ENVIO DEL SR. JUAN C. MONEDERO
BLAS
PIÑAR Y EL ÁNGEL DE ESPAÑA
“Juro a Dios y ante mi Ángel Custodio, servir
perpetua y lealmente al de España”
Eugenio
D’Ors
Por
Antonio Caponnetto
En
la madrugada del pasado 28 de enero, se nos ha muerto Blas Piñar.
De
cuanto pudiéramos decir en su homenaje, hoy nos lo impide el llanto y la
congoja. Postergaremos, pues, las palabras propias. Hablarán las oraciones, que
elevamos al Dios de los Ejércitos.
De
cuanto debiéramos proferir en honor a su trayectoria límpida, hoy nos lo
impiden estos labios sellados por la sensibilidad lacerada y herida. Hablarán
los cánticos litúrgicos en la
Santa Misa.
De
cuanto estamos obligados a narrar, en testimonio de su catolicidad impar, de su
amor singular a la
Hispanidad Eterna, de su varonía probada, de su elocuencia
magnífica, hoy nos lo impiden estas manos nuestras, crispadas aún por la
noticia, y que han tomado el gesto de un nudo elevado hacia el altar. Hablarán
los recuerdos, que se encabalgan solos por el alma.
Pero
hay algo que nos urge decir y no callar. Entre las cualidades admirables de
Blas, que fueron muchas y esplendentes, siempre nos llamó la atención que, a
diferencia de otros “políticos católicos”, o de católicos dedicados a la
política, él no omitiera hacer profesión pública y apologética de esos temas
que, aún entre los hombres de Fe, suelen ser omitidos, para que no se los tome
por exagerados, fanáticos o alucinados.
Me
explicaré mejor, si acaso no se entiende. Es común que un “político católico”
defienda la llamada cultura de la vida,
con todos los méritos que ello comporta. Es todavía común que tal clase de
hombres públicos se atrevan a decir que reciben de vez en vez los sacramentos,
asisten a ciertas ceremonias cultuales, o comunican a los suyos salutaciones de
fin de año, con la reglamentaria mención a Dios.
Pero
Blas iba muchísimo más lejos en su quijotismo político. Blas estudiaba
mariología y daba lecciones sobre la
Señora que justificaban el proverbial nunquam satis. Las daba cuando “hacía política”, aunque fuera mejor
decir que uno de sus modos de “hacer política”, era recordar que sin María
Santísima no seremos libres, ni soberanos, ni apóstoles recios ni buenos
patriotas. Locura para el mundo, claro. ¿Pero es que acaso importa ser cuerdo
para el Siglo?
Blas
meditaba sobre hagiografía, y en sus discursos, arengas o proclamas se hacían
presentes el Aquinate y el de Hipona, Teresa la Grande y San Juan de la
Cruz. Se hacían presentes convocados, no
por el docto en un claustro –cosa que también supo ser- sino por el político
que arremolinaba las plazas, convirtiéndolas en un tremolar de banderas, de
camisas azules, de yugos y flechas entrelazados tras los acordes del Cara al sol. ¿No era demasiado, ya? ¿No
era cosa demencial “mezclar” de este modo el quehacer político con el testimonio
religioso? Blas no hablaba ni existía para ser aprobado en los exámenes del
tiempo. Hablaba y vivía para aprobar el
examen del amor en la tarde de la vida. Su calendario político lo marcaba
antes el sentido parusíaco de la historia que los llamados a sufragar falsas
derechas.
Blas
conocía como pocos la doctrina de la Realeza
Social de Jesucristo. Y como en muy pocos, tal doctrina halló
en él al orador excelso. Pero no predicaba esta Principalía de Nuestro Señor en
clases, tertulias, o conferencias tan solo. La hizo programa de su conducta
política; norte de su empresa, culmen de sus sueños, anhelo explícito del orden
que se proponía recuperar para España. Ya era excesivamente “imperdonable” para
quienes querían ser políticamente correctos y eclesiológicamente mitigados. Y
sin embargo, allí estaba una y mil veces el político Blas, brazo en alto, palma
al cielo, la roja y gualda al viento
sobre sus hombros, vivando a Cristo Rey al final de cada convocatoria.
Desmesura para católicos timoratos, recolectores de votos y encuestadores de
consensos.
Pero
faltaba el colmo, el exceso mayor e imperdonable, la exageración y el desborde
más a contracorriente de cuanto se estila en estos tiempos políticos. Blas
Piñar, hombre del 18 de julio, del 20 de noviembre y de las fechas inmóviles y
perennes; Blas Piñar, hombre de Toledo, pero también de Castilla o de
Andalucía, o de todas las geografías que bautizó la Madre Hispania,
amaba a los ángeles, meditaba sobre angelología con verba exacta, pluma erudita
y talante poético. También en tanto político, porque ser piedra de escándalo
para el fariseísmo, lo tenía sin cuidado.
Y sí,
por supuesto, angelólogo de ley, creía fervorosamente, como cuadra, en el Ángel de España.
A
él le dedicó –entre tantas- unas páginas bellísimas en su libro Tiempo de Ángeles, que se editara en
Madrid, hacia 1987. Terminado el encomio del guardián celeste de la patria
terrena, recuerda Blas unos versos del Padre Eusebio Rey, que hablan de este
modo:
“Tal vez
será alucinación de mis oídos
ese son de
campanas.
El Angelus ha muerto.
Quebró sus
blancas alas
el viento de
la estepa”.
Y después
los comenta Blas a su manera, antes de mostrarnos el final de los mismos: “Pero
no sólo el viento de la estepa marxista –viento helado del odio-, sino también
el viento cálido y burgués del liberalismo escéptico, comodón y autosuficiente.
Pero no importa, le dice al poeta su interlocutor imaginario; y con él
nosotros, movidos por la fe y la esperanza:
‘Tal vez no
sea ilusión de tus oídos
ese son de
campanas.
Aún hay
dulzura mística en la tarde.
La tarde está soñando hoy en voz alta.
Y ese son es
el eco milenario
del ángel
nuestro y de España’ ”.
Nos
permitimos considerar que Blas ya está de fiel y valiente vasallo del Ángel de
España. Sirviéndolo ahora, cara a cara, próximo al Padre, junto a todos
aquellos que hicieron de su vida una Cruzada.
Y
que, saliéndole al encuentro –vertical y espada en mano, como diría José
Antonio- el Ángel de España le dio la bienvenida diciéndole señero:
Por tí no pudo el viento de la estepa
llagar de frío o calcinar de tedio
a las almas cautivas de un asedio
que atenaza y engrilla, repta y trepa.
Por ti la herencia de la raza increpa
al invasor de nuestro antiguo predio,
y por ti la palabra fue remedio
como el gajo a la vid, cuando se
encepa.
Ahora todo es tañido de campanas,
todo tiempo del Angelus, del Coro:
era verdad que al cielo se lo asalta.
Escucha Blas, las españolas dianas,
aquí el aire es silente y es sonoro.
La tarde está soñando
hoy en voz alta.