viernes, 19 de abril de 2019

Las Otras Tablas de Sangre (capitulo I)

jueves, 30 de abril de 2015

Las Otras Tablas de Sangre (capitulo I)

Por: Alberto Ezcurra Medrano
El régimen del terror tiene en nuestra historia antecedentes muy anteriores a la época de Rosas.
Desde la independencia argentina, fué aplicado por casi todos los gobiernos. La Junta de 1810 ya había formado su doctrina en el Plan de las operaciones que el gobierno provisional de las Provincias Unidas del Río de la Plata debe poner en práctica para consolidar la grande obra de nuestra libertad e independencia, atribuido a Mariano Moreno. En este célebre documento se sostiene que con los enemigos declarados: “...debe observar el gobierno una conducta, las más cruel y sanguinaria; la menor especie debe ser castigada. La menor semiprueba de hechos, palabras, etc., contra la causa, debe castigarse con pena capital, principalmente cuando concurran las circunstancias de recaer en sujetos de talento, riqueza, carácter....” Y luego añadía: “No debe escandalizar el sentido de mis voces; de cortar cabezas, verter sangre y sacrificar a toda costa...Y si no, ¿porqué nos pintan a la libertad ciega y armada de un puñal?. Porque ningún Estado envejecido o provincias pueden regenerarse ni cortar sus corrompidos abusos sin verter arroyos de sangre.”(1)



El plan revolucionario no quedó en el papel. En su cumplimiento cayeron en Córdoba, el 26 de agosto de 1810, Liniers, Gutiérrez de la Concha, Allende, Rodríguez y Moreno, en virtud del siguiente decreto de la Junta, obra del mismo autor del Plan:

“Los sagrados derechos del Rey y de la Patria han armado el brazo de la justicia. Y esta Junta ha fulminado sentencia contra los conquistadores de Córdoba, acusados por la notoriedad de sus delitos y condenados por el voto general de todos los buenos. La Junta manda que sean arcabuceados don Santiago de Liniers, don Juan Gutiérrez de la Concha, el obispo de Córdoba, don Victoriano Rodríguez, el coronel Allende y el oficial real Juan Moreno. En el momento en que todos o cada uno de ellos sea pillado, sean cuales fueren las circunstancias, se efectuará esta resolución, sin dar lugar a minutos que proporcionen ruegos y relaciones capaces de comprometer el cumplimiento de esta orden y honor de V.S. Este escarmiento debe ser la base de la estabilidad del nuevo sistema y una lección para los jefes del Perú, que se abandonan a mil excesos por la esperanza de la impunidad, y es, al mismo tiempo, la prueba fundamental de la utilidad y energía con que llena esa expedición los importantes objetos a que se destina.”(2)

Vencidos los realistas en Suipacha, la tragedia de Córdoba se repitió en el Alto Perú. El 15 de diciembre del mismo año cayeron, en la Plaza Mayor de Potosí, el mariscal Vicente Nieto, el capitán de navío y brigadier José de Córdoba y Rojas y el gobernador intendente Francisco de Paula Sanz, fusilados por orden del representante de la Junta, Juan José Castelli.(3)  Mientras tanto, en Buenos Aires, era ejecutado don Basilio Viola, sin formación de causa, por creérsele en correspondencia con los españoles de Montevideo.(4)

Pero no es sólo en virtud del Plan de Moreno que se fusila, ni son sólo españoles los que caen. En 1811 se produce una sublevación del regimiento criollo de Patricios. La causa remota fué el descontento producido por el alejamiento de Saavedra; la próxima, la orden de suprimir las trenzas. Como consecuencia del motín fueron condenados a muerte cuatro sargentos, tres cabos y cuatro soldados, y sus cuerpos se exhibieron al vecindario colgados en horcas en la Plaza de la Victoria. Esta represión fué obra de Bernardino Rivadavia, alma del primer Triunvirato. (5)

Al año siguiente, 1812, se produce la conspiración de Alzaga, y también es ahogada en sangre por Rivadavia. Después del fusilamiento del jefe y los principales cabecillas, se realiza una matanza popular de españoles.

“Las partidas -dice Corbiere- buscaban a los españoles prestigiosos y sospechados de monárquicos, en sus casas, para matarlos, sin que autoridad alguna les detuviera la mano. Bastaba ser godo, apodo dado a los peninsulares, para que el populacho, formado de gauchos, mulatos, negros, indios y mestizos, capitaneado por caudillos del momento, se arrojase sobre la víctima y la ultimase a golpes, siendo arrastrado el cadáver hasta la Plaza de la Victoria, donde quedaba colgado de la horca; exactamente como habían procedido, en situación semejante, los populachos de Quito y Bogotá, tres años antes. Durante varios días se practicó y la fobia de los cazadores siguió celebrándose con explosión patriótica justificada por el crimen que significaba la  fracasada conspiración...Un mes duró el terror. La Plaza de la Victoria mostró más de cuarenta víctimas del fanatismo popular, que los victimarios miraron con la satisfacción del deber cumplido.”  (6)

Puso fin a este mes trágico un decreto-proclama del Triunvirato, cuyo texto comenzaba así: “¡Ciudadanos, basta de sangre! perecieron ya los principales autores de la conspiración y es necesario que la clemencia substituya a la justicia.” Y terminaba en la siguiente forma: “El gobierno se halla altamente satisfecho de vuestra conducta y la patria fija sus esperanzas sobre  vuestras virtudes sin ejemplo. Buenos Aires, 24 de julio de 1812.- Feliciano Antonio Chiclana, Juan Martín de Pueyrredón, Bernardino Rivadavia. Nicolás de Herrera, secretario.”  (7)

Cuando en octubre de 1840 se repitieron escenas semejantes, no constituyeron, pues, una novedad para Buenos Aires. Ni siquiera el decreto del 31 de octubre, con que Rosas puso fin a las mazorcadas, pudo sorprender a nadie. Rosas no innovaba. Seguía el ejemplo de su antecesor Bernardino Rivadavia. (8)

No terminó con el primer Triunvirato el régimen del terror. Un decreto del 23 de diciembre del mismo año ordena lo siguiente:  “1° Ninguna reunión de españoles europeos pasará de tres, y en caso de contravención serán sorteados y pasados por las armas irremisiblemente, y si ésta fuese de muchas personas sospechosas a la causa de la patria, nocturna, o en parajes excusados, los que la compongan serán castigados con pena de muerte. 2° No podrá español alguno montar a caballo, ni en la Capital ni en su recinto, si no tuviere expresa licencia del Intendente de Policía, bajo las penas pecuniarias u otras que se consideren justas, según la calidad de las personas en caso de contravención. 3° Será ejecutado incontinenti con pena capital el que se aprehenda en un transfugato con dirección a Montevideo, ese otro punto de los enemigos del país, y el que supiere que alguno lo intenta y no lo delatare, probado que sea será castigado con la misma pena.” Este decreto lleva las firmas de Juan José Passo, Nicolás Rodríguez Peña, Antonio Alvarez de Jonte y José Ramón de Basavilbaso.” (9)

Los gobiernos revolucionarios posteriores no se mostraron más suaves en la represión de las actividades subversivas. Alvear, el 28 de marzo de 1815, dicta un decreto terrorista en que se pena con la muerte a los españoles y americanos que de palabra o por escrito ataquen el sistema de libertad e independencia; (10) a los que divulguen especies alarmantes de las cuales acaezca alteración del orden público; a los que intenten seducir soldados o promuevan su deserción, y reputa como cómplices a quienes, teniendo conocimiento de una conspiración contra la autoridad no la denuncien. Diez días después de este decreto, el 7 de abril, domingo de Pascuas, amanecía colgado frente a la Catedral el cadáver del capitán Marcos Ubeda. Acusado de conspirar, había sido juzgado en cinco horas y fusilado dos horas después. Las familias porteñas que concurrían a misa pudieron presenciar el espectáculo, y ello influyó no poco en la estrepitosa caída de Alvear, que se produjo a los ocho días de la terrorífica exhibición. Pero el método ya había sido introducido en la vida política argentina y era imposible detenerlo. Actos como éste traían otros, a título de represalia. Caído Alvear, le sucede Alvarez Thomas, quien designa una comisión militar y otra civil para juzgar los delitos cometidos bajo el breve período que en documentos públicos -15 años antes de Rosas- se llamó la “tiranía” de Alvear. La comisión militar, presidida por el general Soler, procesó al coronel Enrique Payllardel por haber presidido el consejo de guerra que condenó a Ubeda. Payllardel fué también condenado a muerte, ejecutándose la sentencia.  (11)

Transcurren los primeros años de la independencia y se sigue derramando sangre. En 1817 son fusilados Juan Francisco Borges y algunos compañeros, por orden de Belgrano. (12) En 1819, a raíz de una sublevación de prisioneros españoles en San Luis, son degollados el brigadier Ordóñez, los coroneles Primo de Rivera y Morgado y todos los jefes y oficiales. (13) En 1820, Martín Rodríguez ordena el fusilamiento de dos cabecillas del motín del 5 de octubre del mismo año. (14)

En 1823, Rivadavia, como ministro de Rodríguez, y a raíz de la intentona revolucionaria del 19 de marzo, motivada por su reforma religiosa, ordena el fusilamiento de Francisco García, Benito Peralta, José María Urien, doctor Gregorio Tagle y comandante José Hilarión Castro. García fué ejecutado el día 24, al borde del foso de la Fortaleza, Peralta y Urien lo fueron el 9 de abril. El comandante Castro logró escapar, e igualmente el doctor Tagle, a quien facilitó la fuga, en nobilísimo gesto, el coronel Dorrego. (15)

En este mismo año de 1823 gobernaba en Tucumán don Javier López, el general unitario que en 1830 solicitaría al gobierno de Buenos Aires la entrega del “famoso criminal” Juan Facundo Quiroga. El general López ejerció en Tucumán una dictadura sangrienta, de la cual Zinny hace el siguiente comentario: “Raro fué el ciudadano de Tucumán que no hubiera sido vejado y oprimido; todas las garantías públicas y privadas fueron atacadas; más de cuarenta víctimas se inmolaron al deseo obstinado de sostenerse en el mando contra la voluntad general; más de mil habitantes útiles al país desaparecieron de su suelo desde que este jefe encabezara la guerra civil. He aquí -añade Zinny- la lista de los fusilados sin formación de causa:

   “Don Pedro Juan Aráoz, comandante Fernando Gordillo, general Martín Bustos, capitán Mariano Villa, fusilados en un día, con dos horas de plazo.

   “Don Agustín Suárez, don Manuel Videla, azotados y, a las dos horas, fusilados.

   “Don Basilio Acosta.

   “Don Baltazar Pérez

   “General Bernabé Aráoz, fusilado clandestinamente en Las Trancas.

   “Don Vicente Frías.

   “Don Beledonio Méndez, descuartizado en la plaza.

   “Don N. Piquito, descuartizado en Montero.

   “Don Isidro Medrano.

   “Don Eusebio Galván, degollado por el oficial S...

   “Don Romualdo Acosta

   “Don Félix Palavecino.

   “Don Baltazar Núñez.

   “Comandante Luis Carrasco, con  sus dos asistentes, y muchos otros.” (16)

He aquí cómo, en aquel remoto año de 1823, cuando aún no se había iniciado francamente la lucha entre federales y unitarios, ya sientan el precedente sangriento nada menos que el padre del unitarismo, en Buenos Aires, y uno de sus principales  generales, en Tucumán.



Notas:

1  ERNESTO QUESADA,  La época de Rosas, págs. 145/7. Se ha discutido -a nuestro juicio, sin mayor fundamento- la autenticidad de este plan. Puede leerse al respecto el capítulo XV de la nota citada y la nota 48 de Lamadrid y la Coalición del Norte, del mismo autor.  Por otra parte, la cuestión de la autenticidad del documento pierde interés ante la realidad de los hechos.

2     EMILIO  P. CORBIERE,  El terrorismo en la Revolución de Mayo, págs. 42 y 43.

3     Ibídem, págs. 55 y sigs.

4     MANUEL BILBAO, Vindicación   y memorias de don Antonio Reyes, pág. 33. 

5     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 73 y sigs.

6     Ibídem, pág. 107.

7     Ibídem, págs. 109 y 110.

8     Debemos hacer notar aquí una diferencia, las víctimas de este último no eran argentinos unidos         al enemigo extranjero; eran españoles, fieles a su patria y a su rey. Con todo, mientras a Rivadavia se le alaba su energía,  a Rosas se le reprocha su crueldad .  Tal es la lógica sobre la cual  se pretende fundamentar el odio a Rosas, cuando ella misma está falseada por este odio.

9     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 131/3.

10   Es interesante recordar que Alvear, incurriendo en el delito que castigaba, se dirigió en ese tiempo al secretario  de  negocios extranjeros  de  S. M. británica expresando que “estas Provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña,  recibir  sus  leyes,  obedecer  su  gobierno  y  vivir  bajo  su  influjo poderoso.” (LEVENE, Lecciones de Historia Argentina. pág. 83).

11     EMILIO P. CORBIERE, ob. cit., págs. 135/44.

12    JULIO B. LAFONT, Historia Argentina, pág. 279.  Academia Nacional de  la Historia, Historia de la Nación, t. VI, pág. 635. DOMINGO MAIDANA, JUAN FRANCISCO BORGES, en Revista de  la  Junta de Estudios Históricos de Santiago del Estero, Año III, N° 7-10.     

Defendiendo a Monteagudo,  de quien ha podido decirse,  con justicia,  que recorrió la historia  argentina “como un bólido la atmósfera, envuelto en rojo”, RICARDO ROJAS escribe lo siguiente:

“Los fusilamientos que se ejecutaron por orden de Belgrano en Santiago, Tucumán y Jujuy, sin  forma de proceso , y sus bandos terroristas, como el del 23 de agosto, cuando el éxodo jujeño de   1812, exceden toda la leyenda del Monteagudo sanguinario.  Pero la  historia  tiene  sus  predilectos,  y   en  ella -como en la murmuración contemporánea- se da en la bondad o en el vituperio  caprichosamente a veces. Se habla de la bondad de Belgrano, y sin duda era bueno, a pesar de esas  ejecuciones y bandos. Monteagudo hizo menos, y para él ha sido la leyenda siniestra...”

El razonamiento es exacto. Pero entiéndase también a las luchas civiles posteriores, donde los hombres han sido clasificados arbitrariamente  en ángeles y demonios.   

13     CARLOS IBARGUREN,  Juan Manuel de Rosas, pág. 58.                                                          

14     ANTONIO ZINNY, Historia de los gobernadores, t. II, p. 42.

15     ADOLFO SALDIAS, Historia de la Confederación Argentina, t. I, pág. 161, nota I.

16  ANTONIO ZINNY, ob. cit., t. III, págs. 265 y 266.  JUANA MANUELA GORRITI en su Biografía del General Dionisio de Puch,  refiere así  la participación de Arenales, gobernador unitario de Salta, en el fusilamiento del General Bernabé Aráoz: “ El Gobernador de la  Provincia de Tucumán, Don Bernabé Aráoz había sido expulsado del gobierno y de su patria por una revolución triunfante.                                               En su desgracia, pide a Salta un asilo. El derecho de asilo ha sido respetado en los tiempos más atrasados  y entre las naciones más bárbaras. Arenales no lo reconoció. Entregó a su  enemigo, el  huésped que se había refugiado en su hogar, y Don Bernabé Aráoz fué fusilado.” (Cit. por Mons.  JOSUE GORRITI, PACHI GORRITI, págs. 41-2.)