De Mattei: “Esta crisis viene de muy lejos” ( Entrevista de Aldo Maria Valli)
¿La declaración de Abu Dabi? «Contradice las enseñanzas de la
Iglesia». ¿Cómo resumiría en dos palabras el pontificado de Francisco?
«Hipocresía y mentira». ¿Cómo se puede evaluar las nuevas normas para la
vida en los monasterios? «Es un plan para acabar con la vida
contemplativa».
Desde
luego, no se puede decir que el profesor Roberto de Mattei no hable
claro. Con él, estudioso del Concilio Vaticano II y atento
observador de la realidad de la Iglesia Católica, intentamos hacer
un análisis a grandes rasgos de la situación, a fin de responder a
la cada vez más generalizada desorientación.
Profesor:
No pasa un día sin que el presente pontificado sea causa de nuevas
perplejidades y dudas en muchísimos fieles. La declaración de Abu
Dabi ha suscitado enorme desconcierto. No parece que haya una forma
de salir de esta situación. ¿Cómo interpreta usted este momento?
La
declaración del pasado 4 de febrero firmada conjuntamente por el
papa Francisco y el Gran Imán de Al Azhar, afirma: «El
pluralismo y la diversidad de religión, color, sexo, raza y lengua
son expresión de una sabia voluntad divina, con la que Dios creó a
los seres humanos». Esta afirmación contradice las enseñanzas
de la Iglesia Católica, según las cuales la única religión
verdadera es la católica. De hecho, sólo en el Nombre de Jesucristo
y mediante la fe en Él pueden los hombres alcanzar la salvación
eterna (Hch.4,12).
Cuando,
con motivo de la visita ad
limina de
los obispos de Kazajistán el pasado 1º de marzo monseñor
Athanasius Schneider expuso al papa Francisco su perplejidad por la
declaración de Abu Dabi, el Sumo Pontífice le respondió que «la
diversidad de religiones no es más que la voluntad permisiva de
Dios». La respuesta induce a error, porque parece dar a entender que
la pluralidad de religiones es un mal permitido si bien no querido
por Dios, pero eso no se puede decir de la diversidad de sexos y
razas, que son por el contrario voluntad positiva, y no permisiva, de
Dios. Cuando monseñor Schneider le planteó esta objeción,
Francisco reconoció que lo que había dicho se podía entender mal.
A pesar de ello, el Papa no ha corregido ni rectificado en ningún
momento su afirmación. Es más, el Consejo para el Diálogo
Interreligioso, a pedido del Santo Padre, indicó a los obispos que
contribuyesen a la máxima difusión posible de la declaración de
Abu Dabi, a fin de que «llegase a ser objeto de investigación y
reflexión en todos los colegios, universidades e instituciones
educativas y de formación».
La
interpretación que se generaliza con ello es lógicamente que la
pluralidad religiosa es un bien, no un mal tolerado por Dios. A mí
me parece que estas contradicciones deliberadas sintetizan el
pontificado de Bergoglio.
Usted
que es historiador de la Iglesia, ¿cómo calificaría los últimos
seis años?
Como
los años de la hipocresía y la mentira. Jorge Mario Bergoglio fue
elegido porque parecía un obispo humilde y profundamente espiritual
(así lo celebró Andrea Tornielli en La
Stampa) «que
reformaría y purificaría la Iglesia». Y no ha hecho ni lo uno ni
lo otro. El Papa no ha apartado de la Curia ni destituido de sus
diócesis a los prelados más corruptos, y cuando lo ha hecho, como
en el caso de McCarrick, lo ha hecho presionado por la opinión
pública. En realidad Francisco ha demostrado ser un papa político,
el pontífice más político de los últimos cien años.
Políticamente, procede del peronismo izquierdista, el cual, por
principio, detesta toda desigualdad y se opone a la cultura y la
sociedad occidental. Extrapolado al ámbito eclesiástico, el
peronismo se alía con la teología de la liberación y conduce a una
tentativa de democratización sinodal de la Iglesia que desnaturaliza
su esencia.
Da
la impresión de que la cumbre sobre los abusos sexuales haya caído
en el olvido. Abundaron los lugares comunes , muy apreciados por
los medios informativos de masas, y no aportó nada. ¿Cómo
calificaría a grandes rasgos la manera en que está afrontando la
Santa Sede esta crisis?
Yo
diría que lo está haciendo de un modo claramente contradictorio. La
normativa contra los abusos promulgadas por el papa Francisco obvia
el problema de fondo, que es la relación entre los tribunales de la
Iglesia y los civiles, es decir, entre la Iglesia y el mundo. La
Iglesia tiene el derecho y el deber de investigar y juzgar a los
acusados de delitos que no sólo vulneran las leyes del Estado, sino
también las eclesiásticas, establecidas por el Derecho Canónico.
En este caso, es necesario incoar un proceso penal regular sin
infringir los derechos fundamentales de los acusados y sin dejarse
condicionar por los resultados de los procesos civiles.
Hoy
en día, por el contrario, en el caso del cardenal Pell el Vaticano
ha dicho que incoará un proceso canónico, pero que primero hay que
esperar los resultados del proceso de apelación civil.
Y en el caso del cardenal Barbarin, condenado en Francia a seis meses
de cárcel con libertad condiciona, también pendiente de un proceso
de apelación, no se ha anunciado ningún proceso canónico. En
cuanto al cardenal Luis Francisco Ladaria, prefecto de la
Congregación para la Doctrina de la Fe, llamado a comparecer
ante los magistrados de Lyón en el proceso de Barbarin, la Santa
Sede ha invocado la inmunidad diplomática, pero no lo ha hecho en el
caso del cardenal Pell. Esta política de dos pesos y dos medidas es
propia del clima de ambigüedad y doblez en que vivimos.
Durante
este pontificado se han introducido nuevas normas para la vida
monástica, y en particular para las órdenes de clausura . Algunas
comunidades están muy preocupadas porque consideran que las nuevas
normas ponen en peligro la vida contemplativa. ¿Comparte esta
preocupación?
Sí.
Se diría que hay un plan para acabar con la vida contemplativa. Me
han gustado mucho los artículos que ha dedicado a este tema en su
blog. La constitución sobre la vida contemplativa femenina Vultum
Dei quaerere del
29 de junio de 2016 y la instrucción Cor
orans del
1º de abril de 2018 suprimen toda forma de autonomía jurídica para
crear federaciones y nuevos organismos burocráticos que presentan
como estructuras
de comunión. Con
la obligación de pertenecer a estas estructuras, los monasterios
pierden de
facto su
autonomía para diluirse en una masa anónima de conventos que
terminará por disolver la vida monástica tradicional. La
normalización modernista de los pocos monasterios que todavía se
resisten a la revolución será una consecuencia inevitable. La
supresión jurídica de la vida contemplativa hacia la que nos
dirigimos no supone, sin embargo, el fin del espíritu contemplativo,
que cada vez se vuelve más fuerte en reacción a la secularización
de la Iglesia. Conozco monasterios que han conseguido independencia
jurídica de la Congregación para los Religiosos y conservan la vida
monástica, y nos sostienen con sus oraciones en la presente crisis.
Estoy convencido de que, como se decía antes, el mundo se sostiene
con la oración desde los claustros.
El
sexto aniversario del inicio del pontificado de Bergoglio ha pasado
sin que se hiciera mucho aspaviento. Da la impresión de que incluso
los que lo apoyaban empiezan a distanciarse. ¿Está fundada esa
sensación?
Sabemos
que existen fuerzas que aspiran a destruir la Iglesia. Una de ellas
es la Masonería. Ahora bien, la lucha abierta contra la Iglesia
nunca ha tenido éxito porque, como decía Tertuliano, la sangre de
los mártires es semilla de cristianos. Por dicha razón, al menos
desde hace dos siglos, las fuerzas anticristianas han trazado un plan
para derrotar a la Iglesia desde dentro.
Sabemos
que en los pasados años sesenta la Unión Soviética y otros
regímenes comunistas del este europeo infiltraron muchos hombres en
los seminarios y universidades católicos. Entre ellos, hubo quienes
llegaron a obispos y cardenales. Pero para llevar a cabo la
autodemolición de la Iglesia no es necesaria esa complicidad activa
y consciente. También es posible ser inconscientemente instrumento
de otros que maniobren desde afuera. En este caso, los manipuladores
escogen a los hombres más adecuados por su debilidad doctrinal o
moral y les influencian, condicionan, y a veces hasta chantajean. El
clero no es infalible ni impecable, y el Demonio los somete
constantemente a las mismas tentaciones que rechazó Nuestro Señor
(Mat.4,1-11).
La
elección de Jorge Mario Bergoglio fue manejada por un lobby clerical
tras el cual se percibe la presencia de otros lobbies o
poderes fácticos. Tengo la impresión de que las fuerzas eclesiales
o extraeclesiales que promovieron la elección del papa Bergoglio no
están satisfechas con los resultados de su pontificado. Desde el
punto de vista de ellas, ha habido mucho ruido y pocas nueces .
Los promotores de Francisco están dispuestos a abandonarlo si no se
produce un giro radical. Parece que la última posibilidad que les
queda para revolucionar la Iglesia será el Sínodo de la Amazonía
que se celebrará en octubre. Yo diría que han dado indicaciones de
ello.
¿A
qué indicaciones se refiere?
A
lo que pasó en la cumbre sobre la pedofilia, que resultó un neto
fracaso. Los grandes órganos de prensa internacionales, desde Il
corriera della sera hasta El
país, no
han disimulado su decepción. A mí me parece que el anuncio de la
Conferencia Episcopal Alemana por boca de su presidente el cardenal
Marx de convocar un sínodo local del que surjan decisiones
vinculantes sobre la moral sexual, el celibato y la reducción del
poder del clero debe entenderse como un ultimátum. Es la primera vez
que los obispos alemanes se expresan con tanta franqueza. Parece que
dijeran que si el Papa no cruza el Rubicón lo cruzarán ellos. Tanto
en un caso como en otro nos veremos ante un cisma declarado.
¿Qué
consecuencias podría tener semejante separación?
Aunque
en sí, un cisma declarado es un mal, la Divina Providencia puede
sacar de él un bien. Ese bien podría ser el despertar de muchos que
duermen y que se caiga en la cuenta de que la crisis no surgió con
el pontificado de Francisco, sino que viene de lejos y tiene
profundas raíces doctrinales. Debemos tener el valor para pasar
revista a cuanto ha sucedido en los últimos cincuenta años a la luz
de la máxima evangélica según la cual el árbol se conoce por los
frutos (Mat. 7,16-20). La unidad de la Iglesia es un bien que se debe
conservar, pero no es un bien absoluto. No se puede unir lo que es
contradictorio ni amar al mismo tiempo lo verdadero y lo falso, el
bien y el mal.
Muchos
católicos se sienten desanimados y traicionados. La fe nos dice que
las fuerzas del mal no prevalecerán, pero o se ve una salida fácil
a esta situación. Humanamente, parece que todo se desmorona. ¿Cómo
saldrá la Iglesia de este trance?
La
Iglesia no tiene miedo de sus enemigos y vence siempre cuando
combaten los cristianos. El pasado 4 de febrero en Abu Dabi, el papa
Francisco dijo que quería desmilitarizar el corazón del hombre. Yo
creo que, por el contrario, hace falta militarizar los corazones y
transformarlos en una acies
ordinata, como
la que el pasado 19 de febrero en la romana Plaza de San Silvestre
confirmó que existe una resistencia católica al proceso de
autodemolición de la Iglesia. Y hay muchas otras voces que se alzan
y se han alzado manifestando su resistencia.
Creo que es necesario superar tantos malentendidos como la que con
frecuencia divide el bando de los buenos, y procurar una unidad de
intención y de acción, si bien manteniendo todos su particular
identidad. A nuestros adversarios los une el odio al bien, y nosotros
debemos unirnos en torno al amor al bien y a la verdad. Eso sí, debemos
amar un bien perfecto, íntegro y sin transigencias, porque Aquél que nos
sostiene con su amor y su potencia es infinitamente perfecto. En Él y
nada más que en Él debemos volver a cifrar toda esperanza. La virtud de
la esperanza es la que más debemos cultivar, porque nos fortalece y nos
ayuda a perseverar en la batalla que libramos.
Traducido por Bruno de la Inmaculada