Tarde. Por Vicente Massot
Por primera vez, la plana mayor de
Cambiemos ha tomado conciencia de algo que se negaba a considerar —como
posibilidad siquiera— y ahora debe contemplar como probabilidad: que
Cristina Fernández —a quien la daban los macristas por derrotada antes
de empezar— podría ganar en una segunda vuelta si las penurias
económicas presentes se agravasen en los próximos meses. No es que el
presidente y sus principales laderos hayan entrado en pánico y no sepan
para dónde agarrar. No han perdido la calma. Eso sí, han sumado una
preocupación más a las muchas que ya tenían. Lo cual los ha llevado a
preguntarse cómo pueden —si acaso ello resultara factible— revertir una
situación desfavorable y transformar el círculo vicioso en el cual se
mueven en otro de características virtuosas.
Las encuestas con las que se manejan
desde siempre en la Casa Rosada no dejan lugar a dudas acerca de las
debilidades que aquejan hoy a la coalición gobernante ni del crecimiento
de la intención de voto de Cristina Fernández. Como si ello fuera poco,
vino Jaime Duran Barba —mezcla de gurú y pontífice para los integrantes
del Pro— a corroborar lo que aquellos relevamientos de opinión habían
anticipado. Es cierto que una de las características más salientes de
Mauricio Macri y de sus lugartenientes ha sido la jactancia. Inmunes a
las críticas y a los consejos, durante años sólo se escucharon a sí
mismos. Pero, de un tiempo a esta parte, parecen haberse dado por
enterados de que la altanería sirve de poco. Sobre todo si lo que desean
es retener el poder.
Es en este contexto que deben entenderse
los pasos dados por el Poder Ejecutivo de cara al así denominado
Círculo Rojo, a la Unión Cívica Radical, a los sindicatos y a los
movimientos sociales. La política desenvuelta por el gobierno respecto
de aquel círculo no fue precisamente condescendiente. En más de una
oportunidad el jefe del Estado lo criticó sin contemplaciones. —Pues
bien, eso ha cambiado. El jefe de gabinete Marcos Peña no pierde ocasión
para tender puentes con sus representantes con el propósito de
recordarles que están todos en el mismo barco. Respecto de sus socios
radicales, fueron sacados del anonimato —por llamarlo de alguna manera— y
escuchados atentamente. Hasta un par de meses atrás, casi podría
decirse que a Macri le molestaban. De pronto, se les ha dado
un papel de reparto pero importante. En una palabra, los han subido al escenario. Ello representa un upgrade considerable si se tiene presente que apenas les permitían abrir y cerrar las cortinas. Por su lado, a los gremialistas les descongelan partidas suculentas relacionadas con las obras sociales. Para los Gordos, es miel sobre hojuelas.
un papel de reparto pero importante. En una palabra, los han subido al escenario. Ello representa un upgrade considerable si se tiene presente que apenas les permitían abrir y cerrar las cortinas. Por su lado, a los gremialistas les descongelan partidas suculentas relacionadas con las obras sociales. Para los Gordos, es miel sobre hojuelas.
Determinar
si el gobierno está procediendo de esta manera por convicción o por
necesidad resulta irrelevante. En tren de tejer conjeturas, luce más
probable lo segundo aunque carece de interés. El dato nuevo —y, en
verdad, sustantivo— es la toma de conciencia del oficialismo sobre el
peligro que corre de perder las elecciones. Cualquiera que haya tenido
acceso a los funcionarios más conspicuos de Cambiemos conoce el grado de
confianza y de soberbia que desplegaban a la hora de analizar el
resultado de los comicios. Sentar cátedra en cuanto a la segura
participación de la viuda de Kirchner, tenerla como única contendiente
de relieve y anticipar su derrota, era una línea argumental que —de
Mauricio Macri para abajo, oficiando Marcos Peña de vocero y Jaime Durán
Barba de ideólogo— repetían todos de manera monocorde. Esa partitura ha
sido archivada.
¿Hay, pues, un nuevo programa en marcha?
—En realidad lo único que no admite discusión y no se halla sujeto a
debate es el plan del Fondo Monetario Internacional. Más allá del cual, y
dadas las enormes dificultades que debe enfrentar el gobierno, el
presidente está dispuesto a escuchar propuestas de donde vengan. Ello
significa —ni más ni menos— que las medidas que habrán de tomarse, en el
tiempo que resta hasta entrar en el cuarto oscuro, dependerán
esencialmente de la manera en que evolucione la economía. Sobre el
particular convendrá, durante los próximos seis meses, olvidarse de la
ideología a la hora de analizar las decisiones del oficialismo. Así como
se reimpusieron las retenciones a las exportaciones —algo que los
macristas habían jurado desterrar a perpetuidad— inmediatamente después
de la corrida cambiaria que derrumbó su exitismo, mañana el presidente
anunciará el lanzamiento de precios cuidados (voluntarios) y estímulos
para la construcción. Ello fue consensuado con los radicales. A su vez,
el Poder Ejecutivo rechazó el pedido de reducir el IVA y fijar un límite
a la suba de las tarifas y las naftas. El criterio que primó fue no
poner en entredicho el acuerdo con el FMI. Por ende, el presidente
—ignorando las contraindicaciones postuladas por la vastamente conocida
curva de Laffer— vetó todo avance que pudiese tener costo fiscal. No es
que los integrantes de la actual administración adscriban
doctrinariamente a la heterodoxia y repudien por convicción las
prácticas de mercado. La explicación es tan sencilla como prosaica:
quieren ganar en octubre, aun cuando tengan que borrar con el codo lo
que antes escribieron con la mano. Eso es todo.
Claro
que tienen dos limitaciones que acotan su campo de acción en forma
considerable: por un lado las instrucciones terminantes del FMI, de las
que no es dable apartarse. Hacerlo sería suicida. Por otro lado, también
los limita el tiempo. Faltan sólo cuatro meses para que se substancien
las PASO. Seis a los efectos de votar en la primera vuelta. Y siete si
—como todo lo hace pensar— hubiese ballotage. En atención a lo dicho, no
existe la más mínima posibilidad de pensar en reformas estructurales.
Si, en retoques y afeites. En buen romance, cosmética.
Sería injusto reputar los anuncios que
hará el presidente como un mero entretenimiento o —como se dice
habitualmente, cuando se trata de reflejar el propósito escondido de un
determinado actor de engañar al público de fulbito para la tribuna. Pero
está claro, aunque el gran público pueda hacerse ilusiones, de que
ninguno tendrá un efecto significativo sobre el bolsillo. Los números de
la economía están ya jugados. La recesión nos acompañará el resto del
año; la inflación anual en diciembre superará 40 %; las tasas seguirán
siendo prohibitivas; y todavía está por verse —nada menos— la manera
cómo evolucionará el tipo de cambio, pudiendo agravar las proyecciones
de actividad e inflación.
Mauricio Macri se ha dado cuenta tarde
de que así, con esta deriva, es probable que no sea reelecto. Por lo
tanto, ha decidido huir hacia adelante en una carrera en donde el tiempo
lo apremia tanto como los mandamientos del FMI. No le está permitido
generar un giro copernicano y, además, carece de margen de maniobra para
enfrentar los problemas que eludió desde el momento que llegó a
Balcarce 50.