“A
través de la confesión de las culpas se abre de hecho para el orante un
horizonte de luz en el que Dios actúa. El Señor no obra sólo
negativamente, eliminando el pecado, sino que vuelve a crear la
humanidad pecadora a través de su Espíritu vivificante: infunde en el
hombre un «corazón» nuevo y puro, es decir, una conciencia renovada, y
le abre la posibilidad de una fe límpida y de un culto agradable a Dios”.(Orar con los Salmos según Juan Pablo II – Capítulo 12: Juan Pablo II: El pecado y el perdón, experiencia)
Francisco,
en sus recientes declaraciones al Director de La Civiltà Cattolica,
enumera una serie de actitudes que debería tener la Iglesia con el
pecador:
“…la
Iglesia necesita con mayor urgencia hoy es una capacidad de curar
heridas y dar calor a los corazones de los fieles, cercanía, proximidad.
Veo a la Iglesia como un hospital de campaña tras una batalla. ¡Qué
inútil es preguntarle a un herido si tiene altos el colesterol o el
azúcar! Hay que curarle las heridas. Ya hablaremos luego del resto.
Curar heridas, curar heridas… Y hay que comenzar por lo más elemental.”
La Iglesia, para curar heridas, tiene la confesión del pecado, que, como dice el Beato Juan Pablo II: el Señor da un corazón nuevo y puro al que confiesa sus pecados. Es decir, las heridas se quitan, se van sanando.
¿Cómo
quiere Francisco curar la herida de la homosexualidad, si dice que la
Iglesia no puede juzgar a esa persona que es homosexual?
“En
Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos
‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre
les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso. Durante el vuelo
en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual
tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla.“
Francisco
es un sacerdote, y como tal, tiene que juzgar al pecador y al pecado.
Ése es el oficio del sacerdote: juzgar. Y, para juzgar, necesita al
Espíritu Santo para que esa confesión sea válida y pueda juzgar
rectamente.
La
confesión no es para charlar sobre los problemas de la persona. La
confesión es para hacer un juicio sobre la persona y su pecado. Sólo así
se pueden sanar las heridas del pecador. No se sanan de otra manera. Se
da calor a los corazones dando el Espíritu Santo en la confesión, el
Espíritu de perdón, de arrepentimiento, de amor misericordioso. No se da
calor al corazón hablando con la persona y viendo su problema desde un
punto de vista humano, psicológico, psiquiátrico, médico, natural,
carnal. etc.
Hay que verlo desde el punto de vista espiritual y así se hace el juicio de la persona y de su pecado.
Esto
es lo que enseña la Iglesia. Y la Iglesia juzga al que no quiere
convertirse. La Iglesia no permite que el que quiera seguir en su pecado
haga Iglesia, esté en la Iglesia dando lo que en su pecado no puede
dar, porque el pecado lo impide. Impide la gracia, la sabiduría para
entender rectamente y para obrar rectamente. Y, por eso, la Iglesia, en
ocasiones ha castigado y ha condenado con penas muy fuertes el pecado,
no sólo de los hombres en el mundo, sino también de los sacerdotes y
fieles de la Iglesia. El pecado de aborto tiene una pena de excomunión,
que saca de la Iglesia a la mujer que aborta. Eso una Justicia, eso es
una condena. Y eso la Iglesia tiene que hacerlo si quiere preservar el
depósito de la Fe.
No
venga ahora Francisco a proponer a la Iglesia caminos nuevos,
horizontes distintos, actitudes diferentes a lo que enseña la Iglesia
sobre el pecado y la confesión.
Francisco
no juzga al homosexual. Eso significa que con él nadie se puede
confesar, porque no sabe hacer un juicio de la persona y de su pecado.
Lo ve como una buena persona. Nadie duda de que el homosexual, como todo
pecador, tenga buena voluntad y busque, a su manera, a Dios. Ese no es
el problema del homosexual. Su problema es su pecado. Y hay que enseñar
al homosexual cuál es su pecado, la forma espiritual de quitarlo y cómo
luchar contra su pecado.
Es
lo que no enseña Francisco, porque quiere hacerse amigo del homosexual
dejándolo en su pecado, somo si su pecado no fuera nada, como si su
pecado no fuera lo más importante en su vida.
El pecado es una herida en el alma, en el corazón de la persona, en la mente de la persona, en su voluntad.
Francisco
habla de heridas que los confesores hacen cuando juzgan a un pecador y
su pecado. Sólo se detiene en ese punto. Quiere enseñar al confesor a
que diga palabras bonitas para no herir la sensibilidad del pecador. Y
hay ejemplos de santos -por ejemplo- San Pío de Pietrelcina, que no
pasaba una en la confesión y que mandaba a los penitentes a su casa sin
recibir la confesión.
Y
quiere Francisco que todos los confesores den calor humano a una
persona que peque, y no se le enseñe su pecado y no se le juzgue su
pecado.
Eso es ir en contra de la confesión y decir que no existe el pecado.
Francisco no dice que no existe el pecado, pero lo dice en su manera de hablar:
“No
podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al
matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he
hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero
si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo
demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la
Iglesia…”
La
opinión de la Iglesia sobre el pecado es que es un mal en contra de la
Voluntad de Dios y que tiene repercusiones en la vida espiritual,
humana, natural, material, carnal, social, familiar, de la persona que
comete el pecado.
Hay que ver el pecado como lo que es: pecado. No se puede decir que no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio sexual, a los anticonceptivos, y quedarse tan tranquilo y decir que sigue siendo hijo de la Iglesia.
Ahí
se está viendo que Francisco no cree en el pecado. Pero no lo dice
abiertamente, porque sabe la oposición de la Iglesia, sabe los reproches
que él ha tenido manteniendo esta postura en su Parroquia. Y, sin
embargo, la sigue manteniendo en la Silla de Pedro.
Francisco
quiere mostrar al pecador, ya sea su pecado el que sea, un camino nuevo
en la Iglesia. Un camino humano, de sentimientos humanos, de afectos
humanos. Hay que ayudar al pecador, no con su pecado, sino con su vida
humana. Es lo que está transmitiendo en esa entrevista que ha hecho. Hay
que resolverle al pecador sus problemas humanos, su vida humana, pero
dejarle en su pecado.
Para
él la Iglesia es lo que el pueblo dice, como el pueblo vive, como el
pueblo obra. La infabilidad de la Iglesia está en ser una buena persona,
un buen hombre. Y eso, hasta el mismo demonio lo es. Se presenta como
ángel de luz para engañar y llevar al pecado y al infierno.
Entonces,
hay que hacer una Iglesia en que se dé el matrimonio homosexual, porque
esa es la sabiduría del pueblo. Hay que admitir los anticonceptivos,
porque ya bastantes problemas tienen los hombres en la vida para estar
pensando en traer hijos a esta vida. Hay que darles la felicidad del
sexo, que es hacerlo sin compromiso alguno. Hay que felicitar a las
mujeres que abortan porque así llevan a esos hijos que han abortado al
Cielo. Son mártires de mujeres que han decidido acabar con una vida
humana. Y eso es bueno, porque esos hijos se van al Cielo sin el
bautismo, sólo con un bautismo de sangre que los teólogos se han
inventado para no herir la sensibilidad de las mujeres que abortan y
decirles que sus hijos se han condenado y, que pocos, se han salvado.
Pero como se quiere una Iglesia que no hiera la sensibilidad, los
sentimientos, los afectos de las personas pecadoras, por eso, Francisco
transmite lo que vive: no existe el pecado, sólo se dan los errores en
la conciencia, los errores humanos, sociales, los problemas de la vida
que son difíciles de quitar. Y, en eso, hay que centrarse. No en otra
cosa.
Y
esto es lo que transmite ese falso Profeta, que habla muchas cosas y no
dice nada. Porque, en esa entrevista, dice muchas barbaridades, pero
como si no las dijera, como pasando por ellas, para no dañar a quien él
sabe que se está dañando con todo esto, que es a la Iglesia, al Cuerpo
Místico de la Iglesia, del cual él no ha sabido ser Pastor. No lleva a
su rebaño a la verdad de la Iglesia, sino que le propone otros caminos,
más acordes a los tiempos que se viven.
