(4) Leonardo Castellani
CRISTO y los F A R I S E O S
Corrección notas Pbro. Ratios Biesffo
EDICIONES JAUJA MENDOZA - ARGENTINAPrefacio.......................................................................................7Prólogo..................................................................................... 11
Cristo y los fariseos 1era.Parte..............................................19Los tres atentados.................................................................. 35El dulce Nazareno....................................................................29
La provocación.........................................................................43
La sociología de los fariseos................................................. 51
La defensa................................................................................53
Elenchus contra pharisaeos.................................................. 71
¿Con qué autoridad?...............................................................87
Las mujeres..............................................................................95
Como ovejas sin pastor..........................................................99
Un Galileo de la psicología...................................................103
La cárcel de Oscar Wilde......................................................113
Apéndices Parábola del Fariseo y el Publicano.................131
Parábola del Sepulcro y las Víboras........ ...........................141
Sobre tres modos católicos de ver la Guerra Española....153
La última Parábola ................ ...............................................167
El retiro de la Iglesia .............................................................173
Índice General
Leonardo Castellani
Segunda Parte
Cartas a los Religiosos Sobre la Obediencia.......................183
Sobre la Pobreza.....................................................................195
Sobre la Castidad....................................................................209
Sobre el Gobierno...................................................................223
Indice analítico y onomástico................................................231
Libros del autor.......................................................................235
Instituto Padre Leonardo Castellani.....................................241
Obras a editar..........................................................................242
APÉNDICES
1
Parábola del Fariseo y el Publicano
Pag. 131
Fariseo.
— ¡Hola! ¡Zamarriel! ¿Tú por aquí? Tanto bueno... Raquela. —Te
olvidaste que le habías dado hora para ahora. Te estamos esperando hace
una hora. La pobre Carmela está cada vez peor. Fariseo. —No es nada. Fui
a rezar al Templo. La obligación con el Señor es lo primero de todo.
¿Cómo esperaríamos la justificación de Jahwé si descuidáramos nuestras
oraciones obligatorias? He vuelto jystifi- cado, con una extraña paz en
el corazón. La obligación es antes que la devoción. Raquela. —Te
olvidaste de la consulta de los médicos; Iatricós y Benjamín se fueron,
porque no quisieron hacer nada sin estar pagados; y éste ya se iba.
Fariseo. —Bueno, querida, ya te dije la razón. He sido nombrado Velador
del Sanedrín esta semana, y bueno fuera que no me viesen orando en mi
lugar a la hora del «quashim». Hombre, no. Mañana se puede tener la
consulta. Tu hermana no está mal. No seas... !' Raquela. — Está peor.
(Se va enojada.)
n Doce Parábolas Cimarronas.
Zamarriel. —Bueno, pelillos a la mar, por mí no hay que pelear. Volveré cuando sea. De modo que orando ¿eh? Fariseo. — ¡Orando al Santo de los Santos! ¡En aquella quietud que da devoción! ¡En medio de aquellas doraduras y plateaduras! ¡En mi propio lugar, en voz alta, solemne y devota! ¡Cerca del Tabernáculo! ¡Casi tocando el Arca de la Alianza! ¡Con la conciencia tranquila, digan lo que digan! ¡Cumplidos todos mis deberes religiosos! ¡«Impecable», como dijo Barhizimal al proponerme para Velador! Sesenta y ocho denarios de diezmos he pagado este año, sin contar los sacrificios, y creo que no me corresponde tanto, pero por no discutir... con ese Eliphaz... Zamarriel. —Hombre, ahora que recuerdo, días pasados estaba yo orando también, y vi a la viuda esa, Abisail, que fue a oblar, y obló (a que no adivinas) ¡una dracma al Templo! Hombre, no hay derecho. Nosotros tenemos que soportar todo el culto. ¿Y sabes lo que dijo después un Rabbí ambulante, de ésos que andan ahora? ¡Que esa mujer había oblado más que nadie! Fariseo. — ¿Quién? ¿Jesús de Nazareth? Zamarriel. — ¿Lo conoces? Fariseo. — Así, así. De vista. Lo vi al salir del Templo hablando con un Publicano. Zamarriel. — ¡Con un Publicano! Bien, está en sus costumbres. ¿Y qué le decía? Fariseo. — ¡Qué sé yo! Nt acercarme quiero a esa gentuza. Ese Publicano estaba en un rincón al entrar yo al Templo, déle darse golpes de pecho, y susurrando sin cesar, que esto lo oí: «Señor, ten piedad de este pecador.» Con eso lo arreglan todo muy fácil esos traidores a Israel. ¡Tenía una cara de bandido! ¡Golpes de pecho, ya te daré yo! ¡Otros golpes se necesitan! Estafadores, ladrones, adúlteros, doy gracias a Dios de estar muy lejos de ser como ellos... Zamarriel. — Exacto. Y hablando de todo, ¿qué hay de política, Zaburrón? ¿Cómo ves la situación? Los Publícanos están ensoberbecidos. Fariseo. —Todo esto se va al tacho si no lo paramos a tiempo. Los Romanos han echado un nuevo impuesto para edificar algo que llaman Kiliseo o Karroseo; y Pilatos hizo pasar a cuchillo a dieciséis galileos que protestaron. ¡Yo no sé cómo el pueblo no se subleva! ¡Qué pueblo tenemos! Zamarriel. — Éste no es pueblo, es plebe, esa plebe inmunda que no conoce la Ley, ese aluvión zoológico, chusmaje, como dice siempre nuestro gran Eliphaz. Detrás de esos se van, detrás de ese Jeshoua, o del otro Bautizador, que Herodes, por suerte... ¡Demagogos! ¡Comunistas! — como dice el gran Eliphaz. Fariseo. —Sí, ese Jeshoua es peligroso. Es increíble lo que se atreve a decir, según cuentan. No está con nosotros. El Publicano criminal le hablaba con grandes gestos a solas, sus discípulos aparte, y él levantó lentamente la mano más alta que los ojos, y le oí... «¡Nuestro Padre de los Cielos!» ¡El Padre de él... y mío! ¡Nuestro! ¡El Padre mío y de ese Publicano, todo junto! ¡Vergüenza! Yo pasé sin mirar y recogiendo mis fimbrias como cuando hay basura, como dice la Ley. Entonces me miró, y dijo a sus discípulos algo; y todos me miraron. Yo no me digné mirar. Zamarriel. — Pero viste todo. Fariseo. — Así hay que hacer en política. Como te iba diciendo, la situación está en un «tris»; los Romanos son odiados; el pueblo se levantará a su tiempo, cuando ya no pueda más; por eso conviene que Pilatos haga atrocidades; y Caifás se las hará hacer, pierde cuidado. Por eso hay que andar bien con Pilatos. Ya lo hemos hecho pelearse con Herodes. También hay que andar bien con Herodes. Hay que andar bien con todos, pedirles puestos y embajadas, y minarlos por debajo. Eso es genuino Nacionalismo. Eso es política realista y moderada. Te digo, Zamarriel, que jamás ha habido en Israel tanta política y tan gran política como ahora. Nuestro Caifás es grande, aunque no estoy de acuerdo con lo que dijiste del «gran Eliphaz», su cuñado. ¡Eliphaz es un gato! Pero Caifás es un zorro, y Anás, que está detrás, es un lince montaraz, y Butor, su yerno, es un fenómeno, vamos, una fiera. Pero ¡no me hables de Eliphaz! ¿Ves este vaso de pórfido que está allá? Zamarriel, — Eximio. Con tantas cosas que hay aquí, uno no se fija. Eximio. ¡Qué sala tienes! Fariseo. —Pues es regalo de Butor, a cambio de unas informaciones; que se lo sacó al capitán romano de la Antonia por nada; es decir, por otras pocas informaciones. Así hay que hacer... hasta que llegue la hora, ¡la gran hora! Raquela. — (Entrando.) El té. Zamarriel. —Caro amigo, tienes una sala que te la envidio. ¡Qué esplendidez! Demasiadas cosas, quizás, para mi gusto, ¡pero de gustos no hay nada escrito! Y demasiado gusto griego, yo prefiero generalmente el gusto sirio: es más «congènito» al nuestro; pero me gusta aquella estatuita de Venus... Moisés prohibió las estatuas, pero claro que se puede interpretar... Éstas son para ornam ento, no para culto. Tomaré otro panqueque, con permiso, doña Raquela. Fariseo. — ¿Por qué has tardado tanto?
Raquela. —Fui a vendar a la Carmela, que estaba en un grito. Fariseo. — Ya serán ganas de gritar. Raquela. —Te aseguro que sufre. Es culebrilla. Pierde sangre. No se cura. Fariseo. — Eso tiene remedio. Ahora estamos aquí con Zamarriel hablando de nuestra Ley que los Romanos han profanado; pero eso acabará, vaya si acabará, y muy pronto; y nuestra Ley no acabará jamás, pues tenemos las promesas de Jahwé... pese a todos esos Jesús de Nazareth (¡de Nazareth, no me haga reír!) y esos Juanes Bautistas... ¡Demagogos! (Comunistas! Ése que te dije va a acabar mal, lo mismo que el otro Bautizador, ése de Nazareth. [Te lo digo yo! Zamarriel. —¿Piensas que está cerca el Mesías? Fariseo. —Según la profecía de Daniel, no puede estar lejos. Pero no se ve ninguna figura prominente... No se ve a nadie... Raquela. —¿Y Caifás? Fariseo. —Hombre, calla, mujer. Digo figura prominente en el otro sentido. Un caudillo, un capitán, un hombre que haga prodigios como Josué... ¡Cómo estoy de ansioso de verlo! Y él se hará ver, jmecachis! En cuanto lo veamos, cataplum, levantamos al pueblo, armamos a las masas, nos encerramos en el Templo y ¡vrrac! Ustedes me entienden, toma aquí y echa allá; pim, pum, estacazo y tente tieso, ¡rrrrumpa! Abajo Roma, viva Caifás, ¡trúmtrúmtrúm! Ustedes me entienden. ¡Paf!, un rayo en la fortaleza Antonia, muera Pilatos, ¡crajjjjj! Raquela. —Has roto un pocilio... Fariseo. —Mujer, ¿quién te mandó ponerlos al borde mismo? Siempre serás la misma. Pues como te iba diciendo, todo eso yo lo he de ver... Tomaré una tacita más y unas cuantas masas, pero no mermelada, ¡ojo! mujer, quita allá, que hoy es día de ayuno; y la mermelada se considera alimento sólido; ¡por el Templo y el Altar! [Después de haber orado una horal Yo ayuno dos veces por semana, por las dudas. Zamarriel. — Ahora que recuerdo, te quería decir; ¿no te estaría espiando el Publicano ese? Fariseo. —Bien puede ser, ahora que lo dices. Son traidores. ¡Que un hijo de Israel se preste a cobrar los impuestos de los Romanos y recibiendo paga por eso! No lo puedo concebir. Son criminales, peor que los mismos Saduceos, que al fin sólo reciben regalos. Son estafadores, ladrones, adúlteros. La otra semana no más uno de ellos fue sorprendido ¡con una mujer casada! en circunstancias bastante sospechosas... Zamarriel. — ¿Y qué pasó? Fariseo. —¿Y qué va a pasar? ¡La Ley! Pedrea que te crió. Zamarriel. — ¿Y él? Fariseo. — Ella. Él se apretó la gorra, tomó el portante y agarró las de Villadiego, más que ligero... Zamarriel. —¿Y ella? ¿Qué tal? ¿Era bonita? Fariseo. —Yo no vi. La apresaron los Hermanos y la llevaron a la plazoleta para apedrearla. Como yo estaba en casa de la Rubena, para explicarle un paso del Deuteronomio, y hay tantos calumniadores... me escabullí. Y no pude ver la pedrea. Raquela. —No la apedrearon... Fariseo y Zamarriel. —¿Cómo? Raquela. —Yo lo vi todo. Pasó algo grande. Estaba sentado en un relieve de la plazoleta ese Jesús de Nazareth, con tres de sus discípulos. Cuando lo vieron, quisieron penerle un caso; y les salió al revés. Se aproximaron con precaución, con la mujer a los lirones, entre Barjudá y Ibrahim. Le dijeron: «Rabbí, sabemos que eres justo y observante de la Ley. Esta desgraciada ha sido sorprendida en adulterio. La Ley de Moisés dice que a las tales hay que apedrearlas, «pena cápitis, pena cápitis», Misdrahím, càpite séptimo. El Sanedrín no se reunirá hasta pasado mañana. Ahora, tú dirás qué se ha de hacer,» Y él no dijo nada. Fariseo. — ¿Y tú qué hacías allí, Raquelita? Raqueta. — Pues... para decir la verdad.. . no estaba explicando un paso del Deuteronomio a Rubén... Había ido a ver si lo traía a curar a Carmela. Dicen que cura. Mi hermana pierde sangre que es un horror... y los médicos... Zamarriel. —No le han hecho el remedio que yo dije: la bosta de mulo blanco23. No se lo han hecho. Juraría. Ahora, si no hacen las cosas como uno las dice... Raqueta. — Hemos hecho todo; pero si los médicos se ponen en contra entre ellos...
Por et Talmud conocemos que un remedio indicado por los médicos para curar el flujo de sangre «era buscar granos de avena en la bosta de un mulo blanco; comiendo uno, el flujo debía cesar por dos días; comiendo dos, por tres días; y comiendo uno durante tres días, debía cesar para siempre. Otro remedio, y éste decisivo: azotarse los muslos con ortigas a la media noche un dfa sf y otro no durante un mes de Kislew (que corresponde a nuestro Noviembre-Diciembre) y la enfermedad debía desaparecer. Otros remedios que seguían hacían desaparecer tas ganas de sanarse. La medicina era ejercida por los Escribas, y consistía en un poco de emprirismo y mucha superstición. En la Mishna (Talmud) existe esta sentencia: 'El mejor de las médicos merece el Infierno’,» (Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Domingo Vigesimotercero después de Pentecostés).
Fariseo. —Basta, que quiero saber lo que pasó. Soy Velador del Sacro Velamen. Carmela puede esperar. ¿Qué pasó? Raquela. — Pues, pasó esto: él no dijo nada; y se puso a escribir con el dedo en la arena. Ellos más y más le insistían y declan que si no contestaba, quedaba reo de improlijación, o algo así. Entonces él levantó aquella cabeza —jamás me olvidaré de esto— y los miró muy despacio: a mí también me miró. Y dijo: *E1 que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» La mujer se habla acurrucado junto a él como una paloma... con su cabeza en los pies desnudos de Él, llorando. Jamás me olvidaré. Fariseo. — ¡Apedrearlos a los dos, hombre! Zamarriel. —¡Miren qué gracioso! ¿Y la Ley? Raquela. —Ellos se quedaron fríos, se miraron unos a otros y al suelo, que estaba lleno de palabras hebreas, que no comprendo,,, dejaron caer las piedras y... empezando por el viejo Ibrahim (que sabemos lo que se dice de él) y el viejo Barjudá, desfilaron uno tras otro como ovejitas. Hasta yo me fui; pero antes oí una cosa estupenda. ¡El Rabbí de Nazareth le perdonó los pecados! Yo me fui porque tenía vergüenza de mis pecados. Fariseo. — ¡No es posible! ¡No es posible! ¡Eso sería espantoso! Me voy ahora mismo a... ¡Oh! ¿Qué es aquello? ¿Allí en la ventana? Raquela. — ¿Aquello? Es él, que pasa. Fariseo. —¡Y va con él el odioso Publicano! Zamarriel. — ¡Y los rengos, y los ciegos, y los mendigos lo siguen! ¡Y sus odiosos discípulos, esos galileos brutos! Raquela. —¡Zaburrón! ¡Esposo mío! ¡Llámalo que cure a Carmela!
Cristo y los Fariseos 139
Fariseo. — No grites, mujer, que nos oyen. La verdad es que tengo ganas de llamarlo. Una, que soy Velador del Sacro Velo, y tengo que informar pasado mañana, y debo saber lo que ha pasado. Otra, que me gustaría conocerlo a este tipo. Otra más, que a lo mejor hace un milagro, y me ahorra una cantidad de plata... Raquela. —¡Y otra que mi hermana está enferma! Fariseo. — No grites, burra, te digo. Manda al criado que le diga que venga. ¡Rápido! ¡De parte del Maestro Zaburrón! Zamarriel. —¿El Publicano es el que va a su lado? Creo que lo conozco. Fariseo. —Sí. Y se ha despojado de la insignia, la caperuza y esclavina verde. Y ahí hay una notoria prostituta, al final. ¡Y un soldado romano! Zamarriel. — ¡Y uno de los nuestros, Zaburrón, mira! ¡Nicodemos! jNicodemos el EscribaI Fariseo. — ¡Nicodemos! Se paran todos. Miran hacia aquí. Me miran. Vuelve el criado. Raquela. — ¡Hermana, el único que te puede salvar es este hombre! ¡Y a mí también! Fariseo. — ¡Fuera de aquí! ¡Te vas inmediatamente adentrol Tengo que hablar con ét en serio. Dios está conmigo y no temo a nadie. Hoy oré en el Templo, y descendí justificado, lo siento en mi corazón. Si ese hombre es Dios, ahora lo veremos. J- Criado (Entrando.) — Se niega a entrar aquí, Patrón. Raquela. (Adentro gritando.) — ¡Carmela, tienes que salir, tienes que salir y tocarle al menos la fimbria de su manto! ¡Él puede curarte! ¡Él puede curarte!
n Doce Parábolas Cimarronas.
Zamarriel. —Bueno, pelillos a la mar, por mí no hay que pelear. Volveré cuando sea. De modo que orando ¿eh? Fariseo. — ¡Orando al Santo de los Santos! ¡En aquella quietud que da devoción! ¡En medio de aquellas doraduras y plateaduras! ¡En mi propio lugar, en voz alta, solemne y devota! ¡Cerca del Tabernáculo! ¡Casi tocando el Arca de la Alianza! ¡Con la conciencia tranquila, digan lo que digan! ¡Cumplidos todos mis deberes religiosos! ¡«Impecable», como dijo Barhizimal al proponerme para Velador! Sesenta y ocho denarios de diezmos he pagado este año, sin contar los sacrificios, y creo que no me corresponde tanto, pero por no discutir... con ese Eliphaz... Zamarriel. —Hombre, ahora que recuerdo, días pasados estaba yo orando también, y vi a la viuda esa, Abisail, que fue a oblar, y obló (a que no adivinas) ¡una dracma al Templo! Hombre, no hay derecho. Nosotros tenemos que soportar todo el culto. ¿Y sabes lo que dijo después un Rabbí ambulante, de ésos que andan ahora? ¡Que esa mujer había oblado más que nadie! Fariseo. — ¿Quién? ¿Jesús de Nazareth? Zamarriel. — ¿Lo conoces? Fariseo. — Así, así. De vista. Lo vi al salir del Templo hablando con un Publicano. Zamarriel. — ¡Con un Publicano! Bien, está en sus costumbres. ¿Y qué le decía? Fariseo. — ¡Qué sé yo! Nt acercarme quiero a esa gentuza. Ese Publicano estaba en un rincón al entrar yo al Templo, déle darse golpes de pecho, y susurrando sin cesar, que esto lo oí: «Señor, ten piedad de este pecador.» Con eso lo arreglan todo muy fácil esos traidores a Israel. ¡Tenía una cara de bandido! ¡Golpes de pecho, ya te daré yo! ¡Otros golpes se necesitan! Estafadores, ladrones, adúlteros, doy gracias a Dios de estar muy lejos de ser como ellos... Zamarriel. — Exacto. Y hablando de todo, ¿qué hay de política, Zaburrón? ¿Cómo ves la situación? Los Publícanos están ensoberbecidos. Fariseo. —Todo esto se va al tacho si no lo paramos a tiempo. Los Romanos han echado un nuevo impuesto para edificar algo que llaman Kiliseo o Karroseo; y Pilatos hizo pasar a cuchillo a dieciséis galileos que protestaron. ¡Yo no sé cómo el pueblo no se subleva! ¡Qué pueblo tenemos! Zamarriel. — Éste no es pueblo, es plebe, esa plebe inmunda que no conoce la Ley, ese aluvión zoológico, chusmaje, como dice siempre nuestro gran Eliphaz. Detrás de esos se van, detrás de ese Jeshoua, o del otro Bautizador, que Herodes, por suerte... ¡Demagogos! ¡Comunistas! — como dice el gran Eliphaz. Fariseo. —Sí, ese Jeshoua es peligroso. Es increíble lo que se atreve a decir, según cuentan. No está con nosotros. El Publicano criminal le hablaba con grandes gestos a solas, sus discípulos aparte, y él levantó lentamente la mano más alta que los ojos, y le oí... «¡Nuestro Padre de los Cielos!» ¡El Padre de él... y mío! ¡Nuestro! ¡El Padre mío y de ese Publicano, todo junto! ¡Vergüenza! Yo pasé sin mirar y recogiendo mis fimbrias como cuando hay basura, como dice la Ley. Entonces me miró, y dijo a sus discípulos algo; y todos me miraron. Yo no me digné mirar. Zamarriel. — Pero viste todo. Fariseo. — Así hay que hacer en política. Como te iba diciendo, la situación está en un «tris»; los Romanos son odiados; el pueblo se levantará a su tiempo, cuando ya no pueda más; por eso conviene que Pilatos haga atrocidades; y Caifás se las hará hacer, pierde cuidado. Por eso hay que andar bien con Pilatos. Ya lo hemos hecho pelearse con Herodes. También hay que andar bien con Herodes. Hay que andar bien con todos, pedirles puestos y embajadas, y minarlos por debajo. Eso es genuino Nacionalismo. Eso es política realista y moderada. Te digo, Zamarriel, que jamás ha habido en Israel tanta política y tan gran política como ahora. Nuestro Caifás es grande, aunque no estoy de acuerdo con lo que dijiste del «gran Eliphaz», su cuñado. ¡Eliphaz es un gato! Pero Caifás es un zorro, y Anás, que está detrás, es un lince montaraz, y Butor, su yerno, es un fenómeno, vamos, una fiera. Pero ¡no me hables de Eliphaz! ¿Ves este vaso de pórfido que está allá? Zamarriel, — Eximio. Con tantas cosas que hay aquí, uno no se fija. Eximio. ¡Qué sala tienes! Fariseo. —Pues es regalo de Butor, a cambio de unas informaciones; que se lo sacó al capitán romano de la Antonia por nada; es decir, por otras pocas informaciones. Así hay que hacer... hasta que llegue la hora, ¡la gran hora! Raquela. — (Entrando.) El té. Zamarriel. —Caro amigo, tienes una sala que te la envidio. ¡Qué esplendidez! Demasiadas cosas, quizás, para mi gusto, ¡pero de gustos no hay nada escrito! Y demasiado gusto griego, yo prefiero generalmente el gusto sirio: es más «congènito» al nuestro; pero me gusta aquella estatuita de Venus... Moisés prohibió las estatuas, pero claro que se puede interpretar... Éstas son para ornam ento, no para culto. Tomaré otro panqueque, con permiso, doña Raquela. Fariseo. — ¿Por qué has tardado tanto?
Raquela. —Fui a vendar a la Carmela, que estaba en un grito. Fariseo. — Ya serán ganas de gritar. Raquela. —Te aseguro que sufre. Es culebrilla. Pierde sangre. No se cura. Fariseo. — Eso tiene remedio. Ahora estamos aquí con Zamarriel hablando de nuestra Ley que los Romanos han profanado; pero eso acabará, vaya si acabará, y muy pronto; y nuestra Ley no acabará jamás, pues tenemos las promesas de Jahwé... pese a todos esos Jesús de Nazareth (¡de Nazareth, no me haga reír!) y esos Juanes Bautistas... ¡Demagogos! (Comunistas! Ése que te dije va a acabar mal, lo mismo que el otro Bautizador, ése de Nazareth. [Te lo digo yo! Zamarriel. —¿Piensas que está cerca el Mesías? Fariseo. —Según la profecía de Daniel, no puede estar lejos. Pero no se ve ninguna figura prominente... No se ve a nadie... Raquela. —¿Y Caifás? Fariseo. —Hombre, calla, mujer. Digo figura prominente en el otro sentido. Un caudillo, un capitán, un hombre que haga prodigios como Josué... ¡Cómo estoy de ansioso de verlo! Y él se hará ver, jmecachis! En cuanto lo veamos, cataplum, levantamos al pueblo, armamos a las masas, nos encerramos en el Templo y ¡vrrac! Ustedes me entienden, toma aquí y echa allá; pim, pum, estacazo y tente tieso, ¡rrrrumpa! Abajo Roma, viva Caifás, ¡trúmtrúmtrúm! Ustedes me entienden. ¡Paf!, un rayo en la fortaleza Antonia, muera Pilatos, ¡crajjjjj! Raquela. —Has roto un pocilio... Fariseo. —Mujer, ¿quién te mandó ponerlos al borde mismo? Siempre serás la misma. Pues como te iba diciendo, todo eso yo lo he de ver... Tomaré una tacita más y unas cuantas masas, pero no mermelada, ¡ojo! mujer, quita allá, que hoy es día de ayuno; y la mermelada se considera alimento sólido; ¡por el Templo y el Altar! [Después de haber orado una horal Yo ayuno dos veces por semana, por las dudas. Zamarriel. — Ahora que recuerdo, te quería decir; ¿no te estaría espiando el Publicano ese? Fariseo. —Bien puede ser, ahora que lo dices. Son traidores. ¡Que un hijo de Israel se preste a cobrar los impuestos de los Romanos y recibiendo paga por eso! No lo puedo concebir. Son criminales, peor que los mismos Saduceos, que al fin sólo reciben regalos. Son estafadores, ladrones, adúlteros. La otra semana no más uno de ellos fue sorprendido ¡con una mujer casada! en circunstancias bastante sospechosas... Zamarriel. — ¿Y qué pasó? Fariseo. —¿Y qué va a pasar? ¡La Ley! Pedrea que te crió. Zamarriel. — ¿Y él? Fariseo. — Ella. Él se apretó la gorra, tomó el portante y agarró las de Villadiego, más que ligero... Zamarriel. —¿Y ella? ¿Qué tal? ¿Era bonita? Fariseo. —Yo no vi. La apresaron los Hermanos y la llevaron a la plazoleta para apedrearla. Como yo estaba en casa de la Rubena, para explicarle un paso del Deuteronomio, y hay tantos calumniadores... me escabullí. Y no pude ver la pedrea. Raquela. —No la apedrearon... Fariseo y Zamarriel. —¿Cómo? Raquela. —Yo lo vi todo. Pasó algo grande. Estaba sentado en un relieve de la plazoleta ese Jesús de Nazareth, con tres de sus discípulos. Cuando lo vieron, quisieron penerle un caso; y les salió al revés. Se aproximaron con precaución, con la mujer a los lirones, entre Barjudá y Ibrahim. Le dijeron: «Rabbí, sabemos que eres justo y observante de la Ley. Esta desgraciada ha sido sorprendida en adulterio. La Ley de Moisés dice que a las tales hay que apedrearlas, «pena cápitis, pena cápitis», Misdrahím, càpite séptimo. El Sanedrín no se reunirá hasta pasado mañana. Ahora, tú dirás qué se ha de hacer,» Y él no dijo nada. Fariseo. — ¿Y tú qué hacías allí, Raquelita? Raqueta. — Pues... para decir la verdad.. . no estaba explicando un paso del Deuteronomio a Rubén... Había ido a ver si lo traía a curar a Carmela. Dicen que cura. Mi hermana pierde sangre que es un horror... y los médicos... Zamarriel. —No le han hecho el remedio que yo dije: la bosta de mulo blanco23. No se lo han hecho. Juraría. Ahora, si no hacen las cosas como uno las dice... Raqueta. — Hemos hecho todo; pero si los médicos se ponen en contra entre ellos...
Por et Talmud conocemos que un remedio indicado por los médicos para curar el flujo de sangre «era buscar granos de avena en la bosta de un mulo blanco; comiendo uno, el flujo debía cesar por dos días; comiendo dos, por tres días; y comiendo uno durante tres días, debía cesar para siempre. Otro remedio, y éste decisivo: azotarse los muslos con ortigas a la media noche un dfa sf y otro no durante un mes de Kislew (que corresponde a nuestro Noviembre-Diciembre) y la enfermedad debía desaparecer. Otros remedios que seguían hacían desaparecer tas ganas de sanarse. La medicina era ejercida por los Escribas, y consistía en un poco de emprirismo y mucha superstición. En la Mishna (Talmud) existe esta sentencia: 'El mejor de las médicos merece el Infierno’,» (Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Domingo Vigesimotercero después de Pentecostés).
Fariseo. —Basta, que quiero saber lo que pasó. Soy Velador del Sacro Velamen. Carmela puede esperar. ¿Qué pasó? Raquela. — Pues, pasó esto: él no dijo nada; y se puso a escribir con el dedo en la arena. Ellos más y más le insistían y declan que si no contestaba, quedaba reo de improlijación, o algo así. Entonces él levantó aquella cabeza —jamás me olvidaré de esto— y los miró muy despacio: a mí también me miró. Y dijo: *E1 que esté sin pecado, que le tire la primera piedra.» La mujer se habla acurrucado junto a él como una paloma... con su cabeza en los pies desnudos de Él, llorando. Jamás me olvidaré. Fariseo. — ¡Apedrearlos a los dos, hombre! Zamarriel. —¡Miren qué gracioso! ¿Y la Ley? Raquela. —Ellos se quedaron fríos, se miraron unos a otros y al suelo, que estaba lleno de palabras hebreas, que no comprendo,,, dejaron caer las piedras y... empezando por el viejo Ibrahim (que sabemos lo que se dice de él) y el viejo Barjudá, desfilaron uno tras otro como ovejitas. Hasta yo me fui; pero antes oí una cosa estupenda. ¡El Rabbí de Nazareth le perdonó los pecados! Yo me fui porque tenía vergüenza de mis pecados. Fariseo. — ¡No es posible! ¡No es posible! ¡Eso sería espantoso! Me voy ahora mismo a... ¡Oh! ¿Qué es aquello? ¿Allí en la ventana? Raquela. — ¿Aquello? Es él, que pasa. Fariseo. —¡Y va con él el odioso Publicano! Zamarriel. — ¡Y los rengos, y los ciegos, y los mendigos lo siguen! ¡Y sus odiosos discípulos, esos galileos brutos! Raquela. —¡Zaburrón! ¡Esposo mío! ¡Llámalo que cure a Carmela!
Cristo y los Fariseos 139
Fariseo. — No grites, mujer, que nos oyen. La verdad es que tengo ganas de llamarlo. Una, que soy Velador del Sacro Velo, y tengo que informar pasado mañana, y debo saber lo que ha pasado. Otra, que me gustaría conocerlo a este tipo. Otra más, que a lo mejor hace un milagro, y me ahorra una cantidad de plata... Raquela. —¡Y otra que mi hermana está enferma! Fariseo. — No grites, burra, te digo. Manda al criado que le diga que venga. ¡Rápido! ¡De parte del Maestro Zaburrón! Zamarriel. —¿El Publicano es el que va a su lado? Creo que lo conozco. Fariseo. —Sí. Y se ha despojado de la insignia, la caperuza y esclavina verde. Y ahí hay una notoria prostituta, al final. ¡Y un soldado romano! Zamarriel. — ¡Y uno de los nuestros, Zaburrón, mira! ¡Nicodemos! jNicodemos el EscribaI Fariseo. — ¡Nicodemos! Se paran todos. Miran hacia aquí. Me miran. Vuelve el criado. Raquela. — ¡Hermana, el único que te puede salvar es este hombre! ¡Y a mí también! Fariseo. — ¡Fuera de aquí! ¡Te vas inmediatamente adentrol Tengo que hablar con ét en serio. Dios está conmigo y no temo a nadie. Hoy oré en el Templo, y descendí justificado, lo siento en mi corazón. Si ese hombre es Dios, ahora lo veremos. J- Criado (Entrando.) — Se niega a entrar aquí, Patrón. Raquela. (Adentro gritando.) — ¡Carmela, tienes que salir, tienes que salir y tocarle al menos la fimbria de su manto! ¡Él puede curarte! ¡Él puede curarte!
IIPag. 141
Parábola del Sepulcro y las Víboras
El
llamado "elenco contra fariseos", donde se halla la semejanza del
sepulcro y las víboras, fue proferido dos veces, como se ve claro
cotejando los lugares paralelos de Mateo XX1U y Lucas XI: la primera
proferición, en una comida donde había fariseos presentes, es mansa, no
contiene la contumelia directa de "hipócritas" aunque sí la de "bobos"
(stulti), no termina con la amenaza del infierno, y es más bien un
"argumento" (como dicen los ingleses) y una prevención, La segunda es el
"élenjos" más terrible que se ha pronunciado en este mundo: es una
maldición y una sentencia de muerte. La primera fue proferida más o
menos en la mitad de la vida pública, la segunda el Martes de Pasión,
ante la muerte; una en una comida privada, la otra ante el pueblo y los
discípulos, quizás en el Templo; la una provocó simplemente una mayor
obsesión de entramparlo con preguntas capciosas, la otra, la decisión de
apresurar el asesinato legal; la una terminó en avisos a sus discípulos
acerca de la persecución, la segunda, en sentencia de muerte para
Jerusalén y sus 14 Las Parábolas de Cristo.
Jefes (muerte eterna), envuelta en profunda tristeza, con una profecía esjatológica. Los lectores superficiales y también los exégetas antiguos las identifican o acoyuntan, y eso hoy día induce a grave error. Finalmente, en la segunda y más terrible, no hay réplica alguna y en la primera, un Escriba interrumpe para decir; "Maestro, nos estás haciendo contumelia." Hay que responder a este Escriba (Cristo no respondió, prosiguió simplemente su requisitoria) porque de ella viene el grave error actual, expresado por muchos escritores, que enunciaremos así: "Cristo insultó a los fariseos, ¿qué mucho que ellos lo quisieran mal?" El clérigo protestante y Profesor de Escritura Rvdo. George Herbert Box M.A. nada menos que en la acreditada Enciclopedia Británica (artículo Pharisee) lo trae en forma pulcra: describe a los fariseos como gente honorable, muy piadosa, rígida en moral, un poco estrecha y antipática pero honrada (más o menos como los "V icto rian o s" ingleses a quienes los asimila), que al fin cumplían con su deber al "investigar" a Cristo y celar la Ley de Moisés; de donde Cristo viene a quedar como una especie de demagogo anárquico, perturbador de la moral común.*5 El filósofo Santayana en un libro nada feliz (sobre un tema para el cual no tiene bastante preparación) La Idea de Cristo en los Evangelios, que han editado aquí como tantos otros bodrios, dice con candidez que: al fin y al cabo nada le habían hecho a Cristo (pág. 139), ¿por qué se irrita Él MBÍn que parezca que ellos hayan hecho (En EE.UU edición 1953 este articulo ha sido corregido; la eulogia del fariseísmo, retirada; y el artículo es solamente histórico; y correcto. Me refiero, pues, a las ediciones anteriores a 1940. La Enciclopedia Británica existe desde 1768. L. C.)
Nada para provocarlo" (sic), si al fin y al cabo no había esperanza de cambiarlos? Más allá van Wellhausen y el "célebre" santón protestante Albert Schweitzer, que se extrañan de que la policía lo haya aguantado tanto tiempo (cinco semanas según él) a Cristo; y en el fondo, por ende aprueban (nefandum dictu) su asesinato legal. Algunos católicos, como Daniel-Rops (Jésus en son Temps, Fayard, 1949), tienden a atenuar y disculpar al fariseísmo, recordando a Hillel y Gamaliel, excelentes personas; y San Pablo, Nicodemos, José de Aritmatea, santos; olvidando que si fueron santos, fue porque "se dieron vuelta" a odiar al fariseísmo. No digamos nada de Sholem Asch (El Nazareno) y Ludwig (Vida de Jesús), para los cuales los fariseos son lo mejor de lo mejor del mundo; y Cristo amigo de ellos ¡y fariseo también! Cristo no comenzó su carrera insultando a los fariseos ni a nadie, como ni tampoco Juan Bautista: terminaron ambos por la imprecación, probado primero inútilmente todo lo demás. Cristo hubiese podido lícitamente comenzar por la maldición, pues allí había llegado ya Juan el Precursor, cuya prédica Él continuaba; pero no lo hizo. Volvió a fojas uno; aceptaba las invitaciones a comer de los fariseos y respondía a sus preguntas, mansamente al principio, aun cuando esas invitaciones no significaran hospitalidad, ni siquiera curiosidad, sino (después se vio) trampas odiosas. No predicó contra su ociosa casuística, sino cuando ella escombraba la Ley de Dios. Cumplió incluso sus necios mandatos, mientras no fueran contra la misericordia y la justicia o el sentido común. No los desacreditó públicamente como sacerdotes o como "catedráticos", mientras leían la Ley de Moisés: "Haced pues todo lo que os dijeren...", lo cual era difícil, porque el ejemplo de ellos era al revés y "exempla trahunt, verba dictant."16 El "mansísimo" Jesús fue mansísimo incluso en este tremendo "élenjos" que estamos considerando, créase o no. "Élenjos" llamaban los griegos a la parte de la oración jurídica en que el fiscal precisa los cargos y da las pruebas; o sea, en lenguaje moderno, la "requisitoria". Cumplió Cristo con su misión; hizo, con tristeza aquí, su deber. Su requisitoria enumeró en ocho acápites los hechos que eran públicos; deñnidos, juzgados y valorados con dureza y diafanidad de cristal de roca. La expresión "sepulcros blanqueados" es hoy término del lenguaje común del mundo entero, a causa de su certeridad. Las ochos acusaciones de Cristo, que definen para in aeternum un tipo, son menos violentas aunque no menos graves que las otras coincidentes que nos trae la literatura rabfnica de ese tiempo; como la clasificación de los Siete Fariseos que hace el Talmud (Sotah, 22 b, Bar.), la maldición a las "fam ilias sacerdotales" indignas, del Menahoth, XIII, 21, o las incriminaciones a los Altos Sacerdotes de Flavio Josefo en Antigüedades Judaicas, XXI, 179. Los fariseos traían a la mente de Cristo imágenes de muerte: sepulcros y víboras. ¿Qué mucho, si estaba ya condenado irremediablemente por ellos a muerte y viperinamente calumniado? Nadie lo podía ya sustraer a la muerte, ni su Padre mismo, oso decir. Contesta aquí con otra sentencia de muerte a la suya ya fijada; y hace con sus asesinos, anticipándoles su futuro, la última posible (inútil) obra de misericordia.
“ Los ejemplos arrastran, las palabras exhortan.
Cristo no "tiene dos estilos", como cree Santayana Jorge. Lo mismo que la imagen que Él nos trazó de su Padre (en realidad, Él fue por excelencia la imagen terrestre del Padre), Cristo es el mismo cuando increpa y cuando perdona, igual que la figura de Dios que Él nos diseñó, por un lado Padre magnánimo y buen pastor, y por otro lado sultán absoluto e irritable, no son sino las dos faces de la misericordia y la justicia de Dios, ambas inmensurables a medidas humanas, que no hacen sino una sola cara, la cara de Dios, la cual de suyo es inefable, y sólo se puede expresar humanamente así, con dos exageraciones que se equilibran. Cuando Cristo tenía que hacer de juez, hizo de juez sin dejar de ser el buen pastor, que da la vida por sus ovejas. La persona que sabía que un día habría de juzgar a esos hombres ciegos y condenarlos ¿es mucho que les gritara, cuando aún estaban a tiempo de salvarse? Fue ese griterío el último instrumento de salvación: el martillo para los corazones hechos piedra. Dadme un padre recto y justo, y comprenderá lo que digo. Mas un padre que increpa a su hijo que ya ve perdido, hasta lo último, suele generalmente conseguir su causa; aquí nones. Un padre romano, es decir, no argentino: un varón bueno como Lucius Brutus, quien, llorando, tuvo que condenar a muerte a un hijo. La prueba es que la imprecación de los ochos "Vae" (que propiamente en griego "ouaí" no expresan ira sino más bien tristeza) se resuelve en ternísima tristeza: "Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces quise cobijar a tus hijos como la gallina bajo sus alas a sus pollitos, y no quisiste!" Sigue la sentencia porque darla es el deber de Cristo: infierno para los malévolos y empedernidos asesinos — no tanto y no sólo de Su cuerpo y el de los profetas "que yo os enviaré", sino sobre todo asesinos de las almas, de sus "ovejas" —y la ruina para Jerusa- lén. Pero no podía detenerse allí Cristo; y añade a la sentencia del Juez la promesa del Padre, la única que podía hacer, la lejana promesa y profecía de la conversión parusíaca de los judíos; algún día, perdido allí en las brumas de lo desconocido. Matadme, pues, para llenar la medida de vuestros padres y desbordarla, oh herederos de Caín y de todos los matadores de justos y profetas... Os aseguro que "ya no me veréis más hasta el día en que digáis: 'Bendito el que viene en nombre del Señor'," Así termina el "elenco contra fariseos". ¿Quería decir su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos? No, eso había pasado ya; y los que dijeron "Bendito el que viene en el Nombre" no fueron los deicidas, sino los Discípulos, el pueblo chico, los niños. Se refería a la conversión de los Judíos en el fin del mundo. Aludía al Domingo pasado, sí; haciendo a ese efímero reconocimiento del Hijo de David por una mínima Jerusalén, figura y "typo" del futuro reconocimiento total y definitivo. Su corazón fue a descansar allá, no teniendo ya en otra parte "donde reclinar la cabeza" —pero terminó con una bendición. Porque aunque la Justicia y la Misericordia de Dios son infinitas, la Misericordia es mayor —dice Santo Tomás: que yo no sé cómo puede ser. Que lo explique otro. He hablado mucho en El Evangelio de Jesucristo17 del fariseísmo y ios fariseos: y es demasiado poco. Dije allí que los fariseos eran malísimos, y eso hay que decir, y lo dijo al máximo Cristo; que el fariseísmo es el
17 Domingo X después de Pentecostés.
Famoso pecado contra el Espíritu Santo, "que no tiene perdón ni en esta ni en la otra vida"; y que toda la vida de Cristo se puede resumir en esta palabra: "luchó contra el fariseísmo", pues, en efecto, ésa fue la "empresa" de Jesucristo como hombre, desde su nacimiento a su muerte, así como todas sus acciones de "reformador religioso" incluso milagros, profecías y funda- ción de la Iglesia; y ella llena el Evangelio, de modo que se podría escribir un libro, que no se ha escrito; y se debería escribir, habiendo hoy día un repunte del fariseísmo; el cual es eterno más que los imperios y las pirámides de Egipto. Diré también ahora que "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" es también el fariseísmo. Y dirán que es manía. Y no lo es. Sobre esta palabra de Daniel1* repetida por Cristo” , qué significa en concreto, se dividen desesperadamente los exégetas. Es un modismo hebreo que dice "el colmo del desastre", o "el colmo de los colmos", que decimos nosotros. Opinamos que esa "abominación" que Cristo dio como señal de huir de Jerusalén y de la Sinagoga, es la misma muerte injusta y sacrilega de Cristo pairada por la "Religión (por los hombres oficialmente religiosos) de Israel" siguiendo en esto que diré una leve y vaga indicación de Maldonado. Todas las diversas opiniones de los Santos Padres, caen a prima consideración; por ejemplo: "Fue el entrar el ejército romano en la ciudad santa" (Orígenes): ya no había entonces lugar de huir. "Fueron las águilas romanas, que eran ídolos. M 9, 27. Mateo 24, 15. en el Templo de Jerusalén": lo mismo y más. "Fue la estatua de Adriano colocada en el Templo" (San Jerónimo): fue colocada después de la destrucción del Templo. "Fue el retrato del César que Pilatos introdujo en el Templo" (id.). No lo introdujo sino en la ciudad, de noche y clandestinamente ... "Fue la sedición de los Zelotes en el tiempo de Floro, los cuales profanaron el Templo..." "Fue el mismo cerco de Jerusalén por las Legiones..." (San Agustín). Dejo otras por no aburrir. Ninguna tienen atadero con el ser un "signo" de dejar la ciudad deicida, y "huir a las montañas", pues no quedaba lugar ya de "huir a las montañas". ¿Qué más abominación de la desolación que el Monte Calvario, el cuerpo desangrado del Justo de los Justos colgado de tres clavos; y el rasgón del velo del Tabernáculo30, acontecido milagrosamente al mismo tiempo? Cuenta el judío Josefo que al quedar eventrado el Tabernáculo, como cosa que ya no contenía a Dios ni a nada, se oyeron en el Templo voces aéreas que decían: "Huid, huid, salgamos de aquí." No. La abominación máxima y bien patente fue el fariseísmo deicida. Y la señal perspicua fue el partirse en dos el velo del Santísimo al fenecer Cristo, símbolo portentoso del acabamiento de la Sinagoga como casa de Dios. Me dirán que eso no fue "señal" de fuga de Jerusalén por los neófitos. Pues sí señor lo fue. Empezaron a desfilar (a filer doux, como dice el francés) desde la Crucifixión, empezando por los Apóstoles, exceptuando Santiago el Mayor, Obispo de Jerusalén. Instarás: pero la fuga en masa de los cristianos a la aldea montañosa de Pelia en la Transjordania “ Mateo 27, 51; Marcos 15, 38; Lucas 23, 45. ¿no fue unos 30 años después de la Crucifixión? Concedo; pero para esa fuga última y urgente. Cristo dio otra señal: "Cuando veáis la ciudad sitiada aunque no del todo"31; y eso entendieron bien los neófitos. Pues el primer sitio de Jerusalén por Vespasiano fue flojo y daba lugar a huir; el segundo, seis meses después por Tito (nombrado su padre Emperador de Roma), fue cerradísimo, incluso por una enorme muralla, el Romanum Vallum, contra el cual se estrellaban los míseros fugitivos y eran reenviados a la urbe "condenada por Dios* (palabras del Príncipe Tito), las mujeres con las manos o los pechos amputados, los varones eventrados para buscar oro o joyas, tragados para ocultarlos —es decir, cadáveres, si hemos de creer al historiador Josefo. Todos los otros "signos" de los Santos Padres —poco o nada cuidadosos de las fechas— acontecieron después del cerco de Tito: cuando ya no había caso de huir. Y esta opinión o presunción mía (que no doy sin pruebas) se confirma con el hecho de que este "signo" de la desolación abominable, serálo también del fin del mundo, pues al fin del mundo lo aplica Daniel; y también Cristo, como "antitypo". A los dos finales debe pues convenir el signo, a los dos desastres, al typo y al antitypo; y San Pablo cuando habla del Anticristo, da como señal el sacrilegio religioso, y no otra cosa: "Se sentará en el Templo de Dios haciéndose dios"111, es decir, se apoderará de la religión para sus fines, como habían hecho los fariseos; en forma aún más nefanda el Anticristo. 11 Lucas 21, 20. SJ TesaIonicenses 2, 4. Interpretación de la "abominación" por San Pablo. Si creemos a San Pablo y a Cristo (que en los últimos tiempos habrá una "gran apostasía"33 y que no habrá ya [casi] fe en la tierra31), sólo el fariseísmo es capaz de producir ese fenómeno. Cuando los judíos digan: "Bendito sea el que viene en el Nombre", será cuando los cristianos hayamos flaqueado y decaído, cuando "el Devastador esté a su vez devastado", dice Daniel; cuando Roma, el Orden Romano haya desaparecido, como a osadas está hoy desapareciendo. Sólo el fariseísmo puede devastar a la Iglesia por dentro; sin lo cual ninguna persecución externa le haría mella, como vemos por su historia, pues "la sangre de los mártires es semilla de cristianos." Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa, y atrae, no repele: atrae prodigiosamente, como se vio ya en su asombrosa propagación entre dificultades sin cuento, muertes y martirios. Me detengo un momento para resollar: tengo miedo... Solamente cuando la Iglesia tenga la apariencia de un sepulcro blanqueado, y los que mandan en ella tengan la apariencia de víboras, y lo sean, el mundo entero se asqueará de Ella y serán poquísimos los que puedan mantener no obstante su fe firme, un puñado heroico de "escogidos" que "si no se abreviara el tiempo, ni ellos resistirían."35 Entonces se producirá "el gran receso" y a causa de él, "el Hombre de Pecado, el Hijo de la Perdición"33 Tesalonicenses 2, 3. 34 Lucas 18, 8. 35 Mateo 24, 22. tendrá cancha para hacer su satánica voluntad en el mundo —por muy poco tiempo. Con todas las promesas divinas encima (hay que decirlo), Si la Iglesia no practica la honradez, está perdida; Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la "política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista. Porque entonces entrará en ella "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" que predijo Daniel Profeta, es decir, el fariseísmo. Por culpa del fariseísmo — "sepulcro que no se ve, por lo cual los hombres caminando lo tocan y se manchan" (Lucas 11, 44) según la Ley de Moisés (Números 19, 16: mancha legal "si alguien tocara un muerto... o un sepulcro, quedará inmundo por siete días"), por lo cual los judíos "blanqueaban" los sepulcros un mes antes de Pascua —las Puertas del Infierno c a s i prevalecerán contra Ella, y sobre ese c a s i de desesperación, volverá Cristo. Velad, pues. Y no toquéis los sepulcros ni las víboras.
Jefes (muerte eterna), envuelta en profunda tristeza, con una profecía esjatológica. Los lectores superficiales y también los exégetas antiguos las identifican o acoyuntan, y eso hoy día induce a grave error. Finalmente, en la segunda y más terrible, no hay réplica alguna y en la primera, un Escriba interrumpe para decir; "Maestro, nos estás haciendo contumelia." Hay que responder a este Escriba (Cristo no respondió, prosiguió simplemente su requisitoria) porque de ella viene el grave error actual, expresado por muchos escritores, que enunciaremos así: "Cristo insultó a los fariseos, ¿qué mucho que ellos lo quisieran mal?" El clérigo protestante y Profesor de Escritura Rvdo. George Herbert Box M.A. nada menos que en la acreditada Enciclopedia Británica (artículo Pharisee) lo trae en forma pulcra: describe a los fariseos como gente honorable, muy piadosa, rígida en moral, un poco estrecha y antipática pero honrada (más o menos como los "V icto rian o s" ingleses a quienes los asimila), que al fin cumplían con su deber al "investigar" a Cristo y celar la Ley de Moisés; de donde Cristo viene a quedar como una especie de demagogo anárquico, perturbador de la moral común.*5 El filósofo Santayana en un libro nada feliz (sobre un tema para el cual no tiene bastante preparación) La Idea de Cristo en los Evangelios, que han editado aquí como tantos otros bodrios, dice con candidez que: al fin y al cabo nada le habían hecho a Cristo (pág. 139), ¿por qué se irrita Él MBÍn que parezca que ellos hayan hecho (En EE.UU edición 1953 este articulo ha sido corregido; la eulogia del fariseísmo, retirada; y el artículo es solamente histórico; y correcto. Me refiero, pues, a las ediciones anteriores a 1940. La Enciclopedia Británica existe desde 1768. L. C.)
Nada para provocarlo" (sic), si al fin y al cabo no había esperanza de cambiarlos? Más allá van Wellhausen y el "célebre" santón protestante Albert Schweitzer, que se extrañan de que la policía lo haya aguantado tanto tiempo (cinco semanas según él) a Cristo; y en el fondo, por ende aprueban (nefandum dictu) su asesinato legal. Algunos católicos, como Daniel-Rops (Jésus en son Temps, Fayard, 1949), tienden a atenuar y disculpar al fariseísmo, recordando a Hillel y Gamaliel, excelentes personas; y San Pablo, Nicodemos, José de Aritmatea, santos; olvidando que si fueron santos, fue porque "se dieron vuelta" a odiar al fariseísmo. No digamos nada de Sholem Asch (El Nazareno) y Ludwig (Vida de Jesús), para los cuales los fariseos son lo mejor de lo mejor del mundo; y Cristo amigo de ellos ¡y fariseo también! Cristo no comenzó su carrera insultando a los fariseos ni a nadie, como ni tampoco Juan Bautista: terminaron ambos por la imprecación, probado primero inútilmente todo lo demás. Cristo hubiese podido lícitamente comenzar por la maldición, pues allí había llegado ya Juan el Precursor, cuya prédica Él continuaba; pero no lo hizo. Volvió a fojas uno; aceptaba las invitaciones a comer de los fariseos y respondía a sus preguntas, mansamente al principio, aun cuando esas invitaciones no significaran hospitalidad, ni siquiera curiosidad, sino (después se vio) trampas odiosas. No predicó contra su ociosa casuística, sino cuando ella escombraba la Ley de Dios. Cumplió incluso sus necios mandatos, mientras no fueran contra la misericordia y la justicia o el sentido común. No los desacreditó públicamente como sacerdotes o como "catedráticos", mientras leían la Ley de Moisés: "Haced pues todo lo que os dijeren...", lo cual era difícil, porque el ejemplo de ellos era al revés y "exempla trahunt, verba dictant."16 El "mansísimo" Jesús fue mansísimo incluso en este tremendo "élenjos" que estamos considerando, créase o no. "Élenjos" llamaban los griegos a la parte de la oración jurídica en que el fiscal precisa los cargos y da las pruebas; o sea, en lenguaje moderno, la "requisitoria". Cumplió Cristo con su misión; hizo, con tristeza aquí, su deber. Su requisitoria enumeró en ocho acápites los hechos que eran públicos; deñnidos, juzgados y valorados con dureza y diafanidad de cristal de roca. La expresión "sepulcros blanqueados" es hoy término del lenguaje común del mundo entero, a causa de su certeridad. Las ochos acusaciones de Cristo, que definen para in aeternum un tipo, son menos violentas aunque no menos graves que las otras coincidentes que nos trae la literatura rabfnica de ese tiempo; como la clasificación de los Siete Fariseos que hace el Talmud (Sotah, 22 b, Bar.), la maldición a las "fam ilias sacerdotales" indignas, del Menahoth, XIII, 21, o las incriminaciones a los Altos Sacerdotes de Flavio Josefo en Antigüedades Judaicas, XXI, 179. Los fariseos traían a la mente de Cristo imágenes de muerte: sepulcros y víboras. ¿Qué mucho, si estaba ya condenado irremediablemente por ellos a muerte y viperinamente calumniado? Nadie lo podía ya sustraer a la muerte, ni su Padre mismo, oso decir. Contesta aquí con otra sentencia de muerte a la suya ya fijada; y hace con sus asesinos, anticipándoles su futuro, la última posible (inútil) obra de misericordia.
“ Los ejemplos arrastran, las palabras exhortan.
Cristo no "tiene dos estilos", como cree Santayana Jorge. Lo mismo que la imagen que Él nos trazó de su Padre (en realidad, Él fue por excelencia la imagen terrestre del Padre), Cristo es el mismo cuando increpa y cuando perdona, igual que la figura de Dios que Él nos diseñó, por un lado Padre magnánimo y buen pastor, y por otro lado sultán absoluto e irritable, no son sino las dos faces de la misericordia y la justicia de Dios, ambas inmensurables a medidas humanas, que no hacen sino una sola cara, la cara de Dios, la cual de suyo es inefable, y sólo se puede expresar humanamente así, con dos exageraciones que se equilibran. Cuando Cristo tenía que hacer de juez, hizo de juez sin dejar de ser el buen pastor, que da la vida por sus ovejas. La persona que sabía que un día habría de juzgar a esos hombres ciegos y condenarlos ¿es mucho que les gritara, cuando aún estaban a tiempo de salvarse? Fue ese griterío el último instrumento de salvación: el martillo para los corazones hechos piedra. Dadme un padre recto y justo, y comprenderá lo que digo. Mas un padre que increpa a su hijo que ya ve perdido, hasta lo último, suele generalmente conseguir su causa; aquí nones. Un padre romano, es decir, no argentino: un varón bueno como Lucius Brutus, quien, llorando, tuvo que condenar a muerte a un hijo. La prueba es que la imprecación de los ochos "Vae" (que propiamente en griego "ouaí" no expresan ira sino más bien tristeza) se resuelve en ternísima tristeza: "Jerusalén, Jerusalén, ¡cuántas veces quise cobijar a tus hijos como la gallina bajo sus alas a sus pollitos, y no quisiste!" Sigue la sentencia porque darla es el deber de Cristo: infierno para los malévolos y empedernidos asesinos — no tanto y no sólo de Su cuerpo y el de los profetas "que yo os enviaré", sino sobre todo asesinos de las almas, de sus "ovejas" —y la ruina para Jerusa- lén. Pero no podía detenerse allí Cristo; y añade a la sentencia del Juez la promesa del Padre, la única que podía hacer, la lejana promesa y profecía de la conversión parusíaca de los judíos; algún día, perdido allí en las brumas de lo desconocido. Matadme, pues, para llenar la medida de vuestros padres y desbordarla, oh herederos de Caín y de todos los matadores de justos y profetas... Os aseguro que "ya no me veréis más hasta el día en que digáis: 'Bendito el que viene en nombre del Señor'," Así termina el "elenco contra fariseos". ¿Quería decir su entrada triunfal en Jerusalén el Domingo de Ramos? No, eso había pasado ya; y los que dijeron "Bendito el que viene en el Nombre" no fueron los deicidas, sino los Discípulos, el pueblo chico, los niños. Se refería a la conversión de los Judíos en el fin del mundo. Aludía al Domingo pasado, sí; haciendo a ese efímero reconocimiento del Hijo de David por una mínima Jerusalén, figura y "typo" del futuro reconocimiento total y definitivo. Su corazón fue a descansar allá, no teniendo ya en otra parte "donde reclinar la cabeza" —pero terminó con una bendición. Porque aunque la Justicia y la Misericordia de Dios son infinitas, la Misericordia es mayor —dice Santo Tomás: que yo no sé cómo puede ser. Que lo explique otro. He hablado mucho en El Evangelio de Jesucristo17 del fariseísmo y ios fariseos: y es demasiado poco. Dije allí que los fariseos eran malísimos, y eso hay que decir, y lo dijo al máximo Cristo; que el fariseísmo es el
17 Domingo X después de Pentecostés.
Famoso pecado contra el Espíritu Santo, "que no tiene perdón ni en esta ni en la otra vida"; y que toda la vida de Cristo se puede resumir en esta palabra: "luchó contra el fariseísmo", pues, en efecto, ésa fue la "empresa" de Jesucristo como hombre, desde su nacimiento a su muerte, así como todas sus acciones de "reformador religioso" incluso milagros, profecías y funda- ción de la Iglesia; y ella llena el Evangelio, de modo que se podría escribir un libro, que no se ha escrito; y se debería escribir, habiendo hoy día un repunte del fariseísmo; el cual es eterno más que los imperios y las pirámides de Egipto. Diré también ahora que "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" es también el fariseísmo. Y dirán que es manía. Y no lo es. Sobre esta palabra de Daniel1* repetida por Cristo” , qué significa en concreto, se dividen desesperadamente los exégetas. Es un modismo hebreo que dice "el colmo del desastre", o "el colmo de los colmos", que decimos nosotros. Opinamos que esa "abominación" que Cristo dio como señal de huir de Jerusalén y de la Sinagoga, es la misma muerte injusta y sacrilega de Cristo pairada por la "Religión (por los hombres oficialmente religiosos) de Israel" siguiendo en esto que diré una leve y vaga indicación de Maldonado. Todas las diversas opiniones de los Santos Padres, caen a prima consideración; por ejemplo: "Fue el entrar el ejército romano en la ciudad santa" (Orígenes): ya no había entonces lugar de huir. "Fueron las águilas romanas, que eran ídolos. M 9, 27. Mateo 24, 15. en el Templo de Jerusalén": lo mismo y más. "Fue la estatua de Adriano colocada en el Templo" (San Jerónimo): fue colocada después de la destrucción del Templo. "Fue el retrato del César que Pilatos introdujo en el Templo" (id.). No lo introdujo sino en la ciudad, de noche y clandestinamente ... "Fue la sedición de los Zelotes en el tiempo de Floro, los cuales profanaron el Templo..." "Fue el mismo cerco de Jerusalén por las Legiones..." (San Agustín). Dejo otras por no aburrir. Ninguna tienen atadero con el ser un "signo" de dejar la ciudad deicida, y "huir a las montañas", pues no quedaba lugar ya de "huir a las montañas". ¿Qué más abominación de la desolación que el Monte Calvario, el cuerpo desangrado del Justo de los Justos colgado de tres clavos; y el rasgón del velo del Tabernáculo30, acontecido milagrosamente al mismo tiempo? Cuenta el judío Josefo que al quedar eventrado el Tabernáculo, como cosa que ya no contenía a Dios ni a nada, se oyeron en el Templo voces aéreas que decían: "Huid, huid, salgamos de aquí." No. La abominación máxima y bien patente fue el fariseísmo deicida. Y la señal perspicua fue el partirse en dos el velo del Santísimo al fenecer Cristo, símbolo portentoso del acabamiento de la Sinagoga como casa de Dios. Me dirán que eso no fue "señal" de fuga de Jerusalén por los neófitos. Pues sí señor lo fue. Empezaron a desfilar (a filer doux, como dice el francés) desde la Crucifixión, empezando por los Apóstoles, exceptuando Santiago el Mayor, Obispo de Jerusalén. Instarás: pero la fuga en masa de los cristianos a la aldea montañosa de Pelia en la Transjordania “ Mateo 27, 51; Marcos 15, 38; Lucas 23, 45. ¿no fue unos 30 años después de la Crucifixión? Concedo; pero para esa fuga última y urgente. Cristo dio otra señal: "Cuando veáis la ciudad sitiada aunque no del todo"31; y eso entendieron bien los neófitos. Pues el primer sitio de Jerusalén por Vespasiano fue flojo y daba lugar a huir; el segundo, seis meses después por Tito (nombrado su padre Emperador de Roma), fue cerradísimo, incluso por una enorme muralla, el Romanum Vallum, contra el cual se estrellaban los míseros fugitivos y eran reenviados a la urbe "condenada por Dios* (palabras del Príncipe Tito), las mujeres con las manos o los pechos amputados, los varones eventrados para buscar oro o joyas, tragados para ocultarlos —es decir, cadáveres, si hemos de creer al historiador Josefo. Todos los otros "signos" de los Santos Padres —poco o nada cuidadosos de las fechas— acontecieron después del cerco de Tito: cuando ya no había caso de huir. Y esta opinión o presunción mía (que no doy sin pruebas) se confirma con el hecho de que este "signo" de la desolación abominable, serálo también del fin del mundo, pues al fin del mundo lo aplica Daniel; y también Cristo, como "antitypo". A los dos finales debe pues convenir el signo, a los dos desastres, al typo y al antitypo; y San Pablo cuando habla del Anticristo, da como señal el sacrilegio religioso, y no otra cosa: "Se sentará en el Templo de Dios haciéndose dios"111, es decir, se apoderará de la religión para sus fines, como habían hecho los fariseos; en forma aún más nefanda el Anticristo. 11 Lucas 21, 20. SJ TesaIonicenses 2, 4. Interpretación de la "abominación" por San Pablo. Si creemos a San Pablo y a Cristo (que en los últimos tiempos habrá una "gran apostasía"33 y que no habrá ya [casi] fe en la tierra31), sólo el fariseísmo es capaz de producir ese fenómeno. Cuando los judíos digan: "Bendito sea el que viene en el Nombre", será cuando los cristianos hayamos flaqueado y decaído, cuando "el Devastador esté a su vez devastado", dice Daniel; cuando Roma, el Orden Romano haya desaparecido, como a osadas está hoy desapareciendo. Sólo el fariseísmo puede devastar a la Iglesia por dentro; sin lo cual ninguna persecución externa le haría mella, como vemos por su historia, pues "la sangre de los mártires es semilla de cristianos." Si la Iglesia está pura y limpia, es hermosa, y atrae, no repele: atrae prodigiosamente, como se vio ya en su asombrosa propagación entre dificultades sin cuento, muertes y martirios. Me detengo un momento para resollar: tengo miedo... Solamente cuando la Iglesia tenga la apariencia de un sepulcro blanqueado, y los que mandan en ella tengan la apariencia de víboras, y lo sean, el mundo entero se asqueará de Ella y serán poquísimos los que puedan mantener no obstante su fe firme, un puñado heroico de "escogidos" que "si no se abreviara el tiempo, ni ellos resistirían."35 Entonces se producirá "el gran receso" y a causa de él, "el Hombre de Pecado, el Hijo de la Perdición"33 Tesalonicenses 2, 3. 34 Lucas 18, 8. 35 Mateo 24, 22. tendrá cancha para hacer su satánica voluntad en el mundo —por muy poco tiempo. Con todas las promesas divinas encima (hay que decirlo), Si la Iglesia no practica la honradez, está perdida; Si la Iglesia atropella la persona humana, está perdida; Si la Iglesia suplanta con la Ley, la norma, la rutina, la juridicidad y la "política"... a la Justicia y a la Caridad, está lista. Porque entonces entrará en ella "la abominación de la desolación en el lugar donde no debe estar" que predijo Daniel Profeta, es decir, el fariseísmo. Por culpa del fariseísmo — "sepulcro que no se ve, por lo cual los hombres caminando lo tocan y se manchan" (Lucas 11, 44) según la Ley de Moisés (Números 19, 16: mancha legal "si alguien tocara un muerto... o un sepulcro, quedará inmundo por siete días"), por lo cual los judíos "blanqueaban" los sepulcros un mes antes de Pascua —las Puertas del Infierno c a s i prevalecerán contra Ella, y sobre ese c a s i de desesperación, volverá Cristo. Velad, pues. Y no toquéis los sepulcros ni las víboras.
III
Sobre Tres Modos Católicos de ver la Guerra Española Pag. 153
When doctors disagree, what deuce would people feeüi7 (Proverbio inglés)
Por modos de ver lícitos, no se debería disputar entre católicos, ni menos insultarse. Una de las ventajas de ser católicos es justamente ésa: haberse puesto de acuerdo de una vez y para siempre acerca de 14 puntos, para tener la libertad de discordar en todos los demás. Parece mentira, pero la fe (verdadera) da libertad intelectual: una vez que uno se afirmó indestructiblemente en ñarse de lo que dice Dios, todo lo que disputan los hombres se le vuelve de golpe disputas de hombres. Tienen su importancia propia, pero con altura se las ve —decía mi tío el cura. Y es dañino cuando la disputa por modos de ver surge entre Doctores: la escuela se desconcierta. Y lo peor es cuando el modo de ver lícito inferior insurge contra el modo de ver lícito superior: entonces es verdadera falta de jerarquía, y es desorden puroM.
En Las Ideas de mi Tío el Cura, Excálibur, Bs. As., 1984, p. 155 ss.
Uf Cuando los doctos disputan, ¿qué puede pensar la gente?
"Todo error nace de pensar o de obrar según determinaciones (demasiado) particulares", Hegel, Logik, 1, 24, II. (L.C.)
Se me ocurre que hay tres modos posibles a un católico de ver la guerra española: un modo humano, un modo filosófico y un modo teológico. El modo humano consiste en desear que venza Franco pronto —lo mejor, cuando Dios quiera. No digo humano en voz peyorativa sino en voz general, que según por donde tire, puede agarrar bien o puede agarrar mal —o puede agarrar mezcla. La pura y simple humanidad del hombre le impone que al ver dos riñendo desee que uno gane, aunque no sea sino por amor de la paz o de las situaciones claras; y que no gane el peor. Yo deseo con toda el alma que gane Franco, que en este caso, no es el peor. Para saber que no es el peor, mis razones no son complicadas ni difíciles ni teológicas: ¡humanas! Del otro lado está la bestialidad, la inhumanidad. De este lado está al menos la disciplina, aunque sea la disciplina de un "militarote", como dicen los yrigoyenistas. Del otro lado se desataron los satanes bajos, Behemot la hiena, Astaroth el cerdo, Moloch devoraniños. La disciplina es una necesidad social, aunque no sea el supremo bien social; con ella se puede ir más adelante, sin ella a ninguna parte. Y que gane cuanto antes, aunque más no sea por toda esa sangre derramada y ese espectro rojo de la guerra devastando reliquias milenarias sacras y humanas, segando hombres, segando mujeres y niños. Si no sintiese así; si me sintiese frío e inconcemido en esta contienda que divide no sólo la Madre Patria sino mi cara patria-mamá — lejos de creerme por eso un superhombre, me sentiría infrahumano y hasta inhumano. Si en la Gran Guerra fui francófilo, con más razón ahora seré "franquífilo". Si no me paro ante las carteleras, discuto a gritos en el tranvía o me paso dos horas al día leyendo diarios, o clavando banderitas, es simplemente porque me parece inútil y no tengo tiempo. Pero no soy incapaz de comprender a los que tal hacen, y si no los admiro, por lo menos los tolero; como los tolera el Gobierno, poniéndoles un chafle al lado de las pizarras, en vez de mandarlos a estudiar a sus casas. El poder motor específico de las imágenes, que dicen los sabios, hace creer a estos excelentes ciudadanos que hacen algo por la causa justa haciendo esas cosas y otras parecidas: es una ley psicológica. Escribiendo por ejemplo que Franco es el mayor estratega de Europa, que España se confunde con la esencia del Catolicismo, que ésta es la guerra más santa de la historia, ayudan a Franco como pueden, o por lo menos desahogan su buena voluntad. En tiempo de la Gran Guerra supe tener un amigo argentino —porque aquí estoy hablando con los argentinos, los españoles son dueños de hacer lo que quieran, yo respetaré su sentir— tuve un amigo argentino y francófilo — murió ya el pobre— que tenía en el "hall" un busto del Kaiser, al cual preguntando yo cierto día: "¿Cómo con ser aliado tenía un busto del Kaiser?" me respondió el honesto muchacho: —"Lo tengo aquí paradito y cada vez que viene una victoria alemana ¡lo derribo a trompis!" Y yo comprendí a mi amigo. No sería argentino si fuese incapaz de comprender esa cualidad argentina de penar por meterse en todo, sobre todo si son peleas. El segundo modo sería (incluyendo el primero) considerar también lo que hubo antes y lo que vendrá después; y con esto, sacar consecuencias y enseñanzas. Yo opino que el filósofo francés Jacques Maritain está colocado en este modo. Filósofo es aquél que profesa solemnemente el principio metafisico que no hay cría sin madre ("nulla sine matre proles"), y cuyo oficio en este mundo es buscar la madre de todos los corderos. Este cordero degollado parece tener más madres que chivo de muchas madres; cuantimenos parece tener dos madres, y una coja. Quiero decir que esta guerra tiene también una raíz social, tiene por lo menos una de sus raíces en la injusticia social; y ¿creen voarcedes que la raíz ya se secó o acabada la guerra se secará solita? Yo abrigo inmensa esperanza que tanta sangre de mártires, troncos de virtud y flores de sacrificio como Dios se ha dignado florecer en aquella admirable tierra de España no pueden quedar sin fruto; pero eso es una esperanza, no una certeza: no hay primavera que no pueda helarse. Y la sangre de esos mártires se derramó por Dios y no por Juan March. Pero yo tengo también una certeza: que toda esa sangre de cristianas venas (porque también marxistas españoles tienen sangre —y quizá algunos alma— de bautizados) ha sido reclamada ante Dios por una gran pirámide de pecados previos contra el pobre — de pecados contra el hermano, de pecados contra el débil, de pecados contra el niño, de pecados contra Dios. De pecados désos que dice la Escritura claman al cielo. Y no me parece imposible que en esa mole de pecados que ahora se lava en sangre estuviesen también representados algunos de los que hora más vociferan: ''¡Guerra santa, guerra santa, guerra santa!" Los israelitas se postraron a adorar el becerro de oro (véase el libro del Éxodo), bajó Moisés hecho una furia, y ser armó una gran guerra civil y santa en que murieron 23,000 hombres. Entre los culpables estaba también el sacerdote Aarón, hermano de Moisés, el cual salvó la vida: no había idolatrado, pero había disimulado; no había sido sacrilego, pero sf débil, o por lo menos tonto. ¿Qué dice entonces la filosofía? Porque esto es historia sagrada. Lo que dice la filosofía es esto: primero, que no hay revoluciones benéficas; y segundo, que las grandes corrientes sociales que subtienden la historia no se desvían con lindas palabras, ni siquiera con buenas intenciones. Revolución que de veras lo sea, no hay "per se" ninguna benéfica, aunque alguna pueda ser inevitable. No es la revolución entonces la que cura, sino el contragolpe della; y es quirúrgica y dura cura. Revolución es subversión violenta del orden (o pseudo-orden) existente, como una fiebre infecciosa o una septicemia es subversión violenta del equilibrio fisiológico. Revolución es una enfermedad y nada más. Una enfermedad tiene una causa peor que ella, y ella tira a la salud, pero no es la salud. Esa gran crisis del sistema orgánico, esa lucha de cuyos posibles éxitos uno es siempre la muerte, jamás puede ser deseable por sí. De aquí sigue que el Marxismo, que tiene la lucha de clases llevada a términos violentos por cosa natural (por ende buena y deseable en sí), y preconiza la revolución como medio normal y "único" de solución social, es filosóficamente perverso. Pero también sigue que una esperanza puesta de primo intento (y no como un último extremo; indeseable, aunque quizá previsible) en revoluciones de derecha, es utópica. Opino personalmente que la revolución de Franco fue en efecto ese último extremo por ende justa y legitimable, aunque no sacralmente santa 3*. [Pero no se buscan, vive el cielo, se soportan solamente los últimos extremos! Esto podría ir para ciertos nacionalistas impacientes o irritables en demasía, que parecen (por lo menos en las palabras) no vislumbrar más útiles de acción política para tratar los (graves) problemas de nuestro país que el palo, la escoba, el rebenque, la espada y otros parecidos medios de persuasión y cura. Este modo de hablar no es bueno, aunque pudiesen hacerlo, que tampoco pueden. Y mucho más si recubre el mismo modo de pensar, o mejor dicho de no pensar. Otra cosa que la filosofía sabe (o al menos supo en mi tiempo) es que con palabras no se sacan muelas; SI la quieren llamar santa, las palabras son elásticas. SI la quieren llamar Cruzada, las palabras soportan todo. Sólo que la historia no va para atrás, y las otras Cruzadas las proclamaban los Papas en vez de Queipo de) Llano. Yo creo que Franco y Mussolini son católicos; pero de católico a santo hay que morirse primero, después hacer cuatro milagros y después ser canonizado ¡por el Papa Legítimo! No basta un sacerdote, ni siquiera unos cuantos. Ésta es la doctrina y lo demás son palabras. Yo por mí preferirla respetar tas palabras. (Una buena mujer decía un día: "Mi marido es un santo." Después añadió: "Lo único que un poquito le da por la bebida, ¡y cuando se toma es capaz de todo!') Las palabras son sirvientitas indefensas, mucamitas de la Verdad. Pero hay que respetarlas. Mons. Franceschi ha escrito aquí un excelente ensayo sobre el abuso déllas. El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El que no respeta mucho las ideas, no ama enormemente la Verdad. Y el que no ama enormemente la Verdad, simplemente, se queda sin ella. No hay peor castigo.
A un hombre que se quiere engañar ¿qué castigo le hemos de dar? Pues dejar que se engañe, amigo. No hay peor castigo.
(L.C.) mucho menos las muelas de molino que según Jesucristo Nuestro Señor están colgadas al cuello de los que escandalizan pequeños. Miren que Cristo no hablaba en broma. El problema social es un hecho, la división en clases (opulenta y mísera) es un hecho, la injusticia social legalizada es un hecho, la apostasía creciente de las masas es un hecho, el Marxismo crudo en la Argentina es un hecho y también, voto a Cristo, la hipocresía y el espíritu de clase de muchos sedicentes católicos opulentos. ¿Qué prueba si no el enorme auge del Marxismo en un siglo; y su triunfo, aunque sea provisorio y precario, en muchas regiones? Muchas de las previsiones de Karl Marx se han cumplido, como lo prueba el eco actual de sus doctrinas. Bizco para ver en alto, Karl Marx veía bien de cerca; equivocado en la "mayor" de su sistema, acertaba en muchas "menores"40. El Materialismo Histórico es falso como ley general de la historia; pero es un hecho histórico como ley de nuestra época desquijarrada, con su hipertrofia de lo económico. La economía podrá no ser de suyo la forma total especificante de todo el proceso histórico; pero es de él la causa material; y la locura de nuestra época fue elevarla con el Liberalismo Económico a causa directriz subvirtiendo las humanas jerarquías, y pecando contra ta naturaleza11. Que lo que es por naturaleza inferior sea sobrepuesto y rija a lo que
w La primera parte (Cap. I) del Manifiesto de 1874 está repleta de medios verdades "de hecho". (L.C.)
“ "La burguesía ha despojado de su aureola a todas las funciones hasta entonces reputadas venerables y en efecto veneradas. Del médico, del jurista, del sacerdote, del poeta, del sabio ha hecho (o tendido a hacer) trabajadores asalariados" (Marx, Manif., Cap. I). (L.C.) es naturalmente superior (un necio hecho presidente, un ciego hecho piloto, el comerciante mandando al pensador o al guerrero) dice Sto. Tomás que es "peccatum in móribus et monstrum in natura", en lo moral constituye el pecado, en lo natural algo monstruoso. Esas monstruosidades se pagan caras. Y los efectos de esas monstruosidades, encamados en vastas marejadas colectivas, que tienen algo de ciego determinismo de las fuerzas cósmicas, no se atajan con "BridgeB de caridad en pro de las Obras de las Hijas de María Inmaculada" o con "Ballets de Beneficencia de las exquisitas damas de nuestra aristocracia (des)vestidas de negro en honor y pro del Patronato de Leprosos". No, no se atajan así, no se atajan así precisamente.1 Ni siquiera se atajan con gobernantes cortos y caducos que sean excelentes personas privadas, incapaces de matar una mosca. El buen gobernante, que no es igual que el gobernante bueno, debe ser capaz de matar un hombre, solfa decir mi tío. Según Aristóteles los supremos actos del principado son la guerra y el "judicium cápitis". Mas para dar bien una sentencia de muerte precisa ser todo un hombre; y además, gracia de Dios, que en rigor es Él el único que puede matar. El tirano tiene casi siempre un precursor, que es el gobernante alcanzálam ona. No hay vicio más irreformable que el hacer el mal por tontería.
41 S. Th. In Arist. De Anima III, 16. 'Si autem e converso accidit, quod appetitus superior transmoveatur ab inferiori, hoc est praeter ordinem naturalem. Unde et hoc facit peccatum in moribus, sicut peccata sunt monstra in natura ..." "Si por el contrario sucede que el apetito superior sea movido por el inferior, esto es contra el orden natural y de ello se sigue pecado en lo moral, así como los pecados son algo monstruoso en lo natural." (L.C.)
La visión teológica de la guerra española: ésa es la que no tengo yo, porque para tenerla habría que ser un santo. Teólogo es aquél que profesa solemnemente ver con Dios, ver por todo a Dios. Habría que poder ver desde aquí (y es imposible) por qué una parte del admirable pueblo español (que se confunde con la esencia del Catolicismo, según un escritor español), por qué una parte grande del pueblo pobre de España se puso de golpe a odiar a Dios, sañudamente a querer destruir a Dios, es decir los sacerdotes, monjas, templos, cálices, crucifijos, imágenes; las imágenes terrenas de Dios. Dicen: —Los rusos que se lo enseñaron. Digo: — ¿Y a los rusos quién les enseñó? Dicen: — Satán. Digo: —¿Y a Satán quién lo soltó? ¿Quién soltó los criminales de las cárceles madrileñas sino los millones de votos del Frente Popular, los votos de gente humilde que no quería saber más "con los curas"? Por eso digo que precisaría ser Santo para hablar de esto, habría que hablar del fariseísmo, de esa sutil enfermedad del instinto religioso llamada fariseísmo. En cualquier manual de Psicología encontrarás que hay dos "aberraciones del sentimiento o del instinto religioso" (no están de acuerdo si es un instinto o un sentimiento, aunque yo creo que en el fino fin de todo es un conocimiento): una la superstición, otra el fariseísmo.
Los psicólogos se ponen a describirlo: no es la muerte, es como una esclerotización de lo religioso en uno. Es un complejo proceso, tiene muchas formas y grados: desde la imperceptible desecación y vuelta a lo exterior que es su comienzo, ese sobrepeso del cuerpo (social) sobre el alma (mística) de la Iglesia que llaman "religión estática" o "traspaso de una mística en política" (Peguy) hasta la odiosa y criminosa hipocresía —mezcla de orgullo, ambición, avaricia, mentira, impiedad, dureza— contra quien tuvo que luchar Cristo y ha quedado burilada en acero para siempre en las páginas del Evangelio. Entre aquello y esto hay infinidad de grados medios: aulicismo, curialismo, clericalismo o pretensión del clero a regir lo civil, eclesiasticismo rutinario, fanatismo ciego, estoicismo, ritualism o, fachadismo o religión de aparato, ambicioncilia, intriguilla eclesiástica, beatería, frailonería o repugnancia al trabajo y al riesgo, etc. Ver los libros de Psicología Religiosa. ¿Cómo hizo Rusia, la Santa Rusia, la Tierra-de-Dios para llegar a ser la sede de los Sln-Dios? Es imposible imaginarse el fenómeno del odio colectivo a Dios y la aparición del primer estado anti-teo**, sin contar con el estado de la religión rusa, desvirtuada por diez siglos de Cisma, hundiéndose en el proceso degenerativo de la superstición y el fariseísmo, tal como fue déllo testigo alucinado Dostoievsky45. Una plebe inculta y pasional de religiosidad profunda pero miope y turbulenta detrás de extraños monjes de turbia y vehemente mística como Zósima (cuando no de bestial superstición como
" San Pablo, II Tesalonicenses 2, 3-7.
Ver por ejemplo los dos grandes frescos del “Staréis Zósima" (Hermanos Karamazov, libro II) y de la Comunión Pascual de los presos (Casa de Muertos, cap. X). (L.C.)
Rasputín), mientras allá arriba en las altas esferas los Popes de una iglesia de Estado montaban su guardia de policía espiritual en torno a los intereses de las clases pudientes. Caro mío, estos son hechos. No hay corrupción más pésima que la de las cosas óptimas. El sacerdote debe odiar el fariseísmo en todos sus grados; es el primer deber de su ministerio celar la pureza de la virtud de la religión, la primera entre las virtudes morales; y debe discernirlo en todos sus repliegues con los ojos penetrantes del saber y del odio. Así lo odió Cristo. Le costó la vida. Jesucristo parece haber tomado el fariseísmo como empresa de su vida, como empresa personal de su poderosa personalidad viva. Jesucristo bajó a evangelizar todos los pueblos de la tierra, él con sus discípulos; pero él personalmente se reservó el pueblo de Israel y dejó los demás a sus discípulos. Bajó a predicar toda la ley de Dios, él con sus discípulos; pero él personalmente se reservó la prédica del mandato: "Amor a Dios y al prójimo", y dejó los demás a sus discípulos. Vino a luchar contra todos los vicios, maldades y pecados; pero él personalmente luchó contra el fariseísmo. Lo tomó por su cuenta. Ver los santos Evangelios. Empezó a quebrantar el farisaico Sábado, a olvidarse de las cuartas o quintas abluciones, a tratar con los ; publícanos, perdonar a las prostitutas arrepentidas; a curar en día de fiesta, a decir que escuchasen a los maestros legales pero no los imitasen, a distinguir entre preceptos de Dios y preceptos de hombres de Dios, a poner la misericordia y la justicia por encima de las Ceremonias, aun de las ceremonias del culto, y no del culto samaritano sino del verdadero; empezó a describir en parábolas más hermosas que la aurora el hondo corazón vivo de la religiosidad, del reino de Dios que está dentro de nosotros, y es espíritu, verdad, y vida. Lo contradijeron, por supuesto; lo denigraron, calumniaron, acusaron, tergiversaron, persiguieron, espiaron, reprendieron. Y entonces el sereno recitador y magnífico poeta se irguió, y vieron que era todo un hombre. Recusó las acusaciones, respondió a los reproches, confundió a los sofisticantes con cinglantes réplicas. Y haciéndose la polémica más viva cada vez, con unos enemigos que contra él lo podían todo, se agigantó el joven Rabbí magníficamente hasta el cuerpo-a-cuerpo, la imprecación y la fusta. Dos veces por lo menos, al principio y al fin de su heroica campaña, hizo manifestación de violencia, no se detuvo ante las vías de hecho. "Hijos de víbora", "sepulcros blanqueados", "raza adúltera", y el fulgurante recitado de las siete maldiciones (Mt., 23); "¡Ay a vos, escriba y fariseo hipócrita!" repetidas con fuerza inconmensurable. "Vae vobis, hipocritae!" ¿Está eso en el Evangelio canónico? ¡Está incluso en el Sermón de la Montaña, en el "dulce", en el "místico", en el "poético" Sermón de la Montaña (como dicen los que no lo han leído) aunque Tolstoi lo ignore y no acaben jamás de encontrarlo muchos católicos "bien"! Son los siete arbotantes de piedra de las Ocho Bienaventuranzas, el esqueleto férreo sin el cual el Cristianismo se vuelve gelatinoso, y el león de Judá deviene una especie de molusco, de esos que como las ostras y los pulpos pueden tomar todas tas formas que quieran. Si Cristo hubiese sido ostra, no lo hubieran matado. Lo mataron por eso y nada más: lo mató el fariseísmo. Mas Él parece haber seguido reservándose ese enemigo personalmente. Donde-quiera el fariseísmo ha empezado a mellar su Iglesia, la historia muestra que ha habido efusión de sangre y cosas divinalmente terribles.
Mueren inocentes y culpados —o se salvan a veces los más culpados, reservados quizá para la otra vuelta. Murió Cristo y Jacobo Menor y Esteban; y perecieron después los triunfantes fariseos a filo de espada romana. "Cabeza de Jacques de Molay en el Temple de París, cenizas de Savonarola en el Ponte d'Arno, cuerpo de Juana de Arco en Ruán, cárcel dura de San Juan de la Cruz y amenaza de muerte y veneno, vosotros sabéis cuan diabólicamente dañino y duro es el fariseísmo. Las corrupciones del espíritu son peores que las corrpciones de la carne"...16 El tío que había empezado bromeando acababa trágico: la gruesa vena de sus sienes se hinchaba. Conocedor del daño que le irrogaban las violencias de su genio, yo lo interrumpí para cambiarle el tema y echarlo todo a barato: —Tío, párese. No sea el diablo que acabemos en una especie de Varrompisa...47
No creo que mi tío igualase todos esos nombres al respecto de su personal mérito o demérito. Savonarola fue justamente condenado, Juana de Arco lo fue injustamente. Pero sus jueces eran todos fariseos. (L.C.) 47 Alusión a Raúl Barón Biza, inquieto varón de licenciosa vida y cuantiosa fortuna, merced a la cual pudo dar a algunos de sus dislates forma de libros, tales como Punto Final y El derecho de matar. En el ambiente menos destapista de mediados de siglo, sus audacias en orden a los principios morales y algunas poses pseudo anarco-r evolucionarías en materia sociopolítica, causaron escozor y justificado escandalete —y no pocas delicias de los aburridos cronistas de sociales. FÍoy día, sus libelos serian considerados devocionarios por el patoterismo cultural vigente. Casado el susodicho Barón Biaza (o Varrompisa, vaya uno a saber) con Clotilde Sabattini, presidenta que fue del Consejo Nacional de Educación y mujer de notable belleza, hace unos diez años, atentó contra ella arrojándole ácido en el rostro, lo que prueba su catadura y estilo. Falleció hace un par de años (N. del E.).
—¿Qué es eso? —Ese tipo del otro día, que dicen le ha escrito una carta de reprensión y desafío al Papa publicándola junto con una especie de hemorragia sexual-patológica en verso ("coprolalia'' en el nombre médico) a modo de vómito de borracho, que un juez de Buenos Aires ha fallado judicialmente ser una obra de arte y pertenecer a la literatura. — ¡Dios nos libre! — exclamó mi tío. agarrándose la cabeza. ¡Ahora me acuerdo! Pero sin embargo, si yo soy un católico fariseo, ¿y quién puede pararse limpio ante Dios?, si yo soy un fariseo, delante de Dios estoy debajo de ese Varrompisa que dices (que al fin'será un pobre enfermo) y hasta estoy por debajo — si no intelectualmente, al menos moralmente— del mismo juez que aprobó el libro. Moralmente debajo del juez mis- mo, t —Intelectualmente debajo dese juez es casi imposible estar —dijo mi tío el cura. Y añadió pensativo: — En Madrid había jueces así en 1931, cuando empezó La tarantela — según me contó el cónsul español de Toulouse, había habido por mucho tiempo jueces y gobernantes dese tono. Cuando esto pasa, cualquier desastre que se prediga de una Nación no es improbable.
Por modos de ver lícitos, no se debería disputar entre católicos, ni menos insultarse. Una de las ventajas de ser católicos es justamente ésa: haberse puesto de acuerdo de una vez y para siempre acerca de 14 puntos, para tener la libertad de discordar en todos los demás. Parece mentira, pero la fe (verdadera) da libertad intelectual: una vez que uno se afirmó indestructiblemente en ñarse de lo que dice Dios, todo lo que disputan los hombres se le vuelve de golpe disputas de hombres. Tienen su importancia propia, pero con altura se las ve —decía mi tío el cura. Y es dañino cuando la disputa por modos de ver surge entre Doctores: la escuela se desconcierta. Y lo peor es cuando el modo de ver lícito inferior insurge contra el modo de ver lícito superior: entonces es verdadera falta de jerarquía, y es desorden puroM.
En Las Ideas de mi Tío el Cura, Excálibur, Bs. As., 1984, p. 155 ss.
Uf Cuando los doctos disputan, ¿qué puede pensar la gente?
"Todo error nace de pensar o de obrar según determinaciones (demasiado) particulares", Hegel, Logik, 1, 24, II. (L.C.)
Se me ocurre que hay tres modos posibles a un católico de ver la guerra española: un modo humano, un modo filosófico y un modo teológico. El modo humano consiste en desear que venza Franco pronto —lo mejor, cuando Dios quiera. No digo humano en voz peyorativa sino en voz general, que según por donde tire, puede agarrar bien o puede agarrar mal —o puede agarrar mezcla. La pura y simple humanidad del hombre le impone que al ver dos riñendo desee que uno gane, aunque no sea sino por amor de la paz o de las situaciones claras; y que no gane el peor. Yo deseo con toda el alma que gane Franco, que en este caso, no es el peor. Para saber que no es el peor, mis razones no son complicadas ni difíciles ni teológicas: ¡humanas! Del otro lado está la bestialidad, la inhumanidad. De este lado está al menos la disciplina, aunque sea la disciplina de un "militarote", como dicen los yrigoyenistas. Del otro lado se desataron los satanes bajos, Behemot la hiena, Astaroth el cerdo, Moloch devoraniños. La disciplina es una necesidad social, aunque no sea el supremo bien social; con ella se puede ir más adelante, sin ella a ninguna parte. Y que gane cuanto antes, aunque más no sea por toda esa sangre derramada y ese espectro rojo de la guerra devastando reliquias milenarias sacras y humanas, segando hombres, segando mujeres y niños. Si no sintiese así; si me sintiese frío e inconcemido en esta contienda que divide no sólo la Madre Patria sino mi cara patria-mamá — lejos de creerme por eso un superhombre, me sentiría infrahumano y hasta inhumano. Si en la Gran Guerra fui francófilo, con más razón ahora seré "franquífilo". Si no me paro ante las carteleras, discuto a gritos en el tranvía o me paso dos horas al día leyendo diarios, o clavando banderitas, es simplemente porque me parece inútil y no tengo tiempo. Pero no soy incapaz de comprender a los que tal hacen, y si no los admiro, por lo menos los tolero; como los tolera el Gobierno, poniéndoles un chafle al lado de las pizarras, en vez de mandarlos a estudiar a sus casas. El poder motor específico de las imágenes, que dicen los sabios, hace creer a estos excelentes ciudadanos que hacen algo por la causa justa haciendo esas cosas y otras parecidas: es una ley psicológica. Escribiendo por ejemplo que Franco es el mayor estratega de Europa, que España se confunde con la esencia del Catolicismo, que ésta es la guerra más santa de la historia, ayudan a Franco como pueden, o por lo menos desahogan su buena voluntad. En tiempo de la Gran Guerra supe tener un amigo argentino —porque aquí estoy hablando con los argentinos, los españoles son dueños de hacer lo que quieran, yo respetaré su sentir— tuve un amigo argentino y francófilo — murió ya el pobre— que tenía en el "hall" un busto del Kaiser, al cual preguntando yo cierto día: "¿Cómo con ser aliado tenía un busto del Kaiser?" me respondió el honesto muchacho: —"Lo tengo aquí paradito y cada vez que viene una victoria alemana ¡lo derribo a trompis!" Y yo comprendí a mi amigo. No sería argentino si fuese incapaz de comprender esa cualidad argentina de penar por meterse en todo, sobre todo si son peleas. El segundo modo sería (incluyendo el primero) considerar también lo que hubo antes y lo que vendrá después; y con esto, sacar consecuencias y enseñanzas. Yo opino que el filósofo francés Jacques Maritain está colocado en este modo. Filósofo es aquél que profesa solemnemente el principio metafisico que no hay cría sin madre ("nulla sine matre proles"), y cuyo oficio en este mundo es buscar la madre de todos los corderos. Este cordero degollado parece tener más madres que chivo de muchas madres; cuantimenos parece tener dos madres, y una coja. Quiero decir que esta guerra tiene también una raíz social, tiene por lo menos una de sus raíces en la injusticia social; y ¿creen voarcedes que la raíz ya se secó o acabada la guerra se secará solita? Yo abrigo inmensa esperanza que tanta sangre de mártires, troncos de virtud y flores de sacrificio como Dios se ha dignado florecer en aquella admirable tierra de España no pueden quedar sin fruto; pero eso es una esperanza, no una certeza: no hay primavera que no pueda helarse. Y la sangre de esos mártires se derramó por Dios y no por Juan March. Pero yo tengo también una certeza: que toda esa sangre de cristianas venas (porque también marxistas españoles tienen sangre —y quizá algunos alma— de bautizados) ha sido reclamada ante Dios por una gran pirámide de pecados previos contra el pobre — de pecados contra el hermano, de pecados contra el débil, de pecados contra el niño, de pecados contra Dios. De pecados désos que dice la Escritura claman al cielo. Y no me parece imposible que en esa mole de pecados que ahora se lava en sangre estuviesen también representados algunos de los que hora más vociferan: ''¡Guerra santa, guerra santa, guerra santa!" Los israelitas se postraron a adorar el becerro de oro (véase el libro del Éxodo), bajó Moisés hecho una furia, y ser armó una gran guerra civil y santa en que murieron 23,000 hombres. Entre los culpables estaba también el sacerdote Aarón, hermano de Moisés, el cual salvó la vida: no había idolatrado, pero había disimulado; no había sido sacrilego, pero sf débil, o por lo menos tonto. ¿Qué dice entonces la filosofía? Porque esto es historia sagrada. Lo que dice la filosofía es esto: primero, que no hay revoluciones benéficas; y segundo, que las grandes corrientes sociales que subtienden la historia no se desvían con lindas palabras, ni siquiera con buenas intenciones. Revolución que de veras lo sea, no hay "per se" ninguna benéfica, aunque alguna pueda ser inevitable. No es la revolución entonces la que cura, sino el contragolpe della; y es quirúrgica y dura cura. Revolución es subversión violenta del orden (o pseudo-orden) existente, como una fiebre infecciosa o una septicemia es subversión violenta del equilibrio fisiológico. Revolución es una enfermedad y nada más. Una enfermedad tiene una causa peor que ella, y ella tira a la salud, pero no es la salud. Esa gran crisis del sistema orgánico, esa lucha de cuyos posibles éxitos uno es siempre la muerte, jamás puede ser deseable por sí. De aquí sigue que el Marxismo, que tiene la lucha de clases llevada a términos violentos por cosa natural (por ende buena y deseable en sí), y preconiza la revolución como medio normal y "único" de solución social, es filosóficamente perverso. Pero también sigue que una esperanza puesta de primo intento (y no como un último extremo; indeseable, aunque quizá previsible) en revoluciones de derecha, es utópica. Opino personalmente que la revolución de Franco fue en efecto ese último extremo por ende justa y legitimable, aunque no sacralmente santa 3*. [Pero no se buscan, vive el cielo, se soportan solamente los últimos extremos! Esto podría ir para ciertos nacionalistas impacientes o irritables en demasía, que parecen (por lo menos en las palabras) no vislumbrar más útiles de acción política para tratar los (graves) problemas de nuestro país que el palo, la escoba, el rebenque, la espada y otros parecidos medios de persuasión y cura. Este modo de hablar no es bueno, aunque pudiesen hacerlo, que tampoco pueden. Y mucho más si recubre el mismo modo de pensar, o mejor dicho de no pensar. Otra cosa que la filosofía sabe (o al menos supo en mi tiempo) es que con palabras no se sacan muelas; SI la quieren llamar santa, las palabras son elásticas. SI la quieren llamar Cruzada, las palabras soportan todo. Sólo que la historia no va para atrás, y las otras Cruzadas las proclamaban los Papas en vez de Queipo de) Llano. Yo creo que Franco y Mussolini son católicos; pero de católico a santo hay que morirse primero, después hacer cuatro milagros y después ser canonizado ¡por el Papa Legítimo! No basta un sacerdote, ni siquiera unos cuantos. Ésta es la doctrina y lo demás son palabras. Yo por mí preferirla respetar tas palabras. (Una buena mujer decía un día: "Mi marido es un santo." Después añadió: "Lo único que un poquito le da por la bebida, ¡y cuando se toma es capaz de todo!') Las palabras son sirvientitas indefensas, mucamitas de la Verdad. Pero hay que respetarlas. Mons. Franceschi ha escrito aquí un excelente ensayo sobre el abuso déllas. El que no respeta mucho las palabras no respeta mucho las ideas. El que no respeta mucho las ideas, no ama enormemente la Verdad. Y el que no ama enormemente la Verdad, simplemente, se queda sin ella. No hay peor castigo.
A un hombre que se quiere engañar ¿qué castigo le hemos de dar? Pues dejar que se engañe, amigo. No hay peor castigo.
(L.C.) mucho menos las muelas de molino que según Jesucristo Nuestro Señor están colgadas al cuello de los que escandalizan pequeños. Miren que Cristo no hablaba en broma. El problema social es un hecho, la división en clases (opulenta y mísera) es un hecho, la injusticia social legalizada es un hecho, la apostasía creciente de las masas es un hecho, el Marxismo crudo en la Argentina es un hecho y también, voto a Cristo, la hipocresía y el espíritu de clase de muchos sedicentes católicos opulentos. ¿Qué prueba si no el enorme auge del Marxismo en un siglo; y su triunfo, aunque sea provisorio y precario, en muchas regiones? Muchas de las previsiones de Karl Marx se han cumplido, como lo prueba el eco actual de sus doctrinas. Bizco para ver en alto, Karl Marx veía bien de cerca; equivocado en la "mayor" de su sistema, acertaba en muchas "menores"40. El Materialismo Histórico es falso como ley general de la historia; pero es un hecho histórico como ley de nuestra época desquijarrada, con su hipertrofia de lo económico. La economía podrá no ser de suyo la forma total especificante de todo el proceso histórico; pero es de él la causa material; y la locura de nuestra época fue elevarla con el Liberalismo Económico a causa directriz subvirtiendo las humanas jerarquías, y pecando contra ta naturaleza11. Que lo que es por naturaleza inferior sea sobrepuesto y rija a lo que
w La primera parte (Cap. I) del Manifiesto de 1874 está repleta de medios verdades "de hecho". (L.C.)
“ "La burguesía ha despojado de su aureola a todas las funciones hasta entonces reputadas venerables y en efecto veneradas. Del médico, del jurista, del sacerdote, del poeta, del sabio ha hecho (o tendido a hacer) trabajadores asalariados" (Marx, Manif., Cap. I). (L.C.) es naturalmente superior (un necio hecho presidente, un ciego hecho piloto, el comerciante mandando al pensador o al guerrero) dice Sto. Tomás que es "peccatum in móribus et monstrum in natura", en lo moral constituye el pecado, en lo natural algo monstruoso. Esas monstruosidades se pagan caras. Y los efectos de esas monstruosidades, encamados en vastas marejadas colectivas, que tienen algo de ciego determinismo de las fuerzas cósmicas, no se atajan con "BridgeB de caridad en pro de las Obras de las Hijas de María Inmaculada" o con "Ballets de Beneficencia de las exquisitas damas de nuestra aristocracia (des)vestidas de negro en honor y pro del Patronato de Leprosos". No, no se atajan así, no se atajan así precisamente.1 Ni siquiera se atajan con gobernantes cortos y caducos que sean excelentes personas privadas, incapaces de matar una mosca. El buen gobernante, que no es igual que el gobernante bueno, debe ser capaz de matar un hombre, solfa decir mi tío. Según Aristóteles los supremos actos del principado son la guerra y el "judicium cápitis". Mas para dar bien una sentencia de muerte precisa ser todo un hombre; y además, gracia de Dios, que en rigor es Él el único que puede matar. El tirano tiene casi siempre un precursor, que es el gobernante alcanzálam ona. No hay vicio más irreformable que el hacer el mal por tontería.
41 S. Th. In Arist. De Anima III, 16. 'Si autem e converso accidit, quod appetitus superior transmoveatur ab inferiori, hoc est praeter ordinem naturalem. Unde et hoc facit peccatum in moribus, sicut peccata sunt monstra in natura ..." "Si por el contrario sucede que el apetito superior sea movido por el inferior, esto es contra el orden natural y de ello se sigue pecado en lo moral, así como los pecados son algo monstruoso en lo natural." (L.C.)
La visión teológica de la guerra española: ésa es la que no tengo yo, porque para tenerla habría que ser un santo. Teólogo es aquél que profesa solemnemente ver con Dios, ver por todo a Dios. Habría que poder ver desde aquí (y es imposible) por qué una parte del admirable pueblo español (que se confunde con la esencia del Catolicismo, según un escritor español), por qué una parte grande del pueblo pobre de España se puso de golpe a odiar a Dios, sañudamente a querer destruir a Dios, es decir los sacerdotes, monjas, templos, cálices, crucifijos, imágenes; las imágenes terrenas de Dios. Dicen: —Los rusos que se lo enseñaron. Digo: — ¿Y a los rusos quién les enseñó? Dicen: — Satán. Digo: —¿Y a Satán quién lo soltó? ¿Quién soltó los criminales de las cárceles madrileñas sino los millones de votos del Frente Popular, los votos de gente humilde que no quería saber más "con los curas"? Por eso digo que precisaría ser Santo para hablar de esto, habría que hablar del fariseísmo, de esa sutil enfermedad del instinto religioso llamada fariseísmo. En cualquier manual de Psicología encontrarás que hay dos "aberraciones del sentimiento o del instinto religioso" (no están de acuerdo si es un instinto o un sentimiento, aunque yo creo que en el fino fin de todo es un conocimiento): una la superstición, otra el fariseísmo.
Los psicólogos se ponen a describirlo: no es la muerte, es como una esclerotización de lo religioso en uno. Es un complejo proceso, tiene muchas formas y grados: desde la imperceptible desecación y vuelta a lo exterior que es su comienzo, ese sobrepeso del cuerpo (social) sobre el alma (mística) de la Iglesia que llaman "religión estática" o "traspaso de una mística en política" (Peguy) hasta la odiosa y criminosa hipocresía —mezcla de orgullo, ambición, avaricia, mentira, impiedad, dureza— contra quien tuvo que luchar Cristo y ha quedado burilada en acero para siempre en las páginas del Evangelio. Entre aquello y esto hay infinidad de grados medios: aulicismo, curialismo, clericalismo o pretensión del clero a regir lo civil, eclesiasticismo rutinario, fanatismo ciego, estoicismo, ritualism o, fachadismo o religión de aparato, ambicioncilia, intriguilla eclesiástica, beatería, frailonería o repugnancia al trabajo y al riesgo, etc. Ver los libros de Psicología Religiosa. ¿Cómo hizo Rusia, la Santa Rusia, la Tierra-de-Dios para llegar a ser la sede de los Sln-Dios? Es imposible imaginarse el fenómeno del odio colectivo a Dios y la aparición del primer estado anti-teo**, sin contar con el estado de la religión rusa, desvirtuada por diez siglos de Cisma, hundiéndose en el proceso degenerativo de la superstición y el fariseísmo, tal como fue déllo testigo alucinado Dostoievsky45. Una plebe inculta y pasional de religiosidad profunda pero miope y turbulenta detrás de extraños monjes de turbia y vehemente mística como Zósima (cuando no de bestial superstición como
" San Pablo, II Tesalonicenses 2, 3-7.
Ver por ejemplo los dos grandes frescos del “Staréis Zósima" (Hermanos Karamazov, libro II) y de la Comunión Pascual de los presos (Casa de Muertos, cap. X). (L.C.)
Rasputín), mientras allá arriba en las altas esferas los Popes de una iglesia de Estado montaban su guardia de policía espiritual en torno a los intereses de las clases pudientes. Caro mío, estos son hechos. No hay corrupción más pésima que la de las cosas óptimas. El sacerdote debe odiar el fariseísmo en todos sus grados; es el primer deber de su ministerio celar la pureza de la virtud de la religión, la primera entre las virtudes morales; y debe discernirlo en todos sus repliegues con los ojos penetrantes del saber y del odio. Así lo odió Cristo. Le costó la vida. Jesucristo parece haber tomado el fariseísmo como empresa de su vida, como empresa personal de su poderosa personalidad viva. Jesucristo bajó a evangelizar todos los pueblos de la tierra, él con sus discípulos; pero él personalmente se reservó el pueblo de Israel y dejó los demás a sus discípulos. Bajó a predicar toda la ley de Dios, él con sus discípulos; pero él personalmente se reservó la prédica del mandato: "Amor a Dios y al prójimo", y dejó los demás a sus discípulos. Vino a luchar contra todos los vicios, maldades y pecados; pero él personalmente luchó contra el fariseísmo. Lo tomó por su cuenta. Ver los santos Evangelios. Empezó a quebrantar el farisaico Sábado, a olvidarse de las cuartas o quintas abluciones, a tratar con los ; publícanos, perdonar a las prostitutas arrepentidas; a curar en día de fiesta, a decir que escuchasen a los maestros legales pero no los imitasen, a distinguir entre preceptos de Dios y preceptos de hombres de Dios, a poner la misericordia y la justicia por encima de las Ceremonias, aun de las ceremonias del culto, y no del culto samaritano sino del verdadero; empezó a describir en parábolas más hermosas que la aurora el hondo corazón vivo de la religiosidad, del reino de Dios que está dentro de nosotros, y es espíritu, verdad, y vida. Lo contradijeron, por supuesto; lo denigraron, calumniaron, acusaron, tergiversaron, persiguieron, espiaron, reprendieron. Y entonces el sereno recitador y magnífico poeta se irguió, y vieron que era todo un hombre. Recusó las acusaciones, respondió a los reproches, confundió a los sofisticantes con cinglantes réplicas. Y haciéndose la polémica más viva cada vez, con unos enemigos que contra él lo podían todo, se agigantó el joven Rabbí magníficamente hasta el cuerpo-a-cuerpo, la imprecación y la fusta. Dos veces por lo menos, al principio y al fin de su heroica campaña, hizo manifestación de violencia, no se detuvo ante las vías de hecho. "Hijos de víbora", "sepulcros blanqueados", "raza adúltera", y el fulgurante recitado de las siete maldiciones (Mt., 23); "¡Ay a vos, escriba y fariseo hipócrita!" repetidas con fuerza inconmensurable. "Vae vobis, hipocritae!" ¿Está eso en el Evangelio canónico? ¡Está incluso en el Sermón de la Montaña, en el "dulce", en el "místico", en el "poético" Sermón de la Montaña (como dicen los que no lo han leído) aunque Tolstoi lo ignore y no acaben jamás de encontrarlo muchos católicos "bien"! Son los siete arbotantes de piedra de las Ocho Bienaventuranzas, el esqueleto férreo sin el cual el Cristianismo se vuelve gelatinoso, y el león de Judá deviene una especie de molusco, de esos que como las ostras y los pulpos pueden tomar todas tas formas que quieran. Si Cristo hubiese sido ostra, no lo hubieran matado. Lo mataron por eso y nada más: lo mató el fariseísmo. Mas Él parece haber seguido reservándose ese enemigo personalmente. Donde-quiera el fariseísmo ha empezado a mellar su Iglesia, la historia muestra que ha habido efusión de sangre y cosas divinalmente terribles.
Mueren inocentes y culpados —o se salvan a veces los más culpados, reservados quizá para la otra vuelta. Murió Cristo y Jacobo Menor y Esteban; y perecieron después los triunfantes fariseos a filo de espada romana. "Cabeza de Jacques de Molay en el Temple de París, cenizas de Savonarola en el Ponte d'Arno, cuerpo de Juana de Arco en Ruán, cárcel dura de San Juan de la Cruz y amenaza de muerte y veneno, vosotros sabéis cuan diabólicamente dañino y duro es el fariseísmo. Las corrupciones del espíritu son peores que las corrpciones de la carne"...16 El tío que había empezado bromeando acababa trágico: la gruesa vena de sus sienes se hinchaba. Conocedor del daño que le irrogaban las violencias de su genio, yo lo interrumpí para cambiarle el tema y echarlo todo a barato: —Tío, párese. No sea el diablo que acabemos en una especie de Varrompisa...47
No creo que mi tío igualase todos esos nombres al respecto de su personal mérito o demérito. Savonarola fue justamente condenado, Juana de Arco lo fue injustamente. Pero sus jueces eran todos fariseos. (L.C.) 47 Alusión a Raúl Barón Biza, inquieto varón de licenciosa vida y cuantiosa fortuna, merced a la cual pudo dar a algunos de sus dislates forma de libros, tales como Punto Final y El derecho de matar. En el ambiente menos destapista de mediados de siglo, sus audacias en orden a los principios morales y algunas poses pseudo anarco-r evolucionarías en materia sociopolítica, causaron escozor y justificado escandalete —y no pocas delicias de los aburridos cronistas de sociales. FÍoy día, sus libelos serian considerados devocionarios por el patoterismo cultural vigente. Casado el susodicho Barón Biaza (o Varrompisa, vaya uno a saber) con Clotilde Sabattini, presidenta que fue del Consejo Nacional de Educación y mujer de notable belleza, hace unos diez años, atentó contra ella arrojándole ácido en el rostro, lo que prueba su catadura y estilo. Falleció hace un par de años (N. del E.).
—¿Qué es eso? —Ese tipo del otro día, que dicen le ha escrito una carta de reprensión y desafío al Papa publicándola junto con una especie de hemorragia sexual-patológica en verso ("coprolalia'' en el nombre médico) a modo de vómito de borracho, que un juez de Buenos Aires ha fallado judicialmente ser una obra de arte y pertenecer a la literatura. — ¡Dios nos libre! — exclamó mi tío. agarrándose la cabeza. ¡Ahora me acuerdo! Pero sin embargo, si yo soy un católico fariseo, ¿y quién puede pararse limpio ante Dios?, si yo soy un fariseo, delante de Dios estoy debajo de ese Varrompisa que dices (que al fin'será un pobre enfermo) y hasta estoy por debajo — si no intelectualmente, al menos moralmente— del mismo juez que aprobó el libro. Moralmente debajo del juez mis- mo, t —Intelectualmente debajo dese juez es casi imposible estar —dijo mi tío el cura. Y añadió pensativo: — En Madrid había jueces así en 1931, cuando empezó La tarantela — según me contó el cónsul español de Toulouse, había habido por mucho tiempo jueces y gobernantes dese tono. Cuando esto pasa, cualquier desastre que se prediga de una Nación no es improbable.