sábado, 22 de febrero de 2014

CARTA A ABIERTA A JORGE MARIO BERGOGLIO

JORGE DORÉ: CARTA ABIERTA A JORGE MARIO BERGOGLIO

RABINOSCarta abierta a Jorge Mario Bergoglio

Jorge Doré
No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? (2 Cor. 6:14)
Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, (2 Cor. 6:17)

Bergoglio:
Me resulta conflictivo dirigirme a usted ya que, personalmente, no lo asocio con la Iglesia católica o el catolicismo, por lo que me niego a concederle un título que no le corresponde.
Tampoco puedo decirle “estimado Bergoglio” sin caer en la hipocresía, porque no siento la menor estima por un empedernido anticristiano y nocivo ejemplo para la grey que, tan desgraciadamente, abreva usted en pastos venenosos y guía hacia un fatal destino. No es posible sentir afecto por el mal y la traición a menos que se sea un desalmado. Así que la mejor forma de comenzar estas breve carta es encabezándola del siguiente modo:
Recalcitrante apóstata:
Confirmando su rebelde adhesión a todos los mitrados fieles al conciliábulo Vaticano II, que jamás abandonaron el rumbo equivocado o rechazaron los errores de sus predecesores, usted ha decidido continuar la obra del Anticristo en los predios donde antaño se glorificaba a Dios. Esa obra que, como bien planeaban los enemigos de la Iglesia, reclamaba el poder del dedo meñique de un Papa para triunfar. Pero su triunfo superó en mucho sus expectativas ya que, más que un dedo, conquistaron el corazón de varios antipapas. Incluido usted.
Usted lidera actualmente una secta cismática surgida de una bifurcación doctrinal del Vaticano II, premeditado engaño que lleva más de medio siglo estafando almas y cuyo triunfo fue preconizado por miembros de sociedades secretas que planearon el resquebrajamiento de las paredes del templo de Dios, por las que el humo satánico se introdujo para no marcharse nunca más. El siniestro plan de los enemigos de Cristo, se cumplió al pie de la letra. Las voces de alerta de guardianes de la fe como los cardenales Bacci y Ottaviani, fueron insuficientes para contener el empuje de un mal arrollador y astutamente coordinado.
El Concilio ecumenico Vaticano II no fue una inspiración del Espíritu Santo sino un estudiado plan de infiltración y conquista, –la toma de una fortaleza–, ganada por los enemigos de Cristo y de su Cuerpo Místico, que desmantelaron la tradición para fundar en su lugar, –bajo apariencia de continuidad– una iglesia acorde a las tendencias que se promovían en el mundo laico, –simultáneamente–, como parte de un plan de apostasía mundial. Hay que reconocer que el mal se excedió en su obra maestra y se echó al bolsillo a millones de almas que, por equívoca obediencia, aún continúan atrapadas en un sucedáneo de catolicismo que las ha hecho olvidar casi dos mil años de tradición, pero las ha convencido de sólo medio siglo de aggiornamento y rebeldía. Este cambio radical puede apreciarse, por ejemplo, en la arquitectura y la liturgia surgidas después del infausto conciliábulo.
No obstante, todavía algunos pretenden justificar una continuidad entre la Iglesia Católica y el abominable sucedáneo religioso que usted representa, ese que en la década de los 60, intentó hacer metástasis dentro de un cuerpo místico que no admite pudrición: la Iglesia Católica, Apostólica y Romana.
Equívoca obediencia
Un cuerpo sano y un cadáver se asemejan, pero uno de ellos palpita con vida y el otro es habitáculo de gusanos. Y este es, Bergoglio,  el caso de su secta que, imitando el maquillaje de la Esposa de Cristo, tiene la osadía de hacerse pasar por ella. Pero usted y su horda no son más que proxenetas de la gran ramera que prodiga su lujuria en Roma con todos los seducidos de la Tierra, sobre la ancha alcoba nupcial del ecumenismo religioso.
Asociar con autoridad alguna en nombre de Cristo a cualquiera de los que conculcan este contubernio con el mal, es grave ofensa a Dios. Ya el propio Cristo dejó en claro que:
“Si un reino está dividido contra sí mismo, tal reino no puede permanecer. Y si una casa está dividida contra sí misma, tal casa no puede permanecer”. (Marcos 3:24, 25)
¿Cómo puede concebirse que quienes causan división por su rebeldía y su negativa a guardar la fe incólume, tengan autoridad alguna para privar de las gracias necesarias a quienes buscan alcanzar el buen fin de su peregrinaje en la Tierra? ¿Cómo a los cansados y a los cargados por el peso de la vida se les puede negar el encuentro con Jesús? ¿Quién lo autoriza a usted para repartir piedras y escorpiones a quienes esperan panes y peces?
Ustedes, enemigos de Cristo, menospreciando el depósito de la fe, se dedican a destruir lo noblemente erigido por generaciones de justos, –muchas veces al precio de su sangre– y no se conforman con arrancar tejas y desconchar paredes del templo de Dios, sino que embisten sus cimientos para colapsar el sólido edificio de la doctrina y en su lugar cavar cisternas rotas y levantar inmundos habitáculos llenos de vana ciencia, donde los altares son mesas, los sacerdotes réprobos y su dios, vulgar pan. Ese es el ambiente en el que ustedes se sienten a gusto.
Cuando la pertinacia de una enemistad con Cristo como la suya, Bergoglio, se propaga, es hora, –por parte de los cristianos–, de atronar con el cañon de la denuncia para que quede bien claro al sospechoso de infidelidad a Dios que comprendemos que, si no reacciona ante al fragor de los gritos de ¡Viva Cristo Rey!, no está confuso, sino que milita en las filas enemigas.
¿Debemos acatar órdenes de los enemigos de Cristo sólo porque replican nuestros estandartes, cuando los vemos en el campo de batalla?
“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se llegará al uno y menospreciará al otro: no podéis servir a Dios y a Mammón”. (Mateo 6:24)
Líbrenos Dios de que una inútil y nociva ingenuidad nos ponga a disposición de aquellos capaces de arrojar nuestra alma al fuego eterno. Grave es la decisión que tenemos que tomar. Es justo obedecer a Dios, pero no a Sus enemigos.
¿Qué autoridad espiritual puede tener sobre nosotros quien funge de seguidor de Cristo, mas invoca su Santo Nombre sin intención alguna de procurar Su reino sobre la Tierra, ese reino por el que los católicos suspiramos, tan ajeno a utópicos parísos mundanos?
¿Quién puede predicarnos una palabra distinta a la de Nuestro Señor sin ofenderlo y sin ponerse al servicio del Padre de la Mentira? Por ejemplo, ¿cómo podemos aceptar que se menoscabe el sacrificio de la Cruz al afirmar que éste sólo aplica a parte de la humanidad, (pues según Roma los judíos aún esperan su mesías), circunscribiendo así el valor de la sangre de Cristo a conclusiones humanas?
Sostenida enemistad con Dios
Como en una autodestructora carrera de relevos hacia el infierno, los falsos vicarios de Cristo en Roma se han ido cediendo la antorcha de la herejía bajo la cúpula de San Pedro, indiferentes al dolor que pudieran causarle al Sacratísimo y ya espinoso Corazón de Jesús. Ustedes, Bergoglio, ratifican su rebelión contra los cielos con esa misma firmeza que tensa las alas de los ángeles caídos por su negativa de servir a Dios.
Por mi parte, es obvio que no lo reconozco a usted como vicario de Cristo, sino como enemigo frontal de Nuestro Señor, como falso profeta, embaucador de multitudes, suplantador de una fe dada al hombre por el propio Dios y corruptor de almas a las que seduce con luciferinas inspiraciones que encantan al mundo. Su aceptación y popularidad no son casuales. Pero tienen un gravísimo precio que pagar.
Queda mi conciencia tranquila al juzgarlo a usted de este modo porque voces de alerta se le han dado para corregir su mal rumbo espiritual, que no es otro que el espíritu del Anticristo. Muy triste y lamentable es que no le importe arrastrar al prójimo en su caída.
Si usted representara a Cristo, haría la voluntad del Padre, demostrando con ello sincera humildad. Pero usted ha preferido seguir desparramando, sembrando cizaña y pavimentándole el camino al Anticristo, de quien es heraldo y vocero. Usted conoce las escrituras. Usted conoce las profecías. Por lo tanto, en su caso particular, la ignorancia es excusa inadmisible.
Por eso –aunque ore por usted– lo reprendo en el nombre de Jesús. Como católico, tengo el deber de hacerlo. La caridad, en este caso, demanda oración y amonestación.
Usted continúa enterrando clavos en las palmas de Cristo y añadiendo espinas a Su corona. Usted continúa flagelándolo con su rebeldía. Usted traspasa el alma de Maria con nuevas espadas forjadas en el yunque del modernismo. Usted menosprecia la sangre y el sacrificio de los mártires. Usted pretende reescribir el cristianismo adjudicádose una falsa autoridad para hacerlo. Usted desprecia la tradición porque la tradición perpetúa la verdad que usted quiere cambiar, abraza el dogma que usted quiere demoler y preserva la liturgia que usted quiere destruir.
Resulta totalmente incomprensible que, con la carga de millones de destinos humanos que reposan sobre sus hombros, –gravísima responsabilidad– pueda usted hacer examen de conciencia sin que el temor de Dios le robe el sueño. Pero ese temor de Dios, superable por la esperanza en Su promesa, no parece habitar en usted. En usted sólo bulle la esperanza a solas que, desligada del temor y de los planes de Dios, es un cascabel mundano, disociado de la visión de una eternidad feliz.
Que el Dios que advirtió a San Pablo de las coces contra el aguijón le permita a usted, no corregir el rumbo de su nave, sino abandonarla y subirse al Arca de la Salvación que es la iglesia Católica, Apostólica y Romana fundada por Cristo, Nuestro Señor.
Por el bien suyo y el de las almas que se salvarían con su ejemplo.
Jorge A. Doré