domingo, 8 de marzo de 2020

PRIMERA PARTE LECCIÓN II


LECCIÓN II

PRIMERA PARTE



La concepción mecánica, amorfa e indiferente del mundo y de la vida que define nuestra mentalidad de modernos, tiene su raíz en la función rectora y cada vez más exclusiva que vienen ejerciendo las Matemáticas en todos los dominios del saber humano, desde comienzos del siglo XVII a partir de Descartes y de Galileo principalmente.

Y en esta época atómica que parece iniciarse, el hábito de cálculo y experimentación se ha generalizado tanto y ha llegado a ser tan absorbente y abusivo que sólo se admiten los resultados obtenidos por tales métodos, trátese de un problema físico o de un problema moral. Así como todos somos, en mayor o menor medida, lamentablemente marxistas, debemos confesarnos más o menos cartesianos en el sentido de que sólo nos impresionan y convencen los conocimientos de tipo matemático, junto con sus prodigiosas aplicaciones prácticas: “teorías” como la de la gravitación universal, la de las fuerzas eléctricas o la mendeliana de la herencia; y, en su defecto, previsiones estadísticas acerca de la producción, los nacimientos o los suicidios en los próximos años. Es notorio que el espíritu público se tonifica en el día de hoy, con la lectura de cuadrantes y diagramas; y que la fe popular se robustece delante de un adefesio donde se levantan las columnas estadísticas del progreso y del enriquecimiento de la República. El lenguaje de los números ha llegado a ser el más elocuente, el más fuerte y persuasivo, tanto para el miembro titular de una Academia científica, como para la multitud reunida en la plaza pública; es que los números son terminantes, imponentes, irrefutables, al igual que los hechos. Claro está que nadie repara ya que los números son abstracciones vacías e indiferentes de suyo; así como el hecho bruto, material, aquí y ahora, apenas si dura un instante y ya se cambia por otro igualmente precario y fugaz. Nuestro siglo ha instaurado, además, el monopolio pedagógico de las Matemáticas; no solamente el estudio de las diversas ciencias y en los grados sucesivos está vertebrado en las matemáticas, sino que el recurso didáctico universal para enseñar cualesquiera saberes es el sistema del cálculo numérico y de las ilustraciones geométricas: planos, mapas, esquemas, enumeraciones, catálogos, diagramas y gráficos de todas clases. Lo mismo para enseñar las partes de una casa que para enseñar las partes del alma, el movimiento de un cuerpo que la historia de la Patria. Se hacen cálculos y representaciones gráficas de todo lo que contiene una casa, de los materiales empleados en su construcción y de la disposición de los mismos, de las dependencias y del uso previsto para cada una de ellas. Se hacen cálculos y  representaciones gráficas de las partes del alma, de sus dependencias y funciones como si el alma fuera una casa y la casa un mero valor de uso. Se reduce el movimiento a la trayectoria recorrida y se describe gráficamente la parábola existencial de la Patria. Pero nada se dice, ya nada se enseña acerca de aquello que no se deja medir ni ilustrar con gráficos; de aquello que es primero y principal en una casa, en un alma, en un movimiento o en la Patria. Nada se estudia ni se enseña acerca de lo que hace que la casa sea casa y no un mero refugio contra la intemperie; acerca de lo que hace que el alma sea alma y no un mero reflejo del proceso corporal; acerca de lo que hace que el movimiento sea movimiento, la actualización de una potencia y no mero espacio recorrido por un móvil; acerca de lo que hace que la Patria sea Patria y no una mera colonia o factoría; acerca, en fin, de lo que los filósofos llaman la pura esencia o la forma sustancial de los seres: la identidad consigo mismo y su distinción de los otros. Por esto es que Aristóteles observa, en el libro VII de la Metafísica, “que nada que sea común puede ser sustancia de nada. La sustancia sólo se pertenece a sí misma y a aquello que la posee y de lo cual es sustancia. Agréguese que lo que es uno no puede estar al mismo tiempo en muchas cosas y sólo a lo que es común le acontece tal cosa”19. Pero el estudio y la enseñanza han sido desaristotelizados que es como decir, apartados de la “nebulosa metafísica” o de “las vaguedades filosóficas”. Y el resultado es que no se habla de la casa misma, tan sólo de cosas que pertenecen a la casa; ni del alma misma, tan sólo de cosas que pertenecen al alma; ni del movimiento mismo, tan sólo del elemento espacial que pertenece al movimiento; ni de la Patria misma, tan sólo de cosas que pertenecen a la Patria: territorio, población, riquezas, instituciones, gobierno. Nada o casi nada se estudia ni se enseña de aquella antigua sabiduría a la que Sócrates consagró su vida y por la cual tuvo una muerte humanamente perfecta. La Atenas decadente y corrompida que sólo ostentaba ya el brillo de las piedras falsas, la grandeza aparente de una opulencia material alcanzada sin moderación y sin justicia, no tenía oídos para escuchar al más sabio y virtuoso de sus ciudadanos.

SÓCRATES. - [...] mi único objeto ha sido procurar a cada uno de vosotros, atenienses, el mayor de todos los bienes, persuadiéndoos de que cuidéis de vosotros mismos antes que de las cosas que os pertenecen, a fin de haceros más sabios y más perfectos, lo mismo que debéis preocuparos por la existencia misma de la República antes que por las cosas que pertenecen a la República20.

El cuidado de la existencia misma de la República es el cuidado de su soberanía política; así como la identidad del ciudadano consigo mismo se define en las virtudes morales por excelencia: la sobriedad, la fortaleza, la prudencia y la justicia.

19 Metafísica VII, 1040 b 24 – 28. 20 Apología, 36 c-d.

La soberanía política es la Patria misma en su existencia perfecta, en la plenitud de su acto; y tiene su raíz y su principal sostén en el alma individual que impera sobre sí misma, sobre su cuerpo y sobre los bienes exteriores; en el alma que es tanto más ella misma, cuanto más alta es la deuda que le reconoce a su Patria. La República se levanta y se sostiene en el alma de los ciudadanos, principalmente de los ciudadanos rectores. También se desintegra primero en el alma de sus constructores y de sus dirigentes, antes de ser arrasada de la existencia exterior, concreta y objetiva. El problema de la Patria, de la República misma, de su ser y de su destino, no es el problema geográfico o demográfico, ni el problema de su economía y de su riqueza, ni el problema del capital y del trabajo, ni el problema de las obras públicas, ni el problema de los analfabetos. El problema de la Patria misma es el magisterio de Sócrates en su vida y en su muerte; es la escuela de la verdadera libertad que enseña a cada uno de los futuros ciudadanos a no reservarse nada, ni su alma, ni su cuerpo, ni sus riquezas, con exclusividad. Una dura escuela donde se aprende a vivir para una muerte justa, generosa y soberana. Y este problema no cambia jamás ni los términos de su planteo ni su única solución verdadera; no depende de las circunstancias variables sino de una invariable fidelidad. No se trata, pues, de la riqueza, ni del bienestar, ni del progreso, ni de la garantía de las libertades individuales, ni de los intereses de grupos, partidos o clases, ni de la justicia de los trabajadores o de los patronos; se trata exclusivamente de la soberanía política, cuando está en juego la Patria misma. Y esta es la razón por la cual no son las virtudes del pequeño burgués – cuya importancia para la economía social y doméstica nadie discutiría razonablemente- las virtudes del trabajo útil y productivo, del ahorro, de la puntualidad, del tiempo es oro, de la consideración pública, las que forjan el alma del ciudadano y tampoco las que fundan y sostienen una Patria. Son virtudes menores, segundas, siempre posteriores como el arado que abre el surco sobre la tierra después que la espada la regó con sangre generosa. El guerrero precede al trabajador; el conquistador es antes que el colono. Nada más funesto para una Patria como la subversión de la inmutable tabla de valores que preside la vida de la República soberana y la preeminencia de las virtudes económicas sobre las virtudes políticas. Ninguna aberración mayor como la sustitución de la persona política normal por una abstracta entidad económica movida fundamentalmente por el egoísmo individual (el interés personal) como en la economía política burguesa, o por el egoísmo de clase como en el Manifiesto Comunista de Marx y Engels. Y la economía ha sido invadiendo la política y la historia hasta el punto de someter a su imperio el derecho, la educación y la vida entera del Estado en lo nacional y en lo internacional. Así la República y cada uno de los ciudadanos se convierten en ruedas del mecanismo impersonal, ciego e implacable en que parece irse resolviendo la historia de los pueblos y de los hombres, prolongación de la historia de los animales y de las plantas que, a su vez, no es más que un momento del proceso universal. Se ha ido dejando el estudio y la enseñanza de la esencia y del valor; se ha ido abandonando el estudio de la eternidad para atender exclusivamente a las relaciones cuantitativas que rigen la sucesión de los fenómenos físicos y sociales, es decir, a las posibilidades de medición y de verificación sensible: leyes exactas y estadísticas, enumeraciones y clasificaciones, constituyen el objetivo de las ciencias que finalizan en el uso de las cosas. Masas y movimientos de masas, tanto en el mundo físico como en el mundo histórico. Masas homogéneas, indistintas, impersonales y anónimas; movimientos uniformes, ciegos, automáticos y previsibles; son los elementos con los cuales construyen sus esquemas hipotéticos  la física y la historia como ciencias exactas de fenómenos. “¡Cómo!, ¿la estadística demostraría que hay leyes en la historia? ¿Leyes? Ciertamente, la estadística demuestra que la masa es vulgar y uniforme hasta la repugnancia. ¿Había que llamar leyes a los efectos de la fuerza de gravedad que se denominan la estupidez, el espíritu simiesco de la imitación, el sexo y el hambre? ¡Muy bien! ¡Convengamos en ello! Pero entonces hay una cosa averiguada, y es que, en tanto haya leyes en la historia, esas leyes no valen nada y la historia no vale mucho más. “Pero precisamente esta manera de escribir la historia es la que goza hoy de un renombre universal, a saber: la manera que considera las grandes impulsiones de las masas como lo más importante y esencial de la historia y concibe a los grandes hombres simplemente como la expresión más perfecta de la masa, la burbuja microscópica que se hace visible en la espuma de las olas. ¿Es la masa que habrá de engendrar en su seno lo grande, provendrá el orden del caos? [...] ¿Pero, no es esto confundir voluntariamente la cantidad con la calidad? 21” La aplicación universal de las matemáticas, somete a todos los objetos minerales u hombres- al régimen de la cantidad abstracta, es decir, de la cualidad indiferente que sólo admite diferencias de más o de menos. Tienden a borrarse las distinciones de sustancia, de calidad, de cualidad. La aristocracia del universo y de la vida se desvanece, todos los seres se nivelan; se hacen homogéneos, iguales, indiferentes y se confunden en una sola y única “sustancia común”: materia, movimiento, energía, fuerza eléctrica, etc. Todo es lo mismo pero en cantidades desiguales. Todo es lo mismo y vale lo mismo. No hay superior ni inferior, bueno ni malo, mejor ni peor. Tal como enseña Aristóteles en el libro III de la Metafísica: “en las matemáticas no se demuestra nada por la causa final; ni se concluye nada en el sentido de lo mejor o de lo peor [...] Nada se dice del bien ni del mal” 22. Claro está que este carácter específico de la ciencia de la cantidad pura, no es un argumento en contra de su valor como ciencia teórica o como ciencia aplicada; menos todavía, importa menoscabo para su intrínseca perfección de ciencia demostrada. Pero nos permite, en cambio, fijar su verdadero alcance y los límites precisos de su conocimiento; lo que nos hace saber y lo que no podemos saber de la realidad por medio de esa matemática universal o “pitagorismo empírico”, según la feliz expresión de Windelband 23.  Por esto es que Aristóteles después de fijar claramente que el conocimiento matemático omite todo lo que es sustantivo y espiritualmente valioso en los seres, agrega que “sabe más de una cosa determinada, el que posee su esencia; y no el que sabe la cantidad, las cualidades o lo que naturalmente obra o padece” 24. Descartes, uno de los geniales fundadores y realizadores de la ciencia exacta de los fenómenos, supo apreciar en sus justos límites a la Nueva Ciencia y nos dejó un testimonio decisivo en el libro IV de sus Principios de Filosofía, que han olvidado, sistemáticamente sus epígonos y, sobre todo, los pedagogos normalistas: “Me tendré por muy satisfecho si las causas que he explicado son tales que los efectos producidos por ellas, se vean son semejantes a los que contemplamos en torno nuestro. Basta para la práctica de la vida, el conocimiento de las causas así imaginadas, porque la Medicina, la Mecánica y todas las artes en general para que sirve el conocimiento de la física, tienen el fin exclusivo de aplicar de tal modo, unos a otros los cuerpos sensibles, para que según la serie de las causas naturales, se produzcan algunos efectos; lo cual realizamos tan convenientemente, considerando la sucesión de las causas así imaginadas aunque sean falsas, como si fueran verdaderas, puesto que esta serie se supone semejante en lo que se refiere a los efectos sensibles.” Y para Descartes las “causas” de todos los efectos naturales no proceden de otros principios que los geométricos, a saber: “magnitud, figura, situación y movimiento de los corpúsculos materiales 25”  Ilustres investigadores de la ciencia exacta y experimental reiteran, en nuestros días, las conclusiones de Descartes. Así, por ejemplo, Sir A. S. Eddington en el capítulo XII de su libro La naturaleza del mundo físico, observa que: “ignorar la naturaleza de estas entidades [el éter, el átomo, la gravitación o la fuerza eléctrica], no es impedimento para predecir con éxito su modo de comportarse [...] Toda la materia de las ciencias exactas consiste en la lectura de cuadrantes graduados y en indicaciones análogas [...] El conocimiento de la respuesta de toda clase de aparatos –balanzas, etc.– determinaría completamente la relación de cada uno con aquello que lo circunda, dejando indeterminada solamente su inasible naturaleza íntegra.

Importa decisivamente subrayar que el criterio dominante hace de este tipo de ciencia de fenómenos que se desentiende de las esencias, la Ciencia. Y en nombre de este único y exclusivo conocimiento científico se rechaza lo sustantivo y esencial como residuos de fantasmas que la ignorancia inventó en las edades oscuras del pasado. La crítica negativa de las esencias, de las formas y de los tipos fijos, es la más sutil y extrema manera de negar a Dios, al Dios trascendente, vivo y personal de la Creación. Desconocer o repudiar las esencias, es negar el sello de Dios, su presencia soberana en las cosas; es negar la Mente divina donde son antes que en la existencia natural. La negación absoluta del artista tiene lugar cuando ignoramos o desconocemos la idea expresada en su obra, su perfección y su belleza. Si no está presente en la materia, el soplo del espíritu creador ¿dónde está el artístico? Si no existe la forma interior que defina a cada individuo real y concreto; el principio realísimo que lo hace ser el mismo desde que nace hasta que muere; lo que permite darle un nombre y distinguirlo de los otros seres. Si no existe la esencia, repetimos, no existe nada. Entonces nadie es quien es y cada cosa es cualquier cosa: el bien es lo mismo que el mal, lo mejor que lo peor, la verdad que el error, el ser que el no ser. Todo se confunde con todo en el proceso universal, en el devenir infinito que arrastra y devora cuanto hay. Y así llegamos a la “lógica” de todas las contradicciones y a la “ética” de todas las traiciones.

21 FRIEDRICH NIETZSCHE, De la utilidad y los inconvenientes de la historia para la vida. Unzeitgemasse Betrachtunge. Vom Nutzen un Nachteil der Historie fur das Leben, 1874. Sin datos respecto de la versión utilizada por el autor.  22 Metafísica III, 996 a 29 – 31.  ima”26.

23 Cf. WINDELBAND G. Storia della Filosofia moderna. 3 vol.. I, Dal rinascimento all'illuminismo tedesco. II, L'Illuminismo tedesco e la filosofia kantiana. III, La filosofia postkantiana. Firenze. Vallecchi 1942. La referencia del autor corresponde al volumen II.  24 Metafísica III, 996 b 16 – 18. 25 RENATO DESCARTES, Principios de Filosofía, Libro IV. Obra escrita en 1644, en latín (Principia Philosophiae) y traducida al francés en 1647 por el Abad Claude Picot. No tenemos noticia de la versión utilizada por el autor.  26 Citado según la versión italiana de CHARIS CORTESE DE BORIS y LUCIO GIALANELLA: SIR A. S. EDDINGTON, La natura del mondo fisico, Bari, 1935, pp. 281, 286, 290, 291.