viernes, 19 de abril de 2019

Tarde






Tarde. Por Vicente Massot

Por primera vez, la plana mayor de Cambiemos ha tomado conciencia de algo que se negaba a considerar —como posibilidad siquiera— y ahora debe contemplar como probabilidad: que Cristina Fernández —a quien la daban los macristas por derrotada antes de empezar— podría ganar en una segunda vuelta si las penurias económicas presentes se agravasen en los próximos meses. No es que el presidente y sus principales laderos hayan entrado en pánico y no sepan para dónde agarrar. No han perdido la calma. Eso sí, han sumado una preocupación más a las muchas que ya tenían. Lo cual los ha llevado a preguntarse cómo pueden —si acaso ello resultara factible— revertir una situación desfavorable y transformar el círculo vicioso en el cual se mueven en otro de características virtuosas.
Las encuestas con las que se manejan desde siempre en la Casa Rosada no dejan lugar a dudas acerca de las debilidades que aquejan hoy a la coalición gobernante ni del crecimiento de la intención de voto de Cristina Fernández. Como si ello fuera poco, vino Jaime Duran Barba —mezcla de gurú y pontífice para los integrantes del Pro— a corroborar lo que aquellos relevamientos de opinión habían anticipado. Es cierto que una de las características más salientes de Mauricio Macri y de sus lugartenientes ha sido la jactancia. Inmunes a las críticas y a los consejos, durante años sólo se escucharon a sí mismos. Pero, de un tiempo a esta parte, parecen haberse dado por enterados de que la altanería sirve de poco. Sobre todo si lo que desean es retener el poder.


Es en este contexto que deben entenderse los pasos dados por el Poder Ejecutivo de cara al así denominado Círculo Rojo, a la Unión Cívica Radical, a los sindicatos y a los movimientos sociales. La política desenvuelta por el gobierno respecto de aquel círculo no fue precisamente condescendiente. En más de una oportunidad el jefe del Estado lo criticó sin contemplaciones. —Pues bien, eso ha cambiado. El jefe de gabinete Marcos Peña no pierde ocasión para tender puentes con sus representantes con el propósito de recordarles que están todos en el mismo barco. Respecto de sus socios radicales, fueron sacados del anonimato —por llamarlo de alguna manera— y escuchados atentamente. Hasta un par de meses atrás, casi podría decirse que a Macri le molestaban. De pronto, se les ha dado
un papel de reparto pero importante. En una palabra, los han subido al escenario. Ello representa un upgrade considerable si se tiene presente que apenas les permitían abrir y cerrar las cortinas. Por su lado, a los gremialistas les descongelan partidas suculentas relacionadas con las obras sociales. Para los Gordos, es miel sobre hojuelas.

Determinar si el gobierno está procediendo de esta manera por convicción o por necesidad resulta irrelevante. En tren de tejer conjeturas, luce más probable lo segundo aunque carece de interés. El dato nuevo —y, en verdad, sustantivo— es la toma de conciencia del oficialismo sobre el peligro que corre de perder las elecciones. Cualquiera que haya tenido acceso a los funcionarios más conspicuos de Cambiemos conoce el grado de confianza y de soberbia que desplegaban a la hora de analizar el resultado de los comicios. Sentar cátedra en cuanto a la segura participación de la viuda de Kirchner, tenerla como única contendiente de relieve y anticipar su derrota, era una línea argumental que —de Mauricio Macri para abajo, oficiando Marcos Peña de vocero y Jaime Durán Barba de ideólogo— repetían todos de manera monocorde. Esa partitura ha sido archivada.

¿Hay, pues, un nuevo programa en marcha? —En realidad lo único que no admite discusión y no se halla sujeto a debate es el plan del Fondo Monetario Internacional. Más allá del cual, y dadas las enormes dificultades que debe enfrentar el gobierno, el presidente está dispuesto a escuchar propuestas de donde vengan. Ello significa —ni más ni menos— que las medidas que habrán de tomarse, en el tiempo que resta hasta entrar en el cuarto oscuro, dependerán esencialmente de la manera en que evolucione la economía. Sobre el particular convendrá, durante los próximos seis meses, olvidarse de la ideología a la hora de analizar las decisiones del oficialismo. Así como se reimpusieron las retenciones a las exportaciones —algo que los macristas habían jurado desterrar a perpetuidad— inmediatamente después de la corrida cambiaria que derrumbó su exitismo, mañana el presidente anunciará el lanzamiento de precios cuidados (voluntarios) y estímulos para la construcción. Ello fue consensuado con los radicales. A su vez, el Poder Ejecutivo rechazó el pedido de reducir el IVA y fijar un límite a la suba de las tarifas y las naftas. El criterio que primó fue no poner en entredicho el acuerdo con el FMI. Por ende, el presidente —ignorando las contraindicaciones postuladas por la vastamente conocida curva de Laffer— vetó todo avance que pudiese tener costo fiscal. No es que los integrantes de la actual administración adscriban doctrinariamente a la heterodoxia y repudien por convicción las prácticas de mercado. La explicación es tan sencilla como prosaica: quieren ganar en octubre, aun cuando tengan que borrar con el codo lo que antes escribieron con la mano. Eso es todo.

Claro que tienen dos limitaciones que acotan su campo de acción en forma considerable: por un lado las instrucciones terminantes del FMI, de las que no es dable apartarse. Hacerlo sería suicida. Por otro lado, también los limita el tiempo. Faltan sólo cuatro meses para que se substancien las PASO. Seis a los efectos de votar en la primera vuelta. Y siete si —como todo lo hace pensar— hubiese ballotage. En atención a lo dicho, no existe la más mínima posibilidad de pensar en reformas estructurales. Si, en retoques y afeites. En buen romance, cosmética.

Sería injusto reputar los anuncios que hará el presidente como un mero entretenimiento o —como se dice habitualmente, cuando se trata de reflejar el propósito escondido de un determinado actor de engañar al público de fulbito para la tribuna. Pero está claro, aunque el gran público pueda hacerse ilusiones, de que ninguno tendrá un efecto significativo sobre el bolsillo. Los números de la economía están ya jugados. La recesión nos acompañará el resto del año; la inflación anual en diciembre superará 40 %; las tasas seguirán siendo prohibitivas; y todavía está por verse —nada menos— la manera cómo evolucionará el tipo de cambio, pudiendo agravar las proyecciones de actividad e inflación.

Mauricio Macri se ha dado cuenta tarde de que así, con esta deriva, es probable que no sea reelecto. Por lo tanto, ha decidido huir hacia adelante en una carrera en donde el tiempo lo apremia tanto como los mandamientos del FMI. No le está permitido generar un giro copernicano y, además, carece de margen de maniobra para enfrentar los problemas que eludió desde el momento que llegó a Balcarce 50.