Angelelli (compendio). Manifiesto de sacerdotes argentinos de 1970
Presentamos aquí el archivo pdf definitivo enviado por la Sra. María Lilia Genta titulado “Angelelli: historia de un presunto martirio”.
Para
quienes no conozcan lo que sucedía en la Argentina durante la década
del ’70 y lo que implicaba la pseudo-teología de la liberación , les
dejamos aquí dos cosas:
1) Un texto memorable redactado en 1970 y firmado por el entonces presbítero Marcelo Sánchez Sorondo, actual Canciller de la Academia Pontificia de las Ciencias y de la Academia Pontificia de Ciencias Sociales.
2) Un extracto de un documental acerca de lo que significaba el movimiento de Montoneros, a quien Mons. Angelelli, al parecer, apoyaba implícitamente.
Que no te la cuenten…
P. Javier Olivera Ravasi, SE
Declaración de Sacerdotes Argentinos
[1970]
(Extracto; texto completo aquí)
Texto elaborado y firmado por un destacado grupo de
sacerdotes en el año 1970, donde vieron con antelación los peligros a
los que se enfrentaba la Iglesia a causa de la ideologización de los
Católicos Argentinos.
Un hecho de excepcional gravedad
“Desde
hace unos años un grupo de sacerdotes, cada vez más numeroso, de
diversas jerarquías y ubicados en todas las latitudes, se hallan
empeñados en cambiar la imagen de la Iglesia, del Cristianismo y aun del
mismo Jesucristo. Con sus palabras o con sus actos quieren estos
sacerdotes presentarnos una imagen de la Iglesia radicalmente falsa.
Porque es la de una nueva Iglesia antropocéntrica, ya que volcada toda Ella y sólo en la promoción del hombre, sin preocuparse para nada de la gloria de Dios; temporalista,
porque la describen como una institución dirigida principal, si no
exclusivamente, a la consecución de la felicidad humana aquí abajo, sin
atender, al menos de modo suficiente, al más allá; naturalista,
en cuanto esta Iglesia insólita no parece contar sino con los esfuerzos
y posibilidades de la naturaleza humana —y considerar a ésta como si
fuera exenta de pecado original o sin resabios de él—, sin valorar ante
todo el papel de la Gracia de Dios; y la pintan materialista,
porque le hacen otorgar tal prevalencia a la dimensión económica del
hombre, que pierden casi toda importancia en ella los valores
espirituales; y también democratista, en cuanto
imaginan en su seno al pueblo como sujeto terreno originario de todo
poder, de manera semejante a lo que ocurre en la sociedad civil; y secularizante esta
Iglesia de nuevo cuño, porque pretenden para su fin, su esencia, sus
instituciones, su actividad y sus agentes responsables, características
similares a las que son propias de la sociedad temporal (…).
Es una peregrina Iglesia la que pretenden imponer: sin principios, ni valores, ni dogmas permanentes; sin una moral esencialmente siempre igual a sí misma;
con un sacrificio divino transformado en asamblea puramente humana y
temporal; con sacramentos abolidos, cambiados o minimizados; con una
autoridad que emana del pueblo y sólo debe estar atenta a escucharlo,
interpretarlo y acatarlo; con instituciones divinas o humanas milenarias
o seculares que han de ser derogadas o devenir caducas, obsoletas;
desprendida de los tesoros que el arte más sublime había producido para
la alabanza de Dios y la elevación de los hombres (…).
Y como estas notas falsas van informando a amplios sectores de la Iglesia verdadera, se va deteriorando ésta misma, y por tanto su imagen, delante de sus propios hijos y del mundo (…).
Algo todavía peor: al servicio del marxismo
Todo
lo que acabamos de señalar es sumamente grave. Pero no es lo peor, sin
embargo. Porque ocurre que desde hace muy pocos años ha irrumpido en
nuestra vida argentina, como en otros lados de América y del mundo, otro tipo más avanzado todavía de sacerdotes.
Son los que no sólo conciben su misión —y la de la Iglesia— como temporalista y secularizante, sino que además se hallan embarcados al servicio del marxismo. Porque son marxistas en la descripción del mundo actual,
la interpretación de sus males, la detectación de las causas de los
mismos, los remedios que proponen y los métodos que preconizan y
emplean. Describen las ―estructuras‖ de nuestras sociedades occidentales
como radicalmente injustas, violentamente opresoras y sin remedio
posible. Sostienen que no hay otra solución que la destrucción de las
mismas y su reemplazo por una sociedad colectiva o socialista.
Piensan que ese cambio debe llegar por presión de los de abajo, para lo cual deben ellos ser conducidos a la toma de conciencia,
la resolución y la lucha. Aceptan como el camino conducente la lucha de
clases y justifican en ella cualquier medio: también el pillaje, el
robo, el asalto, el secuestro, el crimen, la lucha sangrienta, el caos… Y
todo ello en nombre del cristianismo, del Evangelio, y de Jesucristo, y
por imperativo de sus conciencias cristianas y sacerdotales, olvidando,
al parecer, que la condenación del comunismo, por parte del Magisterio
Supremo, no ha sido jamás rectificada. Naturalmente, por lo demás, odian
y difaman a las potencias occidentales y ensalzan a La Habana, Pekín y Moscú, y admiran a Marx, Lenin, Mao, el ―Che‖, Fidel Castro, Camilo Torres (…).
Ojalá
también que estas palabras contribuyan a que las cosas queden claras. Y
que pronto se discierna la verdadera Iglesia da la que no lo es.
Bastará quizá para ello que nuestros conciudadanos recuerden la frase
esclarecedora de Jesucristo: ―Por sus frutos los conoceréis.
Claro está que no juzgamos intenciones de nadie, cosa que corresponde sólo a Dios.