excelencia para una
injusta distribución de la riqueza: premia al pícaro y castiga al que
trabaja. Una moneda sana, por el contrario, tiene efectos saludables
sobre todo el resto del organismo social: obliga al esfuerzo para
obtener ganancias, a la austeridad para conservarlas, a la inteligencia
para multiplicarlas.
Domingo Cavallo le ha ofrecido al gobierno de Macri un plan
coherente, y hasta cierto punto probado en sus aciertos y en sus
dificultades, que le permitiría librarse en muy breve plazo del
atolladero económico y político en el que se ha metido. “No hay ningún
indicio de que el gobierno esté teniendo en cuenta las sugerencias que
presento”, admitió Cavallo en una de sus últimas notas. Efectivamente,
en lugar de prestarle atención, el gobierno ha preferido enredarse en
una mezcla de controles de precios, congelamiento de tarifas y
manipulaciones cambiarias de inspiración kirchnerista y orientación
puramente electoral: “Tapemos, y después vemos.” Nada indica que esas
medidas vayan a tener la capacidad persuasiva suficiente como para
cambiar las expectativas, en términos tanto políticos como económicos.
Con inocultable frustración pero con la resignada tolerancia del
maestro, Cavallo reprodujo en la última entrada de su blog un antiguo
paso de comedia suyo con Tato Bores en el amanecer de la
convertibilidad. “Si el presidente Macri acertara con un buena reforma
monetaria, en lugar de lucir irritado y angustiado estaría contento y
distendido”, escribió en la dedicatoria. Las medidas anunciadas esta
semana no reflejan sin embargo angustia ni contento: el general
Mauricio, impávido, va en coche al muere. Y nos arrastra a todos,
crispados nuestros ánimos en la carrera infernal y desigual.
–Santiago González