LECCIÓN II
PRIMERA PARTE
La concepción mecánica, amorfa e indiferente del mundo y de la vida que define nuestra mentalidad de modernos, tiene su raíz en la función rectora y cada vez más exclusiva que vienen ejerciendo las Matemáticas en todos los dominios del saber humano, desde comienzos del siglo XVII a partir de Descartes y de Galileo principalmente.
Y en esta época atómica que parece iniciarse, el hábito de
cálculo y experimentación se ha generalizado tanto y ha llegado a ser tan
absorbente y abusivo que sólo se admiten los resultados obtenidos por tales
métodos, trátese de un problema físico o de un problema moral. Así como todos
somos, en mayor o menor medida, lamentablemente marxistas, debemos confesarnos
más o menos cartesianos en el sentido de que sólo nos impresionan y convencen
los conocimientos de tipo matemático, junto con sus prodigiosas aplicaciones
prácticas: “teorías” como la de la gravitación universal, la de las fuerzas
eléctricas o la mendeliana de la herencia; y, en su defecto, previsiones
estadísticas acerca de la producción, los nacimientos o los suicidios en los
próximos años. Es notorio que el espíritu público se tonifica en el día de hoy,
con la lectura de cuadrantes y diagramas; y que la fe popular se robustece
delante de un adefesio donde se levantan las columnas estadísticas del progreso
y del enriquecimiento de la República. El lenguaje de los números ha llegado a
ser el más elocuente, el más fuerte y persuasivo, tanto para el miembro titular
de una Academia científica, como para la multitud reunida en la plaza pública;
es que los números son terminantes, imponentes, irrefutables, al igual que los
hechos. Claro está que nadie repara ya que los números son abstracciones vacías
e indiferentes de suyo; así como el hecho bruto, material, aquí y ahora, apenas
si dura un instante y ya se cambia por otro igualmente precario y fugaz.
Nuestro siglo ha instaurado, además, el monopolio pedagógico de las
Matemáticas; no solamente el estudio de las diversas ciencias y en los grados
sucesivos está vertebrado en las matemáticas, sino que el recurso didáctico universal
para enseñar cualesquiera saberes es el sistema del cálculo numérico y de las
ilustraciones geométricas: planos, mapas, esquemas, enumeraciones, catálogos,
diagramas y gráficos de todas clases. Lo mismo para enseñar las partes de una
casa que para enseñar las partes del alma, el movimiento de un cuerpo que la
historia de la Patria. Se hacen cálculos y representaciones gráficas de todo lo
que contiene una casa, de los materiales empleados en su construcción y de la
disposición de los mismos, de las dependencias y del uso previsto para cada una
de ellas. Se hacen cálculos y
representaciones gráficas de las partes del alma, de sus dependencias y
funciones como si el alma fuera una casa y la casa un mero valor de uso. Se
reduce el movimiento a la trayectoria recorrida y se describe gráficamente la
parábola existencial de la Patria. Pero nada se dice, ya nada se enseña acerca
de aquello que no se deja medir ni ilustrar con gráficos; de aquello que es
primero y principal en una casa, en un alma, en un movimiento o en la Patria.
Nada se estudia ni se enseña acerca de lo que hace que la casa sea casa y no un
mero refugio contra la intemperie; acerca de lo que hace que el alma sea alma y
no un mero reflejo del proceso corporal; acerca de lo que hace que el movimiento
sea movimiento, la actualización de una potencia y no mero espacio recorrido
por un móvil; acerca de lo que hace que la Patria sea Patria y no una mera
colonia o factoría; acerca, en fin, de lo que los filósofos llaman la pura
esencia o la forma sustancial de los seres: la identidad consigo mismo y su
distinción de los otros. Por esto es que Aristóteles observa, en el libro VII
de la Metafísica, “que nada que sea común puede ser sustancia de nada. La
sustancia sólo se pertenece a sí misma y a aquello que la posee y de lo cual es
sustancia. Agréguese que lo que es uno no puede estar al mismo tiempo en muchas
cosas y sólo a lo que es común le acontece tal cosa”19. Pero el estudio y la
enseñanza han sido desaristotelizados que es como decir, apartados de la
“nebulosa metafísica” o de “las vaguedades filosóficas”. Y el resultado es que
no se habla de la casa misma, tan sólo de cosas que pertenecen a la casa; ni
del alma misma, tan sólo de cosas que pertenecen al alma; ni del movimiento
mismo, tan sólo del elemento espacial que pertenece al movimiento; ni de la
Patria misma, tan sólo de cosas que pertenecen a la Patria: territorio,
población, riquezas, instituciones, gobierno. Nada o casi nada se estudia ni se
enseña de aquella antigua sabiduría a la que Sócrates consagró su vida y por la
cual tuvo una muerte humanamente perfecta. La Atenas decadente y corrompida que
sólo ostentaba ya el brillo de las piedras falsas, la grandeza aparente de una
opulencia material alcanzada sin moderación y sin justicia, no tenía oídos para
escuchar al más sabio y virtuoso de sus ciudadanos.
SÓCRATES. - [...] mi
único objeto ha sido procurar a cada uno de vosotros, atenienses, el mayor de
todos los bienes, persuadiéndoos de que cuidéis de vosotros mismos antes que de
las cosas que os pertenecen, a fin de haceros más sabios y más perfectos, lo
mismo que debéis preocuparos por la existencia misma de la República antes que
por las cosas que pertenecen a la República20.
El cuidado de la
existencia misma de la República es el cuidado de su soberanía política; así
como la identidad del ciudadano consigo mismo se define en las virtudes morales
por excelencia: la sobriedad, la fortaleza, la prudencia y la justicia.
19 Metafísica VII, 1040 b 24 – 28.
20 Apología, 36 c-d.
La soberanía política
es la Patria misma en su existencia perfecta, en la plenitud de su acto; y
tiene su raíz y su principal sostén en el alma individual que impera sobre sí
misma, sobre su cuerpo y sobre los bienes exteriores; en el alma que es tanto
más ella misma, cuanto más alta es la deuda que le reconoce a su Patria. La
República se levanta y se sostiene en el alma de los ciudadanos, principalmente
de los ciudadanos rectores. También se desintegra primero en el alma de sus
constructores y de sus dirigentes, antes de ser arrasada de la existencia
exterior, concreta y objetiva. El problema de la Patria, de la República misma,
de su ser y de su destino, no es el problema geográfico o demográfico, ni el
problema de su economía y de su riqueza, ni el problema del capital y del
trabajo, ni el problema de las obras públicas, ni el problema de los
analfabetos. El problema de la Patria misma es el magisterio de Sócrates en su
vida y en su muerte; es la escuela de la verdadera libertad que enseña a cada
uno de los futuros ciudadanos a no reservarse nada, ni su alma, ni su cuerpo,
ni sus riquezas, con exclusividad. Una dura escuela donde se aprende a vivir
para una muerte justa, generosa y soberana. Y este problema no cambia jamás ni
los términos de su planteo ni su única solución verdadera; no depende de las
circunstancias variables sino de una invariable fidelidad. No se trata, pues,
de la riqueza, ni del bienestar, ni del progreso, ni de la garantía de las
libertades individuales, ni de los intereses de grupos, partidos o clases, ni
de la justicia de los trabajadores o de los patronos; se trata exclusivamente
de la soberanía política, cuando está en juego la Patria misma. Y esta es la
razón por la cual no son las virtudes del pequeño burgués – cuya importancia
para la economía social y doméstica nadie discutiría razonablemente- las
virtudes del trabajo útil y productivo, del ahorro, de la puntualidad, del
tiempo es oro, de la consideración pública, las que forjan el alma del ciudadano
y tampoco las que fundan y sostienen una Patria. Son virtudes menores,
segundas, siempre posteriores como el arado que abre el surco sobre la tierra
después que la espada la regó con sangre generosa. El guerrero precede al
trabajador; el conquistador es antes que el colono. Nada más funesto para una
Patria como la subversión de la inmutable tabla de valores que preside la vida
de la República soberana y la preeminencia de las virtudes económicas sobre las
virtudes políticas. Ninguna aberración mayor como la sustitución de la persona
política normal por una abstracta entidad económica movida fundamentalmente por
el egoísmo individual (el interés personal) como en la economía política
burguesa, o por el egoísmo de clase como en el Manifiesto Comunista de Marx y
Engels. Y la economía ha sido invadiendo la política y la historia hasta el
punto de someter a su imperio el derecho, la educación y la vida entera del
Estado en lo nacional y en lo internacional. Así la República y cada uno de los
ciudadanos se convierten en ruedas del mecanismo impersonal, ciego e implacable
en que parece irse resolviendo la historia de los pueblos y de los hombres,
prolongación de la historia de los animales y de las plantas que, a su vez, no
es más que un momento del proceso universal. Se ha ido dejando el estudio y la
enseñanza de la esencia y del valor; se ha ido abandonando el estudio de la
eternidad para atender exclusivamente a las relaciones cuantitativas que rigen
la sucesión de los fenómenos físicos y sociales, es decir, a las posibilidades
de medición y de verificación sensible: leyes exactas y estadísticas,
enumeraciones y clasificaciones, constituyen el objetivo de las ciencias que
finalizan en el uso de las cosas. Masas y movimientos de masas, tanto en el
mundo físico como en el mundo histórico. Masas homogéneas, indistintas,
impersonales y anónimas; movimientos uniformes, ciegos, automáticos y
previsibles; son los elementos con los cuales construyen sus esquemas
hipotéticos la física y la historia como
ciencias exactas de fenómenos. “¡Cómo!, ¿la estadística demostraría que hay
leyes en la historia? ¿Leyes? Ciertamente, la estadística demuestra que la masa
es vulgar y uniforme hasta la repugnancia. ¿Había que llamar leyes a los
efectos de la fuerza de gravedad que se denominan la estupidez, el espíritu
simiesco de la imitación, el sexo y el hambre? ¡Muy bien! ¡Convengamos en ello!
Pero entonces hay una cosa averiguada, y es que, en tanto haya leyes en la
historia, esas leyes no valen nada y la historia no vale mucho más. “Pero
precisamente esta manera de escribir la historia es la que goza hoy de un
renombre universal, a saber: la manera que considera las grandes impulsiones de
las masas como lo más importante y esencial de la historia y concibe a los
grandes hombres simplemente como la expresión más perfecta de la masa, la
burbuja microscópica que se hace visible en la espuma de las olas. ¿Es la masa
que habrá de engendrar en su seno lo grande, provendrá el orden del caos? [...]
¿Pero, no es esto confundir voluntariamente la cantidad con la calidad? 21” La
aplicación universal de las matemáticas, somete a todos los objetos minerales u
hombres- al régimen de la cantidad abstracta, es decir, de la cualidad
indiferente que sólo admite diferencias de más o de menos. Tienden a borrarse
las distinciones de sustancia, de calidad, de cualidad. La aristocracia del
universo y de la vida se desvanece, todos los seres se nivelan; se hacen
homogéneos, iguales, indiferentes y se confunden en una sola y única “sustancia
común”: materia, movimiento, energía, fuerza eléctrica, etc. Todo es lo mismo
pero en cantidades desiguales. Todo es lo mismo y vale lo mismo. No hay
superior ni inferior, bueno ni malo, mejor ni peor. Tal como enseña Aristóteles
en el libro III de la Metafísica: “en las matemáticas no se demuestra nada por
la causa final; ni se concluye nada en el sentido de lo mejor o de lo peor
[...] Nada se dice del bien ni del mal” 22. Claro está que este carácter específico
de la ciencia de la cantidad pura, no es un argumento en contra de su valor
como ciencia teórica o como ciencia aplicada; menos todavía, importa menoscabo
para su intrínseca perfección de ciencia demostrada. Pero nos permite, en
cambio, fijar su verdadero alcance y los límites precisos de su conocimiento;
lo que nos hace saber y lo que no podemos saber de la realidad por medio de esa
matemática universal o “pitagorismo empírico”, según la feliz expresión de
Windelband 23. Por esto es que
Aristóteles después de fijar claramente que el conocimiento matemático omite todo
lo que es sustantivo y espiritualmente valioso en los seres, agrega que “sabe
más de una cosa determinada, el que posee su esencia; y no el que sabe la
cantidad, las cualidades o lo que naturalmente obra o padece” 24.
Descartes, uno de los geniales fundadores y realizadores de la ciencia exacta
de los fenómenos, supo apreciar en sus justos límites a la Nueva Ciencia y nos
dejó un testimonio decisivo en el libro IV de sus Principios de Filosofía, que
han olvidado, sistemáticamente sus epígonos y, sobre todo, los pedagogos
normalistas: “Me tendré por muy satisfecho si las causas que he explicado son
tales que los efectos producidos por ellas, se vean son semejantes a los que
contemplamos en torno nuestro. Basta para la práctica de la vida, el
conocimiento de las causas así imaginadas, porque la Medicina, la Mecánica y
todas las artes en general para que sirve el conocimiento de la física, tienen
el fin exclusivo de aplicar de tal modo, unos a otros los cuerpos sensibles,
para que según la serie de las causas naturales, se produzcan algunos efectos;
lo cual realizamos tan convenientemente, considerando la sucesión de las causas
así imaginadas aunque sean falsas, como si fueran verdaderas, puesto que esta
serie se supone semejante en lo que se refiere a los efectos sensibles.” Y para
Descartes las “causas” de todos los efectos naturales no proceden de otros
principios que los geométricos, a saber: “magnitud, figura, situación y
movimiento de los corpúsculos materiales 25”
Ilustres investigadores de la ciencia exacta y experimental reiteran, en
nuestros días, las conclusiones de Descartes. Así, por ejemplo, Sir A. S.
Eddington en el capítulo XII de su libro La naturaleza del mundo físico,
observa que: “ignorar la naturaleza de estas entidades [el éter, el átomo, la
gravitación o la fuerza eléctrica], no es impedimento para predecir con éxito
su modo de comportarse [...] Toda la materia de las ciencias exactas consiste
en la lectura de cuadrantes graduados y en indicaciones análogas [...] El
conocimiento de la respuesta de toda clase de aparatos –balanzas, etc.–
determinaría completamente la relación de cada uno con aquello que lo circunda,
dejando indeterminada solamente su inasible naturaleza íntegra.
Importa decisivamente
subrayar que el criterio dominante hace de este tipo de ciencia de fenómenos
que se desentiende de las esencias, la Ciencia. Y en nombre de este único y
exclusivo conocimiento científico se rechaza lo sustantivo y esencial como
residuos de fantasmas que la ignorancia inventó en las edades oscuras del
pasado. La crítica negativa de las esencias, de las formas y de los tipos
fijos, es la más sutil y extrema manera de negar a Dios, al Dios trascendente,
vivo y personal de la Creación. Desconocer o repudiar las esencias, es negar el
sello de Dios, su presencia soberana en las cosas; es negar la Mente divina
donde son antes que en la existencia natural. La negación absoluta del artista
tiene lugar cuando ignoramos o desconocemos la idea expresada en su obra, su
perfección y su belleza. Si no está presente en la materia, el soplo del
espíritu creador ¿dónde está el artístico? Si no existe la forma interior que
defina a cada individuo real y concreto; el principio realísimo que lo hace ser
el mismo desde que nace hasta que muere; lo que permite darle un nombre y
distinguirlo de los otros seres. Si no existe la esencia, repetimos, no existe
nada. Entonces nadie es quien es y cada cosa es cualquier cosa: el bien es lo
mismo que el mal, lo mejor que lo peor, la verdad que el error, el ser que el
no ser. Todo se confunde con todo en el proceso universal, en el devenir
infinito que arrastra y devora cuanto hay. Y así llegamos a la “lógica” de
todas las contradicciones y a la “ética” de todas las traiciones.
21 FRIEDRICH NIETZSCHE, De la
utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. Unzeitgemasse
Betrachtunge. Vom Nutzen un Nachteil der Historie fur das Leben, 1874. Sin
datos respecto de la versión utilizada por el autor. 22 Metafísica III, 996 a 29 – 31. ima”26.
23 Cf. WINDELBAND G. Storia della Filosofia
moderna. 3 vol.. I, Dal rinascimento all'illuminismo tedesco. II, L'Illuminismo
tedesco e la filosofia kantiana. III, La filosofia postkantiana. Firenze.
Vallecchi 1942. La referencia del autor corresponde al volumen II. 24 Metafísica III, 996 b 16 – 18. 25 RENATO
DESCARTES, Principios de Filosofía, Libro IV. Obra escrita en 1644, en latín
(Principia Philosophiae) y traducida al francés en 1647 por el Abad Claude
Picot. No tenemos noticia de la versión utilizada por el autor. 26 Citado según la versión italiana de CHARIS
CORTESE DE BORIS y LUCIO GIALANELLA: SIR A. S. EDDINGTON, La natura del mondo
fisico, Bari, 1935, pp. 281, 286, 290, 291.