miércoles, 20 de agosto de 2014

¿Panquequismo o consecuencias del gatopardismo peronista?

¿Panquequismo o consecuencias del gatopardismo peronista?

agosto 19, 2014
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Siempre está la necesidad de creer en quien promete un cambio.
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En su libro Crítica de las ideas políticas argentinas, Juan José Sebreli describe al peronismo como la versión argentina del bonapartismo, lo que a su vez reseña como un “fascismo suave”, vegetariano, una versión blanda del fascismo por imperio del populismo. Sólo así puede explicarse que se mantenga tanto tiempo en el poder y que simplemente se recicle con figuras que ora se ubican a un extremo del espectro político, ora habitan la orilla opuesta. La prueba más palmaria de ello es que hoy la principal figura de la oposición, Sergio Massa, es peronista, por más datos, renegado del kirchnerismo. En cualquier régimen democrático, cuando el electorado pendula a la izquierda, por lo general, les toca gobernar a unos; y cuando lo hace a la derecha, les toca gobernar a otros. En Argentina, oscile hacia donde oscile el péndulo electoral, gobiernan los peronistas. Y cuando no, es simplemente imposible hacerlo; y el presidente debe renunciar antes de culminar su mandato constitucional y, por las dudas, tener las llaves del helicóptero a mano. La vertiente populista, que recorre de extremo a extremo este bonapartismo de pampa húmeda, es lo que le ha dado al peronismo su fuerte arraigo en el imaginario nacional argentino. Pero también supone en la clase dirigente una manera de hacer política típicamente peronista, más allá de las ideologías y banderas que digan defender. Ser un político peronista es, a grandes rasgos, creer que solo los peronistas tienen la capacidad de gobernar un país con las complejidades de Argentina. Y tiene, por tanto, en su fase más electoral una esencia, más que bonapartista o populista, gatopardista. Aquello de que todo tiene que cambiar para que todo siga como está, que describe Lampedusa en su famosa novela. Esta realidad ha llevado a través de las décadas a que connotadas figuras del medio artístico, de la academia, de la intelligentsia argentina en general y del empresariado hayan apoyado a gobiernos aparentemente tan disímiles como los de Carlos Menem o Néstor y Cristina Kirchner. De ahí que cada tanto se hable de “panquequismo”, la capacidad de una personalidad determinada de darse vuelta en el aire, de retirarle su apoyo a un líder para dárselo a otro de signo opuesto. En su último número, la revista Noticias se ocupa del tema, y lo lleva en portada, a raíz de la última gran deserción que ha sufrido el kirchnero-cristinismo: la del eterno Fito Páez, hasta hace unos días firme aliado e incansable adalid artístico del gobierno de Cristina, que ahora se ha despachado con un álbum en el que expresa –con su conocida lírica irreverente e intimista– su desencanto con la retórica más venerada de eso que se ha dado en llamar “el relato K”.El artículo de Noticias enumera, además, una serie de personalidades de todos los sectores del medio argentino que hasta hace muy poco eran defensores a ultranza de “el modelo”, y ahora se han pasado a las filas de la oposición, o mantienen un silencio stampa respecto del gobierno. Los nuevos “panqueques” van desde el diputado Martín Insaurralde hasta el escritor Ricardo Piglia, pasando por la actriz Florencia Peña, Marcelo Tinelli y una veintena de reconocidas figuras de todos los ámbitos del quehacer de la vecina orilla. Esto no es nuevo. El kirchnero-cristinismo hace tiempo que acusa un severo desgaste. Y cuando Massa arrasó en las legislativas del año pasado, empezó la sangría K hacia el massismo. Algo que la prosa aguda y aplomada de Beatriz Sarlo definió entonces como “Período de pases” en el título de su columna en La Nación. Estos últimos que destaca ahora la revista Noticias dan toda la sensación de esos últimos tripulantes en abandonar el barco cuando ya se viene a pique. Y así es como viene también la popularidad de Cristina en las encuestas. Es que han sido muchas cosas en muy poco tiempo, aun para la buena digestión de los argentinos y su sempiterno escepticismo respecto de la clase política. Primero fue el apoyo de la presidenta al vicepresidente, Amado Boudou, manteniéndolo impensadamente en el cargo después de haber sido procesado por la Justicia y brindándole un –más impensado aun– blindaje partidario en el Congreso para que no debiera enfrentar siquiera un juicio político que pedía la oposición. No hay registro en el mundo de un gobierno democrático que no le haya pedido la renuncia a un vicepresidente procesado por un caso de corrupción. Y el episodio constituyó una bofetada en la cara de los argentinos, que ha tiempo sospechan de un gran entramado de corrupción en la Casa Rosada. Luego en su disputa con los fondos buitre, Cristina logró en un principio concitar un apoyo importante de los argentinos, que veían en el reclamo de los especuladores una gran injusticia. Pero cuando la pulseada llegó a su fin en el juzgado de Thomas Griesa en Nueva York y no había otro remedio que pagar o mandar la economía a los caños del default, la presidenta se mantuvo en sus trece y no se movió un ápice de su consigna “patria o buitres”, con la sola excusa de la cláusula RUFO como argumento de legalidad. Llegó incluso a sabotear la negociación de última hora que encabezaron los bancos privados argentinos para arreglar el entuerto directamente con los buitres. Cuando todo eso se supo, quedó ya meridianamente claro que su tozudez había impedido el acuerdo. Prefirió poner en peligro la economía de todos los argentinos que dar el brazo a torcer con un puñado de especuladores. Y empezó su caída libre que ahora tiene a los kirchneristas de la primera hora abandonando la querencia en estampida.¿Se los puede culpar por ello o llamarles panqueques? El artículo de Noticias se pregunta si ese panquequismo es un signo característico de los argentinos. “Tal vez arrastremos ese gen desde cuando empezó todo –escribe el autor Edi Zunino–. ¿O los máximos prohombres de nuestra nacionalidad, San Martín y Belgrano, no fueron, antes que nada, un héroe militar y un burócrata de la Corona?” La verdad es que esas volteretas políticas no parecen ser un mal argentino, sino el producto de su política; en particular, del peronismo. Esos virajes y piruetas en el aire no los hacen por panqueques, veletas o chaqueteros, sino porque esa es la realidad que impone el peronismo a los votantes con su gatopardismo existencial. Naturalmente hay –sobre todo entre los políticos– quien lo hace para acomodar el cuerpo al nuevo liderazgo y caer bien parado sea quien sea que ostente el poder. Pero para la mayoría de los que no son políticos profesionales existe una necesidad a veces de creer en lo que se presenta como un cambio y promete construir una realidad mejor. No se los puede culpar por ello.
Ricardo J. Galarza