domingo, 8 de marzo de 2020

TERCERA PARTE LECCIÓN X


TERCERA PARTE
LECCIÓN X

El mítico relato de Protágoras en el diálogo socrático, tan ajustado a lo que es y tan respetuoso de la buena lógica, distingue en el hombre, primero, lo que tiene de común con los demás seres mortales: la materia de que está hecho y las necesidades materiales; segundo, lo que es del alma para el cuerpo, al que está unido sustancialmente: la función parcial de la inteligencia que opera en vista del uso de las cosas, el saber que funda el poder, la seguridad y el bienestar; tercero, lo que es del alma para el alma misma y para Dios que está en el alma como una nostalgia infinita y un supremo anhelo: la vida pura de la inteligencia que contempla y que ama, el saber que funda el pudor, la justicia y la piedad.

Protágoras al final de su magnífico discurso, después de insistir en la universalidad del magisterio de la virtud, pretende explicarle a Sócrates el motivo de sus dudas acerca de la posibilidad de enseñarla: 
[...] como ves que todo el mundo enseña la virtud como puede, te place el decir que no hay un solo maestro que la enseña. Esto es como si buscaras en la Hélade un maestro que enseñe la lengua griega; no lo encontrarías; ¿por qué? Porque todo el mundo la enseña [...] 86. 
Y enseguida se propone como un maestro insuperable de virtud: 
Por pequeña que sea la ventaja que otro hombre tenga sobre nosotros para impulsarnos y encarrilarnos por el camino de la virtud, es cosa con la que debemos envanecernos y darnos por satisfechos. Creo yo ser del número de éstos, porque sé mejor que nadie, todo lo que debe practicarse para hacer a uno hombre de bien 87. 86 Protágoras, 327 e. 87 Protágoras, 328 a b.
Sócrates, el verdadero y único maestro de virtud, se decide a abandonar la actitud irónica que ha mantenido hasta aquí; acepta que Protágoras lo ha convencido y se dispone a probar ahora que a pesar de su elocuencia arrebatadora y de su riqueza de contenido, el discurso que acaba de oír, no posee la ciencia de la virtud en la medida que exige la autoridad para enseñarla a otros. La docencia es una función del saber; en la medida en que un saber es más un puro saber de razón, tanto mejor puede ser enseñado, tanto más comunicable es. El que mejor sabe una cosa determinada es el que mejor la enseña. Sócrates acaba de aceptar que la virtud se enseña y sólo quiere que Protágoras le disipe una pequeña duda para quedar plenamente satisfecho:
Has dicho que Zeus envió a los hombres el pudor y la justicia, y en todo tu discurso has hablado de la justicia, de la templanza y de la santidad, como si la virtud fuese una sola cosa que abrazase todas esas cualidades. Explícame con la mayor exactitud si la virtud es una; y si la justicia, la templanza y la santidad no son más que sus partes, o si todas las cualidades que acabo de nombrar no son más que nombres diferentes de una sola y misma cosa 88. 
Protágoras le responde que la virtud es una y que la sabiduría, la santidad, la justicia, la templanza y el coraje son partes diferentes [...] como la boca y la nariz lo son del semblante 89.  
Sostiene, además, que se puede poseer una parte de la virtud sin las otras como lo probaría el hecho de que hay gentes valientes que son injustas y otras que son justas sin ser santas; de donde resulta que ninguna de las partes de la virtud tiene afinidad ni semejanza esenciales con las otras. Sócrates sostiene, por su parte, que la justicia es santa y que la santidad es justa; y que el propio Protágoras piensa lo mismo, tanto que lo obliga a convenir que la sabiduría y la prudencia o la justicia y la prudencia son la misma cosa. Protágoras no puede menos que contrariarse ante su continuo desdecirse y refutar su punto de vista sobre las diferentes partes de la virtud; y cuando su sagacísimo interlocutor le pregunta acerca de la relación entre lo bueno y lo útil, deja las lacónicas y categóricas respuestas que exige el método socrático de interrogación, para apelar a su mejor habilidad retórica; un discurso espacioso, matizado y elocuente donde insiste sobre la relatividad de lo bueno que se toma en el sentido de lo útil 90. Es indudable que Protágoras concluye certeramente cuando afirma que [...] lo que se llama bueno es relativamente diverso 91; 88 Protágoras, 329 c d. 89 Protágoras, 329 e. 90 Cf. Protágoras, 329 e – 334 c. 91 Protágoras, 334 b c.    
pero bien entendido que bueno significa aquí, lo mismo que útil. Hemos probado suficientemente, a nuestro juicio, que la virtud es una cualidad espiritual y que tiene su origen en una muy singular generosidad de Dios. La virtud –la sabiduría, la justicia, la santidad-, fue en el principio un don gratuito, una pura concesión de Dios; pero ahora, por una mala elección, por no haber preferido originariamente lo mejor, debemos conquistarla por medio de una dura y continuada disciplina, siempre en forma defectuosa e incompleta y con riesgo constante de volverla a perder, a menos que la graciosa mano quiera mantenernos en la inmóvil altura. La virtud, en cualquiera de sus formas propias, –sabiduría, santidad, justicia, prudencia, coraje o templanza-, es algo universal y objetivo en el sujeto que la posee habitualmente; un bien que vale en sí y por sí, como una excelencia y perfección del alma; así como su falta es una disminución y degradación del alma. Pero la utilidad no es una virtud propiamente espiritual, una virtud del alma para su mejor ser como las anteriores; más bien es una habilidad para sacar partido de las cosas exteriores y de las personas que se tratan como si fueran cosas. De ahí que pueda concluirse con Protágoras que lo útil es “lo bueno relativamente diverso”, lo cual no sería lícito afirmar de la virtud. En este punto comienza a resentirse la aparente desenvoltura de Protágoras y resalta el equívoco que encierra toda sofística o dialéctica demagógica: la confusión deliberada de la virtud con la habilidad; la resolución de todas las virtudes a formas de habilidad. Esto significa hacer de la utilidad el supremo valor de la vida y estimar todo lo bueno como valor de uso; en otros términos, importa hacer abstracción del alma en la existencia del individuo y de la República. Así se llega a cultivar el saber y a conducirse como si el hombre no tuviera alma; como si no fuera, principalmente, un alma espiritual, inmaterial, inmortal. El hombre se representa a sí mismo y se comporta como si no fuera otra cosa que un sistema de necesidades materiales y arbitrio puro; por esto es que el medio social y la escuela, la ciencia y la moral del éxito, los arquetipos económicos y el ideal de la vida cómoda, preparan en la habilidad para existir a gusto y beber tranquilamente su taza de té aunque se hunda el mundo. La sabiduría y la virtud han sido desterradas de la enseñanza pública y de la política. Asistimos a una política que se rige exclusivamente por los hechos y que rechaza como inoperantes los ideales y las perspectivas de eternidad. Y esa política que apoya en el hecho bruto, es la más ilusoria y tornadiza, como ya hemos señalado, porque los hechos son abrumadores pero apenas duran un instante y se cambian en sus contrarios. Todas son flores de un día en esta política sin ideas, es decir, donde está ausente el alma que comprende, capaz de recoger la fugacidad del tiempo en compromisos de eternidad y la multitud de los accidentes en la unidad de lo sustancial y definido. Veamos un pavoroso ejemplo de esa política de hechos, elástica, oportunista, circunstancial, que revisa casi a diario su orientación y su planteo; política de habilidad que no de virtud, propia de hombres práctico-prácticos: Hace dos años 92 todo era ternura con los Soviets; las banderas victoriosas se entrelazaban en lúcidos ramilletes policromos; el mundo democrático en la embriaguez del triunfo, descontaba una larga y proficuo paz; los gobernantes se esmeraban por ser gratos a los pueblos y ponían todo su empeño en que la nave del Estado siguiera el rumbo de una suave y acariciadora brisa de izquierda que soplaba libre sobre Occidente; la poca disciplina a la autoridad que quedaban, se diluyeron en el disolvente rojo de la libertad pura y de la igualdad extrema. 92 Se refiere al tiempo transcurrido tras la finalización de la Segunda Guerra Mundial y el momento en que fueran redactadas estas lecciones.
Dos años después, la ternura se ha vuelto aspereza y hostilidad recíproca y progresiva; las banderas se separan y ya se enfrentan visiblemente; la suave brisa es un viento que parece arrollador; la confusión y el desconcierto reinan en las almas y en la plaza pública. 
Hora es de volver al problema de la virtud. Protágoras ha conseguido que se le permita emplear los medios retóricos que han cimentado su fama en toda Grecia 93. A propósito de un breve poema de Simónides, llama la atención de su auditorio sobre una aparente contradicción del autor quien luego de aceptar que es difícil llegar a ser virtuoso, rechaza que es difícil ser virtuoso 94. Sócrates juzga, por el contrario, que el poeta no se contradice y se dispone a probarlo. Recuerda que es propio de los verdaderos filósofos ser lacónicos, como lo evidencian las brevísimas sentencias que los sabios consagraron a Apolo, “como primicias de sabiduría” y que se leen en el frontispicio del templo de Delfos: “Conócete a ti mismo” y “nada en demasía”. La misma lacónica brevedad se aprecia en la sentencia de Pitaco: “es difícil ser virtuoso”. 95 Sócrates interpreta que el propósito se Simónides en su poema, es refutar esta afirmación. Por lo pronto, le replica a Pítaco: [...] lo que tú dices es falso, porque no es difícil ser virtuoso; pero es difícil, te lo confieso, llegar a ser virtuoso, cuadrado de pies, de manos y de espíritu, y formado sin la menor imperfección; he aquí lo que es difícil verdaderamente 96. 
Y más adelante agrega:  
Eso es posible por algún tiempo, pero persistir en este estado después que uno se ha hecho virtuoso, como tú dices, Pitaco, es imposible, porque está por encima de las fuerzas del hombre; este dichoso privilegio sólo pertenece a Dios, y no es humanamente posible que un hombre deje de hacerse malo, cuando una calamidad insuperable cae sobre él 97.  93 Cf. Protágoras, 333 d – 338 e.  94 Cf. Protágoras, 339 d. 95 Cf. Protágoras, 340 b – 343 b.  96 Protágoras, 334 a. 97 Protágoras, 334 b c.
Según la justa estimación de Sócrates, lo único que se propone mostrar Simónides, es que devenir virtuoso es posible aunque bien difícil; pero que es imposible ser virtuoso, en el sentido de perseverar en la virtud porque nada puede el hombre en la necesidad extrema. Una habilidad que suelen ejercitar los poderosos, es la persecución de los ciudadanos dignos y honestos, acosándolos por medio de las necesidades perentorias, a fin de probar con el fracaso o la humillación de la virtud que la habilidad es todo. Sócrates observa discretamente que el poeta Simónides utilizó su lira para entonar adulaciones a los tiranos, pero lo hizo forzado por la conveniencia y muy a pesar suyo. Por esta razón, se inclina hacia una posición media sin rigurosas exigencias y transigente con la flaqueza humana que juzga insuperable: [...] a todo hombre que no comete acción vergonzosa, de buena gana le alabo, le quiero; pero la necesidad es más fuerte que los dioses mismos 98.                               
Y aquí aparece la profunda tesis socrática que encierra casi toda la verdad moral; nadie puede sostener razonablemente que hacemos el mal de buena gana;  
[...] saben todos que quienes cometen faltas lo hacen a pesar suyo 99. 98 Protágoras, 345 d. 99 Protágoras, 345 e.  
A pesar suyo; en este reparo del pudor, en esta reserva interior que acompaña a la acción de pura conveniencia o forzada por la necesidad, el alma se revela todavía a sí misma en su verdadera naturaleza espiritual. No le basta la habilidad; no le basta tener éxito y se avergüenza de saberse impotente para resistir, para decir sí o decir no hasta el fin. Claro está que ni siquiera el más sabio y el más virtuoso de los hombres, puede explicarnos acabadamente el sentido del mal que el alma sufre y cuya responsabilidad asume. El misterio no puede explicarse con razones demasiado humanas pero es absolutamente razonable; tanto que si pretendemos omitirlo, la existencia pierde todo sentido y valor; nuestra razón se convierte en la más absurda sin razón y es una locura querer algo o empeñarse en alguna tarea, frente a la ostensible nulidad de todos los esfuerzos y afanes. Nada tan razonable como el misterio que lo es para nosotros por exceso de inteligibilidad; por se inteligible en grado eminente. Un problema que plantea y resuelve la inteligencia humana, es mucho menos razonable por cuanto tiene la proporción limitada de su autor. Si todo cuanto hay fuera problematizable, entonces el hombre sería el autor de todo, el principio y el fin, la medida de todas las cosas. Y si la vida fuera tan poco razonable, hasta el extremo de reducirse a un mero problema para la razón humana, entonces la única solución adecuada nos la habría dado Sileno:  “[...] el bien supremo para todo hombre o mujer es no haber nacido. Pero si nacieron, es lo mejor –esto sí que pueden alcanzarlo-, morir lo antes posible 100100 Cf. ARISTÓTELES, Fragmenta. Cf. V. ROSE, Aristotelis Fragmenta, De. Teubner, Sttugart, 1966 (primera edición 1886), 44: en su Diálogo Eudemo o Sobre el alma, el Estagirita pone las palabras trascritas como dichas por Sileno a Midas. Sin datos sobre la versión utilizada por el autor. 
    Si los problemas que la habilidad plantea y resuelve, fueran toda la razón de la vida del hombre, el a pesar suyo estaría absolutamente demás. Lo importante es comprender socráticamente que la habilidad no le basta ni siquiera al último hombre. Protágoras también parece haberlo entendido así.