El proceso jurídico de Cristo 15: reparto de vestiduras y “titulus crucis”
El reparto de las vestiduras (Jn 19, 23-24)
También aquí la historia viene en nuestro auxilio para entender la verosimilitud del relato evangélico. Sólo San Juan habla de “túnica”, mientras que los otros tres evangelistas se refieren al reparto de los vestidos que fueron “echados a suerte”. Está demostrado históricamente que la ley romana concedía a los soldados ejecutores de la pena capital el derecho de apropiarse de las ropas del condenado. Las disposiciones legales hablan de spolia o pannicularia,
y darían lugar a varios motivos de objeción. Incluso el emperador
Adriano debió poner un límite a este derecho, atribuyendo al erario
público los posibles objetos de valor del condenado o estableciendo que
todo debía destinarse al fondo común de reparto perteneciente a los
soldados.
También este episodio resulta conforme a las costumbres romanas: el juego de las suertes, que habitualmente se efectuaba con dados
de hueso, piedra o arcilla, han sido encontrados en grandes cantidades
en excavaciones de antiguos lugares que sirvieron de guarnición. Entre
los descubrimientos de época reciente, uno de los más importantes para nosotros, es un grabado del Lithóstrotos,
el patio donde Jesús habría sido condenado a muerte y en el que estaban
instalados los soldados que le crucificaron. Este grabado representa un
juego de azar realizado precisamente con dados, por cuyo nombre lleva
uno muy significativo: “el juego del rey”.
Juan es el único que se refiere a la túnica
de Jesús. En realidad era una prenda interior, una especie de camisa
que llegaba debajo de las rodillas; el resto de la vestimenta de Jesús
sería un manto, un cinturón, unas sandalias y probablemente un paño frontal
para sujetar la cabellera e impedir que el sudor recayera sobre los
ojos. Un autor antiguo, Isidoro de Pelusio, nacido en Alejandría hacia
el 300, nos informa que una de las especialidades artesanales en Galilea eran precisamente las túnicas “sin costura tejidas todas ellas de arriba abajo”.
He aquí otro detalle escondido entre los pliegues del evangelio.
Jesús, el galileo, llevaba una túnica confeccionada a la usanza galilea.
En cuanto al INRI, conviene recordar las coincidencias de los cuatro textos evangélicos y sus diferencias respectivas.
Mt 27,37: “sobre su cabeza pusieron escrita la causa de su condena: Este es Jesús, el Rey de los judíos”.
Mc 15,26: “El título de su acusación estaba escrito: El rey de los judíos”.
Lc 23,38: “Había también una inscripción sobre él: Este es el rey de los judíos”.
Jn 19, 19-22: “Pilato escribió también una inscripción y la puso
sobre la cruz. Estaba escrito: “Jesús Nazareno, Rey de los judíos”.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue
crucificado se hallaba cercano a la ciudad. Estaba escrito en hebreo, en latín y en griego.
Decían a Pilato los pontífices de los judíos: “No escribas: “Rey de los
judíos”, sino que él dijo: “Yo soy el Rey de los judíos”. Pilato
respondió: “Lo que he escrito, he escrito”.
Mateo emplea la palabra griega aitía, causa; Marcos usa el término epigrafé tes aitías, literalmente, la inscripción de la causa; Lucas, efigrafé, la inscripción; y Juan, el títulos, el título[1].
Esta tablilla era donde se indicaba la causa poenae, es decir, “la causa de la pena”. En el caso de Jesús, lo común a los cuatro evangelios, es la expresión “rey de los judíos”,
mientras que el resto de las palabras difiere en pequeños detalles,
pero como veremos, las variantes de estos textos sirven para comprobar
la veracidad. Es decir que lo más importante, el núcleo común es la pretensión de realeza.
En la narración evangélica del proceso, se presentan las motivaciones
políticas como un engañoso pretexto del Sanedrín, pues lo que realmente
importa es la pretensión religiosa de Jesús al título de Mesías.
Al respeto dice Benoit: “Pudo apreciarse perfectamente durante el proceso que fue esta causa, la supuesta pretensión de Jesús a la realeza, la que los judíos alegaron ante los romanos, aunque en realidad la verdadera causa estaba en que se presentase como Mesías e Hijo de Dios,
algo que les resultaba intolerable. Pilato se dio cuenta enseguida de
que la acusación política era únicamente un pretexto, que no estaba ante
un revolucionario político, pero acabó cediendo a las pretensiones de
los judíos. Justificó con esta “causa” la condena de Jesús y la mandó
escribir sobre el rótulo porque era la única que podía registrar en sus
archivos y comunicar al emperador: “el acusado ha sido identificado como
el rey de los judíos”.
El carácter trilingüe del títulus
era algo común para los carteles públicos de la zona en esa época (no
hace mucho fue encontrada una piedra que estuvo emplazada en el Templo
de Jerusalén y en la que se advertía a los no judíos que no traspasaran
un espacio reservado, bajo pena de muerte; también esta advertencia
estaba escrita en las tres lenguas que menciona en N.T.).
Como dicen los evangelistas, el INRI, estaba escrito en hebreo (o arameo) como lengua local del pueblo, en latín porque era la lengua de la administración de las fuerzas ocupantes y en griego
porque era el idioma común de todo el imperio romano, utilizado para
todos los intercambios comerciales, contratos e incluso procesos
jurídicos.
En cuanto a la cuestión de la competencia jurídica,
como dijimos más arriba, un juez de Roma no tenía potestad para condenar
a muerte ni a ninguna otra pena si la cuestión planteada era una
disputa religiosa de los judíos, una cuestión sobre el “mesías” llevada
al terreno de las citas de la Escritura, lo que Pilato llamaba “vuestra
ley”. Si el procurador hubiese escrito como causa de acusación “Mesías
de los judíos” su condena habría sido considerada ilegal por Roma y
encima se habría abierto un procedimiento contra el propio prefecto.
[1] En el caso de Juan, llama la atención que títulos
no sea una palabra griega sino que es la traducción literal de la
expresión técnica en latín para designar un objeto en cuestión, títulus.
El cuarto evangelista traduce para sus lectores directamente del latí
el nombre del objeto tal y como lo conocían los romanos y como sin duda
debió de ser denominado por los ejecutores de Jesús, empezando por el
propio Pilato.