viernes, 19 de abril de 2019

En coche al muere


En coche al muere


Macri desestima una opción capaz de sacarnos rápidamente del pantano, y opta por los remiendos superficiales para llegar a las elecciones
La inflación no cede: en marzo alcanzó un rutilante 4,7% y se espera que la simple inercia la lleve en abril a una cifra similar. La recesión no cede: sólo economistas con poderes extrasensoriales hablan de una reactivación imperceptible para el común. El tipo de cambio no cede: el gobierno se dispone a despilfarrar dólares propios y prestados para asegurar la oferta, y pesos en tasas de interés astronómicas para restringir la demanda. “Siete meses con dólar constante e inflación rampante. A costa de endeudamiento y recesión. Y a eso lo llaman política económica”, escribió el economista Carlos Rodríguez. Inflación significa pérdida del poder adquisitivo del salario y recesión significa pérdida de empleo, allí donde todavía hay empleo y salario porque inflación y recesión juntas significan quebrantos empresarios y comerciales. Miles de millones adicionales se irán en subsidios de diverso tipo, en ofrenda a ese elusivo segundo semestre que desde hace cuatro años promete cambiar el curso de las cosas. 

Y después de las elecciones, Dios dirá, porque octubre no está todavía claro, como tampoco está claro cómo y por qué la economía argentina va a revertir su prolongada temporada recesiva, ni cómo va a hacer para pagar los perentorios vencimientos de la deuda contraída con el Fondo.
“Creo que todos hablamos de la economía argentina como si fuera un país normal. No somos un país normal”, describió el año pasado el economista Juan Llach. “Primero, la trayectoria de larguísimo plazo de la economía del país revela que es el caso de decadencia relativa más importante de todo el mundo, entre los países de igual tamaño y características; segundo, llevamos 73 años con inflación crónica con dos dígitos altos, y hasta tres y cuatro, salvo muy pocos años; esto tampoco lo ha tenido ningún país; y tercero, lo peor de todo, la nuestra es la única economía plenamente bimonetaria del planeta. Y no hay manuales para este caso tan atípico”, prosiguió Llach en un reportaje. “Muchos de mis colegas dan por sentado que sí los hay; y veo que se habla con una contundencia que la evidencia y las teorías disponibles no justifican, porque la incertidumbre es muy grande en una economía bimonetaria. El ahorro y la inversión están completamente dolarizados; para la gente de los sectores de ingreso medio para arriba la unidad de cuenta patrimonial es una moneda extranjera.”
Faltarán manuales pero no experiencia. En la década de 1990, el entonces ministro de economía Domingo Cavallo condujo un singular y exitoso experimento de ordenamiento económico que estabilizó la moneda, aseguró un crecimiento promedio del 5,5 anual y aniquiló la inflación reconociendo el carácter bimonetario de la economía. Cavallo fue despedido a mitad de la década, y los políticos se dedicaron enseguida a violar todas las reglas de disciplina fiscal que el plan imponía, apludidos por los privados que lucran con el Estado y con el desorden. Entre todos detonaron la crisis del 2001, le metieron la mano en el bolsillo a los ahorristas, y montaron una campaña de prensa para echarle la culpa al ex ministro. Al tiempo que les robaban sus depósitos, hicieron creer a las personas que todo había sido un engaño, que los únicos diez años de normalidad económica que conocerían en su vida habían sido un espejismo. Que lo normal era la anormalidad: la inflación, la falta de trabajo, y el dólar como refugio inalcanzable.
A falta de manuales, Cavallo se tomó el trabajo de narrar y documentar su experiencia, y de examinarla y criticarla a la luz de lo ocurrido después. De modo que cualquier interesado en eliminar la inflación, reactivar la economía y estabilizar la paridad cambiaria, como Macri y su gobierno, bien pudo haber acudido a los libros que el ex ministro escribió después de su gestión. Pero nadie lo hizo. Una lástima, porque además de examinar el pasado, Cavallo se ocupó también de adelantar el futuro: en un libro de 2008 advirtió que el país se encaminaba hacia un escenario de estancamiento con inflación, ese pantano en el que chapoteamos en estos días, y sugirió las medidas que podían evitarnos tan peligroso predicamento. Un año antes de la elección presidencial del 2015, publicó Camino a la estabilidad, en el que advirtió a los aspirantes que su mayor desafío sería derrotar la inflación y estabilizar la economía. “Para ese entonces, millones de argentinos estarán convencidos de que la inflación es la principal causa del aumento de la pobreza y de la pérdida de empleos productivos, además de tener crispados sus ánimos por la carrera infernal y desigual que significan los aumentos continuos de precios y salarios.”
Por supuesto, el eje central de las propuestas del ex ministro es el reconocimiento formal de ese dato de la realidad que señalaba Llach: nos guste o no, la nuestra es una economía bimonetaria. Los argentinos usamos el peso para nuestras transacciones cotidianas, pero recurrimos al dólar para la valuación de nuestro patrimonio y como reserva de valor. Ahorrar, en la Argentina, es comprar dólares. Y comprar dólares es la manera accesible para el hombre común de proteger su patrimonio. Como el Estado argentino ha demostrado reiteradamente ser incapaz de cuidar de nuestra moneda, cedemos esa parte de nuestra soberanía a una especie de protectorado con sede en la Reserva Federal. Al reconocimiento formal de esa esquizofrenia se le llama bimonetarismo (mejor que convertibilidad), y consiste en que una persona pueda utilizar indistintamente una u otra moneda para ahorrar o para transar según una paridad convenida de antemano y estable. También obliga a no emitir pesos que no tengan respaldo en dólares, lo que automáticamente prohíbe la indisciplina fiscal.
Según Cavallo, ahora es el momento ideal para estabilizar el tipo de cambio y desindexar la economía. “Por primera vez en los últimos tres años, el tipo de cambio de mercado está muy cerca del tipo de cambio de paridad del poder adquisitivo y del tipo de cambio de convertibilidad”, escribió en una nota reciente. “El tipo de cambio de paridad del poder adquisitivo surge de dividir (y luego promediar) los precios en pesos en Argentina por los precios en dólares en los Estados Unidos para una canasta de 300 bienes y servicios perfectamente comparables. En febrero era de 40 pesos por dólar. El tipo de cambio de convertibilidad surge de dividir la suma de todos los pasivos monetarios del Banco Central más el stock de letras del Banco Central en pesos (antes LEBACs, ahora LELIQs) por el stock de reservas en dólares. En febrero era 42 pesos por dólar.
“No sería una mala idea,” prosiguió, “ahora que el precio del dólar está en alrededor de 44 pesos, estabilizarlo en ese valor a través de un compromiso de comprar o vender todos los dólares necesarios a ese precio y permitir que el dólar pueda cumplir con todas las funciones de moneda de curso legal, junto con el peso. Una decisión como ésta permitiría des indexar la economía, algo esencial para lograr estabilidad inmediata si es que el gobierno persevera con su política de déficit primario cero.” En una entrevista por televisión, fue más lejos y recomendó pactar en dólares los salarios y las jubilaciones. “Los primeros indicadores de precios de abril preanuncian que la inflación continúa en el orden del 4% mensual, algo que no puede ser explicado sino por una muy elevada inercia inflacionaria y una fuerte expectativa de devaluación”.
Aquí Cavallo puso el dedo en la llaga, porque el principal problema que afecta al gobierno no es tanto económico como político: no sólo no consigue generar confianza ni credibilidad, ni siquiera con el apoyo sin precedentes del gobierno estadounidense y del FMI, sino que además su propia torpeza ha generado un escenario electoral para este año capaz de multiplicar la incertidumbre hasta la exasperación. “Si el gobierno no centra su campaña electoral presentando un plan económico de estabilización y crecimiento realista y sincero, que inspire confianza a los inversores argentinos y extranjeros y logre a la vez bajar las tasas reales de interés y el riesgo país, es muy probable que pierda la elección presidencial, por más campaña 4.0 que proponga Durán Barba”, había advertido el ex ministro ya en diciembre del año pasado.
Por supuesto que la bimonetización de la economía tiene sus costos, empezando por el sacrificio de la soberanía monetaria. Pero son costos que podemos controlar, a diferencia de los sacrificios de soberanía que implican ceder tierras patagónicas para una base militar china a cambio de créditos, o firmar contratos secretos con Chevron para explotar Vaca Muerta, o tomar deuda a lo pavote bajo la jurisdicción de tribunales extranjeros. Otro costo previsible tiene que ver con la competitividad. “Para evitar que la caída del tipo de cambio real desaliente las exportaciones”, escribió Cavallo, “el gobierno debe anunciar que, tan pronto la evidencia de avances hacia el equilibrio fiscal lo permita, se irán reduciendo las retenciones hasta ser eliminadas totalmente” y que, como política de aliento a las exportaciones, “el plan de mediano plazo consiste en eliminar todos los impuestos distorsivos y las regulaciones que restringen la productividad de la economía y no pretender mantener alto el tipo de cambio real mediante continuas devaluaciones del tipo de cambio nominal.”
La soberanía monetaria y la competitividad cambiaria son los argumentos políticamente correctos que utiliza el establishment local para justificar su oposición al bimonetarismo. Pero sus razones son otras: los políticos corruptos, los empresarios prebendarios, los especuladores financieros prosperan en el desorden y mueren asfixiados en los rigores de la disciplina monetaria. La inflación es una gigantesca lavandería que limpia los pecados de la corrupción, la incompetencia y la negligencia tanto en el ámbito estatal como en el privado. Pero los residuos de esa mugre caen sobre las espaldas de la gente común. La inflación es el instrumento por excelencia para una injusta distribución de la riqueza: premia al pícaro y castiga al que trabaja. Una moneda sana, por el contrario, tiene efectos saludables sobre todo el resto del organismo social: obliga al esfuerzo para obtener ganancias, a la austeridad para conservarlas, a la inteligencia para multiplicarlas.
Domingo Cavallo le ha ofrecido al gobierno de Macri un plan coherente, y hasta cierto punto probado en sus aciertos y en sus dificultades, que le permitiría librarse en muy breve plazo del atolladero económico y político en el que se ha metido. “No hay ningún indicio de que el gobierno esté teniendo en cuenta las sugerencias que presento”, admitió Cavallo en una de sus últimas notas. Efectivamente, en lugar de prestarle atención, el gobierno ha preferido enredarse en una mezcla de controles de precios, congelamiento de tarifas y manipulaciones cambiarias de inspiración kirchnerista y orientación puramente electoral: “Tapemos, y después vemos.” Nada indica que esas medidas vayan a tener la capacidad persuasiva suficiente como para cambiar las expectativas, en términos tanto políticos como económicos. Con inocultable frustración pero con la resignada tolerancia del maestro, Cavallo reprodujo en la última entrada de su blog un antiguo paso de comedia suyo con Tato Bores en el amanecer de la convertibilidad. “Si el presidente Macri acertara con un buena reforma monetaria, en lugar de lucir irritado y angustiado estaría contento y distendido”, escribió en la dedicatoria. Las medidas anunciadas esta semana no reflejan sin embargo angustia ni contento: el general Mauricio, impávido, va en coche al muere. Y nos arrastra a todos, crispados nuestros ánimos en la carrera infernal y desigual.
–Santiago González